Es Navidad

Es Navidad. Es Navidad incluso para los no creyentes, para los que viven en las antípodas o para los más paganos porque en el fondo de la Navidad no hay un niño Jesús y unos Reyes Magos sino la bisagra del tiempo humano, una bisagra que se abre cada año y cada año se vuelve a cerrar.

Desde el solsticio de verano el sol cae en picado hacia un sur lejano que engulle la luz. Al inicio del invierno, justo en el solsticio , aparece la leve certidumbre de que el sol rebotará nuevamente hacia el norte empujando a la luz hacia su gloria. Tal vez por eso la Navidad, se celebre como se celebre, es extensamente humana porque celebra el nacimiento de la luz. Y claro, para no ser literales, más allá del juego astral, lo que importa es la vivencia del ser humano en ese pasaje del tiempo.

La batalla arquetípica que se da en el cielo entre la sombra y la luz donde, digamos de paso, ninguna de ellas vencerá, también se da en el corazón humano. Esa lucha eterna entre luz y sombra se manifiesta aquí adentro como la guerra entre virtudes y defectos, idealidad y necesidad, altruismo y egoísmo o bien y mal según la terminología que uno esté acostumbrado a usar. La salud y la enfermedad, la confusión y la claridad, la ignorancia y la sabiduría luchan cada día, cada año por la victoria. Navidad es, por poner un ejemplo, ese momento en las películas donde el malo está a punto de matar al bueno, un suspense donde tememos que lo inevitable se imponga sobre las buenas razones y acabe la película de sopetón.

La Navidad es eso, un suspense en el tiempo para recordar lo esencial de la vida. Para recordar que somos hijos de la tierra pero también del cielo, que somos pura gravedad pero que también sabemos alzarnos sobre dos delicados pies, en definitiva que tenemos un cuerpo pero que también somos un espíritu. La Navidad es la amenaza de la sombra y la reacción de la luz, es, por poner otro ejemplo, la neurosis que hay en toda familia ante los preparativos de la comida de Navidad y la propia celebración, por un lado las envidias, las disputas, los desencuentros, por el otro el sentimiento reconfortante que compartimos un alma familiar. Cada año lo mismo, dirían unos, pero es que cada año se reactivan esas fuerzas superiores que atraviesan cada individuo.

Pero hay otra familia, una gran familia de billones de seres que es la humanidad que también celebra la Navidad, a veces día a día, la amenaza de la destrucción y la esperanza de un mundo mejor. La sombra nos dice que sufrimos una crisis de dimensión planetaria. Desde lo ecológico la proporción de la crisis es espantosa como todos sabemos, contaminación de mares y tierras, agujero de ozono, desestabilización del clima, extenuación de las materias primas, extinción de muchas especies de animales y plantas. Pero la crisis humanitaria es igualmente atroz, hambrunas, escasez de agua, superpoblación, guerras, explotación, corrupción, sida, malaria y otras muchas enfermedades. No hace falta entrar en detalles.

Lo único importante en estos momentos es celebrar la Navidad todos juntos. No olvidarse de esa crisis que amenaza toda vida futura, no infravalorar la dimensión de esa crisis que puede salpicar también a los países desarrollados y a cualquier elite de riqueza y poder porque todo está estrechamente entrelazado. Festejar la Navidad es percibir la larga sombra que proyecta el mundo humano pero sobre todo Navidad es recordar que podemos hacer algo. Poco o mucho podemos empujar, más allá de nuestros egoísmos, un proyecto humano que no margine a nadie por su condición, religión o sexo. Sobre todo podemos ser conscientes de la repercusión que tienen nuestros actos y nuestras decisiones en la globalidad para ser más libres en esa elección y para que hagamos el menor daño o destrucción posible.

Si hay algún mensaje sólido en Navidad es un mensaje de esperanza. Si el sol está tan bajo que hace frío a nuestro alrededor nosotros podemos generar calor en nuestros hogares; si la incomunicación enfría las relaciones podemos crear oasis de verdadera confraternidad con la gente querida. Lo que nos dice la Navidad es que la sombra tiene un límite, que el tirano caerá, que la mentira política será descubierta, que la chapuza se desprestigiará por sí misma, que el poder absoluto se desplomará por su propio peso, que el odio sólo encontrará resistencia, que la traición se volverá contra sí misma. Y no importa que la realidad desmienta tantas veces lo anterior porque la Navidad es el mejor momento de creer en el amor. Feliz Navidad a todos.

Julián Peragón

 

 

 




La sabiduría es…

Es cierto, la inconsciencia avanza, la pedantería aumenta y la necedad se hace ama del local. Basta con poner la televisión o la radio, escuchar a nuestros políticos u hojear las revistas para darnos cuenta de la incultura que se respira en el ambiente. ¿La culpa? ¿El mundo, el sistema, el individuo, el diablo disfrazado de normalidad…? ¿quién sabe? ¿la alternativa? ¿sabiduría…?
Sin embargo, las letras gordas del diccionario no nos aclaran mucho acerca de esta alternativa. ¿Será la sabiduría mera prudencia como nos insinúa, o será el conocimiento profundo en ciencias, letras o artes?

Me temo que sea lo que sea la sabiduría no se dejará reducir por una definición, sea un arte de vivir o el conocimiento de las esencias de las cosas. Lo que parece que no es, según la tradición, es la erudición pues no se trata tanto de tener (información sobre los objetos) sino de ser. Nuevas formas de ser que implican necesariamente procesos y transformaciones.
Lo que viene a continuación no es una descripción de lo que sea la sabiduría sino unas frases símbolos para abrirse a una posible intuición, tal vez una forma simple de recordar lo olvidado.
108 perlas de un largo collar que en India se utiliza como un rosario de plegaria a través de la repetición de un mantra o frase cargada de poder. 108 frases para meditar, no para quedarse en lo literar del texto sino para mirar el paisaje interno que alumbra cada una de ellas.

 

01 • Desdramatizar la vida

02 • Cultivar el buen humor

03 • No aferrarse a nada

04 • Confiar profundamente

05 • Establecer la escucha compasiva

06 • Vivir desde la acción desinteresada

07 • Pisar levemente el planeta

08 • Buscar la simplicidad

09 • Ver lo pequeño en lo grande y lo grande en lo pequeño

10 • Sentir que lo pequeño es hermoso

11 • Sacar fuerzas del Misterio que todo lo inunda

12 • Ser únicos en el propio modelo

13 • Aprender del silencio

14 • Reconfortarse en la soledad

15 • Aprender a morir día a día

16 • Ser generoso por rebosamiento

17 • Vivir el caos creativamente

18 • Vivir el orden pacíficamente

19 • Cultivar la sensibilidad

20 • Captar lo impermanente

21 • Danzar con la vida

22 • Vivir el momento

23 • Desenmascar al poderoso

24 • Desmitificar los prejuicios

25 • Afirmar la coherencia

26 • Defender la vida

27 • Reconocer los errores

28 • Aceptar la incompletitud

29 • Embellecerse con lo efímero

30 • Dar valor a lo potencial

31 • Desarrollar el arte de callar

32 • Desmontar los juicios

33 • Volverse invisible

34 • Dejar caer las medallas

35 • Perdonar lo imperdonable

36 • Luchar en las batallas perdidas

37 • Amar en silencio

38 • Enterrar las culpas

39 • Regar la curiosidad

40 • Perderse en la pasión

41 • Encontrarse en la ecuanimidad

42 • Orientarse con la fe

43 • Leer la vida entre líneas

44 • Aprender del instinto

45 • Dudar de la memoria

46 • Celebrar las mañanas

47 • Quitarle peso al dolor

48 • Quitarle alas al placer

49 • Ponerse manos a la obra

50 • Percibir lo eterno en el instante

51 • Encontrar respuestas adaptativas

52 • Honrar tu linaje

53 • Sonreír internamente

54 • Desconfiar de los discursos

55 • Leer en los actos

56 • Plantar árboles

57 • Aprender del destino

58 • Torear el carácter

59 • Cantar junto al alma

60 • Mantenerse siempre con preguntas

61 • Utilizar los ritos como purificación

62 • Encontrar la fuerza en la inseguridad

63 • No especular con el futuro

64 • No atrincherarse en el pasado

65 • Escuchar las razones del cuerpo

66 • Atender a los mensajes de los sueños

67 • Encontrar la palabra justa

68 • Caminar por momentos descalzo

69 • Ser optimista en los malos tiempos

70 • Ir ligeros de equipaje

71 • Echar raíces en ningún lugar

72 • Vivir cada relación como una oportunidad que nos regala el universo

73 • Ser nadie

74 • Serlo todo

75 • Zarandear lo establecido por costumbre

76 • Tener como norma la relatividad del mundo y sus procesos

77 • Aprender a sostenerse uno mismo

78 • Aceptar el vacío

79 • Lidiar con lo complejo

80 • Ir en busca de lo sencillo

81 • No dañar en los actos ni en los pensamientos

82 • Mejorar sensiblemente lo que has encontrado

83 • Moverse con la reciprocidad

84 • Convertir el perfeccionismo en impecabilidad

85 • Hablarle a las plantas

86 • Captar las sincronicidades

87 • Mirarse a los ojos

88 • Sentarse quedamente

89 • Subir cumbres

90 • Vivir la poesía

91 • Internarse en el bosque

92 • Vadear los ríos

93 • Hacer el amor entre risas

94 • Hacerse amigo de los niños

95 • Atreverse a perder el tiempo

96 • Extasiarse con la libertad de los pájaros

97 • Creer en el sentido de la evolución

98 • Cuestionar los falsos maestros

99 • Hablar con los locos

100 • Respetar a los ancianos

101 • Reírse de sí mismo

102 • Aprovechar el sacrificio para volcarse en lo sagrado

103 • Viajar sin billete de vuelta

104 • Mirar el sol salir cada mañana

105 • Preparar una cena exquisita para uno mismo

106 • Envejecer desprendiéndose de lo superfluo

107 • Aceptar que cada riesgo es un buen momento para morir

108 • Volver al mercado del mundo sin juicio

Todo esto y mucho más, todo y a la vez nada…

Julián Peragón

 




Cualidades sabias

Ya sabemos que el diablo sabe más por viejo que por diablo. El destino de toda vida humana es ser sabio, extraer de la experiencia un néctar que nos posibilite vivir con más armonía en este universo que a veces se manifiesta como caos y no como cosmos. Y es precisamente esa cercanía a la muerte la que tantas veces, y a regañadientes, nos hace abrir los ojos. Nos recuerda que todo es impermanencia, que nada perdura (ni siquiera nosotros mismos, nuestro cuerpo), y tal vez descubrimos que la vida es un permanente fluir que no permite agarrarnos a nada. La muerte también nos recuerda nuestra humildad ante la inmensidad que nos rodea (cierto que quisimos cambiar al mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros), aunque en esa humildad no debe haber frustración o impotencia sino dignidad.

La vida nos recuerda que no sólo hay una dimensión de vida sino múltiples, el arte de transitar por ellas adquieriendo una visión más global es propiamente la sabiduría. Y en ese subir y bajar por los diferentes niveles o dimensiones nos da una relatividad que se manifiesta como frescura, como flexibilidad, y nos recuerda que todo está interrelacionado, que las fronteras son meras marcas mentales que nos dan seguridad pero ilusas. Y aparece otra condición, sólo podemos percibir la maravilla que es la vida si cultivamos nuestra sensibilidad, en el fono si escuchamos sin imponer nuestros códigos estrechos. Para escuchar hay que ponerse a un lado, guardar silencio, acallar al ego. Y es entonces cuando descubrimos que sabiduría es invisibilidad porque uno ya no tiene ni ganas ni energía para subir al estrado, para conseguir méritos y reconocimientos. Desde esa invisibilidad uno ve la verdadera cara de la humanidad. Para el sabio no sólo es aliada la muerte, también lo es el Misterio, pues no se defiende delante de la duda, ni se pone una coraza ante la inseguridad, ni siquiera quiere darle respuesta a todo, ni tampoco tiene necesidad de leerse todos los grandes libros sagrados, pues sabiduría es una actitud de profundo respeto y aceptación del hecho de vivir. Pero ¿qué cualidades tiene que cultivar la persona sabia?, ¿cuál es el verdadero rostro de la sabiduría? ¿cómo distinguir entre el sabio y el erudito o el charlatán místico? ¿cómo reconocer en nosotros nuestras cualidades sabias?

 

GENEROSIDAD
El acto de ofrecer es tal vez más importante que lo que se ofrece. La intención habla más del corazón. Pero hemos de distinguir lo que es una generosidad de catecismo, voluntarista, de una generosidad que nace por rebosamiento, porque uno lo siente así, porque el alma, en definitiva es generosa. Y claro, no se trata de dar cosas sino de ofrecer disponibilidades. A veces lo que cuesta dar más no es dinero sino tiempo, escucha, atención. En el fondo de la generosidad hay una visión amplia de cómo funciona el mundo. La posesividad, el acumular no es más que un miedo del ego, temor de una sociedad basada en la seguridad. Pero no hay nada que diga que la persona generosa le va mal en la vida, al contrario, aquel que da recibe mucho más. Se dice que lo que nunca podrás perder es lo que has dado en la vida, eso nunca lo podrás perder. Cada gesto generoso es una semilla que desmonta una moral caduca, que dice piensa mal y acertarás, si te da algo es porque quiere algo, si está contigo es porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Así que cuando somos generosos no lo hacemos sólo por el otro, también lo hacemos por uno mismo, y lo hacemos por el funcionamiento del mundo. La única posibilidad de salvación en este mundo destrozado es la redistribución, que corran los bienes y los servicios, que el dinero sea energía que genere más energía y más proyectos.

RECTITUD
Estamos tan cerca de la barbarie, hay tan poco espacio a veces entre la civilización y la destrucción que nuestra actitud ante el mundo, ante los otros es extremadamente importante. Es necesaria una cierta rectitud pues no todo está bien, de cualquier modo. La ética es la posibilidad de vivir en un mundo digno por el mismo hecho de considerar a la vida importante. Creer en el proyecto humano sin concesiones a una divinidad lejana es, valga la redundancia, especialmente humano. La rectitud es una cierta disciplina ante nuestras tendencias infantiles, o regresivas, o brutales, o egoistas.

RENUNCIA
El mundo es un gran escaparate con infinidad de cosas que nos tientan. A veces, esta modernidad está basada en crear de la nada necesidades que se vuelven imprescindibles en una gran cadena de dependencias muchas de las cuales son sutiles. La renuncia del sabio no es realmente una renuncia al mundo, no es retirarse a la cueva sino un poner atención para poder distinguir lo esencial de lo superfluo. Precisamente se busca una simplicidad no para empobrecer la vida sino para darle más realce, para apreciarla más, para gozarla con más intensidad y sin tantas interferencias. Por ejemplo, la simplicidad del arte zen consiste precisamente en rescatar la belleza de todo adorno innecesario. El querer hacerlo todo porque todo interesa significa estar en la superficie de todo, y quizá no disfrutar con mayor intensidad de eso que uno quiere hacer. Lo que pasa es que la renuncia tiene otro cariz, y es un cariz solidario cuando el 20% de la población tiene el 80% de los recursos, y cuando el exceso y el consumismo es el pan de cada día, la renuncia además es un símbolo de coger del pastel sólo lo que nos toca.

INTELIGENCIA CREADORA
Todos tenemos una inteligencia salvaje, incondicionada que está libre de todo tipo de información, libre de los condicionamientos educacionales. Cuando estás con tus cinco sentidos en cada cosa que haces, cuando está con la totalidad de tu ser y estás despierto, alerta, presente entonces se despierta esa inteligencia. No es la erudición, no es el conocimiento establecido, no es algo fijo que se posee sino una curiosidad sana por aprender de todo lo que nos rodea, de ir a la unidad a través de la multiplicidad de la manifestación del mundo. Y es que esa sabiduría natural tiene que ver con el acto de conocer que es un acto de amar, porque sólo se conoce de verdad aquello que se ama.

CORAJE
También todos tenemos un impulso sano del vivir que no sabe de cortapisas. Parece que la sociedad y la cultura no sabe convivir bien con este impulso del individuo y prefiere medias personas que viven a medio gas y que hipotecan al 50% su energía de vida. Intercambiamos sumisión por triste seguridad. Pero en el fondo sabemos que no se puede vivir con miedo. Vivir detrás de cerrojos y candados como si nuestra alma pudiera ser robada. El coraje de vivir es afrontar los retos de la vida con plena confianza, es poner pasión, y corazón y agallas. Hace falta una fuerte motivación para transitar los caminos del aprendizaje.

PACIENCIA
Hay quien quiere todo y todo ahora como si fuéramos niños que lloran por la teta que ha desaparecido tras un instante. La sociedad nos ilusiona con el tenerlo todo cuando queramos, eso sí, previo pago. Pero es iluso ir a buscar uva en primavera, sembrar y querer cosechar a la semana siguiente. Hay que tener paciencia, de la buena, de la que entiende los ritmos, las mareas, los ciclos, que sabe que hay un momento para hacer, otro momento para deshacer, para ir y para volver, para aprender y para enseñar. Hay que conectar con lo que uno tiene que hacer en cada momento, y el resultado ya se verá. A veces uno tiene que sembrar toda su vida hasta ver el fruto en su vejez.

HONESTIDAD
Si bien la rectitud es una actitud hacia los demás, la honestidad es hacia uno mismo. Hay que vivir desde la propia verdad, sin traicionarte continuamente. Y es que si te autoengañas no podrás ver nunca claro, siempre evitarás un dolor básico que no quieres enfrentar, y ese rodeo significa entrar en la mentira. La honestidad te hace libre pero la mentira te aprisiona porque gastas mucha energía psíquica para sostenerla, para que todo cuadre, para que no se desmonte el montaje que has hecho de tu vida. Tu propia verdad no es la verdad que tu quieres que sea, no es la verdad que te autoimpones, no es la verdad del maestro, es tu propio proceso, tu propia dinámica, tu sesgo mental, cómo vives, cómo sientes. Entonces es cuando es necesario ser coherente con la propia vida para que no haya un escisión patológica. Hablar de cosas bonitas y trascendentes cuando nuestra vida es un desastre.

PERSEVERANCIA
Si uno no acaba el primer dibujo que hace no podrá pasar al siguiente, y ese dibujo inconcluso estará presente en todo lo que hagas, fantaseado, disfrazado, interfiriendo. Hay que acabar las cosas porque sino no se encarnan y es entonces que nos quedamos en el aire, sin suelo, sin raíces. Cierto que el mundo ofrece una resistencia a nuestro deseo pero por eso mismo lo que llevamos a término tiene un valor porque ha requerido de nuestro esfuerzo y de nuestra entrega. Trabajar la perseverancia es cultivar la energía del guerrero. La intención de acabar con lo que uno se ha comprometido te da poder personal porque sabes que cualquier ventisca que encuentres en el camino no te va a mover de tu decisión. Con esa perseverancia uno se vuelve más real porque sabe lo que es encarnar los deseos. Miguel Ángel extrayendo el David de un bloque de mármol. Su imaginación lo hizo en un segundo pero fue necesaria la perseverancia para extraer el mármol que sobraba a esa imaginación.

COMPASIÓN
La compasión por el otro está basada en un reconocimiento profundo de su interior. Todos somos hijos de la vida e hijos de Dios porque hay un fondo sagrado en lo que somos. Todos formamos parte de lo Uno, somos las mil caras de un mismo ser. También hay la comprensión de que estamos todos en la misma barca, que de nada sirve que se salve uno si no nos salvamos todos. En este sentido aparece un amor por el otro no egoísta, un cariño y una tolerancia por el que el otro es, por su potencialidad. Más que poner el dedo en la llaga, más que resaltar el error del otro, la compasión es apostar por lo que todavía está vivo en el otro, por su sensibilidad, por su dolor, su incomprensión. Y no es tanto en el dolor, en la queja, en la victimización, en la crítica, en la propia inseguridad. Pero también está el que hace sin atender a la realidad, el que proyecta alegremente, el que cree que todo es color de rosa, el que siempre está positivo, alegre pero no tanto como emanación sino como defensa ante la cruda realidad.

ECUANIMIDAD
El sabio encuentra el camino del medio, la ecuanimidad. Pero esta ecuanimidad no es indiferencia sino apertura. De hecho las cosas no son buenas o malas, en realidad son neutras. Hay una gama infinita de posibilidades en cada situación, la vida tiene matices, sutilezas. Lo que desde una óptica es malo, desde otra no lo es tanto. A veces aprendemos más de los errores que de los aciertos, y una situación difícil nos conecta más con nuestra realidad. La ecuanimidad nos hace salir de la prisión maniquea, simplista de ver al universo demonizado o divinizado.

PERDÓN
El perdón es de lo más difícil porque el que está herido es nuestro ego, y el ego no perdona porque se siente herido en su omnipotencia. Es difícil. Pero si no perdonamos en nuestra vida, si llevamos a cuestas todos nuestros odios, se envenena nuestra sangre, se contamina nuestro humor, se enrarecen nuestras relaciones. Aprender a perdonar es una limpieza terapéutica, es resolver las cuentas con el pasado que ya no podemos cambiar de ninguna manera. Nuestros padres hicieron lo que pudieron, nuestros amigos llegaron en su amistad hasta donde llegaron. Todos llevamos a cuesta nuestros errores y nuestras dificultades. Lo importante es no quedarse sólo con la propia óptica, con la propia verdad. Habían diferentes ópticas y propuestas, y no importa tanto quien tuviera razón sino lo que significaba eso que se estaba viviendo. Si un árbol no cicatriza sus heridas no podrá seguir creciendo.

ALEGRÍA
En parte somos víctima de la cultura, de la separatividad que marca el ego, de la competitividad que hay en el fondo de las reglas sociales. Acostumbramos a ver al otro como un competidor más, como un límite a mi deseo, un obstáculo en mi trayectoria. Aparecen los celos, las envidias, el boicot, la crítica. Entonces se vuelve difícil sentir simpatía por los demás, alegrarse por la felicidad de los otros cuando nosotros no somos felices. Pero es que la sabiduría nos dice que todos nos vamos a morir y más que ponerse dramáticos uno conecta con la simplicidad de la vida, y ver el rostro en el rostro del otro, cuando habitualmente veía gente, cosas, máquinas humanas. Esta alegría surge cuando uno se empeña en habitar un mundo humanizado, el que está en la ventanilla es un ser humano, en el coche que hay delante hay un ser humano. También hemos de decir que esta alegría que no es superficial ni se manifiesta en carcajadas es contagiosa, algo se transforma en este no juicio por el otro, en este alegrarse por los aciertos y los descubrimientos que hace el otro. Y está claro que hay infinitas cualidades más que el sabio contempla como es la humildad, la invisibilidad en el sentido de volverse anónimo, de pasar desapercibido, de no buscar recompensas por las buenas acciones. También el sabio mantiene su capacidad de relatividad de las cosas pues todo es impermanencia y todo cambia, así tiene una visión global y no estrecha de las cosas. El sabio además es sabio en el dejarse ser, no aspirando ya a la perfección, es espontáneo, y desde esa espontáneidad su hacer es profundamente creativo.

Julián Peragón

 

 




La cercana intensidad de Todo

A veces uno dice Yoga y no dice nada; dobla perfectamente el espinazo hasta los pies fríos sin arquear las rodillas; cuenta las respiraciones de una a una en un preciso ritmo cuadrado o repite un Om largo en postura de loto y no vislumbra nada. Hay algo que se nos niega aunque nos ofusquemos en los conceptos espirituales más excelsos o le saquemos brillo a las mismas palabras grandilocuentes a modo de bandera pues las primeras certidumbres de esa otra realidad anunciada, el sabor mágico de algunas situaciones o el empeño en las técnicas trascendentales, parece ser, no aseguran mucho.

Quien sabe si esto de la salvación espiritual o de la realización personal o de la iluminación no fuera una ginkana o un laberinto donde cada puerta o cada atajo del camino plantea nuevas dudas o abre más senderos. ¿Cómo seguir resolviendo esas mismas pruebas que nos trae la vida con las mismas llaves, las mismas respuestas aprendidas que antaño abrieron otras?.

¿Seguiremos diciendo Yoga con el mismo énfasis, con la misma terminología, con la imagen de altos vuelos espirituales, el sacrificio de los sentidos, la dureza de la práctica?. Entonces, ¿qué será el Yoga si hemos de recordar la filosofía perenne que habla de la impermanencia, de la única realidad del aquí y ahora?. ¿Qué será la espiritualidad para nosotros, de carne y hueso, lejos de las cumbres nevadas y de los complicados libros sagrados antiguos?. ¿No podremos encontrar realidades más cercanas que nos remitan a ese Todo del que los místicos hablan, o tal vez, siquiera, reconocer momentos de éxtasis que la vida nos trae con frecuencia sin pensar que esos momentos no son lo que deberían o no tienen suficiente altura?. ¿No será necesario replantearnos una vez más qué será para nosotros esa espiritualidad que promete, entre otros, el Yoga?.

Cuando hemos podido relativizar rituales, comprender dinámicas de vida que dieron forma a las tradiciones, colocar en su sitio a las técnicas y desmitificar a los héroes y los gurus que hablaron de lo mismo, la luz sobre el Yoga se vuelve más real y con ella nosotros mismos. No por ello esa piedra preciosa que es el Yoga pierde valor, al contrario, su esencia se vuelve más diáfana al quedar desenmascarado el resto. Hablemos del Yoga como del encuentro con la propia Profundidad, esa actitud que sin perder las raíces con lo estable y sólido de la vida, permite remontarse hasta percibir la globalidad de la misma.

Hablemos también de Intensidad, de esa intensidad que surge cuando somos capaces de parar la «máquina» de la mente acelerada, el cuerpo estresado y compulsivo. O tal vez, tendríamos que hablar de Presencia, de esa capacidad de estar en cada momento, completo, sin escapes ni subterfugios. O de Escucha, una mirada límpia para poder aceptar los propios límites, los inevitables errores. Comprensión desde donde anclar la sabiduría que alumbra el camino; Poder necesario para vivir y para devolver todo (y más) de lo que uno ha recibido; Compasión para no olvidarnos que los otros son parte de uno y en el que la solidaridad ya no es un mero gesto de buenas intenciones. Sensibilidad para que los opuestos (razón y sentimiento, masculino y femenino, cuerpo y mente, profano y sagrado, consciente e inconsciente, individuo y sociedad), eternamente enfrentados, se armonicen en un movimiento creativo y de crecimiento. Coraje para que la muerte deje de ser un miedo permanente y se convierta en la artífice del misterio, de lo irrepetible, de lo peculiar que cada uno se llevará consigo. Y sobre todo Amor a todo lo que vive, el respeto por la diversidad, y la sensación de que hasta la más pequeña hoja al viento forma parte del gran mosaico de la vida.

En todo caso, no importa, cojamos todas estas palabras y borrémoslas del mapa. Empecemos de nuevo una y otra vez. Cualquier âsana, situación hipotética en la vida creará sus necesidades, su lenguaje, sus formas de adaptación y resolución. Vendrá alguien y estructurará un método, otro guardará silencio, y otro más pondrá poesía. En esto de la espiritualidad lo único seguro es que siempre habrán hojas voladas por el viento.

Julián Peragón

 




7 caminos de vida

 

1
La vida es un camino de purificación

La gravedad nos tira hacia abajo como si quisiera recordarnos nuestro origen humilde pero la fuerza vital se desquita encontrando la verticalidad hacia el necesario mínimo esfuerzo. Esta lucha entre el abandono y el deseo, el vacío y la voluntad, caos y orden es permanente hasta que dejamos de luchar y sobreviene la muerte.

Mientras la vida presiona con sus deberes y responsabilidades y esa presión se traduce en tensiones. Las tensiones son inevitables como son inevitables las deformaciones en los troncos de los árboles cuando resisten con el paso de los años las tormentas y los vendavales. Sin embargo esas tensiones hay que saber administrarlas, desgranarlas a tiempo para no sucumbir bajo una coraza impermeable o implosionar con el corazón ahogado por el estrés o por los contratiempos. Parece ser que algo hay que hacer.

Para que nuestra sensibilidad tenga un espacio de desarrollo necesitamos un cierto orden, orden vivo que no rígido, donde nuestro universo de cosas y seres establezcan entre sí unas constelaciones claras, lejos del pantanal que a veces invade nuestra realidad.

Ese orden externo debería ser también un reflejo de otro orden interno, de una actitud sana con respecto a nuestro cuerpo y a nuestra mente. De la misma manera que el agua de un río sigue un cauce, la naturaleza que hay en nosotros necesita de unas leyes.

Cada día nos alimentamos pero los desechos de la combustión nos obliga a eliminarlos; y es evidente que de la calidad de esa eliminación depende a la larga una correcta nutrición. Es por eso que la salud empieza por una correcta purificación del cuerpo; en principio esta purificación consiste simplemente en darle tiempo al organismo para que elimine. Curiosamente muchas tradiciones religiosas han prescrito períodos de ayuno o abstinencia que aunque tuvieran un dictado espiritual también mostraban una intuición fisiológica. Comer sobrio es comer sano y ayunar puede resultar terapéutico. Desde el ejercicio a la sauna, del agua a la arcilla tenemos muchos elementos para depurar las toxinas.

El yoga nos recuerda un niyama que es shaucha, limpieza y purificación. Nos limpiamos primeramente por una higiene personal saludable, y como somos seres que vivimos en comunidad nos limpiamos también por respeto a los demás. Ahora bien, podemos vivir la limpieza como un rito cargado de espiritualidad. Purificamos nuestro cuerpo y ordenamos nuestra casa para sentirnos disponibles ante lo sagrado. Podríamos decir que en cuerpo limpio anidan buenos pensamientos o que el aroma de armonía que desprende nuestra casa nos acoge en lo más íntimo.

En esta higiene que se vuelve sagrada sentimos que para ir hacia la pureza del cuerpo es necesario atravesar la desidia que nos dificulta eliminar los venenos del organismo. Y no nos quedaremos meramente en la dimensión corporal pues diremos que la pureza de corazón quiere ir más allá de la doblez, así como la pureza de pensamiento quiere disolver la mentira. A menudo es más fácil ver la impureza, el error, fuera de nosotros mismos, pero todo acto de purificación empieza sin duda por uno mismo. La queja ante el mundo se transformará en honestidad ante sí, no esperando ya un mundo puro.

2
Nuestra vida es un camino de servicio desinteresado

Todos los seres estamos en un mismo barco que se llama vida. Cada uno de nosotros es una célula de un gran ser que se llama humanidad y cada célula, cada ser, lo sepa o no, quiera o no quiera, vive (aún bajo la ilusión de la individualidad) en pos de esa vida y de esa humanidad. Millones de años de evolución han demostrado que la vida se mejora a sí misma, buscando la respuesta más adaptativa, integrando la complejidad, estableciendo funciones superiores.

Si esta evolución que late en nuestras entrañas se supera a sí misma en cada nacimiento, nuestra consciencia debe comprender que venimos a este mundo no sólo para mejorar lo que nos ha sido dado, no sólo para desarrollar potencialidades personales sino para apoyar también a esa humanidad de la que formamos parte, a todos esos seres que buscan como nosotros la trascendencia.

Ayudar a los seres que sufren a ir de esta orilla de dualidad y de ignorancia a la otra orilla de unidad y sabiduría parece pura ilusión pues nosotros mismos estamos en la misma orilla y somos los primeros en necesitar ayuda. Pero ayudar a otros seres forma parte de nuestro deseo más noble, esa nobleza que manifiesta el bodhisattva que renuncia a su propia iluminación hasta que el último ser no se haya iluminado. La cualidad de este bodhisattva es metta es este amor compasivo hacia todo ser que nos recuerda el budismo.

Para ello hemos de despertar de la ilusión a la que nos tiene acostumbrado nuestro yo, creer que cada uno va en un barco diferente (a cual más bonito) y que nuestra propia felicidad es independiente de la de los otros.

Patanjali nos recuerda que hemos de cultivar Isvara pranidhana, y de tal manera como un grano de arena en medio de la inmensidad hacer lo que uno tiene que hacer pero sin apegarse a sus frutos; frutos que no son nuestros sino de todos, de la vida, de lo divino, se llame como se llame. Si estamos pendientes del interés (hablando de un interés excesivo) nuestra acción no es limpia y el resultado siempre es mezquino, insuficiente. Si queremos atesorar cerrando el puño nos daremos cuenta que apenas caben unas pocas monedas en nuestra mano.

En cambio no hay otra posibilidad que la devolver con creces a la vida lo que la vida nos ha dado. Si somos un parpadeo veloz en el tiovivo del mundo, y el mundo sigue, y la vida sigue después de nosotros, nuestra responsabilidad es pensar también en el mundo que dejaremos a los nietos de nuestros nietos.

La muerte nos recuerda que toda posesión es una momentánea ilusión. Existe otro hacer como cuando uno va a plantar un árbol aún a sabiendas de que no lo va a ver crecer, ni va a comer de sus frutos.

3
Nuestra vida es un camino de amor

Dicen los científicos que el universo es neutro compuesto por materia, luz y energía. Los supersticiosos susurran que el universo es peligroso, lleno de fuerzas incontrolables y tenebrosas, en cambio dicen los místicos que el universo es benéfico aunque no comprendamos sus últimas finalidades. ¿A quién creer?

En todo caso nosotros le damos realidad al universo con nuestra fe y con nuestra esperanza. Recogemos, por tanto, aquello que sembramos. Sin duda, vivimos en nuestro pequeño universo en connivencia con ese otro gran universo. Todo depende del juego al que queramos jugar. Juguemos pues, y una de las reglas del juego es que el contagio se da por doquier. La materia contagia sus vibraciones, y el alma sus esperanzas y sus sueños. Con todo esto el destino teje una trama.

Si cada situación que nos trae el destino posibilita un encuentro y una comprensión quizá podamos insinuar que el universo conspira para que seamos felices. Y esa conspiración nace y acaba en el amor pues no hay fuerza más potente que sea capaz de anidar estrellas y de estrechar seres. El descubrimiento del alma es la comprensión de que ésta vive por amor y que su sino es la disolución en un mar de bienaventuranza. Sat-chit-ananda es esa cualidad del ser consciente lleno de beatitud.

Pero como amor es una palabra demasiado prostituida quizás es interesante hablar de un abanico de expresiones amorosas que van desde la escucha al reconocimiento, desde el perdón a la compasión entendida como esa capacidad de colocarse en la piel del otro y entender (sin necesidad de compadecerse o mortificarse) el sufrimiento del otro.

Si supiéramos que toda la farsa que pudiera haber en nuestra historia, toda la elaboración de personajes de vida y estrategias de relaciones esconden en el fondo una carencia de amor, nos daríamos cuenta que el amor es un destino al cual no podemos dejar de ir. Desangelados por la vida no somos conscientes que lo que buscamos de veras es un verdadero abrazo donde dejarnos ser. Y no nos damos abrazos porque no sabemos, porque es tabú, porque rompe las formas sociales, pero es que a amar se aprende amando, y amando se hace un camino de vida. El yo teme al amor porque el amor es la disolución de toda frontera entre dos aparentes identidades, el amor es el recuerdo de que en esencia somos uno y esto desde la perspectiva de una estructura de personalidad rígida puede ser aterrador.

Es posible que no haya amor sin sufrimiento pero también, no lo olvidemos, el amor es alegría y celebración, gozo y consuelo.

 

4
Nuestra vida es un camino de conocimiento

El conocimiento es uno pero con múltiples senderos que es lo mismo que decir que cada uno tiene un trocito de verdad y que entre todos los cristales formamos un espejo entero. Las verdades no son absolutas, ni fijas e inmutables pues cambian con los cambios de la vida, cambian con la óptica del observador, cambian desde la dimensión que la contemplas. Ahora bien, es evidente que hay verdades más permanentes que otras, más globales o más profundas a las cuales se dirigen los buscadores.

De todo podemos extraer una lección, podemos aprender de la nube, del árbol, de una fórmula matemática, de la historia, de nosotros mismos, por supuesto. Pero no se trata en el fondo de una acumulación de conocimiento sino del arte de vivir. Ser sabio en las leyes de los cambios para fluir con la vida, para no ir a contracorriente, para estar en paz. Hesychia, esa paz a la que aspiraban los Padres del desierto.

En ese aprendizaje de por vida no puede ni debe haber ambición pues nos convertiríamos en estrictos eruditos o mercaderes de las ciencias. No aprendemos sólo con el raciocinio sino con todo el cuerpo, con los sentidos a flor de piel, con la analogía, la experiencia y con la curiosidad. Y es esa curiosidad que mantiene el espíritu del niño que nos hace, con el tiempo, convertirnos en sabios, porque la sabiduría no es tanto la ilustración del conocimiento como (alguien humilde dijo) la buena administración de la ignorancia.

Desde esta posición la estrecha luz de la razón no puede iluminar los confines del universo, así el místico siente que vive en el misterio y que el misterio duerme dentro y fuera de sí mismo. Es vana la pretensión de querer dar respuesta a todo lo que nos rodea porque cada pregunta y cada respuesta abre nuevos interrogantes. El sabio lo sabe y no intenta responder sino sacar fuerzas de ese misterio para estar despierto, para asombrarse del mismo acto de ser.

El reto es aprender de todo, la triste realidad es que no podemos aprender mucho porque el conocimiento es ilimitado. Esta comprensión nos posibilita una actitud de estar abierto a todo, adonde la vida nos lleve, alumbrado a veces por los libros, por tal o cual enseñanza pero haciendo que la propia experiencia sea la verdadera maestra. Ubekkha es la ecuanimidad necesaria ante las experiencias de la vida, abrirse más y más a lo que la vida nos traiga.

Asombrarse del más pequeño insecto, de la minúscula brizna de hierba es reconocer con humildad el plan divino que hay escondido en todo lo que vive, y esa inteligencia superior que nos secunda es a donde apunta esta vía de realización.

5
Nuestra vida es un camino de transformación

El mundo es bien tangible como lo comprobamos día tras día pero nuestra vida en este mundo tangible está llena de una neblina ilusoria avivada por el deseo. Por eso decimos a veces que el mundo es ilusorio pues vamos en busca de fantasmas que toman la forma de paraísos materiales, de objetos fabulosos o de poderes extraordinarios. Como nos recordaba Buddha, el dolor (el envejecimiento, la enfermedad o la muerte) existe pero hay una salida a este dolor. El fruto de avidya, el fruto de la ignorancia es el dolor (dukkha) como nos señala la tradición hindú, y también nos indica que son cuatro los hijos de la ignorancia que van desde la importancia personal hasta el deseo pasando por los temores y el miedo al cambio. Hijos de la sombra a los que hay que cortar las raíces.

Por tanto vemos que hay un camino de transformación que nos lleva de esta orilla de dualidad a otra de unidad. Las imágenes son múltiples para hablar de esta transformación de lo inconsciente en consciente. Convertir el plomo en oro como sentencia la alquimia; despertar la energía kundalini para realizar las bodas divinas de las que nos habla el tantra; abrir las fauces del león, como símbolo de la sublimación del instinto como plasma el esoterismo. Mitos y cuentos iniciáticos también, entre otros, hablan de este camino de transformación.

También se nos dice que hemos de despertar, que nuestra vigilia es sueño para el sabio. Que hemos de quitarnos la venda de los ojos y ver nítidamente la realidad. Las imágenes se suceden y se nos dice que hemos de volver sobre nuestros pasos y desandar lo andado para rehacernos nuevamente.

La fragmentación de nuestra vida se convierte en remembración. Rememorar lo que verdaderamente somos aunque debamos pasar por una cierta locura que nos cure de la estricta cordura en la que el mundo locamente está.

Este camino de transformación está muy bien simbolizado en la flor de loto. Remontándose por encima del lago, hundiendo sus raíces en el fango, la flor de loto muestra su pureza, así como el sabio viviendo en este mundo de ignorancia no queda contaminado por su oscuridad.

6
Nuestra vida es un camino de contemplación

El mundo sensible que nos rodea nos trae belleza y realmente lo bello no está totalmente fuera, en el objeto pero tampoco totalmente dentro, meramente en la mirada. La belleza es un encuentro feliz entre dos mundos, entre el objeto y el sujeto; es un tránsito atento por la cuerda floja que media entre el mundo sensorial en un extremo y el ideal en el otro, quizá el acuerdo secreto entre la forma y la función. Quién sabe.

En todo caso la persona que se para por un momento del ajetreo del mundo y contempla lo bello, lo efímero, lo sutil de todo lo que existe queda embriagado profundamente. Y es que debe haber una sintonía entre belleza, bondad y verdad como nos recuerdan los filósofos clásicos.

Tratamos de recogernos en meditación para calmar el torbellino de la mente, para hacer hueco y poder orar. La oración no es una letanía sino una invocación para que aparezca en nosotros lo más elevado. Y a veces la mejor oración es también el silencio.

Contemplar es hacer el silencio, y hacer silencio es dejar que hablen las cosas para poderlas contemplar. La contemplación no es un análisis de lo que percibimos sino una fusión con la experiencia de la cosa percibida. En este caso el yo está en latencia pero no en primera línea, las fronteras se diluyen como se diluye el tiempo lineal en uno más eterno.

Y es que más allá del hacer inevitable en este mundo, de establecer vínculos y de comprender los porqués, hay que contemplar esta maravilla que es la creación. En el silencio de esta contemplación el alma habla, mejor dicho, canta, y nosotros, nuestro cuerpo, muchas veces sin previo aviso, quiere bailar.

El poeta nos dirá que la existencia que acontece a cada instante se manifiesta como una sinfonía a la que hay que estar atentos.

Si pudiéramos responder a la pregunta de a qué hemos venido a este mundo. Si pudiéramos responder por el sentido de la vida quizá diríamos que la vida se busca a sí misma para devenir consciente.

Hay un camino muy poco transitado que sólo recorren los locos, los niños y algunos seres, y es el camino del asombro. Abrir los ojos de par en par para llenarse de infinito.

 

7
Nuestra vida es un camino que hay que transitar hasta el final

Nuestro camino en la vida puede transitar por desfiladeros o por llanuras, por parajes sombríos o luminosos valles, aunque en realidad no importa mucho, pues todo camino no es más que una metáfora de los procesos del alma. Ningún camino va a ningún sitio, como nos recordaba el viejo chamán, si acaso a uno mismo. Y uno mismo siempre ha estado antes, durante y al final del camino. El camino no es nada y lo es todo. El camino es ese hilo que une un acto aparentemente contingente con otro y que con el decurso de la vida parece trazar un dibujo definido.

Sabemos que los caminos fáciles no llevan lejos, tal vez por eso el que busca siente que el camino es largo. En él encontrará innumerables escondites, refinadas excusas para no seguir pero la insatisfacción profunda hará que sigamos buscando.

Caminos apetecibles, tentadores hay muchos, y todos ellos válidos pero sólo uno entre ellos, el que sentimos con corazón es el nuestro. Los mitos nos dicen que los obstáculos aparecerán en el camino, laberintos y minotauros, trampas y desafíos, pero también nos dicen que una vida sin retos no es propiamente humana pues todos vivimos en nuestro interior el arquetipo del héroe o de la heroína.

Habremos de cultivar viriya, el coraje, khanti, la paciencia y adhitana, la perseverancia necesaria para persistir en nuestra hazaña.

Quizá no hay que confundir el camino del ser con el camino que fantasea hacer el ego. Así caminar hacia la madurez no es bajar al mercado espiritual donde todo se compra o donde las diferentes técnicas espirituales se intercambian como ropajes al mejor postor. El camino es un camino de guerrero donde lo verdaderamente importante es la impecabilidad como seres humanos. Tal vez por eso, la tradición ha hablado de iniciación donde el iniciado pasa por una prueba como tanteo de su capacidad de compromiso.

Si empezamos el camino con estruendo de tambores, está claro que al final, el camino, tiene que ser tan imperceptible que nadie note nuestros pasos. Y es que la invisibilidad es propia del caminante sabio.

Julián Peragón




La escalera de la consciencia

 

Levantarse, acostarse, la tierra ha dado una vuelta sobre sí misma. Vacaciones, ¡ya!, la tierra ha dado una vuelta alrededor del sol. Hambre, necesidad, deseo… los ciclos vitales se suceden, se imbrican, se superponen. Ritmos rápidos, ritmos lentos. Ritmos tan lentos o tan rápidos que ni los vemos. ¿Cuál es el metabolismo de una piedra?, ¿y el de una bacteria?

Nosotros mismos participamos de todos esos ritmos. En un abrir y cerrar de ojos se producen infinidad de transformaciones químicas a través de las hormonas. En unas pocas semanas las dos células sexuales que se encuentran en la fecundación inician una carrera imparable de trillones de células organizadas. Más abajo, a nivel atómico podemos predecir un vértigo de billones de vueltas por segundo de los electrones en torno a su núcleo. En cambio, mucho más arriba, en el reino de las galaxias, se nos antojan inmóviles cuando deberíamos imaginarnos el mismo vértigo que en el microcosmos, sólo que con millones de años luz.

En verdad el universo es un gran hervidero, todo se va cocinando con gran intensidad, todo nace, cambia, interactúa, se desarrolla, se transforma. Depende donde estemos situados en esa gran sopa divina, la cocción nos parece lenta o rápida, eterna o perecedera.

La misma forma congelada de una galaxia nos habla de los mismos remolinos y espirales que se producen en los desagües, en los tifones, en todo aquello que tiene un movimiento en torno a un centro. Si tuviéramos ojos de dioses veríamos fuegos artificiales en el lejano cielo, si por el contrario, fuéramos seres diminutos observaríamos la danza de una espiral adenésica en el coqueteo que hacen las proteínas cuando se sintetizan unas con otras.

Atrapados en nuestro espacio-tiempo, el mundo nos niega por exceso o por defecto nuevas y sorprendentes realidades. La vida aquí en la tierra respira en un delgado hilo azulado entre la estratosfera y unos pocos centenares de metros en las profundidades marinas. Más allá no hay atmósfera, más al fondo no hay luz, más arriba demasiado frío, abajo demasiado calor.

A veces pasa lo mismo con nuestra sensibilidad, después de tragar el bocado sabroso ya deja de existir cuando apenas se ha iniciado el fascinante viaje de convertir la manzana en bolo alimenticio, en sangre nutriente, en energía o en pensamiento. Más allá del fungible bocado y su estela de sabor, éste desaparece de la conciencia por falta de sensaciones primarias.

La silente vida nos ofrece oasis de sensaciones a través de los sentidos, nos incita con el deseo para luego desaparecer «esa vida» en lo inconsciente, en lo involuntario y asegurar la nutrición o la reproducción necesarias. Es como si fuéramos inocentemente llevados de la mano por la evolución. Evolución que nos da caramelos para entretenernos mientras ella va haciendo su labor esencial, su mejor adaptación al medio con economía vital.

Desde esa óptica estamos atrapados en un cuerpo en el que la mayoría de las respuestas son involuntarias, perdidos en una mente de la que sólo utilizamos una pequeña capacidad de todas sus potencialidades, congelados en un instante de la eternidad con una esperanza de vida de 80 años en relación a los quince mil millones de años luz de un universo todavía joven.

¿Podemos dar un salto y remontarnos por encima de nuestras limitaciones? Si nos quedamos en el ojo de una cultura, si no atravesamos el margen de nuestra concepción del mundo, si no visitamos otras lógicas, si no nos auxiliamos de la imaginación creativa y la curiosidad, seguiremos en un sentimiento incómodo de limitación. Ignorancia que comporta dolor, ansiedad, miedo.

Sin embargo los caminos de la consciencia se ensanchan vertiginosamente. Un instante que de entrada es sólo eso, un instante, se convierte para el sabio en un eterno presente, un espacio donde se conjuga pasado y futuro. Es algo que pasa veloz pero con ecos de eternidad, un tiempo lineal inserto en un tiempo circular y mágico.

En un sentido parecido, nuestro cuerpo se convierte en estructura inteligente del universo, templo de la vida donde reverberan las mismas energías, los mismos cúmulos de estrellas que se asemejan a plexos, las mismas ritmicidades que después son en el cuerpo latido.

Si cada instante vivido no tiene más límite que el autoimpuesto, tampoco el cuerpo es un límite en el descubrimiento de las fuerzas que imperan en el universo.

La vida es una escalera con peldaños que suben y bajan que podemos recorren. Más allá de nuestro ego hay una mente y un subconsciente. Arropando a esto está nuestro cuerpo. Más allá de nuestra piel está el otro con el que convivimos, otro ser, otra mente, otro ego. Juntos formamos parte de un grupo, de una etnia, de una cultura hasta sentirnos formar parte de la humanidad. Pero es que la humanidad forma parte del reino animal pues somos mamíferos. Reino que está en simbiosis con la capa de vegetales que oxigena el planeta y con el humus mineral que nutre toda la vida. Todos estamos en un planeta de un sistema solar en medio de una galaxia. La galaxia que se mueve en un cúmulo de galaxias en la inmensidad de un universo. Pero no nos precipitemos, vayamos peldaño a peldaño.

Cuando me pongo en la piel del otro le estoy dando un visado de dignidad humana y supero así un arrebato animal que se mueve en la selva donde lo que importa es el sálvese quien pueda. Si me dejo llevar por la economía vital el otro será una cosa que se intercambia, se utiliza o se explota.

Cuando escucho profundamente al otro tengo que dejar aparcada mi expresión, tengo que vaciarme de razones y prejuicios y ser en conjunción con él o con ella.

Cuando entrego, comparto, redistribuyo supero también un egoísmo innato. Cuando lucho y defiendo los derechos humanos no sólo me solidarizo con cualquier persona independientemente de su raza, sexo, clase social, cultura o religión, también supero una limitación etnocéntrica.

Me digo a mí mismo que soy parte y fruto de una humanidad toda. Si mi conciencia se entretiene en el mundo sensible vegetal o animal y descubro lógicas primarias pero maravillosas reconozco que esas lógicas están sedimentadas en mi ser. Tenemos un cerebro mamífero, reptiliano, anfibio. Nuestra sangre es agua marina tintada de rojo. Nuestro cabello césped, nuestro huesos rocas, nuestros dientes corales. Todos los reinos mineral, vegetal y animal nos secundan. Esta sensibilidad nos lleva a superar un viejo mito, que la creación está como servidumbre para nuestro disfrute. Sentirse pues parte de la vida en armonía dinámica nos debe llevar a superar el cataclismo ecológico que se produce hoy en día.

Yendo un poco más allá, no podemos pensar que la tierra y la roca por estar innanimadas no tienen una vida secreta. Gaia, nuestro planeta es un ser viviente que se autorregula, con sus polos magnéticos, sus eras y glaciares, sus corrientes marinas, sus placas tectónicas imparables.

Me temo que los límites que nos separan de lo Real son muchos e insospechados. Cuando nuestra mente no va más allá de nuestra corta vida también estamos sucumbiendo a otra gran limitación. Con nuestros hijos, y los hijos de sus hijos, la vida asegura una línea de evolución, y con ellos algo de nosotros persevera. Perseveramos no sólo en la genética sino también en nuestras actitudes imitadas, en nuestra coherencia de vida, en nuestra destilación pedagógica y sobre todo en nuestro grado de comprensión y amor. También perseveramos en el tiempo cuando plantamos un árbol o construimos una casa. Aún más si escribimos un libro, y si con él invitamos a la sabiduría o al progreso. Perseveramos cuando desarrollamos un método, cuando inventamos algo, cuando lo descubrimos.

Si de nuestra vida hemos sacado algo válido para los demás, si la evolución toma en nosotros un nuevo matiz adaptativo entonces realmente hemos trascendido muchas limitaciones.

Nosotros somos fruto de todos aquellos seres que nos han precedido que en un medio inhóspito sacaron fuerzas de regeneración. Y en este agradecimiento sacamos fuerzas en nuestra responsabilidad. La vida que recibimos no es un legado, es básicamente un deber de mejorarla, pues al otro lado de este dibujo que entre todos formamos hay seres por nacer que merecen un mundo mejor.

Julián Peragón




Ser uno y ser muchos

 

Quería hacer una cartita para despedir este año que arrastra un nuevo siglo que da su bienvenida a su vez a un gran milenio, entonces me alcé a las estrellas para decir cosas muy grandes o muy majestuosas y me di cuenta que ya me había perdido otra vez nada más empezar. Queriendo abarcar la inmensidad del universo me olvidé que yo era un ser minúsculo plantado sobre dos temblorosos pies y tuve que aceptar la pequeña huella de mi pie descalzo.

Me olvidé que cuando veo rara vez miro y que cuando oigo difícilmente escucho, tal vez porque mirar y escuchar requieren de una atención consciente y mi corazón infantil todavía se entretiene en el tiovivo de los colores y los sonidos. La vida pasa y ese pasar a veces hipnotiza, atonta o nos duerme.

Me di cuenta que la mitad de mis sueños recrean el vientre cálido y fusional de la madre (sí, volver al líquido tibio, a los ecos lejanos, a la ingravidez invertida), la otra mitad fantasea parajes inéditos, dimensiones desconocidas (proyectarse al infinito, conocer lo que conoce Dios). Podría decir que aquella fuerza grávida me tira hacia abajo mientras esta otra liviana reacciona hacia arriba. Es como si mi ser deambulara entre hacerse infinitamente pequeño en el vientre de la madre o infinitamente grande en la soledad de Dios.

Pero normalmente me quedo a medio camino. Aún así me doy cuenta que soy simultáneamente dos, siempre uno más uno, a veces uno detrás del otro, arriba o abajo, dentro o fuera pero siempre dos. Y de esta dualidad me doy cuenta porque lo que pienso y lo que digo no son lo mismo como si dos personas dentro de mí tuvieran poderosas razones para pensar o decir lo que dicen. También hay diferencia entre lo que digo y lo que hago, entre lo que hago y el por qué lo hago. Se abre entonces una brecha entre mis convicciones fuertemente arraigadas y mi manera de ser, entre lo que yo creo ser y lo que realmente soy; es como si estuvieran peleados el corazón y la cabeza.

Por ejemplo, cuando mi corazón se calienta con bellos sentimientos, mi cabeza se enfría con poderosas razones, y al revés, cuando mi cabeza se calienta en oposiciones irreconciliables, mi corazón se desacompasa, pierde ritmo y se resfría. Casi nunca van al unísono.

Ahora bien, no es nada fácil la tarea del corazón a medio camino entre las altas filosofías y los bajos instintos. Cuando el deseo empuja el corazón lo desmiente creyendo que no estará a la altura de las circunstancias. Cuando el corazón se inflama, el deseo por el contrario se deshincha, decae o se desorienta sin decir por qué. Cuando el corazón ha recreado una situación en armonía va el deseo buscando riesgo, caos y aventura.

Llega un momento, lo entenderéis que me siento dos, o tres, o cuatro, y no sé a quién hacerle caso. Pienso pero también tengo sentimientos, intuyo pero también percibo. Amo, actúo pero también reflexiono, ¿puedo hacerlo todo a la vez?.

A veces creo que soy un centauro pues troto como un caballo, oteo el horizonte cual humano y disparo mis flechas queriendo alcanzar lo más divino. El animal que hay dentro de mí ruge y reclama, el dios que me habita me envía señales de humo a través del alma, de los sueños y de los disparates con los que tropiezo en la vida, ¿y yo?. A veces aullo, otras canto y también rezo.

Diría que estoy hecho de tierra y agua, de aire y fuego, que soy un trozo de montaña, una flor que germina, un animal que se despereza, una persona que conoce signos y símbolos con los cuales se comunica. Con esos mismos signos me pregunto ¿quién soy yo?. Me digo que soy también un niño, un viejo, un loco, un salvaje, un extranjero. Soy hombre y mujer, soy amante y amigo. He cruzado mares, he atravesado desiertos, he subido cumbres, he dormido bajo las estrellas, como todos vosotros. Podría ser un nómada, un indígena, un campesino. Podría navegar por la red informática, podría retirarme en el silencio del bosque.

No atino a encontrar señales de identidad que me reconforten, ser de un país, ser patriota, ser de tal o cual partido. Y es que, como decía, no soy uno sino muchos. Sin ser uno, me parece que el egoísmo no es más que un temor infantil. El etnocentrismo una falta de miras. La xenofobia o el racismo pesadillas colectivas de la razón. Me gusta pensar que las fronteras que ponemos los humanos no se divisan desde las alturas donde el planeta silencioso intercambia luces y sombras, mareas que van y vienen, bandadas de pájaros que atraviesan todas las nacionalidades sin pasar aduanas.

Cuando mi yo se empeña en una bandera, en un partido, en una familia y en una tierra, mi ser se siente exiliado. Pero sí, estas navidades, como todos vosotros, estaré con mi familia, en mi casa, en mi tierra, y comeré las recetas de la abuela, pero también me gustaría estar con vosotros, y cantar con todos aquellos que canten, y estar con todos aquellos que no puedan comer las recetas de ninguna abuela que son la mayoría en este mundo.

También sé que esto lo dice uno de mis yoes y otro dice que son meras palabras bonitas, y otro más que la realidad es como es, y aún otro habla de no caer en ilusiones. Quería daros un mensaje unitario y me ha salido una multiplicidad de intenciones. Quizá sea posible vivir en paz con la pluralidad que nos rodea por dentro y por fuera.

Julián Peragón




La enseñanza invisible

Así como la abeja recoge la esencia de la flor y se aleja sin destruir su esencia ni su perfume,
así el sabio peregrina en esta vida.

Dhammapada

 

Dice un viejo refrán chino que «los caminos fáciles no llevan lejos», dicho que nos viene a pelo para hablar de la enseñanza espiritual en estos momentos que abundan tantos métodos fáciles y tantos cursillos milagrosos acelerados que nos hacen perder de vista aquel otro aprendizaje espiritual de la mano del maestro que en la tradición requería años y años de un laborioso esfuerzo.

Podríamos decir a bocajarro que sólo se enseña lo que uno es, como si lo de menos fuera la letra y lo de veras importante fuera la intención que hay detrás que se percibe en la mirada o en el acto por más insignificante que éste sea. Enseñanza a menudo invisible que requiere de la presencia interna tanto del maestro como del discípulo y que los involucra en un proceso vivo que se cuece etapa tras etapa.

En India el maestro es más que un padre, es como un dios al que se le da la total confianza y absoluta entrega. Ahora, en nuestra actualidad, con la distancia que nos separa, las relaciones interpersonales han madurado en igualdad sin por ello perder el respeto hacia el otro, y nuestra relación con los maestros necesariamente ha cambiado.

La cuestión debería ser otra, aparte del cambio evidente de formas, ¿qué confianza habríamos de tener en alguien para atrevernos a dar un salto al vacío, más allá de nuestra ignorancia?. ¿Cuánta fe deberemos tener cuando lo que se nos pide en este camino largo de la autorrealización es dejar las pieles rígidas de seguridades y quedarnos invulnerables ante lo desconocido?.

No es de extrañar que en esta relación entre maestro y discípulo, como entre profesores y alumnos, tengan que haber unas exigencias mínimas por ambas partes para que el resultado tenga éxito, de la misma manera que no nos atrevemos a una relación larga de convivencia con un otro sin saber quién es éste y cómo reacciona ante las dificultades cotidianas.

Nos gustaría en este artículo ponernos en la piel de uno y otro; comprender los procesos y las etapas por las que tiene que pasar aquél; y ver, por último, los errores y las confusiones que curiosamente forman parte del camino.

 

El discípulo

El discípulo es cualquiera de nosotros que sintiendo que la vida es un impulso hacia delante lo transforma en anhelo de completitud. De la necesidad primordial que todos tenemos de querer mejorar , espera remontarse a un nivel más consciente. En este lance no se vive meramente una curiosidad intelectual, aparece una sed espiritual que nos deja insatisfechos tal vez porque la mitad de nuestra alma no es de este mundo. y añora la serenidad del espíritu.

En parte es uno el que se lanza a la vida deseoso de todas las promesas que nos trae el viento desde el horizonte, las mismas corrientes de pensamientos y de vivencias que cada época arrastran, pero otra parte, es esa misma vida, que nos conforma, que dosifica las lecciones del rosario que hemos de aprender y que se transforma en la verdadera y permanente maestra.

Entre aquel impulso febril y la resitencia de los hechos se crea una fricción que hemos de resolver. Entre la candidez de los primeros pasos y las múltiples incógnitas que se irán desplegando tendrá que aparecer el maestro.

Dicen que cuando el discípulo está preparado no tarda en aparecer aquél pues el maestro verdadero es una guía interna que nos pone en situación de superar pruebas cuando lo necesitamos de veras, y encuentra a las personas adecuadas que favorezcan ese proceso de comprensión.

El discípulo en la tradición india es shishya, el que tiene necesidad de recibir enseñanza. Este periodo consiste en un espíritu de búsqueda lleno de entusiasmo y pasión, única manera de acobardar a los miedos. Ahora bien, nos preguntamos, sin una idealización del camino a recorrer ¿empezaríamos a caminar?; sin el ego adolescente que quiere poder, fuerza, reconocimiento ¿abandonaríamos nuestra guarida infantil o nuestras conquistas ostentosas?. Es posible que sin la ilusión de aquel que quiere verse a sí mismo sin mácula o del que cree que los sueños pueden realizarse algún día no nos arriesgaríamos a las incomodidades del camino.

Y es que tras la lucha encarnizada con el dragón nos espera una bella princesa o tras la espera tediosa de la eternidad tiene que aparecer el príncipe anhelado. Mensajes de los cuentos iniciáticos, verdades del encuentro con nuestra alma, con el ángel olvidado de nuestro inconsciente, pero verdades a medias, pues nunca la princesa será igual de dulce como la soñábamos o el príncipe tan impecable como hubiéramos querido.

Nuestro ego empujado por las limitaciones que siente, y persiguiendo la gloria que le falta, camina. Camina de momento sin orientación.

 

El camino

El camino es largo, lo sabemos, metáfora tal vez de los innumerables obstáculos con los que nuestra inconsciencia tropieza. Pero también el camino es una paradoja pues de hecho no existe como tal. Habríamos de recordar aquella cita del chamán Don Juan cuando le dice a Carlos Castaneda que los caminos no llevan a ningún sitio salvo, acaso, a uno mismo. Y es que el camino es un ciego laberinto que da vueltas y vueltas sobre los mismos recodos hasta que descubrimos que el camino rodeaba un centro, y ese centro no está lejos del corazón, también llamado uno mismo.

Tal vez el camino sea el espejismo del cambio y el maestro un malabarista de ilusiones para hacernos llegar a lo real de una forma consciente.

Así, el camino, aparece como un ardid de la tradición que hay que andar para llegar adonde ya estábamos. Más acertado sería decir junto a Walt Whitman «estoy con mi visión soy un vagabundo en un viaje perpétuo».

 

El encuentro

Todo maestro no es nuestro maestro, aunque deberíamos aprender de la piedra, del niño y del loco, de todo aquello que se mantiene fiel a sí mismo lejos de las máscaras. Ahora bien, cuando sentimos que alguien nos impacta de tal manera que hace de catalizador de nuestro proceso interior entonces hemos encontrado al maestro.

Es posible que haya algo que les trascienda a los dos pues formamos parte de una cadena invisible en la cual cada eslabón tira y es tirado del siguiente. También es posible que se dé un periodo de tanteo donde cada uno sienta el temple y el estusiamo en este lance del conocimiento interior. Una vez reconocido las esencias es posible empezar la enseñanza propiamente dicha.

Puede que el encuentro no sea fortuito y tenga razón Herman Hess cuando decía que todo encuentro es una cita.

 

La enseñanza

Desaprender. Empieza el largo proceso de desaprender pues sin quitarnos el viejo vestido de los formalismos sociales que sirvieron en otra época no integraremos fácilmente un nuevo vestido, otra visión de las cosas. Pues la visión del sabio es parecida a la del arcano del colgado en el Tarot que está cabeza abajo, símbolo de que ve al revés de la normalidad de las personas, que puede captar la doblez de la vida, lo que aparentemente está oculto.

Subconsciente. En este proceso de desaprender, el maestro no se enfoca solamente hacia lo consciente pues se necesita educar al subconsciente pues será el suelo fértil de la posterior realización personal.

Diferentes niveles. Habrá que sentir que la repetición es necesaria, habilidad del maestro para proponer la misma enseñanza en diferentes niveles, bajo una perspectiva nueva.

Dificultades. Por eso no es conveniente atajar de frente las dificultades sino más bien rodearlas. Aún más, utilizar el error como fuente de aprendizaje, como camino alternativo para conocerse uno mismo.

Inseguridades. Si, en este proceso, potenciáramos sólo la fuerza y el acierto, estaríamos creando un castillo en el aire de falsas seguridades. Las debilidades es lo primero que hemos de encontrar para reconocer cual es nuestra frontera con el mundo. Las inseguridades también son una fuente de riqueza que mantiene el nivel de atención sin agrandar el ego. Pues el camino interior no es, como se podría pensar al inicio, un camino de perfección, de excelencias humanas, sino un camino de aceptación donde la fuerza y la debilidad, la consciencia y la inconsciencia, en definitiva, nuestra luz y nuestra sombra son partes de un mismo proceso, de una realidad multipolar.

Rutina. Así es necesario romper con la rutina y abrirnos a un universo nuevo a cada instante. Lo que la cultura ha matado o sepultado bajo el asfalto, la mirada nueva encuentra los resquicios para una nueva vida.

De esta forma nos hacemos fuertes, no ante respuestas prefabricadas o enseñanzas fijas que nos da el maestro, sino fuertes ante lo novedoso, hábiles en la improvisación, sutiles en lo desconocido.

Acción esencial. Aprendemos a actuar cuidando los detalles pero sin obsesión, con esa cierta distancia que preserva nuestra libertad.

Diríamos que el sabio es exigente por dentro y tolerante por fuera pues no se deja atrapar por la imediatez del conflicto ya que está referido a un todo mayor del cual todos formamos parte.

Esta será la enseñanza básica del maestro, la conciencia de la acción en el mundo, la comprensión del karma, de las innumerables consecuencias que tienen nuestros actos y de la precaución al querer atesorar los resultados de aquellos.

Por eso el mayor tesoro en el camino interior es la ecuanimidad ante el éxito como ante el fracaso puesto que el camino se hace a base de muchos trompicones.

Sugestión. No es raro que el maestro utilice la sugestión mental tal como se ha representado en el Baghavad Gita entre Krishna y Arjuna, donde la encarnación de la divinidad utiliza todos sus recursos para elevar el desánimo del príncipe guerrero a la batalla.

Guerrero. El discípulo debe convertirse en un guerrero espiritual, debe sentir la vida como una lucha entre la inercia y la conciencia tal como Arjuna debe enfrentarse en la batalla a los cientos de Kauravas, símbolo de las bajas pasiones.

Sentidos. Batalla también a los sentidos, mejor dicho, a la ilusión del mundo que recrean éstos. Dominar los sentidos para captar lo que no tiene voz, lo que no desparrama brillo, lo que se mantiene a la espera de ser escuchado, reconocido. Es el poder de replegar los sentidos para permanencer concentrado, arrobado, extático.

Y es el maestro que sella estos pasos que hace el discípulo, que pone en juego las experiencias que el alumno está preparado a vivir.

 

La iniciación

La iniciación debería ser un proceso final en ese camino de aprendizaje junto al maestro. Iniciarse es como nacer de nuevo, nacer a una realidad espiritual donde el espíritu tiene más consistencia que la mano que vemos delante de nuestros ojos.

En ese segundo nacimiento el impulso de conquista, el éxito asociado al ego, la búsqueda de placer o beneficio deja paso a una actitud mediadora ante el mundo. No es que uno no tenga que luchar por la subsistencia, es que el iniciado se siente parte del todo y actúa desde unos criterios más amplios que los estríctamente egóticos. Uno renace a un nuevo cuerpo, una nueva mirada, una nueva vida llena de presencia.

Lo que anteriormente se había rechazado, ahora algo tiene que decirnos; a lo que uno estaba enganchado, ahora deja de interesarnos.

Es el momento cuando nos sentimos religados a lo más alto, conseguido ya el camino de la introspección.

Uno no huye del silencio ni de la soledad, me atrevería a decir que no asusta tanto la muerte porque se siente que hay algo en uno que está en todo y que nunca muere.

El nombre a veces cambia, como cambian los hábitos, como cambian las palabras que utilizamos para recordarnos nuestro compromiso con el nuevo despertar.

Lo evidente en toda iniciación en un hondo sentimiento de gratitud ante todo lo recibido, ante la magia del mundo, y por tanto, una gratitud que se transforma en responsabilidad, conscientes de que lo divino se está haciendo a cada instante y que uno forma parte de esta obra.

 

El maestro

En la díada maestro-discípulo, desde un punto de vista, aquél es el que menos importancia tiene por más deificado que el maestro esté. De la misma manera que entre el dios y el héroe, el protagonista de la historia es siempre el héroe o la heroína pues ponen en juego la misma esencia de la humanidad, que es lo que importa. El dios o el maestro ya están encumbrados y están al servicio de la humanidad que lucha, nada más. Por eso cada bebé en el mundo es adorado por los adultos porque representa las máximas potencialidades de una vida nueva.

Lo anterior sirve para indicar que el maestro bebe de la humildad, que es la vida la que lo pone ahí frente a la enseñanza y no solamente sus propios méritos. Tampoco es la cantidad de conocimientos lo que importa sino la capacidad de paciencia amorosa y la disponibilidad. Ni siquiera podemos valorar a un maestro por su discurso brillante, por la exégesis que hace de los libros sagrados sino por lo que desencadena a nivel consciente entre sus discípulos y por la habilidad de sacar el máximo de provecho de los recursos personales de éstos.

Pero sobre todo el maestro es el que sabe imprimir la validez de una práctica duradera en el discípulo y que ésta sea inteligente, que tenga en cuenta de dónde se parte y adónde se quiere llegar, de cuáles son las estrategias a seguir según las dificultades encontradas.

No obstante, hay que esperar que se establezca un diálogo más allá del cúmulo de técnicas y sutras sagrados, un diálogo silencioso entre el aprendiz que reconoce el conocimiento y la experiencia vivida en el maestro, y de éste que cree profundamente en las potencialidades de su discípulo.

 

La confusión del maestro

Juan de la Cruz decía que para ir a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe. Es incierto el largo camino pues muchos son los que se han desviado o que se han entretenido en un brazo del laberinto. Otros se han quedado a medias pensando que una experiencia cumbre de súbita iluminación ya daba por acabado un proceso que nada más acababa de empezar. Maestros que en su confusión han creado mucha más confusión. No obstante, podemos encontrar ciertos elementos claves en esta confusión.

Las palabras. Las palabras requieren prudencia, hay que medirlas en una balanza y poner en el otro platillo nuestra alma; si el fiel de la balanza se mantiene en su centro, las palabras se deslizan como pétalos de terciopelo y dan luz como luciérnagas en nuestra oscuridad. Pero si hay desequilibrio, si las palabras no responden a nuestra realidad, se articulan como grúas oxidadas que difícilmente se digieren y bien, atontan o adormecen.

En la maestría es peligroso que la fuente de enseñanza sea sólo el discurso, la arenga, la doctrina. Porque según el sentido común, hablar tanto es no decir nada ya que cabe el riesgo de que en la suma y resta secreta que hacen las palabras el saldo sea nulo o negativo. Habría que recordar constantemente satya, la virtud de la sinceridad, y hablar sólo para mostrar lo invisible, para captar las evidencias, para dar paso al corazón, esto es, para compartir.

Si la gran mayoría de maestros han utilizado la parábola, el cuento, los koan, los sutras y los acertijos sería para despojar al conocimiento de tanta palabra innecesaria, para que lo breve y lo conciso diera paso a lo fecundo así como una ola es el anuncio de un mar inconmesurable.

Sabiduría. Otra trampa para maestros listos y discípulos bobos es creer que el maestro tiene siempre una respuesta para todo, como si no fuéramos seres en medio del misterio. Es cierto que el maestro tiene una linterna para alumbrar el camino, luz que nos puede ayudar también a nosotros, pero la oscuridad de la noche no la mitiga ni todas las estrellas juntas del cielo. También lo decía Shakespeare en boca de Hamlet, «entre el cielo y la tierra hay más cosas de las que caben en tu filosofía».

Vendedores de sueños. Con cien verdades exóticas hilvanadas en un bonito collar y otro tanto de elixires milagrosos, ya estamos preparados para los encantamientos. Es fácil vender sueños, sueños holísticos planetarios aunque en el fondo sean los de uno, pero los sueños hay que encarnarlos porque sino transitan en pesadillas. Los sueños se compran porque los que los compran están un poco desesperados, porque el mundo es duro, porque la carga es pesada, porque la realidad se muestra anodina, en definitiva, porque el amor está ausente. Pero los sueños te suben a los cielos en una pretensión buena de elevarte por encima de los propios límites y, sin previo aviso, te dejan caer poniéndote verdaderamente a prueba. Y es que, hasta para soñar hay que estar preparado de antemano. Por eso vender sueños sin alas ni paracaídas es irresponsable.

No obstante, hay una magia honesta, magia de la transformación, de hacerse a sí mismo por encima de las dificultades. La magia también de regar la semilla de los que seguimos a los maestros para romper la ilusión de lo cotidiano, abriendo ventanas a nuevos horizontes. Pero esa otra magia de la que hemos hablado, que trampea las situaciones, que vende autoridades, que firma en las esquinas de lo divino como si fueran cuadros originales. Esa magia no nos conviene.

Poder. No estaría de más recordar que ni la flauta, ni siquiera el flautista, son la música que suena. Imagen precisa de que en la enseñanza es igual. El maestro es un instrumento a través del cual pasa una vida interna que puede ser mostrada a otros.

Cuando el maestro cree que es el poseedor del conocimiento hace de aquello un tesoro y se convierte en una llave que abre o cierra a su antojo sin darse cuenta que lo que tiene en realidad es la llave de su propia celda de oro.

Es cierto que el chamán, el maestro, juegan en un mundo de poderes de otra realidad pero si no se domina al poder, éste nos coge por el cuello y nos vampiriza. Y es que el poder no es de nadie, tiene que transitar hacia la situación que lo requiera sin mediar el ego, tiene que actuar para un bien mayor y no para nuestro propio interés.

También hay que decir, desde una realidad más psicológica, que en la transferencia de poder que hace el discípulo al maestro, éste debe retomarlo con la condición de devolverlo progresivamente, hacia la total autonomía de aquél, y no, como tanto se ha hecho, como servilismo que mantiene una jerarquía, un poder, unos privilegios.

Modelo. En la vida como en la enseñanza, un buen caminante no deja huella. El peligro que incurre el maestro al colocarse como modelo es que va a hacer una clonación de su persona y a conseguir un séquito de papagayos que repiten las mismas verdades. No hay más modelo que el propio, el de cada alumno o discípulo, ese que está plegadito en el inconsciente, aquello por lo cual nuestra vida puede tener una misión genuína. Pues no se trata de limitar las posibilidades a una sola sino la de enriquecernos con la diferencia. De ahí la escucha necesaria del maestro, la tolerancia con la verdad del otro, la comprensión de los mecanismos de cada uno. Y es que para enseñar deberíamos aprender a aprender, a sabernos poner en la piel del otro con toda la curiosidad del mundo por muchas vueltas que hayamos dado a éste.

 

La confusión del discípulo

Es la otra cara de la misma moneda. El maestro es el espejismo que nuestra inconsciencia crea. Buscamos en él o ella lo que nos gustaría ser y que nuestro temor bloquea. Por eso buscamos y mantenemos al guru tramposo que satisface nuestra idealidad antes que al maestro verdadero que nos pone frente a nuestras realidades más duras.

Cuando un maestro nos enseña a tomar partido de la inseguridad, del miedo y de la ignorancia es que nos ha enseñado algo esencial. Si en vez de esto, aquel nos muestra con una mano nuestra impotencia mientras con la otra nos señala la luna, es que nos hemos atado a una noria cual limitado asno.

Por eso, hay que estar muy atentos, porque hay maestros tan invisibles que se acercan, y recrean una situación donde hay contenida una importante lección, para marchar sin ser vistos.

Y es que cuando somos capaces de pensar libremente y de tomar las decisiones vitales de nuestra vida, el verdadero maestro se convierte en lo que de verdad ha sido siempre, un amigo.

Julián Peragón




Ser uno y trino

 

ALMA TRIPARTITA

Tal vez tenían razón Platón y Aristóteles cuando decían que el alma humana era tripartita, una parte sensible como las plantas, otra animada como en los animales, y una tercera inteligente propia de lo humano, o más cercana a lo divino. División sencilla que nos acercaba a una idea unitaria donde el alma humana debía englobar todos los estratos de la vida y eregirse en cúspide de la creación. Puede que fuera una manera de expresar que el hombre es una síntesis del universo y también que la división trinitaria de las cosas y los seres es el mínimo común denominador de la vida.

Es esta energía de vida que de una semilla y un trozo de tierra hace nacer una planta, o de macho y hembra engendrar un hijo. Así, el corazón del tres remite a este primer ciclo natural donde la tensión de los opuestos se resuelve en un tercero que los engloba y supera, tal como la síntesis sobrevuela entre la tesis y la antítesis.

Probablemente la primera mirada del ser humano se establece entre el cielo y la tierra, entre un arriba inmenso y un abajo más cercano, donde él se vive como puente, canal o mediador entre estos dos límites. Pero también, fuera de sí mismo, distingue tres mundos posibles, arriba el Cielo de los dioses y los ángeles, a ras de suelo el Mundo de los hombres y sus trifulcas, y bien abajo, el Infierno, un submundo tenebroso de diablos y monstruos de pesadilla. Al final, nos dijeron, la muerte todopoderosa sabrá llevar a unos a un mundo eterno de luz y a otros al también eterno mundo de sombras. Imágenes que en nuestra cultura occidental judeocristiana tanto han calado.

LA FECUNDIDAD DEL TRES

Sea en el espacio, arriba, aquí y abajo; sea en el tiempo, presente, pasado y futuro; o en la dinámica vital, nacimiento, vida y muerte, en la misma naturaleza de los cuerpos, sólido, líquido y gaseoso, éste esquema trinitario se vuelve muy poderoso. El número tres aporta una mayor armonía pues reproduce en su interior la dinámica de la unidad.

Creemos que esta dinámica ya la tenía en cuenta San Agustín, padre y pilar de la Iglesia Católica en la Edad Media, que aunque maniqueo en sus orígenes pues dividía el mundo entre bueno y malo, oscuro y luminoso, donde el ser humano debía batallar con su parte pecadora en pos de la divina, supo reconocer tres facetas en el camino del religioso cuando decía que teníamos que ir de fuera hacia dentro, y de dentro hacia arriba. Algo así como ir del Mundo hacia el Alma, y de ésta hacia Dios. Trascender el mundo donde reina el caos y el pecado y llegar a Dios, aunque él lo representaba a través de la iglesia para ir de la civitas terrena a la civitas Dei.

También encontramos un reflejo en la mitología pues la constelación de Sagitario representada por un centauro arquero nos sugiere la imagen del hombre completo, la triple naturaleza, una parte como animal, otra como humana y una última como anhelo divino representada por la tensión del arco y la flecha que apunta al mismo centro del universo, tal vez en busca de sentido y unidad. Cierto es que, en general, los centauros son reflejo de la naturaleza inferior, de la escisión del individuo entre lo instintivo y la razón, pero también nos recuerdan la posibilidad de sublimación, el tránsito imaginable de lo inconsciente a lo consciente.

Como decíamos, el ser humano refleja en su seno esta imagen tripartita donde el Mundo es a su cuerpo, su Alma se aviene a su mente y Dios es su misma espiritualidad. Cuerpo, mente y espíritu como las tres aristas que tiene nuestro ser. Concepciones del ser que habitualmente aceptamos.

 

PECHO, VIENTRE Y CABEZA

Cabría profundizar aún más en este esquema pues si arriba es como abajo en la tradición esotérica, y el microcosmos es un reflejo del macrocosmos, tenemos que inferir que la misma energía que se mueve en un plano afecta también a los planos sucesivos. Veamos por ejemplo nuestro cuerpo, tal como lo solíamos dividir en la escuela en cabeza, tronco y extremidades. Si continuamos con una extremidad cualquiera como el brazo, también lo dividíamos al mismo tiempo en tres: brazo, antebrazo y mano. La mano en carpo, metacarpo y dedos, y éstos en tres falanges. Es como si el cuerpo secretamente se estructurara arquetípicamente a través del tres, como también se divide en el dos, en el cinco, en el sietedos ojos, dos orejas, cinco dedos, cinco vértebras lumbares, siete, chackras, siete vértebras cervicales, nueve orificios, doce costillas, etc.

Si profundizamos en el tres, tenemos sólo tres áreas en el cuerpo, tres cavidades herméticas. El cráneo que envuelve el cerebro; espacio superprotegido y compacto. El pecho que rodea pulmones y corazón a través de las costillas semiflexibles; y por último el vientre, gran espacio que contiene las vísceras recogidas por músculos y fascias, con el soporte de la pelvis.

Tres espacios bien diferenciados pero que van más allá de sus órganos correspondientes. En nuestra cultura señalamos la cabeza cuando nos referimos a la mente, mente pensante. Nos golpeamos el pecho cuando decimos yo, orgullosos o ufanos, nos llevamos las manos al vientre cuando estamos satisfechos. Y en cierta manera, el vientre transforma alimentos gratificantes, lo mismo que el pecho elabora sentimientos, y la cabeza opera con los pensamientos, con lo más abstracto.

Nos volvemos a encontrar con el alma tripartita en sus tres vertientes, por un lado el vientre-cuerpo-mundo, en medio el pecho-mente- alma, y arriba, cabeza-espíritu-Dios. Si, por último, pudiéramos añadir las expresiones de cada área, creemos que la fuerza y el coraje son las expresiones del vientre, el amor la vocación del pecho y la sabiduría la orientación de la cabeza.

 

SOMOS UN TODO CONTINUUM

Ahora bien, si insistimos, sin más, en esta partición entraríamos en una paradoja insalvable pues hace mucho que estamos hablando de una globalidad, de un ser en perpétua interrelación con todo lo que existe.

Hace mucho que queremos salir de la fragmentación a la que nos somete la cultura cuando reprime al cuerpo por seguir sus instintos, o cuando se censura al individuo por seguir sus ideas.

Nos lo muestra el yoga milenario que habla profundamente de unión, de tomar conciencia del cuerpo, de conectar con el alma de las cosas, de sentir el dios que habita dormido en cada uno de nosotros. Nos lo recuerdan las religiones en su origen que hablan de la necesidad que tiene el ser humano de religarse con todo lo que existe, como el canto que hace San Francisco de Asís a todas las criaturas en alabanza a Dios, al hermano sol y la hermana luna, al viento, al agua y al fuego, a la madre tierra y a la hermana muerte de la cual ningún ser viviente puede escapar.

Y es el mismo objetivo de unión que se proponen en las terapias alternativas para hacer salir al individuo del pozo oscuro del alma que es la neurosis. Desconexión donde el cuerpo se niega o se pervierte, el alma se excede o se culpabiliza, y el espíritu insensible se fanatiza.

 

CUERPO, MENTE Y ESPÍRITU

Es curioso este maleable juego de opuestos. Tal vez sea así el juego eterno entre la luz y la sombra que se persiguen sin descanso. El mundo, con su misma naturaleza temporal, nos lleva a la fragmentación, a la multiplicidad, a los límites y a las fronteras mientras lo espiritual nos recoge en lo esencial, nos recuerda la unidad de la vida y nos redime de nuestras faltas. Uno grávido sumido en los cambios, en la caducidad; el otro, inefable, fiel a sí mismo.

También cuerpo y mente juegan al mismo juego pues uno es realidad tangible, de carne y hueso, con su límite de piel claro y doloroso que crece o envejece día a día, mientras que la mente se sueña ilimitada, con ideas tan poderosas que cambian la faz de la tierra. Y nos preguntamos a menudo si no serán ambos polos de un mismo proceso, cara y cruz de la misma moneda.

Hay quien dice que el cuerpo es el lugar del inconsciente que absorbe como esponja las tensiones más sutiles del alma. Durante años, en las lecturas corporales, hemos visto claramente que la historia precisa de cada individuo, su relación con el padre y con la madre, sus inseguridades y sus complejos están esculpidos a fuego en el cuerpo. Y hemos visto que el cuerpo es un símbolo viviente que asume todas las categorías que también alimentan nuestra mente. El desequilibrio entre derecha e izquierda pudiéra tener que ver con la desigualdad entre fuerza y sensibilidad, entre masculino y femenino, padre y madre. El desplazamiento del cuerpo hacia delante o hacia atrás podríamos relacionarlo con la orientación y la avidez en el futuro o el acatamiento del pasado, es decir, el desajuste entre acción y pasividad. Cuando encontramos desigualdad entre arriba y abajo en el cuerpo, pensamos que puede haber desequilibrio entre instinto y razón, entre lo social y lo íntimo. O cuando la respiración no es armónica podemos buscar en el tomar y el dar, así como en la inspiración-vida, o el abandono-muerte. O puede que no sea así pues el cuerpo-mente-espíritu tiene tantas posibilidades que sólo acertamos a leer algunos renglones.

Es impresionante descubrir cómo una parte del cuerpo expresa una edad diferente a otra, como cambia el color de la piel en un lado o en otro, las diferencias en el tono, la fuerza y la sensibilidad. Pero más curioso todavía es sentir al cuerpo como una memoria de pliegues, como una cristalización de actitudes. Datos suficientes para acogernos al Tantra y sentir la necesidad de volver sagrado el cuerpo pues en él reside la máxima potencialidad de cambio y de transformación.

Al otro lado, es cierto que la mente nos resulta laberíntica, pero podemos señalar también una parte consciente, que está en vigilia y que se da cuenta de las cosas, de otra parte subconsciente o inconsciente, que a veces forma parte de los sueños y que es, en relación a la primera, la parte enorme sumergida del iceberg de nuestra conciencia. Los sabios nos hablarán de una tercera mente, la mente plenamente consciente, o supraconsciente, diríamos meditativa, o en boca del chamán Don Juan Matus, es la mente que se encuentra en un estado acrecentado de consciencia, donde se perciben los hilos invisibles, aprovechando una imagen más poética, que tejen la interrelación del mundo.

Por último, el espíritu, por principio, es lo indivisible, así que hablar de la división de éste, de alguna manera, es un sacrilegio. No obstante, tendríamos que pedir ayuda a los iluminados y a los santos, y contrastar con ellos si hay de verdad estratificación como en las potestades de ángeles, si la iluminación pasa por diferentes mundos espirituales, si hay más de un cielo.

 

PURA ENERGÍA

Con todo, nos tendremos que acoger a la misma tradición cristiana cuando sentencia que Dios es uno y trino. También nosotros somos tres y simultáneamente somos uno, y esto es algo que la razón no entiende pero que el corazón bien sabe pues está acostumbrado a la complementariedad, a la síntesis de los opuestos, a ser dejando de ser cuando se ama mucho.

Sentimos que cuerpo, mente y espíritu son la misma cosa en diferente octava, son diferentes sedimentaciones de un mismo barro, forman parte de un mismo paisaje como cuando embelesados contemplamos la nube, el mar y la montaña nevada que en lo más recóndito son la misma cosa, agua pura. ¿Tendríamos que decir que también nosotros somos pura energía?.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Ser anfibio

 

Cuando nacemos somos como un pequeño animal anfibio torpemente surgiendo de su medio acuoso que se le ha ido quedando pequeño y emerge con dolor a otro enormemente más grande y desconocido. Salimos de un oasis fusional para abocarnos, sin más armas que nuestra fragilidad, a un universo todavía caleidoscópico de pura sensación.

No sabemos todavía que se llama mundo ni que nos llamamos bebé, no sabemos de ninguna frontera. A ciegas sabemos de la fruición de nuestra boca por encontrar alimento hasta que la piel se vaya convirtiendo en esponja para absorber mimos, gestos y actitudes.

El paso del tiempo nos aclara las cosas, sus signos, sus metamorfosis, pero nuestro primerizo ego es puro impulso, llamarada de necesidades. Sin mediar diálogo nos van indicando sin pausa que lo espontáneo es inadecuado. El imperativo se impone como voz de mando, no toques, estate quieto, calla, siéntate, no molestes

Nos hablan de educación cuando de verdad son modelos de adoctrinamiento que caen como losas borrando las tempranas huellas de nuestro autodescubrimiento. Hay poco margen para el Ser que somos como poco tiempo para la escucha. El mundo, lo sabemos, empuja cruel, pragmático, uniformando, por el bien de todos, a todos.

Antes nos encerraban a los seis años, edad escolar, ahora con las mayores prisas nos guardan bien pequeños, cuando apenas afloran dos ferocidades de leche. Cantando nos enseñan las letras que luego se transformarán en deberes. Hay que saber mucho con ese vocabulario para dar y recibir órdenes, para comprender un mundo cada vez más hipercomplejo, dominar la terminología de nuestro gremio superespecializado. El lenguaje se convierte en el poder de mostrar pero simultáneamente en la habilidad de ocultar. Al final las ideas habrá que venderlas.

El lenguaje de la vida se parece al vuelo de un pájaro, al gateo de un felino, pero el lenguaje del hombre se infla en oposición a lo natural, en la certeza que la cultura y la naturaleza no tienen raíces comunes que las alimenten, en la prepotencia de que el hombre es superior al órden natural del cual nació. Visto que su mente es más poderosa que su cuerpo, y su palabra más certera que los mismos hechos.

Pero de aquel otro lenguaje anfibio y fusional que recorría las entrañas como ondas de una mayor sensibilidad y que comprendía como la luz súbita del rayo las corazonadas y las intuiciones, de ese protolenguaje sólo quedaron ecos, refugiado en las voces de los sueños, cuando nos entreteníamos ensimismados en cualquier insecto, cuando nos salía la heroicidad ante la menor trifulca infantil.

En esta confusión nos hallamos muchos que al mirar al fondo oscuro de nosotros mismos no vemos nada. Castrados en lo sutil sin la pericia de la introspección natural, nuestro interior aparece estéril o abominable, algo de lo que escapar o a lo que perseguir, y de hecho, para la sociedad es un cajón de sastre o la misma caja de Pandora.

Evidentemente es la sociedad que llevamos dentro, que está introyectada, pero que se huele en las estructuras políticas, religiosas y sociales, y que cuando se ha armado lo suficiente de recursos, cuando ha «madurado» en intenciones democráticas, y ha engrasado la máquina civilizadora nos encierra a los locos en el manicomio, a los ancianos inservibles nos pone en el asilo, a los criminales y revolucionarios nos clausura en la cárcel, a los enfermos en hospitales blancos. Hasta la memoria de los muertos olvidada en una esquela mortuoria y en un ataúd dentro de una tumba en el cementerio.

Orden ciego que quiere que en el mismo momento los hombres estemos en las fábricas, los niños en las escuelas y las mujeres en casa. Que en la vía pública se respire orden, limpieza y normalidad.

Esa normalidad que nadie sabe como es pero que parasita en el ojo crítico que teme la diferencia. Una normalidad que dictatorialmente encoge el alma de lo genuino que llevamos dentro y se empobrece de la riqueza que supone un otro diferente con quien dialogar, ¿podríamos decir amar?.

Exorcizados la muerte, la deformidad, la fealdad, la enfermedad, la misma espontaneidad y la locura, nos queda la salvaguarda de nuestros valores y pertenencias, del honor y los sempiternos tabúes, los intereses creados, los dioses sacralizados, la patria.

Y hay a quien le parece excesivo esto, cuando no se relaciona prosperidad con deuda del tercer mundo, especulación financiera con hambrunas, democracia formal con corrupciones político-militares consentidas por los países ricos. ¿Cómo no relacionar empresas armamentísticas con guerras fronterizas generalizadas?. ¡Tantas cosas! que la fragmentación de los medios y la saturación de la información no nos permiten asociar.

Diríamos que éste es uno de los problemas de la normalidad que no relaciona su impecable imagen con la sombra nefasta que proyecta.

P ero quién se acuerda de aquel animal anfibio que éramos. Desconfiando de nuestra interioridad creamos nuestro yo a retazos de imágenes magnificadas de nuestros ídolos, de las seguridades prometidas por nuestros tutores. A ese juego de luces y de reflejos de otros tantos reflejos lo llamamos ego. Y temerosos de la disolución de éste le pusimos lastre y contrafuertes, pues a respaldo de esta edificación nos sentimos engañosamente protegidos en la pretensión de tener el control sobre sí mismo.

En el sótano, humedo y enrarecido, el animal de aguas cristalinas olvidado, cuando no reprimido, se tornó deforme. Los bajos de la torre amurallada se convirtieron en laberinto y en sus entresijos la bestia rugió. Ese animalito que tentó tiernamente con su boca ansiosa de leche tibia clama venganza.

Una vez reconocido al impostor que con su ojo clarividente, cual faro cegador, deja en penumbras al resto, es propio que la otredad que nos habita reclame compulsivamente su lugar usurpado. Dicen que el ego se identifica con la función dominante y que la mente, reina de las visiones y las cosmologías, lo alimenta. El ego se corona lleno de ínfulas de grandiosidad creyéndose firme, estable y permanente.

¿Cómo es que polarizamos lo que somos y ponemos tantas fronteras entre el cuerpo y el alma, entre lo que soy y lo que debo ser?. ¿Por qué la personalidad se torna máscara olvidadiza de la globalidad que somos?.

Pensando que la vida es sólo vida, luz, vigilia, poder y reconocimiento, olvidamos que también es muerte, error, imperfección, angustia e inseguridad. Se cierne así el temor a la sombra, a lo informe, a la ambigüedad, al terrible vacío. Nos asusta el riesgo de dejar de ser, devenir en nada. Nos aterra que en el postrer momento, al perder las fuerzas, la muerte diga la última palabra cuestionadora sobre aquellas ruinas sobre las que edificamos nuestra efímera gloria.

Sabemos que en la noche la bestia acecha y las pesadillas encogen el corazón. También los equívocos y los actos fallidos nos hacen tambalear. Los golpes, sin más, de la vida dejan las heridas demasiado tiernas y el destino nos coge desprevenidos justo donde más nos duele. Tal vez esto clarifique por qué el ego se vuelve impermeable, por que se insensibiliza tanto.

Pero también el ego tiene sus guaridas. La personalidad hace referencia a la máscara; máscara que pretende amplificar eso que somos pues en el acto limpio de ser a veces nos quedamos en silencio, sin voz ni modos para expresar nuestra riqueza. Es por eso que nos asomamos al abismo hueco de la personalidad para que nuestro grito tenga eco. La personalidad nos haría personas si pudiéramos discriminar fácilmente la forma de la esencia. Pues la máscara debe caer tarde o temprano como caen las hojas de árboles caducos. Y es en nuestro otoño cuando la madurez del ser pierde la avidez externa y se reconforta en lo más íntimo.

También el carácter que es mitad carne y mitad espíritu, nos recuerda que tenemos muchas cosas grabadas con saliva y con sangre, fruto de nuestros condicionamientos. No obstante también se percibe un aroma que traemos del otro lado del mundo.

El problema aparecerá una vez más cuando nos encontremos con un ego sordo que cree que somos sólo eso, la impronta que deja la vida en nosotros. Que únicamente somos el cúmulo de instantes mal recordados sobre la percha de nuestras ilusiones, sin llegarnos a preguntar siquiera, ¿quiénes somos?, ¿quién realmente vive en nosotros?.

Tendríamos que dudar del carácter que no se reconoce en el destino que él mismo amasa con sus manos. O de la neurosis que nos vuelve sordos a nuestras propias motivaciones. Del yo que aliena obcecadamente todo lo ajeno. También habríamos de dudar de la personalidad que enmascara en tantos momentos lo interno. Personajes todos ellos de un mismo teatro de sombras.

Todo lo que no somos nos lleva al engaño que alimenta la raíz del sufrimiento. En cambio, para señalar lo que sí somos nos faltan palabras, nos falta incluso la certeza de la experiencia.

Si dijéramos, por cierto, que el ego no existe nos tomarían por locos; si nos preguntaran qué hay en el núcleo de uno mismo tendríamos que responder que nada. Que el si mismo es una permanente relación con el mundo, una red de redes tan acuosa como el agua, tan volátil como el viento, tan intensa como el fuego que quema. Y esa relación permanente se parece a la música que suena modulándose en cada estrofa o al danzarín que se mantiene en equilibrio mientras hay movimiento.

¿Y el ego?, el ego tiene su cometido, llevar el ritmo, ordenar las partituras, recordar los instantes precisos. Facilitar el trueque con el exterior y recordar, muy importante, que en esta música de la vida él no crea la melodía pero ayuda a que las condiciones sean adecuadas.

Los antiguos ya nos dijeron que el ser humano llega a este mundo dormido y que la única religión es la del despertar, como si la vigilia del alma fuera ese momento llamado satori, samadhi o iluminación, aunque sería mejor olvidar estas palabras, momento donde uno se descubre religado a todo lo que existe. Otra vez aparece el animal anfibio pero ahora que toda la inmensidad del mar por delante y con la libertad de emerger a la tierra digamos de realidades.

Nos dijeron que habíamos perdido el paraíso y que tras el fino barniz de civilización que respiramos se esconde un homo sapiens demens. Porque detrás de la afirmación en las razones más poderosas que han movido la historia se esconde un ser iracundo capaz de las torturas más horrendas, de masacres y genocidios. Es como si la barbarie y la intolerancia anidara en los fondos de la apisonadora que llamamos avance del progreso.

Ese loco que teme quedarse solo y que para sobrevivir elabora un mecanismo muy fino de adjudicación de la culpa, expoliando sus fantasmas fuera, ese loco tiene que volverse sabio.

Gran parte de lo que se ha llamado filosofía perenne se basa en cómo destronar a ese loco bravucón y engreído. Para ello tendrá que perder la inocencia pues así como la historia se ha reafirmado sobre la sangre de la conquista y la aniquilación de los otros, también nuestra biografía se teje sobre la aniquilación de lo sensible, la muerte del espíritu, tenida como necesaria para soportar el impacto atroz de la vida.

Perder la inocencia para recuperar la inocencia. Paradoja que encierra la verdad de nuestro niño interno. Y es que se trata de eso, conscientes de la fugacidad de la vida, de la presencia omnipotente de la muerte, la futilidad de nuestros sueños y la impotencia de nuestros actos, soltar una enorme y sonora carcajada.

 

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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