Literalidad

La humanidad tardó mucho tiempo en darse cuenta que aunque, en su experiencia del día, el sol giraba en torno de la tierra, había otra verdad más objetiva que lo negaba. Y es comprensible la dificultad en hacer esa traslación entre la experiencia subjetiva del mundo y otra más amplia. Nos aferramos a lo más inmediato, a lo que tenemos a mano, vivimos de lo cotidiano para lo cotidiano. Vivimos, por así decir, sumergidos en un agua subjetiva que lo impregna todo, que lo empapa todo sin dejar resquicio para el contraste, la relativización o la reflexión. Somos víctimas de nuestra percepción, somos esclavos de nuestros procesos mentales, de nuestros filtros culturales que nos hacen ver las cosas como si fueran reales cuando son lo que son, diferentes interpretaciones de una misma realidad.

Empezamos a literalizar el mundo literalizándonos nosotros mismos, creemos que somos aquello que pensamos de nosotros mismos, que no es más que una imagen remozada de aquello que los demás piensan de nosotros. Una especie de bucle que se retroalimenta constantemente. Pero nos conformamos con una visión que nos da seguridad sin darnos espacio para investigar donde llega eso que somos.

Nos avenimos con el mundo simple de las apariencias, sólo creemos en lo que se ve, en lo que tocamos, en lo que sentimos, como el niño pequeño que al taparse los ojos cree inocentemente que el mundo ha desaparecido. No hemos buceado en la inmensidad del iceberg de la vida que queda por debajo de la línea de flotación llamada normalidad. Si es normal es bueno, es lo que Dios manda, es según las buenas costumbres, es por tu bien. De lo contrario te significas, te estigmatizas, te marginas, te vas por el camino de la perdición. Aunque hay que decir que todos soñamos en no ser normales, en ser diferentes, únicos.

Inocentemente creemos que todo lo que está escrito en un libro es serio, que todo lo que sale en la tele es real, que la corrupción está sólo en los bajos fondos. Creemos que la noticia urgente y sesgada de un momento es más real que el hecho mismo y todas sus circunstancias que lo rodean, que evidentemente no caben en una noticia de veinte segundos. Sucumbimos al rumor porque es más fácil de manejar que una verdad compleja.

Literalizamos la vida cuando sucumbimos a la urgencia del deseo, creyendo que el deseo y su objeto son una misma cosa. Literalizamos cuando confundimos sexo con genitalidad, importancia personal con fama, riqueza con dinero. Creemos que el coche nuevo nos dará una nueva versión de nosotros mismos, nos va a hacer más libres, más felices, cuando en realidad todo deseo no es más que un eco de eternidad que añora revestirse de mortalidad pero que, en el fondo, nunca puede ser completado. Cuando deseamos lo que deseamos no nos damos cuenta de que el objeto en sí no es más que la metáfora de algo mayor que no puede ser concretado.

Literalizamos la vida cuando creemos que la verdadera seguridad está en una cuenta bancaria, cuando creemos que la fuerza está en los músculos forjados en gimnasios, que la belleza se esconde en el arte del maquillaje, en el frufrú de la moda, o que el paraíso del descanso está en las postales idílicas de las agencias de viajes.

Todos somos literales cuando pasamos por encima sin leer entre líneas, cuando nos quedamos en la superficie de las cosas, embobados por el colorido de las formas. Somos excesivamente literales cuando queremos vivir en un mundo demasiado simple, demasiado plano para estrujarlo a nuestro antojo, cuando el mundo no es plano sino multipolar, no es simple sino complejo, no es manejable como se maneja una máquina.

Somos lamentablemente literales cuando creemos que la enfermedad está en el síntoma y la salud en su disolución, cuando pensamos que las guerras se gestan en una mera disputa de fronteras, cuando confundimos espiritualidad con doctrinas, letanías y postraciones, cuando en definitiva, confundimos el valor que tienen las cosas con el dinero que cuestan.

Escapamos de la profundidad porque fantaseamos que en el pozo oscuro de nuestra alma habitan los demonios, fuerzas amordazadas que es mejor no despertar. Nos defendemos de la profundidad porque en el fondo de lo que somos reina la ambigüedad. Somos una mezcla indisoluble de feminidad y masculinidad, de consciencia e inconsciencia, de individualidad y fusión con el grupo, y en esa ambigüedad no puede vivir un ego que vive maltrecho de certezas y pretende un orden y control obsesivos.

En esa literalidad no cabe un otro. Nos enamoramos efervescentemente, pero en realidad buscamos un espejo donde vernos engrandecidos. Buscamos un cómplice, una muleta, un lecho caliente, pero nos defendemos del otro como tal. Aquél quien no resiste su propia complejidad permanece en un diálogo para sordos donde las anteojeras de la manipulación emocional persiguen como único objetivo que el otro sea como yo quiero que sea. Y punto.Tanta violencia en las propias casas nos lo confirma. El fracaso en la comunicación se da cuando el otro no tiene cabida dentro de uno. No hay sitio para la diferencia. Y por tanto, el discurso es un ataque o una defensa pero no un enriquecimiento.

Lo literal se ceba en una falacia, que todo acaba donde acabo yo, donde ya no veo más. Temíblemente la muerte es un final, y el recién nacido un espacio vacío que hay que llenar. Tal vez hay una pereza en lanzar esos hilos invisibles que comunican las cosas con procesos del alma para darle sentido al hecho de vivir. La vida es un libro que hay que leer, nuestra existencia es un marco de sentido. Vivir la vida que nos han dicho que hay que vivir forma parte de esa literalidad, descubrir, en cambio, qué mensaje nos trae el destino forma parte de una profundidad que nos aleja de un mundo estrecho y plano para alzar el vuelo en todas direcciones posibles.

Julián Peragón




El Sistema

En pocas décadas el mundo ha cambiado visiblemente. Ahora todo está lleno de circuitos, redes y sistemas más o menos integrados. Si desmontas cualquier cosa con más de un componente te encontrarás con un chip, un conmutador o una placa madre, de la misma manera que detrás de una tienducha o de una gasolinera puedes encontrar un sistema jerárquico de ventas o una multinacional.
Al igual que los chips residen en las entrañas de los aparatos porque funcionan mejor en las interioridades, las multinacionales también funcionan mejor en los intersticios de las sociedades. Lo interesante de los Sistemas es que no se pueden ver a simple vista, son invisibles. A veces, lo único que vemos es un logotipo aséptico pero detrás – siempre hay un detrás– existen sociedades secretas que pueden traficar con mercancías sospechosas y facturar con dinero blanco lo que previamente se ha gestionado con capitales clandestinos, por poner un ejemplo. Nada es lo que parece.

Nosotros, los de a pie, sabemos de esa invisibilidad, pero no nos importa. Es como el que tiene enchufes en su casa, no le gusta ver el cableado a flor de piel y decide hacer una regata en el hormigón para enterrarlos de por vida. En este sentido somos lo suficientemente inteligentes para saber que cuando enchufamos el secador de pelo, el enchufe está conectado a la central eléctrica (térmica o nuclear, claro), el teléfono a la central de telecomunicaciones y la tele a la emisora, y así con todo.

La mística de los sistemas quisiera reproducir la vida donde todo está estrechamente interrelacionado y todo se apoya mutuamente para estar en mejores condiciones para la sobrevivencia… pero vayamos al grano.

Si detrás de una marca de refrescos se esconde una de las mayores multinacionales del mundo con la mayor flota de camiones (¡lo que hace la sed, no?), y detrás de un programa de reality show se entreve una ideología que atonta a diestro y siniestro (¿cuántas cosas tiene el poder que ocultar?), ¿qué no se esconderá detrás de un yogurt o de un coche?

La respuesta es clara, el Sistema. Hay que decir de entrada, no vayamos a caer en maniqueismos pueriles, que el Sistema no lo ha creado ningún cerebro vivo pues es justo lo contrario, éste ha creado a los cerebros que programan y a los tipejos que ejecutan un software básico. El Sistema se autorregula a través de sus piezas y evoluciona junto con sus desechos. No, no me lo he inventado yo, vayan a ver a Matrix.

Cuando ves un anuncio de coches, como me pasó a mí, ves un estilo de vida, gente guapa, paisajes impresionantes, y… una oferta, la oferta del mes que puedes pagar en cómodos plazos. Si aterrizas en una concesionaria sólo ves un impecable coche girando lentamente en un escenario iluminado con las puertas abiertas para que pruebes su confort. Te muestran las prestaciones y los airbags, el maletero ampliable y la dirección asistida, pero te ocultan el Sistema. Te lo ocultan porque nosotros mismos en nuestro inconsciente lo habíamos pedido (¿no decíamos que ocultábamos el cableado?). De hecho cuando vas a una concesionaria de automóviles ya vas vendido, es decir, ya estás dispuesto a comprar una imagen nueva de ti remozada con más poder, tecnología y prestigio. De hecho los vendedores no batallan por venderte un coche sino por incluirte el climatizador o el sistema descapotable, el resto es pan comido.

El sistema no es perfecto, lo sabíamos ya que sufre de una contradicción a veces irresoluble. El corazón del Sistema es frío pero se camufla para ser más efectivo de candor, sonrisa y humanidad, ¿no lo ha notado usted cuando entra en un banco a depositar dinero? Lo vemos también en la informática que es tan inhóspita como la combinación binaria de ceros y unos, aunque los programas suelen revestirse con iconos, musiquitas y colores. La ilusión desaparece cuando el programa informático se bloquea o cuando no tienes aval para pedir un crédito.

El Sistema se tambalea un poco al querer mostrar un sentir y una preocupación por el interesado cuando en realidad hay un alma que suma y resta operaciones y logística. Al querer imitar la vida el Sistema sigue comportamientos cíclicos y hasta erráticos. Normalmente permanece oculto pero hay situaciones que desmontan las tapaderas al igual que cuando uno hace un agujero en la pared para poner un cuadro y perfora una cañería. Mala suerte.

Por poner un ejemplo, cuando circulas con tu coche seminuevo o casiviejo y estás a bien con el Sistema porque no has traspasado ninguna cláusula de letra pequeña entonces todo fluye como una seda: pagas el impuesto de circulación por banco, dejas el coche al mecánico para el mantenimiento y pagas alguna multa de vez en cuando. No te das cuenta de la dependencia del Sistema, vives la normalidad amable y confortable que rezuma todo Sistema más o menos inteligente. Pero cuando tienes un pequeño accidente y tu seguro no te lo cubre entonces ves la cara verdadera del todopoderoso. Al igual que la luz del sol no puede verse de frente porque deslumbra, la cara del Sistema no puede verse directamente porque es terrorífica y te puede cegar. Los medievales decían algo así de Dios.

Por poner un ejemplo sacado de la vida real: mi coche tenía cinco años de vida, su precio nuevo en la actualidad sería de unos 7000 € aproximadamente. El arreglo de un golpe lateral sin entrar en detalles de precio hora mecánico, ni precio de los recambios, se remontaba a unos 3000 € aproximadamente (¡sin pillarse las manos, decía el tipo!), o sea casi la mitad del valor de uno nuevo. Hice mis cábalas. Si lo arreglaba era una mala inversión, si lo arreglaba y lo vendía después mucho peor porque el coche de cinco años y en el mercado sólo daban por él 2000 € (y hubiera perdido el coche y 1000€ más). Así que decidí no arreglarlo.

El chatarrero, muy generoso sólo me daba 90€, cuando le dije qué miseria era esa, me dijo que: hoy para morir hay que pagar. También los chatarreros además de ser piratas tienen algo de filósofos. Por fin un taller al que acudí para sacarme el bulto de encima me daba 300€. Tal como se estaba poniendo la cosa, y no queriendo perder más que un coche pero no todo un riñón dije: no se hable más. El del taller, después de pagarme a mí, al gestor, los permisos, la ITV, al mecánico, las piezas, aún lo podía vender precio mercado y ganarse un suelo. ¿Dónde está la trampa?

No hay trampa, es el Sistema. Éste te cobra el máximo cuando no tienes escapatoria, te vende algo relativamente barato pero con servicios hipercaros, te vende civilización y de golpe te encuentras en plena selva. Por seguir con el ejemplo real, los del taller presentaron (sin mi consentimiento) los papeles en Circulación para circular con mi nombre (en un coche que ya no era mío) por ahorrarse unos euros aún a costa de joderme si había algún problema.

No les quiero aburrir. El Sistema como el que les he contado arriba funciona a la perfección porque la automoción lleva muchas décadas funcionando, no así los servicios de banda ancha de telecomunicaciones que en total llevan dos días como el que dice. Cuando contraté los servicios de adsl en Retevisión me vendieron un pack autoinstalable Eresmás, pero aquel se transmutó en Auna aunque las facturas me llegan de Wanadoo, un lío porque ahora no sé bien bien a quién echarle las culpas. Aunque me acuerdo de lo que decía mi abuela que los de arriba son siempre los mismos.

Se los cuento porque es un caso ejemplar de los que abundan a cientos diariamente. El pack que contraté debía llegar a las tres semanas. Cuando llegó ansiado el paquete resultó que era un módem en vez de un router que era lo que había contratado según mi sistema. Tras la queja, me enviaron otro pack. Cuando llegó el mensajero se llevó el módem inadecuado pero adivinen… me trajo otro módem idéntico. Puse el grito en el cielo pero la operadora me dijo que había sido un error informático. Después de la furia pensé que el Sistema muestra a veces su cara más alienada. El carácter repetitivo, automático y robotizado del Sistema es notable, muestra de que el pensamiento único circula por sus venas, y a falta de verdadera organicidad sólo hay rentabilidad o eficacia.

Continuo. Las diferentes operadoras y operadores que me encontré en mi furia antisistema tenían las mismas respuestas automáticas. En realidad nadie pensaba porque el sistema dice a sus esbirros “no te pago para pensar, ejecuta las órdenes”. Decían: “no tenemos conexión con otros departamentos”; “no le podemos pasar con ningún responsable”; “no se preocupe todo está registrado en esta incidencia”, “gracias señor Peragón por mantenerse a la espera”, y cosas tan descafeinadas como éstas.

El router no llegó hasta varios meses después. Lo único que llegó a tiempo fue la factura. Me costó sudores hacerles entender una cosa de niños y es que no podía pagar un servicio al cual no me había conectado, ¿cómo voy a pagar un pack que no he recibido todavía? Otra cosa fue que el pack venía sin la suficiente información para configurar el router y tuvo que venir el técnico al módico precio de 70 € por teclear cuatro dígitos. Al final me pude conectar y el Sistema se volvió plácido e invisible como cualquier sistema funcional. Al cabo de sólo seis meses el router se fundió (¿mala calidad?) y todavía no me han enviado uno nuevo, pero ya no me importa porque a fuerza de bregar con el monstruo uno se hace fuerte.

Como ahora no tengo coche ni adsl para navegar tengo tiempo para pensar y para sacar mis conclusiones. La naturaleza del Sistema es invisible, salvo en inevitables casos para que no veas los hilos de la dependencia ya que tú no quieres sentirte como una marioneta. El Sistema te vende un ego fuerte, autónomo y poderoso pero sólo en apariencia porque quiere tu debilidad para seguir influyéndote. El Sistema es seductor para incitarte a probar pues la naturaleza humana es adictiva hasta grados patológicos. El Sistema refuerza la frustración porque la insatisfacción es una buena fuente de consumo.

Aunque parezca mentira el Sistema no piensa porque todo pensamiento es complejo pero sí que procesa. La ideología del Sistema es estrictamente una estrategia de dominación, por eso decimos que no tiene alma. Cuando el Sistema se encalla se vuelve disfuncional, repetitivo y automático y pelearte con él es síntoma de debilidad o neurosis. Cuando el Sistema te ha mordido tienes dos posibilidades, o tirar enfurruñado y desgarrarte o aguantar sin resistencia. Esto último es lo que le enfurece más, pero es lo más liberador.

Así que esto último es lo que estoy probando, cuando quise comprarme un coche nuevo hice números y vi que resultaba más económico coger cada día un taxi, más sano ir a pie, más seguro ir en metro. Puedes leer en el tren, observar las caras de la gente en el autobús, ir a la playa en bici. Claro que también tienen su contrapartida de agobios e incomodidades, pero éstas se soportan mejor cuando no tienes que aparcar, al menos en una ciudad grande.

La verdad es que no quería soltarles ningún rollo anticonsumo, sólo quería darles un consejo. Si pasado mañana llaman a su casa y la concesionaria le regala un coche nuevo y totalmente automático, no se lo queden, por Dios, porque no les dirán la millonada que costará cambiar la primera bombilla que se funda.

 

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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¡Buen Camino!

Peregrinar
Peregrino hace alusión a “peligro” (periculum) pero también habla de experiencia y de aprendizaje. El peregrino será aquél que afrontando diversos peligros transforma su experiencia en sabiduría.
Siempre aparece la polémica entre quién es verdadero o falso peregrino. Ciertamente el Camino, como casi todo, se ha vulgarizado. Ya no se encuentran las esencias puras y todo se encuentra mezclado, revuelto.

La indumentaria del peregrino no hace al peregrino. El turista abunda pero quién sabe si no acabe el Camino como peregrino “auténtico”. Y es que tal vez hay infinitas formas de realizar ese camino.

Está la vanidad de hacer perfectamente el camino pues éste admite el control estricto de cada etapa, de cada aprovisionamiento. Hay también la lujuria de buscar cada vez una mayor intensidad en kilómetros, o un mayor esoterismo en los capiteles de las iglesias.

El Camino proveerá de experiencias, sin duda, a cada cual las suyas. Las circunstancias son neutras a menos que las convoque el alma pues no hay enseñanza sino hay alguien que está sensible a esos aspectos que desgrana el destino. Tal vez es la conciencia la que marca una frontera donde se dan las experiencias.

Yo no sé muy bien si fui turista o peregrino. No podría hablar de historia ni abordar esa erudicción que tan bien está plasmada en tantos libros. Lo único que podría hacer es hablar de esas pequeñas cosas con las que todo peregrino, turista o no, se encuentra a diario. No podría hablar de la gran espiritualidad aunque sí de esa otra espiritualidad que le da sentido a los actos aparentemente intrascendentes con los que se encuentra el caminante, ponerse las botas, colgarse la mochila y empezar a caminar.

El Camino
El Camino es en realidad mi camino, el camino de cada uno pues sería imposible substraernos de nuestra subjetividad. Paso a paso se hace ese camino que, aunque señalizado fuera, exteriorizado en una ristra de pueblecitos e iglesias, sólo está en un imaginario propio y/o colectivo.

El camino va recto o serpentea, sube o baja, se vuelve arisco o benevolente, circunstancias que hay que atravesar. La único que no pertenece al camino es el muro transversal. Todo lo demás es sorteable, caminando, corriendo o a gatas.

El camino es también lo que media entre las expectativas y la realidad, entre el deseo y su resistencia, la incógnita del principio y la esperanza del final.

La Pisada
Es curioso como el acto de caminar implica lo cercano y lo lejano en una conjunción armoniosa, cuando se da. Hay que seguir la pisada, el minúsculo relieve del terreno, la piedrecita, el caracol. Pero la pisada, si fuera obsesiva, caería al precipicio, por falta de perspectiva. Por el contrario, sólo paisaje, mirada altiva, está abocada al tropezón, como en la rutinaria comicidad de la vida.

Está el paso pero también el horizonte, el paisaje y el camino se alzan como ritmo y melodía de un buen caminar. ¿Miopía a lo global, temor a lo cercano? La pisada es al instante lo que el paisaje es a lo perdurable; fugacidad y eternidad en la seguridad de la huella que deja un pie y en la levedad en remontarse del otro.

¿No nos han dicho alguna vez que lo fijo en el firmamento se debe actualizar en un aquí y ahora móvil?

Las dos orilla
A veces olvidamos que la vida tiene dos orillas. Nacemos en una barca y la corriente nos lleva indefectiblemente a la muerte. El Camino también tiene dos orillas, dos bordes que corren parejos.

Ese doble filo del camino es claramente una metáfora. El Camino está fuera y simultáneamente dentro, corre por sus lindes la realidad pero también la irrealidad. Podríamos decir que sólo en el horizonte esas dos orillas se encuentran en un punto, ahí se mezclan aridez y espejismo, solidez e ingravidez.

Lo objetivo y lo subjetivo siempre van juntos porque no existe lo absoluto, no hay un objeto sin sujeto, y cada cosa tiene su contraparte.

Pues bien, entre una orilla y su opuesta estás tú, lo mismo que entre el cielo y la tierra. Cada uno de nosotros es un punto móvil que puede mediar, si hay consciencia, entre los opuestos. A cada paso pueden dialogar el Mundo y el Alma, en cada recodo fundirse el Cuerpo y el Espíritu.

Desde el Corazón
Ese punto medio del que hablábamos es claramente el corazón, a medio camino entre arriba y abajo, entre izquierda y derecha. El corazón que es puerta de un sentir mayor se nos muestra como acorde entre sístole y diástole, lleno y vacío, dentro y fuera. Tal vez ahí se produce la alquimia del camino.

Las arritmias del carácter, las irregularidades del camino deben resolverse en el Corazón. El latido impulsa, funde, baila con el paso ¿no es cierto que los pies y las piernas mueven el corazón?

Pero eso sí, hay un corazón físico y otro anímico, y uno más espiritual. Quizás por eso, ni la fatiga de las piernas ni los mareos de la mente nos deben confundir. Es el Corazón quien camina. Si el camino no tiene corazón todo es mero descampado con señales. Hay que leer pues el Camino con os ojos del corazón para descubrir las mentiras y las ilusiones.

(Un desvío casi anecdótico nos lleva a Eunate, ermita templaria del siglo XII. Piedra y símbolo. Interioridad y arrobamiento. En realidad, primera piedra de un camino interior)

La meta
Vamos a Santiago, el Santo Sepulcro, a unos 750 km de la partida, Roncesvalles. Y aunque quedan tantos y tantos kilómetros el camino es medio y simultáneamente meta. En realidad no te lleva a ningún sitio, acaso a ti mismo. Es una paradoja. Santiago ya estaba dentro de ti antes, durante y al final de la travesía.

El camino te acerca un poco más a ti mismo pero también te recuerda que tú ya eres en este preciso instante. A cada paso llegas a ser, siendo, reafirmando un bucle eterno. Pero claro, nuestro yo necesita de esa meta allende los pasos.

El templo, la tumba, lo-que-sea-sagrado se convertirá en la meta por excelencia. Aquello se convertirá en el lugar privilegiado para hablar con Dios. Lugar apto donde doblegar las vanidades para que descienda la Gracia, donde se fundirá el odio para que se expanda el amor.

Esfuerzo heroico
Pero ese lugar no puede estar a la vuelta de la esquina ni formar parte de lo cotidiano, ya que pertenece al mundo mágico, aquel que tiene las claves de una posible transformación.

Sólo el héroe inicia un camino sin condiciones. En esa entrega sacrifica lo viejo por lo nuevo, lo anecdótico por lo esencial. Habrá un esfuerzo sobrehumano (por ejemplo caminar 40 km diarios con peso y quizá mal tiempo) pues se trata de eso, de superar lo estrictamente humano y codearse con los dioses.

Con coraje, con amor y sabiduría se enfrentarán todos los obstáculos. Aparecerán las ampollas y las tendinitis, las dudas y los cansancios, las malas compañías y las tentaciones. Todo formará parte de un camino iniciático donde uno, eso esperamos, se volverá sabio.

Alguien dijo que el ser humano tenía tres poderes: puede esperar, puede ayunar y puede pensar. No es posible afrontar el camino con los mismos ritos cotidianos, con las mismas exigencias de la vida diaria. Hay que esperar el momento oportuno, el inicio de la marcha, el lugar de reposo. Hay que ayunar cuando quizá el instinto no lo pretenda. Hay que pensar para no precipitarse, para no decir lo que de verdad uno no quisiera decir.

Los poderes que desarrollamos nos llevan a la templanza, a la armonía de los opuestos, la excelente administración de nuestras fuerzas.

Una lucha dentro de otra
La lucha empieza por la mañana a las 6 AM cuando te despiertas y haces la mochila a oscuras. Empieza la lucha con el desayuno que te ha prometido el hospitalero y descubres la triste realidad: aguachirri de café, pan semiduro, mermelada de baja calidad.

Bueno, y empiezas a caminar siete u ocho horas hasta llegar al refugio. Es una lucha brava, apenas unos respiros y algo que mascar. El peso de la mochila se alinea con el dolor saltarín que va de un pie a una rodilla, de una articulación a un tendón. Por fin vislumbras el final de etapa, pero, lamentablemente no nos damos cuenta que otra lucha toma el relevo.

Ahora habrá que decidir y a qué albergue irás, en qué restaurante comerás, si tendrás la suerte de encontrar plaza en el refugio, si tendrás colchón. Tendrás que pelearte con la ducha que no funciona, con la abundante suciedad y con el carácter del hospitalero. La convivencia no se hace fácil cuando duermen muchos en una habitación y sólo hay un servicio.

Una lucha sucede a la otra y se intercambian las intensidades de dureza o de acogida. Es cierto que la lucha es casi interminable, cómo sino, apareció la vida en medio de lo estéril. Lucha, que por otro lado, no tiene que ser cruenta.

El camino es lucha pero, en cierto modo, aparece como juego iniciático, preparación a la verdadera lucha que es la propia vida. Sí, aquello que está tras el barniz de la dulce cotidianidad es, en el fondo, una terrible lucha. Ser alguien, tener éxito, formar una familia, cultivarse, mantener unos lazos sociales y participar en una sociedad cambiante, no es pan comido. Ya lo demuestra la ingente cantidad de personas trastocadas mentalmente o neurotizadas dentro de lo que llamamos normalidad.

Así que, tras el camino nos espera retomar la lucha (la verdadera si se nos permite) pero, eso sí, con más ahínco que antes.

Tiempo y distancia
Veo atletismo comiendo un bocadillo en un bar del Camino. Es curioso que la competición retransmitida como espectáculo consista en correr más deprisa, saltar más alto, levantar más peso o lanzarlo más lejos. Y probablemente el alma infantil se entretiene en esas proezas como si el tiempo y la distancia tuvieran el valor meramente de su peso. Si se puede medir entonces tiene valor.

La vivencia es inefable para la mirada objetiva, se desecha como se desecha aquello que por su complejidad es desmedido. ¿Qué pasaría si discutiéramos del valor del amor o de la libertad?

Vivimos en el mito de la rapidez; si es rápido es bueno. Trabajar rápido, viajar rápido, comprar rápido. Hoy, una velocidad de 100 Mhz en tu ordenador, mañana mil. Rápido y miniaturizado. Aunque sería absurdo oponerse a las ventajas de nuevas técnicas depuradas, nos olvidamos de algo básico. Los ordenadores de hoy son mucho más potentes que los utilizados por la NASA cuando enviaron el primer hombre a la luna, pero, no por ello, la estupidez ha disminuido en la misma proporción. Se lee poquísimo, se escribe mal, pocas ideas y muchas opiniones. No se matiza en el discurso, no se escucha, no se indaga. ¿Qué haces con un ordenador entonces si la capacidad creativa está mermada?

Hoy coges el avión y en unas horas estás en otro continente, con otro clima, otras gentes y otras costumbres. Pero el alma es más lenta que la mente, ¿cómo asimila esos cambios?

El nómada de todas las épocas, el viajante de tiempos remotos viajaba a pie o en carreta, en barco de vela o en camello. Se atravesaban las regiones con la lentitud de los planetas. Daba tiempo para comer, dormir y hablar en cada pueblo, en cada feudo.

Ese avión o ese tren bala nos lleva a menudo a una especie de arrogancia. Quizá sería interesante valorar en su justa medida, física y anímica, el salto dimensional del tiempo y el espacio al subirse en un avión.

El Camino de Santiago nos obliga a volver a valorar una dimensión perdida, la más humana, la de a pie. Nunca olvidará el peregrino lo que son 30 o 40 kilómetros caminados en un día. Tampoco lo olvidarán sus pies doloridos. Pero en esa medida pausada, en ese arrastre de rocas y piedras, paso a paso uno recobra libertad. Aunque seamos seres dependientes de un sistema tecnológico, de un coche y unos botones que ponen todo en marcha, el caminar es, por unas semanas, la liberación de estructuras sobre estructuras.

Cuando se para el tren en las vías, sabes que eso depende de algo complejo, electricidad, coordinación humana, revisión de las vías, motores, etc, etc. Y ahí el alma humana se siente pequeña, la frustración también se deja caer. En cambio caminas y ya está; te paras, bebes, caminas, te paras, y… estiras los pies.

Una mochila, un mundo
Unos zapatos y unas chanclas, un pantalón corto y otro largo. Un neceser, un botiquín, un saco de dormir. El sombrero y el bordón, la cantimplora y el chubasquero. Y poca cosa más. Es tremendo como se puede vivir con tan poco.

Sudas por la mañana, lavas al mediodía y recoges a la tarde. Cada día el mismo atuendo. Sin embargo, llegar a esa simplicidad es bien complicado. Hacer que tu mochila pese sólo 6 o 7 kilos y a la vez llevar lo imprescindible y necesario es tarea de titanes. Porque lo que anticipamos en la inseguridad abulta enormemente. Si contemplamos todas las posibles situaciones de necesidad en un camino de treinta días nuestra mochila pesaría toneladas.

Reducir necesidades, escoger lo esencial, pensar en profundidad. Saber lo que llevamos encima y porqué. Nada gratuito.

Todo está premeditado aunque tendremos muchas sorpresas. Descubres cada día algo en lo que no habías pensado: nuevas maneras de engarzar los enseres, de transportarlos, de utilizarlos. Así, con un número muy pequeño de cosas aparecen múltiples posibilidades.

La carga
Pero por mucha simplicidad que queramos, la mochila pesa. Previo al viaje la mochila sobredimensionada alterna entre el miedo al peso excesivo o a la frivolidad de su pesandez. Es evidente que sobrepesarla previa al viaje no es lo mismo que llevarla día tras día. La encrucijada está en llevar de todo por no pasar carencias pagando un peso elevado, o prescindir de mucho a costa de sufrir carencias.

Al principio uno lleva de más, el camino es demasiado incierto. Después de un par de jornadas y de las primeras ampollas, surge la obsesión por desprenderse de peso, de aquel jersey por si acaso y de este libro o de aquella guía.

La mochila pesa, cierto, pero es la cara grávida de la necesidad. Somos seres necesitados y buscamos la independencia. Los servicios del Camino son precarios pero tampoco es un desierto. ¿Cuál es el punto justo?

La mochila simboliza el sufrimiento inevitable porque demasiado llena o demasiado vacía aquélla anticipa el peso o la carencia, dos modalidades de un mismo sufrimiento.

Diría que la tercera fase del Camino es la aceptación del peso que llevas. Es el peso exacto de tus miedos menos tus confianzas.

Aceptar el peso es aceptar la carga de tus condicionantes, primer paso para poder ir ligero de equipaje. Sólo tú puedes llevar tú mochila, otra más ligera sería artificiosa porque la mochila es la literalidad del alma. Es ella la que pesa, ella la que sufre, ella también la que se libera.

Estar excesivamente centrado en el peso físico es desaprovechar otra presencia, más sutil que se impone paso a paso. ¿Pesa el alma?

De personas y personajes
Cada persona en el Camino es un punto móvil que transita de este a oeste (en el caso del Camino de Santiago). Cada punto deja una estela en su caminar y abre horizonte con su mirada. Cada caminante, en su andar, es fiel a su carácter.

Un punto no tiene dimensión pues pertenece a un mundo arquetipal , tampoco lo tiene la línea pues le falta una tercera dimensión. La mayoría de la gente con la que nos encontramos puntualmente en el Camino (y nosotros para ellos) son puntos o rayas, apenas una imagen o una secuencia de ellas. En la medida que sintonizas con algunas de ellas aparece una tercera dimensión, el punto y la línea se hacen plano, esfera. Y en esa multidimensionalidad también está el pasado y el futuro.

Uno viene de algún sitio y va hacia otro. Somos inercia del pasado y proyección hacia el futuro, aunque inercia y proyección son ambos, dos caras de lo mismo. Pero si pudiéramos resolver el pasado y desmitificar el futuro podríamos reconocer el punto que somos que se llama aquí y ahora. Podríamos vivir el instante que hace camino al andar. En realidad no te puedes encontrar con nadie en el Camino si no descansa de su pasado y si no pone freno a la proyección del futuro. Te encuentras con otro cuando eres capaz de estar.

El Camino puede discurrir en línea recta o empantanarse en un laberinto. Meandros que van y vienen sin aparente sentido. Como telarañas tejidas en los espejismos de un camino quedan atrapadas personalidades inmaduras, sueños desvencijados por la contundencia del mundo.

En el Camino hay salvavidas y víctimas; templarios grotescos, amas de llaves arpías, pontífices del bordón, locos por el Camino. Eso es, cada uno con su locura y cada loco con su tema. Como si entre todos nos hubiéramos puesto de acuerdo, esos acuerdos tácitos, para representar una misma función. Tú el peregrino, yo el hospitalero, tú el extranjero yo el del pueblo.

Cada personaje desangelado que encontramos en el camino es una oportunidad gloriosa para descubrir nuestro personaje secreto, nuestro loco tremebundo, nuestra ficción de vida, y por tanto, una salida hacia la sanación.

Presencia
Del Camino brotan muchas cosas, entre ellas, y sorprendentemente, brota la alegría y con ella el canto. Por momentos, la contundencia de la vida, la presencia de la naturaleza te hace percibir algo tan evidente: que formas parte de la vida. Algo tan sencillo y a la vez tan profundo.

Brotan también viejos pesares, porque lo pasado, si pendiente, encuentra algún resquicio para hacer las paces y ser resuelto. En la medida que surge lo reprimido y lo negado, uno lo lanza al vuelo donde los cuatro vientos lo barren sin conmiseración porque en la luz eso que en lo oscuro hurga fantasmáticamente aparece mezquino y ridículo ante la grandeza que lo rodea.

Pero también brotan las esperanza, las ilusiones y los deseos. Aparece la tentación de llenar un vacío vital que acontece que no es tal vacío sino hueco del alma aunque el ego se incomode. Y es que si el deseo brota de la insatisfacción a ella vuelve irremediablemente.

De la misma manera que el Camino nos enseña a sostenernos sobre nuestros dos pies, a aguantarnos nuestras carencias, el vacío de vida sólo puede ser sostenido con presencia. Uno muere en la presencia porque todo lo demás vive, y vive para morir, de un instante al siguiente.

Templo
Cada etapa tiene su catedral o su ermita, al lado del río o en la montaña. Un remanso de paz. A veces la necesidad propia de la fatiga te hace sentarte delante de esos retablos llenos de santos e historias bíblicas. Aunque se agradece la simplicidad de los templos románicos, de las órdenes templarias. Pero de todas formas cualquier iglesia reúne un mínimo de condiciones para pararse y sentir.

El silencio del templo da paso a una vibración interna que también podríamos llamar silencio, tal vez como meditación espontánea. Es como una respiración que integra fuera y dentro son producir chirrío. La mente ya no revoletea, se deposita gratamente en el fondo. La realidad es clara, no engaña. Todo es reconocido como tal, todo reverbera, todo habla, y habla de Eso que tantas tradiciones sabiamente no le han querido poner nombre.

Como esto no es una comprensión intelectual no perdura más allá, cierto que queda un eco, un recuerdo o una invitación a ir más profundo.

Las señales
Dice el poeta que se hace camino al andar. El Camino se hace con cada paso dándole sentido. Está claro que el camino de tierra es una circunstancia, el otro camino, el interno, se cuece también en cada paso. Y cada paso te acerca o te aleja de tu destino porque no siempre uno “apoya” bien el pie, lamentablemente la conciencia va y viene. Hay recodos donde del Camino donde te encuentras y otros donde te pierdes. Claro que esto, en el camino interior, depende de los puntos débiles, de los complejos, las armaduras que todos llevamos a cuestas.

Pero ¡ojo! También hay un Camino externo. Existe Santiago, un punto de llegada, existen los diferentes puntos de partida. Existen los refugios y existen las flechas indicadoras. Gente amiga del Camino que las ha puesto.

Gracias a todo ello uno camina. El Camino no sería el mismo sin Santo Domingo de la Calzada o San Juan de Ortega. El Camino no tendría relieve sin Eunate o el Santo Sepulcro de Torres del Río. No habría Camino sin la catedral de Burgos, León o Santiago. Están las leyendas de los peregrinos, los lobos y los salteadores. Están también los milagros.

Ese Camino que a lo mejor fue travesía de celtas, cántabros y astures. Ese Camino que edificó pueblos, transformó culturas, ese Camino está ahí.

Gracias a todos.

¡Buen Camino! A los amigos del Camino al paso por Rabanal del Camino (agosto de 2003)

Julián Peragón