Âsana: tiempos de vivencia
Âsana como un proceso
El âsana al igual que el yoga o nuestro propio camino es un proceso. Un proceso que se despliega armoniosamente en el tiempo para llegar a un objetivo deseado. Y este proceso tiene unas fases, etapas por las que hay que transitar de igual manera que un alpinista tiene que rodear la montaña para encontrar la vía más adecuada de ascensión a la cumbre.
Estas fases, estos tiempos de vivencia en la realización de âsana varían de intensidad y el tiempo de duración cambia dependiendo de la persona que la ejecuta. Estas fases por supuesto que no son absolutas sino meramente indicativas encontrando, tal vez, otras fases o subfases que ahonden o maticen lo dicho a continuación.
Imaginemos pues estas fases. Imaginemos que estamos en medio de una serie de Yoga teniendo en cuenta que toda serie pasa por unas fases concretas pero de las cuales ahora no hablaremos. Cojamos la lupa no para ver el metabolismo externo de esa serie, sino el metabolismo interno de un âsana, sus entrañas, sus entresijos.
Imaginemos que acabamos de hacer dvipâda pitham, esta postura que es como un pequeño puente, una mesa pequeña de dos patas, y que la postura siguiente es una postura invertida, sarvangâsana, conocida como la postura de la vela. Veamos las fases a tener en cuenta.
Tendríamos que decir de entrada que para que una melodía sea tal no basta con colocar una nota al lado de otra, el músico tiene que sentir esa ligazón que vincula una nota con otra hasta hacer un párrafo musical y así toda una pieza. El profesor/a de Yoga también tiene que hacer música, tiene que sentir su hacer como el arte de ligar una postura con otra sin que medie violencia, sobreesfuerzo o insustancialidad, algo que se propone sin saber adonde va.
1. Darse tiempo
Mientras estamos estirados en el suelo nos damos tiempo, un tiempo necesario para ir hacia un punto neutro desde donde afrontar la nueva postura sin la carga de la anterior. Este darnos tiempo nos está diciendo que cerremos bien lo anterior para quedar disponibles ante lo nuevo.
2. Tiempo de escucha
Pues estamos en dvipâda pitham y sabemos que esta postura está preparando sarvangâsana al abrir la parte alta dorsal y las cervicales. Hemos bajado vértebra a vértebra y hemos estirado las piernas hasta quedar en savâsana. Cuando queremos saltar un pequeño arroyo, lo primero que hacemos es acercarnos a él, ver la distancia y medir nuestras fuerzas, tomar carrerilla y dar un impulso para alcanzar la otra orilla con holgura. En este tiempo de escucha en el âsana pasa igual, uno debe «medir» las fuerzas de ese momento para ver si puede llegar con relativa comodidad a la siguiente postura o debiera introducir elementos de autorregulación. Tal vez esa escucha nos aconseje hoy hacer la postura contra la pared, hacer viparitakarani, o simplemente no hacerla.
3. Tiempo de visualización
La mente es guía del cuerpo y su función es la de anticipar lo que viene a continuación. De la misma manera que pensar en una deliciosa comida nos provoca la preparación del sistema digestivo y de sus jugos gástricos, la visualización antes de realizar un âsana activa una memoria celular que nos facilta la realización de la misma. Esa memoria del cuerpo es fruto de nuestra experiencia en esa postura a lo largo del tiempo y también la que se activa con la adecuada coordinación previa entre movimientos. Es como poner vaselina para que todo encaje mejor, o por poner otro ejemplo, el momento en el que el director de orquesta alza por primera vez la batuta teniendo ya integrada toda la sinfonía.
4. Tiempo de realización
Es pues el momento de llegar a alcanzar la postura estática. Puede ser una secuencia de posturas entrelazadas más o menos larga aunque lo importante aquí es la conciencia de lo que se está haciendo. Queremos realizar sarvangâsana y para establecernos en ella no hay un sólo camino, quizás cada uno pueda encontrar su sendero. Por ejemplo, podríamos doblar lentamente las piernas contra el pecho y desde aquí elevarlas a la vertical para estirar las piernas y la parte baja de la espalda. A continuación podríamos elevar la cabeza para dar espacio a las cervicales y zona dorsal. Desde esta posición nos damos un impulso con las manos para llevar las piernas hacia atrás dándonos la posibilidad de colocar las manos en la espalda, y por último llevar las piernas a la vertical.
Hemos partido de savâsana y ya estamos en sarvangâsana. La secuencia era precisa, su función era la de llegar a la postura con el menor esfuerzo. Todas las pautas que implican a âsana son válidas para este tiempo de realización. Hay que estar presentes, con la conciencia de la respiración, con la mínima tensión, etc. Como imagen podríamos decir que todo el yoga es una única postura que después en cada serie se actualiza o se despliega en numerosas âsanas.
5. Tiempo de autorregulación
Los que hemos tenido una educación rígida de pequeños en la escuela estamos más o menos vacunados contra el modelo fijo ante el cual no cabe ninguna otra verdad. “Es así, y no hay nada más que decir. Esto es lo correcto y esto otro no”. Sin embargo, el Yoga que es un camino de autorrealización, de búsqueda personal nos propone otro modelo, mejor dicho, un contra-modelo. Para ello tenemos la idea de autorregulación. Para mantener ese delicado equilibrio de sthira-sukha del que hablábamos anteriormente, cada uno debería tener la capacidad y los medios adecuados para saberse regular, pues no se trata ya del modelo como de «mi» modelo. La verdad con mayúscula tiende a impotentizar, sin embargo la verdad de cada uno es liberadora. Por tanto, para encontrar «mi» verdad en sarvangâsana, quizás deba abrir o cerrar un poco los codos, doblar un poco las piernas o disminuir la vertical de la postura. Está claro que esta autorregulación debe estar dentro de unos cauces marcados en la práctica del Yoga pues no todo vale. Dicho en otras palabras no hemos de caer en la objetividad de la postura pero tampoco en la mera subjetividad. Hay un punto intermedio, nuevamente un delicado equilibrio a contemplar.
6. Tiempo de vivencia
Y es el momento de dejarse estar, de vivir plenamente la postura. Vivir la postura es el acto de sembrar y la consecuente espera atenta a como esa semilla crece y se expande. Durante este tiempo uno siente la arquitectura de la postura, el efecto de la gravedad, la activación circulatoria. Podemos sentir el flujo energético y las zonas que se abren. Diríamos que a cada postura le corresponde una apertura a lo energético y una sintonía psíquica. La vivencia profunda de la postura consiste en eso, sentir como se imbrican, como se solapan los distintos niveles, como un nivel lleva a otro y así sucesivamente.
7. Tiempo de trascendencia
Pero no todo puede quedar en la vivencia estricta de la postura. Hay una dimensión superior sugerida por el significado profundo del Yoga. El método trinitario del Yoga formado por âsana, pranayama y dhyana hace de trampolín para que el ser que somos se sumerja en el Ser que nos contiene, o si se quiere, cuando el microcosmos se enlaza con el macrocosmos.
Esta unión intensa que proclama el yoga tiene que ser la diana de toda âsana. Si el âsana fuera la piedra que cae sobre la superficie de un lago, lo esencial no sería tanto el conocimiento de la piedra, su peso, constitución o volumen, sino aquellas ondas que ha provocado, ese eco que permite la expansión de nuestra interioridad.
El tiempo de trascendencia es un tiempo no de arquitectura y fisiología del âsana sino un tiempo del Ser, un tiempo de encuentro.
Podría ser que nuestra manera de vivir el âsana fuera paradójicamente una reafirmación del ego, al hacernos vivir poder o superioridad cuando en realidad el âsana, por definición, debería ser incómoda al mismo ego pues lo sume en el silencio y la presencia, allí donde no hay agarraderos ni seguridades. Por eso decimos que toda âsana debe ser un portal para el aterrizaje en el eterno ahora, allí donde tiene sus raíces el alma como bien intuimos todos. Y es evidente que el âsana trae muchos regalos, desde la salud a la atención, pero el mayor de ellos es la consciencia.
8. Tiempo de aceptación del límite
Ahora bien ¿hasta cuándo podemos mantener ese âsana? ¿tendremos que guiarnos de lo que dicen los libros o podremos adivinarlo nosotros mismos?
Precisamente porque el Yoga está preñado de escucha y sensibilidad no es necesario llevar un folleto de instrucciones debajo del brazo. Tan sencillo como que un âsana es tal hasta que deja de serlo. Los síntomas son claros. Llega un momento en que ese estado de especial intensidad que habíamos conseguido con el âsana se empieza a perder. Cuando la concentración se disipa, la respiración pierde amplitud, la postura se vuelve incómoda, no digamos si aparece dolor, es evidente que hemos de deshacer. Ponernos un tiempo prefijado, querer competir por mantener más el âsana sería insensato. La verdadera escucha es aceptación de nuestros límites.
Entonces la postura presiona sabiamente, nos indica que hemos de deshacer. En parte aquí radica un trabajo importante y sutil de crecimiento personal pues ya no se trata tanto de luchar contra nuestros límites a golpe de âsana sino de ampliar esos límites amorosamente para que entre más vida, para que haya más sensibilidad.
Ya he dicho en alguna otra ocasión que el riesgo del hatha yoga es caer en lo acrobático o en la perfección técnica cuando la postura debe ser un puente hacia lo interno y no todo lo contrario. Hay que reconocer las motivaciones que nos llevan a una práctica espiritual como es el yoga y hay que poder salir de creencias establecidas y poco revisadas acerca de lo que es la energía o lo sagrado. Y como la fruta madura que hace con su peso inclinar al árbol, la madurez en el Yoga es humildad, lejos de lo pretencioso. En todo caso, lo interesante del âsana es que abre un marco de diálogo entre lo que somos y lo que queremos ser, que en la mayoría de las veces nos trae dolor de cabeza.
9. Tiempo de deshacer
Una vez reconocidos esos límites se impone el deshacer. Hemos ido de savâsana a sarvangâsana y ahora toca volver a la postura del cadáver. A bote pronto diríamos que la vuelta debería ser, al menos, la inversa que la ida, pero nos equivocaríamos. La vuelta tiene a veces sus propias leyes. Quizá hay que bajar con más lentitud, o pararnos un poco más con las rodillas sobre la frente (en el caso de sarvangâsana) para aflojar la tensión de las piernas y la espalda. Cada uno encontrará su vía para deshacer de la misma manera que el río encuentra su llegada al mar buscando siempre el sendero del mínimo esfuerzo.
10. Tiempo de integración
Cuando llegamos aquí uno diría que el âsana ya ha finalizado pues evidentemente ya no estamos en sarvangâsana sino relajados en savâsana. Pero en realidad éste es un momento clave en la progresión de la postura. Algo similar pasa con la alimentación, creemos que hemos terminado de comer, de alimentarnos, después del último bocado, aunque el objetivo de esa comida no era llenar el estómago sino nutrir las células. Pues bien, después de deshacer el âsana es el momento de escuchar esa resonancia que ha dejado la postura e integrar las nuevas sensaciones. Diríamos que es el tiempo de la cosecha donde vamos a recoger los beneficios desplegados a lo largo de ella. Los resultados pueden ir desde una propiocepción más de acorde con la vertical a una calidad de silencio interno exquisito, el abanico es muy amplio.
Qué tonto sería el campesino que siembra los campos a su hora con esmero y en el tiempo de la cosecha se va de vacaciones o cae en el olvido. El profesor de yoga debería marcar con celo este tiempo de integración pues el riesgo de abandonarse una vez ya se ha hecho el esfuerzo tras la âsana es muy frecuente. Uno se olvida de prestar atención a esos cambios en el cuerpo, respiración o psique.
11. Tiempo de escucha para la compensación
Volvemos a cerrar el círculo. Partimos de una escucha y volvemos a ella. Esta escucha tiene un significado, nos dice dónde estamos, de dónde venimos y adónde vamos. Aquí aparece, antes de dar ningún otro paso, antes de afrontar una nueva posición, la conciencia de que hay algo que compensar. Conocemos pues la postura o posturas que van a deshacer esos efectos indeseables, esa presión excesiva o esa carencia de plenitud de lo hecho anteriormente.
Desde aquí probablemente haríamos alguna postura para aligerar la tensión de las cervicales como rotaciones muy lentas de la cabeza en torno a los hombros, o una variante suave de la postura del pez, matsyâsana. Si notáramos que la zona lumbar también necesita alguna compensación simplemente con la postura de piernas recogidas sobre el pecho, apanâsana sería sufieciente.
Quisiera aclarar que estas fase de la vivencia de âsana nos deben servir no tanto para aplicarlas a rajatabla como para entender que âsana es un proceso complejo que parte de una escucha y vuelve a ella para contrastar los resultados. Algunas de estas fases pueden durar un segundo pero nos ayudan a no hacer las posturas de forma mecánica, rutinaria
Sarvangâsana es una postura que está en medio de una serie, dentro de un espacio de trabajo interior que hace de contrapunto a nuestra vida. Vida que es un eslabón más de la gran vida y del eterno misterio. Con esto vengo a decir que nada está separado, que todo interactúa, que todo se entrelaza, que todo es unión como nos dice el yoga. Un âsana no es una fotografía porque en la vida no hay fotografías, momentos fijos desligados de otros momentos igualmente fijos. Una flor real no es la idealización que tenemos de ella en un momento de supuesto esplendor, una flor es una sucesión de momentos y de etapas dentro de un proceso mayor.
Julián Peragón