Cuestión Fundamental

 

El mismo Kant ya empezó a preguntarse acerca de los límites de lo humano. Hizo tres preguntas fundamentales, ¿qué debo saber?, ¿qué puedo hacer? y ¿qué me está permitido esperar?. Preguntas que resumió en una cuarta, ¿qué es el hombre?.

Se dice que su metafísica fue la primera piedra que articuló el pensamiento actual, la antropología filosófica, y que desde entonces los sabios y filósofos se han interrogado no sólo por el hombre sino también, el por qué preguntarse por él, puesto que, aunque ahora nos parezca evidente, no siempre el concepto de hombre ha sido fundamental en la historia humana.

Todas las respuestas dadas acerca de esta pregunta esencial han sido parciales cuando no precipitadas. Han sido también premeditadas en cuanto había bajo mano una ideología o una idea preconcebida que eregir acerca del hombre. Y sus pretensiones han quedado en eso, vanas pretensiones.

Durante mucho tiempo la Antropología Filosófica ha deambulado por eternos meandros en su necesidad de justificar su pregunta fundamental y de colocarse en el lugar central del pensar filosófico. Sin embargo se ha constatado algo importante, el carácter problemático que tiene la pregunta por el ser del hombre contemporáneo.

Heidegger nos decía: «Ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra. Ninguna época consiguió un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y cómodamente accesible. Ninguna época, no obstante, supo menos que sea el hombre. A ningún tiempo se le presentó el hombre como un ser tan misterioso».

Desde la biología a la psicología, desde la etnografía al psicoanálisis, todas las ciencias sociales tienen el objeto de definir que es el hombre, cual es su funcionamiento, su sociología, su química, sus sueños y sus símbolos, como si éste fuera un objeto hueco a llenar de información y de saber. Información que, hoy por hoy, está a punto de salirle por las orejas y de hacerle estallar en tal multitud de pedacitos que ninguna enciclopedia por muy amplia que ésta sea le dará siquiera una visión de conjunto o le explicará qué demonios es esto de ser humano.

Dios hace tiempo que murió y el ser humano ha tenido que vivir sin presupuestos mágicos y sin un cielo protector. De aquí que no haya ninguna instancia superior que dé el visto bueno a los valores humanos. E1 hombre se verá obligado a elegir su propio destino y a cargar con toda su responsabilidad. Las fronteras entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre lo humano y lo no humano han quedado definitivamente diluidas. Asistimos al desmembramiento del hombre. ¿Asistiremos a su muerte?.

Las heridas han sido brutales. Primero fue el giro copernicano, la tierra era redonda y no era el centro del Universo. Feuerbach colocó en el lugar de Dios la proyección de los valores excelsos del hombre. Robespierre destituyó a la monarquía absoluta por un sistema democrático de valores humanos. Darwin eliminó todo mito de la creación con el aguijón científico. Marx estableció un primer análisis social sobre la desigualdad de las clases sociales. Freud despedazó la ilusoria unidad interna del ser humano. Einstein rompe el estrecho marco cartesiano donde se inserta el universo humano. Las artes diluyen la realidad hasta convertirla en magma o en pura expresión surrealista. La tecnología rompe el mero control humano y la biotecnología está dispuesta a modificar la misma esencia de la vida.

Puede ser que no nos demos cuenta y que vivamos en espacios cerrados o en paraísos alternativos pero hoy el ser humano sufre un fuerte tirón, un profundo desgarro y una aceleración sin precedentes. No es exagerado hablar de amenaza.

La modernidad ha roto las solidaridades tradicionales y ha atomizado al individuo en su soledad. E1 Estado ha negado a la persona su propia capacidad de decisión bajo el manto de una democracia vacía de contenido. Y la informática está cumpliendo los sueños de control de los poderosos.

Los medios de comunicación crean una segunda realidad más poderosa y «más real» que la realidad misma, y la publicidad una «segunda piel» más sugestiva que la propia.

E1 mundo está a punto de estallar. La bomba atómica que pende fantasmáticamente sobre nuestras cabezas, la bomba de los pobres y desheredados que pueden invadir el mejor de nuestros mundos, justifican el rearme militar y leyes inflexibles de extranjería.

La inseguridad ciudadana, la manipulación política, el pillaje mercantil, la vulnerabilidad del consumidor, el crack económico, la complejidad legal, la corrupción militar, la burocratización de la sociedad, la instrumentalización sanitaria, la crisis de la pareja, la falta de rigor y calidad en la educación, la desmembración de las ciencias sociales, las ciudades inhabitables, el mismo cáncer o la impotencia del sida, necesariamente sumergen al individuo en una implosión de la que sólo emerge malestar, neurosis, fanatismo e insolidaridad.

E1 futuro aparece incierto y oscuro. Una vez rota la relación hombre naturaleza y forzada la máquina industrial, el planeta sucumbe poniendo en peligro toda vida. Están desapareciendo cientos de especies animales y vegetales.

Hubo un tiempo mítico que lo importante era ser hijo de los dioses, y otro en el que lo que primaba era ser bueno ante los ojos de Dios. Hoy lo que cuenta es ser normal. Y cuanta más angustia por ser normal, más psicosis y más esquizofrenia. Cuanto más se ajusta uno a la norma, más depresión, y cuanto más huída de la realidad y del propio conflicto, más dolor y más enfermedad.

Todas las informaciones aunque científicas sobre el ser humano no podrán nunca colmar a este sujeto de reconocimiento, a este ser que vive y que busca un ámbito de sentido. Necesitamos tener esa posibilidad de ser lo que uno determina que és. Y necesitamos un marco abierto desde donde sea posible poder volver a pensar lo que sea el hombre, no tanto por definirlo sino en el que señalar las potencialidades, múltiples potencialidades de lo humano.

Participamos de unas Ideas en las que y por las que nos reconocemos como seres humanos. Pero Nietzsche nos dirá que estamos soñando. El ser humano se parece a ese funámbulo sonámbulo que despierta de repente en medio del sueño y ante el «vértigo existencial» no le queda más remedio que continuar soñando para mantenerse en pie. Parece que no queda otra que seguir creando valores, que son siempre permanentes e prescindibles, con lo cual la conciencia aparece como mendaz, o como un bucle que vuelve siempre a su propia esencia, a su propio ombligo.

Foucault pone la puntilla cuando dice: «A todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar también que es el hombre el que piensa, a todas esta formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica es decir, en cierta forma, silenciosa».

Llegamos a la conclusión de que no es posible determinar lo que és el hombre sin descubrir cual es nuestro discurso acerca de él y cuales son las ideas reguladoras que hemos puesto bajo el mantel. Quizá sólo es necesario determinar bien la pregunta para que podamos pensar de nuevo al hombre. Podremos, no obstante, elegir una idea de hombre y unos enunciados autotransformadores pero ya no estaremos en posición de pensar que nuestra postura es la válida o absoluta, sino una más, y tal vez, dejando de lado los dogmatismos estemos dispuestos a ser más humildes. Cuántas veces hemos hablado del Nuevo Hombre, de la Era de Acuario, del Ser Andrógino. Cuántas veces nos hemos sentado en postura de meditación sintiendo que reproducíamos un ideal. Cuántas veces hemos utilizado enunciados de la biología o de la psicología para demostrar nuestras verdades y cuantas veces nos hemos olvidado que esas verdades se parecen más a esperanzas o señales luminosas en un universo humano siempre confuso, que en verdaderas verdades.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Ser anfibio

 

Cuando nacemos somos como un pequeño animal anfibio torpemente surgiendo de su medio acuoso que se le ha ido quedando pequeño y emerge con dolor a otro enormemente más grande y desconocido. Salimos de un oasis fusional para abocarnos, sin más armas que nuestra fragilidad, a un universo todavía caleidoscópico de pura sensación.

No sabemos todavía que se llama mundo ni que nos llamamos bebé, no sabemos de ninguna frontera. A ciegas sabemos de la fruición de nuestra boca por encontrar alimento hasta que la piel se vaya convirtiendo en esponja para absorber mimos, gestos y actitudes.

El paso del tiempo nos aclara las cosas, sus signos, sus metamorfosis, pero nuestro primerizo ego es puro impulso, llamarada de necesidades. Sin mediar diálogo nos van indicando sin pausa que lo espontáneo es inadecuado. El imperativo se impone como voz de mando, no toques, estate quieto, calla, siéntate, no molestes

Nos hablan de educación cuando de verdad son modelos de adoctrinamiento que caen como losas borrando las tempranas huellas de nuestro autodescubrimiento. Hay poco margen para el Ser que somos como poco tiempo para la escucha. El mundo, lo sabemos, empuja cruel, pragmático, uniformando, por el bien de todos, a todos.

Antes nos encerraban a los seis años, edad escolar, ahora con las mayores prisas nos guardan bien pequeños, cuando apenas afloran dos ferocidades de leche. Cantando nos enseñan las letras que luego se transformarán en deberes. Hay que saber mucho con ese vocabulario para dar y recibir órdenes, para comprender un mundo cada vez más hipercomplejo, dominar la terminología de nuestro gremio superespecializado. El lenguaje se convierte en el poder de mostrar pero simultáneamente en la habilidad de ocultar. Al final las ideas habrá que venderlas.

El lenguaje de la vida se parece al vuelo de un pájaro, al gateo de un felino, pero el lenguaje del hombre se infla en oposición a lo natural, en la certeza que la cultura y la naturaleza no tienen raíces comunes que las alimenten, en la prepotencia de que el hombre es superior al órden natural del cual nació. Visto que su mente es más poderosa que su cuerpo, y su palabra más certera que los mismos hechos.

Pero de aquel otro lenguaje anfibio y fusional que recorría las entrañas como ondas de una mayor sensibilidad y que comprendía como la luz súbita del rayo las corazonadas y las intuiciones, de ese protolenguaje sólo quedaron ecos, refugiado en las voces de los sueños, cuando nos entreteníamos ensimismados en cualquier insecto, cuando nos salía la heroicidad ante la menor trifulca infantil.

En esta confusión nos hallamos muchos que al mirar al fondo oscuro de nosotros mismos no vemos nada. Castrados en lo sutil sin la pericia de la introspección natural, nuestro interior aparece estéril o abominable, algo de lo que escapar o a lo que perseguir, y de hecho, para la sociedad es un cajón de sastre o la misma caja de Pandora.

Evidentemente es la sociedad que llevamos dentro, que está introyectada, pero que se huele en las estructuras políticas, religiosas y sociales, y que cuando se ha armado lo suficiente de recursos, cuando ha «madurado» en intenciones democráticas, y ha engrasado la máquina civilizadora nos encierra a los locos en el manicomio, a los ancianos inservibles nos pone en el asilo, a los criminales y revolucionarios nos clausura en la cárcel, a los enfermos en hospitales blancos. Hasta la memoria de los muertos olvidada en una esquela mortuoria y en un ataúd dentro de una tumba en el cementerio.

Orden ciego que quiere que en el mismo momento los hombres estemos en las fábricas, los niños en las escuelas y las mujeres en casa. Que en la vía pública se respire orden, limpieza y normalidad.

Esa normalidad que nadie sabe como es pero que parasita en el ojo crítico que teme la diferencia. Una normalidad que dictatorialmente encoge el alma de lo genuino que llevamos dentro y se empobrece de la riqueza que supone un otro diferente con quien dialogar, ¿podríamos decir amar?.

Exorcizados la muerte, la deformidad, la fealdad, la enfermedad, la misma espontaneidad y la locura, nos queda la salvaguarda de nuestros valores y pertenencias, del honor y los sempiternos tabúes, los intereses creados, los dioses sacralizados, la patria.

Y hay a quien le parece excesivo esto, cuando no se relaciona prosperidad con deuda del tercer mundo, especulación financiera con hambrunas, democracia formal con corrupciones político-militares consentidas por los países ricos. ¿Cómo no relacionar empresas armamentísticas con guerras fronterizas generalizadas?. ¡Tantas cosas! que la fragmentación de los medios y la saturación de la información no nos permiten asociar.

Diríamos que éste es uno de los problemas de la normalidad que no relaciona su impecable imagen con la sombra nefasta que proyecta.

P ero quién se acuerda de aquel animal anfibio que éramos. Desconfiando de nuestra interioridad creamos nuestro yo a retazos de imágenes magnificadas de nuestros ídolos, de las seguridades prometidas por nuestros tutores. A ese juego de luces y de reflejos de otros tantos reflejos lo llamamos ego. Y temerosos de la disolución de éste le pusimos lastre y contrafuertes, pues a respaldo de esta edificación nos sentimos engañosamente protegidos en la pretensión de tener el control sobre sí mismo.

En el sótano, humedo y enrarecido, el animal de aguas cristalinas olvidado, cuando no reprimido, se tornó deforme. Los bajos de la torre amurallada se convirtieron en laberinto y en sus entresijos la bestia rugió. Ese animalito que tentó tiernamente con su boca ansiosa de leche tibia clama venganza.

Una vez reconocido al impostor que con su ojo clarividente, cual faro cegador, deja en penumbras al resto, es propio que la otredad que nos habita reclame compulsivamente su lugar usurpado. Dicen que el ego se identifica con la función dominante y que la mente, reina de las visiones y las cosmologías, lo alimenta. El ego se corona lleno de ínfulas de grandiosidad creyéndose firme, estable y permanente.

¿Cómo es que polarizamos lo que somos y ponemos tantas fronteras entre el cuerpo y el alma, entre lo que soy y lo que debo ser?. ¿Por qué la personalidad se torna máscara olvidadiza de la globalidad que somos?.

Pensando que la vida es sólo vida, luz, vigilia, poder y reconocimiento, olvidamos que también es muerte, error, imperfección, angustia e inseguridad. Se cierne así el temor a la sombra, a lo informe, a la ambigüedad, al terrible vacío. Nos asusta el riesgo de dejar de ser, devenir en nada. Nos aterra que en el postrer momento, al perder las fuerzas, la muerte diga la última palabra cuestionadora sobre aquellas ruinas sobre las que edificamos nuestra efímera gloria.

Sabemos que en la noche la bestia acecha y las pesadillas encogen el corazón. También los equívocos y los actos fallidos nos hacen tambalear. Los golpes, sin más, de la vida dejan las heridas demasiado tiernas y el destino nos coge desprevenidos justo donde más nos duele. Tal vez esto clarifique por qué el ego se vuelve impermeable, por que se insensibiliza tanto.

Pero también el ego tiene sus guaridas. La personalidad hace referencia a la máscara; máscara que pretende amplificar eso que somos pues en el acto limpio de ser a veces nos quedamos en silencio, sin voz ni modos para expresar nuestra riqueza. Es por eso que nos asomamos al abismo hueco de la personalidad para que nuestro grito tenga eco. La personalidad nos haría personas si pudiéramos discriminar fácilmente la forma de la esencia. Pues la máscara debe caer tarde o temprano como caen las hojas de árboles caducos. Y es en nuestro otoño cuando la madurez del ser pierde la avidez externa y se reconforta en lo más íntimo.

También el carácter que es mitad carne y mitad espíritu, nos recuerda que tenemos muchas cosas grabadas con saliva y con sangre, fruto de nuestros condicionamientos. No obstante también se percibe un aroma que traemos del otro lado del mundo.

El problema aparecerá una vez más cuando nos encontremos con un ego sordo que cree que somos sólo eso, la impronta que deja la vida en nosotros. Que únicamente somos el cúmulo de instantes mal recordados sobre la percha de nuestras ilusiones, sin llegarnos a preguntar siquiera, ¿quiénes somos?, ¿quién realmente vive en nosotros?.

Tendríamos que dudar del carácter que no se reconoce en el destino que él mismo amasa con sus manos. O de la neurosis que nos vuelve sordos a nuestras propias motivaciones. Del yo que aliena obcecadamente todo lo ajeno. También habríamos de dudar de la personalidad que enmascara en tantos momentos lo interno. Personajes todos ellos de un mismo teatro de sombras.

Todo lo que no somos nos lleva al engaño que alimenta la raíz del sufrimiento. En cambio, para señalar lo que sí somos nos faltan palabras, nos falta incluso la certeza de la experiencia.

Si dijéramos, por cierto, que el ego no existe nos tomarían por locos; si nos preguntaran qué hay en el núcleo de uno mismo tendríamos que responder que nada. Que el si mismo es una permanente relación con el mundo, una red de redes tan acuosa como el agua, tan volátil como el viento, tan intensa como el fuego que quema. Y esa relación permanente se parece a la música que suena modulándose en cada estrofa o al danzarín que se mantiene en equilibrio mientras hay movimiento.

¿Y el ego?, el ego tiene su cometido, llevar el ritmo, ordenar las partituras, recordar los instantes precisos. Facilitar el trueque con el exterior y recordar, muy importante, que en esta música de la vida él no crea la melodía pero ayuda a que las condiciones sean adecuadas.

Los antiguos ya nos dijeron que el ser humano llega a este mundo dormido y que la única religión es la del despertar, como si la vigilia del alma fuera ese momento llamado satori, samadhi o iluminación, aunque sería mejor olvidar estas palabras, momento donde uno se descubre religado a todo lo que existe. Otra vez aparece el animal anfibio pero ahora que toda la inmensidad del mar por delante y con la libertad de emerger a la tierra digamos de realidades.

Nos dijeron que habíamos perdido el paraíso y que tras el fino barniz de civilización que respiramos se esconde un homo sapiens demens. Porque detrás de la afirmación en las razones más poderosas que han movido la historia se esconde un ser iracundo capaz de las torturas más horrendas, de masacres y genocidios. Es como si la barbarie y la intolerancia anidara en los fondos de la apisonadora que llamamos avance del progreso.

Ese loco que teme quedarse solo y que para sobrevivir elabora un mecanismo muy fino de adjudicación de la culpa, expoliando sus fantasmas fuera, ese loco tiene que volverse sabio.

Gran parte de lo que se ha llamado filosofía perenne se basa en cómo destronar a ese loco bravucón y engreído. Para ello tendrá que perder la inocencia pues así como la historia se ha reafirmado sobre la sangre de la conquista y la aniquilación de los otros, también nuestra biografía se teje sobre la aniquilación de lo sensible, la muerte del espíritu, tenida como necesaria para soportar el impacto atroz de la vida.

Perder la inocencia para recuperar la inocencia. Paradoja que encierra la verdad de nuestro niño interno. Y es que se trata de eso, conscientes de la fugacidad de la vida, de la presencia omnipotente de la muerte, la futilidad de nuestros sueños y la impotencia de nuestros actos, soltar una enorme y sonora carcajada.

 

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Entrevista a Claudio Naranjo

 

Primera parte

El pasado 24 de octubre, Claudio Naranjo dio una charla en el Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona sobre las etapas del desarrollo del ego a través de un clásico taoísta, los episodios del viaje del Rey Mono, compuesto por Wu Cheng en el siglo XVI.

Nosotros aprovechamos la ocasión para entrevistarle acerca del camino interior y las herramientas a nuestro alcance para la transformación personal.

Claudio es ampliamente conocido como uno de los personajes más relevantes del movimiento humanista, pionero de la Psicología Transpersonal y vocero de un nuevo chamanismo. Es fundador del Instituto SAT para la Formación Integrativa de agentes de cambio. Entre sus trabajos cabe destacar la difusión del Eneagrama con diferentes libros publicados: «Gestalt sin fronteras», «Carácter y Neurosis», «La Agonía del Patriarcado».

CLAUDIO: Me piden que hable de la transformación no sólo como se la entiende en psicoterapia, que es sanar de cosas que molestan, que duelen; sino en la implicación espiritual, que es el pasar de un estado común y corriente, digamos del estado en el que la mayor parte de la gente se encuentra, a una condición de conciencia más amplia, más extendida.

Me parece interesante el planteamiento porque creo que hay círculos a los cuales la terapia todavía no llega, como una cosa muy interesante. Y debe haber círculos, me imagino, en los que está un poco desprestigiada.

Hablar del camino, de la transformación, de la elevación de la persona a otra condición, es algo en lo que uno no puede dejar de interesarse. Porque se puede decir que nacemos con un anhelo espiritual, con un anhelo de transformación que alguna gente siente como un llamado a sanar. Hay personas que sienten como un apretón del dolor. Eso son cosas que suceden típicamente a los chamanes, que son los primeros maestros espirituales del mundo. Ellos no son llamados por una voz sublime que les dice «ven hacia acá que te daré sabiduría». La vocación chamánica es un no poder aguantarse más de lo que, visto con nuestros ojos, sería enfermedad. Son enfermos que se reconocen como tales y por eso pasan a otra condición.

Desconfío un poco de formas de espiritualidad que se plantean como ajenas a la psicoterapia, porque hay una tentación de decir «a mí me interesa el espíritu, pero no me interesan esas cosas que le pasaron a uno de niño, no me interesan las vicisitudes de la vida familiar». Hay un peligro en la espiritualidad que no toca el dolor, que quiere solamente lo bueno. En cambio es tal vez menor el peligro para la persona que se mete en el dolor, porque si se abre la vieja herida y realmente se sana de eso, se queda en una condición más receptiva a otras cosas que llegan después, cuando uno ya tiene energía psicológica liberada para «cosas», digamos, superiores.

Es cierto que la terapia, como todas las cosas, entra en un mundo humano en el que hay gente que lo hace bien y gente que no lo hace tan bien. Hay personas que tienen la vocación o la necesidad, o que han atravesado por el proceso interno que les permite, a través del conocimiento de sí mismos, entender verdaderamente al otro.

La psicoterapia de hoy pasa por escuelas, pasa por un sistema académico, no pasa lo suficiente por este proceso interno; como en los mitos en que el héroe es partido en pedacitos y se lo echa en la olla a cocer antes de que salga renovado y renacido. Hay gente que no se mete suficientemente como para entender las cosas desde su vida, sino que aprende técnicas, aprende teorías. Y una persona que no lo ha hecho como los viejos chamanes, que no se ha metido personalmente, que no ha partido siendo un buscador, (añadiendo un interés personal al interés profesional), no puede ofrecer lo mismo. Y eso es lo que forma las escuelas hoy en día. Yo creo que hay un público ahí un poco traicionado. Un público que va al psicólogo, o padres que mandan al niño al psicólogo, y terminan diciendo «mejor no meterse con esta gente».

 

Julián Peragón: Sí, pero tal como dices, están los dos peligros. Porque las personas que se han puesto dentro del mundo espiritual a enseñar, los maestros, que no han pasado por el dolor o no han pasado por ese proceso terapéutico, han tenido alguna experiencia cumbre que les ha confundido creyendo que ya estaban preparados para la enseñanza, y realmente ha sido como tú decías en la charla del otro día: El ego ha cogido la gloria.

CLAUDIO: Eso es otro fenómeno. Están los que no se han metido, los que han aprendido solamente de los libros, y están los que han tenido una experiencia, pero actúan desde la grandiosidad o desde el entusiasmo juvenil. Y eso ya es más. Aunque sea una situación de aprendiz de brujo que se queda demasiado grande, no deja de hacer su bien, porque a veces el entusiasmo egóico de un aprendiz se transmite y sirve al otro. Seguramente esto ha contribuido un poco a la imagen discutible de la psicología humanista hoy en día, en el entorno del movimiento californiano. ¡Tantos que se las han dado de maestros cuando estaban a medio cocer!

Bueno, con este preludio bien se puede decir del camino… yo siempre digo que para subir al cielo se necesita una escalera larga y una cortita. Que la escalera larga es arreglar las cosas de esta vida, que arreglar las cosas de esta vida es vivir mejor, llegar a ser mejor persona. Lo que en las escuelas espirituales antiguas se llamaba llegar a ser más virtuoso. Eso es lo que hace la terapia. La terapia es como una forma alternativa de lo que antes era la escuela de la virtud. El intento, no de ser una persona más amorosa, porque no se puede amar a la fuerza, sino el intento de desinhibir la conducta destructiva, la manipulación, la mentira… portarse bien.

Ese «portarse bien» no es que sea un método muy poderoso, porque una cosa es portarse bien y otra es ser mejor. El portarse bien es un camino muy lento para llegar a ser mejor. Y toda la cultura cristiana ortodoxa, digamos tradicional, es casi una demostración histórica de que eso no basta, excepto si hay una vocación. Hay gente sincera, que de tanto esfuerzo en portarse bien llega a ser santo. Pero hay otros que se portan bien hipócritamente y no cosechan hacia dentro. El resultado es que no llegan a una transformación a través de ese esfuerzo externo.

La terapia puede ser entendida como una manera de ayudar a este proceso de arreglar las relaciones humanas, yendo más allá de este simple intento de ser mejor persona (que se plantea universalmente desde el yoga y el budismo, a la tradición occidental). El conocimiento de uno mismo es una manera de desenredar lo que hay que desenredar. Y yo creo que el propósito de llegar a poner las cosas en su lugar y llegar a ser mejor persona es una cosa magnífica si está en el contexto de una buena orientación. Es una ayuda para el viaje, si hay un sentido de que hay un viaje, si hay una vocación sentida, con o sin palabras, si la persona es un buscador, lo exprese como lo exprese.

Pero si la psicoterapia es una cosa aislada, simplemente porque la persona viene con algo que le duele, ya sea la cabeza o el alma, y el médico dice «para eso tienes que conocerte», o «vamos, cuéntame qué pasa aquí o allá», el gesto es muy diferente. Así que es bueno que la psicoterapia exista en lo que se pudiera llamar un contexto transpersonal, en un contexto de espiritualidad ilustrada, digamos.

Para eso son buenas cosas tales como los cuentos de sabiduría. Las grandes cosas que no se pueden poner en forma de cuento es muy discutible que valga la pena decirlas. Las grandes verdades se pueden expresar en forma muy modesta, muy sencilla. Estos cuentos de hadas, como los cuentos de Grimm, se sabe hoy, fueron un producto consciente y no un producto folclórico. Sabemos ahora que hubo en Europa una cultura de brujas, que sabían de plantas medicinales y de cuentos. Y que después de que la Inquisición las liquidó, en sus hogueras desapareció esa sabiduría, que era un factor equilibrante de la cultura ortodoxa de su tiempo.

Los cuentos de verdadera substancia se refieren al viaje interior. Los entiende una persona en la medida en que ya está dentro del viaje.

El otro día, en la conferencia, hacía alusión al agua de la vida, por ejemplo. Todos tenemos sed de un agua de la vida que va a sanar a alguien que está enfermo dentro. Como ese viejo rey. No necesariamente ha de ser agua de la vida, a veces lo que se va a buscar son los tres pelos del diablo. Eso es lo que va a hacer la curación. Y da lo mismo cómo se ponga el símbolo, todos son relativos a una búsqueda que antes de finalizar va a llevar a una cierta aventura. Y las etapas de esa aventura, si uno empieza a mirar, contienen generalmente más sabiduría de la que posee normalmente un psicólogo.

En vista que me piden que hable del viaje interior podría hacerlo a través de un cuento sufí, un cuento que se parece mucho al de hadas, pero que existe como parte de una tradición viva. Y el cuento se usa como un equivalente de lo que en el mundo occidental es la teoría. Como una forma figurativa.

Yo estoy convencido de que los cuentos de hadas son cuentos sufís, que viajaron desde Palestina y Asia Central a través del Mediterráneo al mundo celta, bretón y a otros lugares en los primeros siglos del cristianismo. Ya son pocos los que creen en la teoría de Jung, que decía que son producto del inconsciente colectivo, él pensaba que eran sabiduría popular. Hoy día los mitólogos han comprobado cómo las imágenes se repiten, los motivos se repiten. Y está a la vista que los cuentos del Cáucaso y los cuentos bretones, o los cuentos que circulaban en Inglaterra, están hechos de los mismos pedazos del mosaico y que puede tratarse de una transmisión geográfica.

Lo que, en algunas tierras, se ha llamado mito, que es la base de una práctica religiosa, como el mito de Osiris. Revestido en un principio de sacralidad, ha pasado a la forma más modesta de cuento, menos ligada a un culto pero ligada a una explicación. Y de ahí siguió la popularización, para que algo de eso llegue a la cultura en general.

Hay cuentos sufís que se parecen mucho a los cuentos de hadas, o viceversa. A mí me gusta mucho el cuento del caballo volador.

Era un rey que tenía dos hijos. Un hijo era ocioso, se llamaba Tambal, que significa algo así como «soñador». Y el otro era un hijo práctico y le gustaban las cosas útiles.

El rey era un verdadero protector de la comunidad, y quería proveer a las gentes de su reino de cosas de utilidad social. Y un día llamó a un concurso para que la gente de más talento del reino produjera cosas. Había un forjador muy famoso que se aisló en su torre. Se oyó que daba golpes y que trabajaba día y noche para este concurso. Al fin aparece con un producto maravilloso, que es un aparato que no sólo se puede deslizar sobre la tierra, sino que puede volar lentamente y también sumergirse en el agua. No se había visto una maravilla tan grande nunca.

Todos aplauden felices y felicitan al que presenta este invento, y están seguros de que ha de ser el elegido.

Pero después aparece un carpintero poco conocido y presenta un caballo de madera tallada. «-¿Qué es ésto?» dice el rey cuando comparece para presentar su pieza. «-Bueno», contesta el carpintero, «esto parece una cosa muy simple, pero tiene una propiedad especial, y es que este caballo obedece al deseo del que lo monta, y lo lleva allá donde quiere el jinete».

«-¡Ah!, dice el cortesano, ésto es un juguete, es como una broma frente a ese producto que ha presentado el ingeniero. Se lo podrías dar a tu hijo Tambal, que es un soñador». Y se lo dan.

Y al carpintero no le hacen ningún caso. Incluso hay una versión del cuento en la que, por pretender una cosa tan trivial, cuando se trata de un concurso serio de cosas útiles, lo castigan, lo amarran de un árbol. Algo así como una crucifixión simbólica.

Y triunfa realmente el aparato este de las muchas propiedades. Pero Tambal se monta en el caballo. Se le ha dicho algo de que el caballo puede llevarlo a cumplir el deseo de su propio corazón, y él dice: «-¡Ay!… cuánto me gustaría saber cuál es el deseo de mi corazón». Y el caballo se levanta por el aire y lo lleva a un castillo que está flotando, un castillo giratorio. El rey está ausente en ese castillo, pero está la princesa. Se encuentran Tambal y la princesa y es un amor a primera vista, una cosa maravillosa. Pero el rey, que estaba de visita en otra parte, regresa. Entonces Tambal esconde el caballo detrás de la cortina, se esconde él mismo. Y este amor tan maravilloso queda interrumpido, porque el rey descubre el caballo.

A Tambal no se le ocurre otra cosa que hacer que huir, para volver a la tierra de su padre y conseguir refuerzos de alguna manera. Pasará largo tiempo antes de que pueda casarse con la princesa. Es un símbolo de cómo en la vida espiritual también ocurre que, tras el encuentro con la princesa, hasta que se realice eso del matrimonio, es muy largo el proceso. Aparece el amor, pero después de la luna de miel se lo pierde.

Entonces Tambal tiene que volver para pedir refuerzos a su padre, el rey. Dice: «voy a venir con ejércitos de mi padre, voy a conquistar a la princesa». El padre de la princesa se llama en el cuento el Rey Kahana, una palabra que en árabe significa algo así como profeta, pero profeta de poca categoría. Es como el rey de la etapa de la inflación, un exaltado espiritual. Insiste en que su hija sea casada con el Príncipe del Oeste. Ya está destinada y no quiere ni oír hablar de lo que ella vaya a sentir. Como en todos los cuentos de hadas, la princesa es una cautiva de su propio padre, que tiene otros planes para ella. La princesa Durri Karim, la perla preciosa.

Esta perla preciosa del alma va a tener que esperarse hasta una larga aventura de Tambal, que se dice que recorre desiertos y que ya piensa que ha perdido su causa. Hay momentos en los que cree haber llegado, pero son espejismos. Ocurren toda clase de altibajos y pasa un tiempo muy largo… hasta que llega a un bosquecillo muy agradable en el que hay árboles frutales y se siente agua cristalina. Es como un paraíso. Hay unas frutas muy bonitas. Tambal come de ellas y se queda dormido.

Y cuando despierta se mira en el agua y ve que le han crecido las uñas enormemente. Le ha crecido barba, pelo por todas partes, le han crecido cuernos… ve como una imagen demonizada de sí mismo, es una cosa horrorosa. Aunque llegara a la tierra de su padre, aunque pudiera cumplir con los actos liberatorios, ya no se puede esperar que la princesa lo acepte en esas condiciones. Lo que le parecía un paraíso es realmente un preludio a, digamos, una demonización. El se ve más feo de lo que nunca se ha visto en la vida.

Está desesperado cuando ve a lo lejos a un hombre que se acerca con una lámpara, un peregrino, como un viejo sabio. Y él, que en este momento de la necesidad más grande, de la necesidad más sincera de guía, tiene la posibilidad, le pregunta «Padre, ¡qué debo hacer?». Y el otro le dice «Come de las frutas secas, no de los frutos maduros. Y luego sigue tu destino».

Y así lo hace, come de las frutas secas. Poco a poco se le va pasando esta condición de demonizado. Él se pregunta «¡qué es eso de seguir mi destino?», cuando oye un repiqueo y ve llegar una caravana. Es el Príncipe del Oeste, que viene a buscar a la princesa para casarse con ella. Y muy arrogante le dice: «!Oye! ¿Tú eres el dueño de esta fruta? !Yo quiero comer de esta fruta! !Dame!». Y se come unas cuantas de esas frutas tan atractivas. Le pasa lo mismo, se vuelve un demonio. El no se puede presentar a la princesa de esa manera, así que le dice a Tambal: «!Oye, te vamos a poner a tí mientras tanto!».

Así que esconden al Príncipe del Oeste que se ha puesto demoníaco y cuando Tambal, siguiendo su destino, llega hasta donde está la princesa, se casan. Ella sólo pone una condición, que le den el caballo de madera. Y el padre entrega a la princesa con este juguete del cual se ha encaprichado. El padre sabe que eso tiene que ver con un amante secreto, pero en ese momento ya no importa. Y cuando el verdadero Príncipe del Oeste va a echar las cuentas con este Tambal por el cual se siente envenenado, (intenta darle una cuchillada), pero el otro parte con la princesa, se eleva por los aires en el caballo de madera.

Es un cuento que refleja exactamente las etapas del viaje. Primero, una actitud de la mente disponible como a soñar, como a preguntarse cuál es su verdadero deseo en lugar de estar tan atrapada en lo mundano, en las cosas que sirven… Luego es el caballo mágico, el encuentro con la princesa, el encuentro con la esencia y el encuentro con el centro de sí mismo. El amor, el conocer…. y luego la pérdida de eso. La tribulación, que es la noche oscura, o como quiera que se la llame. Y luego un período de, en el fondo, encontrarse con la sombra. Tras lo cual empiezan a cambiar los roles, como si lo feo, lo malo, lo podrido que aún lleva uno dentro empezara a supurar. Lo interno se empieza a hacer externo, se empieza a hacer visible. Pero al mismo tiempo al hacerse visible se va haciendo menos, se va produciendo la purificación. Luego todo acontece por sí mismo, de ahí en adelante no hay trabajo. Hay que aguantar, seguir el destino no más. Y al final el reencuentro con la princesa, el reencuentro con el alma después de haberla perdido… la ascensión.

 

Julián: Y en estas etapas, la gracia divina, algo que no depende de uno, ¿qué lugar ocupa? ¿En qué momento se da?

CLAUDIO: La gracia divina y humana, la energía espiritual, está siempre ahí.

 

MON: Lo nombraste ayer como el camino espiritual. Hay un camino espiritual dentro del mundo terapéutico en el que nos movemos. Tropezamos con el dolor, lo soltamos o no… pero en el caso de Schubert precisamente hablaste de la vida como escuela, como que la esencia tiene una manera de llamar. Tú lo llamabas el lenguaje del espíritu, como que la vida misma tiene un llamado, o tiene varias llamadas. Continuamente la esencia va llamando de distintas maneras y continuamente nos volvemos a dormir.

 

CLAUDIO: Yo creo que cuanto más conscientes nos ponemos más despertamos a sentir la vida como campo de trabajo y de pruebas. Como que llega un momento en que uno ve que no hay nada por acaso. Y que a uno le llegan exactamente las experiencias que necesita. A veces incluso las pruebas que uno no pasa son pruebas que a uno lo transforman un poco y que lo dejan por lo menos con más conciencia de lo que tiene que hacer o de lo que le falta. Ni siquiera las pruebas en las que uno fracasa son pérdidas completas. Como si la vida estuviera orquestada. Y a eso tal vez llamémosle Providencia más que Gracia, pero es expresión de una ayuda que está viniendo siempre, sólo que a veces estamos muy ciegos o muy incapaces de recibirla. Otras veces sí que ponemos más atención.

 

MON: Como si hubiese un proceso de sensibilización.

CLAUDIO: Hay mucha gente que se pone sabia tan sólo con el cumplir años. Hay viejos para quienes la vejez misma es el equivalente de lo que sería el caso del yogui que se retira al bosque en la India clásica, después de cumplir con su familia… A veces en la vejez la gente pierde una parte del cerebro que tiene que ver con el mundo y ya no funciona tan bien, ya no están los mismos intereses. Pero entonces la vida se hace como un Sabat en el sentido original del día de Dios, no el día del mundo. El día que no es para hacer cosas, no es para engrandecerse, no es para competir, sino para estar con lo más profundo. Hay viejos que cuando les toca la crisis de la vejez, tal vez porque han hecho una vida suficientemente buena, es como un yoga intensivo en que aparece el desapego sin que se hubieran propuesto desapegarse antes. Y al que le llega la crisis y no la pasa es como un viejo loco que da mucho malestar a los que le rodean, se exalta el ego. No es raro que la vejez ponga claramente a la gente más sabia.

Hay gente a la que, simplemente ante la pérdida de un ser querido, o ante la vejez, les basta sin maestro, sin terapia. Así que la terapia sería una ayuda para que pueda aprovechar bien las ocasiones de la vida.

 

Julián: Sí, yo iba a comentar algo acerca de la muerte. Que el hecho de tenerla más cerca te desidentifica de este apego o esta ilusión, o este deseo que a veces tenemos con la vida.

CLAUDIO: La certeza de la muerte física promueve la muerte del ego. No es que se pueda morir tan fácil el ego. Es el ejemplo de una persona que ya no se enoja, o que no se pone pretenciosa porque, ahora que se va a morir, siente vivamente que ello es efímero.

En algunas personas el estar al borde mismo de la muerte produce un grado de separación del ego. Hay muchas de estas experiencias que llaman los americanos Near Death Experiences. Experiencias de muerte inminente, muerte próxima. Es gente que sale del quirófano, o sale de debajo de un auto, en alguna situación de inminencia de la muerte y tocado por un… es como el encuentro con la princesa: haberse encontrado con una luz al otro lado de un túnel, haberse encontrado con un guía espiritual, haberse encontrado con un estado de ser diferente. Y la vida es diferente después de eso. No es que no haya ego, es como el viaje al castillo flotante. Ese castillo no está en este mundo, sino en otro, no está conectado. Debe hacerse una integración después. Tiene que hacerse un trabajo para que la vida se haga compatible con eso. Aunque está la semilla de la destrucción del ego que viene de la muerte, esa semilla tiene que hacerse una muerte efectiva. Y eso es un camino largo, muchos años de desierto. Un ir limándose poco a poco.

 

Segunda parte

Claudio Naranjo formó parte del primer equipo del Esalen Institute, centro en el que pasó a ser uno de los tres sucesores de Fritz Perls, y fundó en California el Instituto SAT, una escuela integradora de la psicoterapia y las tradiciones espirituales. En esta segunda parte de la entrevista que le hicimos el grupo de redacción de Conciencia Sin Fronteras nos habla de cómo fue tomando forma aquel sueño de fundar una Escuela Integrativa.

MON: Queríamos preguntarte sobre la terapia integrativa, sobre cómo ves tú el eclecticismo espiritual y terapéutico.

CLAUDIO: Históricamente lo que sucedió es que hace algunas décadas se rompió el imperio monolítico del Psicoanálisis en psicoterapia, surgieron muchas alternativas, surgió la escuela de Rogers, surgió la Gestalt, surgió la Danzaterapia, surgieron muchas maneras de hacer. Y luego el público consumidor, en lugar de beber en una sola fuente como había hecho antes, se empezó a alimentar de muchas fuentes. Llegó ésto a ocurrir entre profesionales mismos, gente que entonces estaba en formación. Psicólogos, psicoterapeutas, personas que ayudaban a otros, empezaron a ver un poco de Bioenergética, un poco del Proceso de Cuadrinidad, estas cosas. Y algunas personas primero hablaban un poco con sorna, con crítica: -«Que esto no es serio, que es un poquito de ésto un poquito de aquello…» Yo siempre tuve fe en la validez de seguir el propio olfato en la exploración de las múltiples propuestas en que justamente sería interesante que algunas personas bebieran en distintas fuentes para que pudieran hacer una integración.

Necesariamente hay métodos que pueden funcionar por sí mismos, pero personas que están educándose seriamente en caminos abiertos por gente como Perls, o por Rogers o por otros, incluso en las corrientes espirituales tradicionales, podrían constituir una generación con un nivel de sabiduría y presencia mayor, que en la etapa primaveral de la psicología humanista.

Tuve mi sueño hace más de 30 años de fundar una Escuela Integrativa sin haber sentido antes que había hecho una gran integración. Un poco como para tener yo mismo la ocasión de ir más adelante, en los años sesenta, cuando volví de Esalen a Chile. Vino alguien a terapia que trabajaba en una comisión del Senado, y me dieron incluso fondos del Senado. Se fundó en Chile un Centro para el Desarrollo Humano… Total, después emigré y no lo llevé a término, dejé en manos de otros algo que no prosperó. Fue un sueño. Por ejemplo, invité a Charles Brooks, el colaborador de Charlotte Selver, la que introdujo lo que ha circulado como Sensorial Awareness, el primer trabajo de conciencia corporal en los Estados Unidos… Yo mismo llevé la Gestalt hacia el año 65. La combinaba con meditación y con otros elementos que estaban a mi alcance. Y todo eso fue un sueño que no llegó muy lejos en esa época. Pasó a realizarse de una forma diferente cuando después de la experiencia de Arica me sentí en un momento de la vida en que tenía más que transmitir.

Y lo que ofrecí fue una síntesis implícita personal. El primer SAT, que fue en los Estados Unidos en el año 71, consistió originalmente en algunos elementos de lo que había aprendido con Ichazo, con alguna dosis de meditación budista y con algo de mi experiencia como terapeuta. Esas tres cosas constituyeron el núcleo, que fue desarrollándose poco a poco y, cuando tomó la forma del SAT actual, había en mí dos nociones simultáneas. Por una parte ello estaba sirviendo especialmente a la comunidad de gestaltistas de allá, era como un elemento para su formación. Lo que los gestaltistas debían tener como experiencia para hacer realmente un recorrido profundo en sí mismos y para tener a mano las cosas que están al lado de la Gestalt, que son por así decirlo vecinas de la Gestalt interiormente, experiencialmente.

Cae de Perogrullo que son terrenos vecinos el «aquí y ahora» gestáltico con el de la meditación, y terrenos vecinos el de la Gestalt con el de la comprensión analítica, en un sentido amplio. Y también considero análisis el trabajo originado por Bob Hoffman, que constituye una forma sistemática de la vuelta a la infancia para entender qué paso con lo que los psicoanalistas llaman, creo que anacrónicamente, «edípico». Que es simplemente lo que pasa con el amor y con el odio en el contexto del triángulo original. E incorporé trabajos de asociación libre que ustedes ya conocen, ese laboratorio psicoanalítico que se apoya en la observación del pensamiento, pero con puntos de referencia cambiados desde la teoría de la personalidad del Protoanálisis.

Así que eso ha sido un poco en síntesis. Son cosas que cayeron en mi camino y no puedo dejar de sentir que encajaban muy bien, en una estructura muy coherente. Pienso que cada uno tiene la posibilidad de trabajar con los materiales que le rodean y con las cosas que han pasado en su camino y contribuir a la síntesis, a la integración de territorios de creatividad que han surgido independientemente. También hay una psicoterapia integrativa particular, que es esa que ha venido surgiendo sobre todo en los últimos años, en los que no se ha tratado solamente de mi trabajo, sino de un trabajo asistido por colaboradores muy diestros. Creo que hacia eso va el transpersonalismo.

Aunque la psicología transpersonal tiende a ser, hasta ahora, una terapia con poca psicoterapia. Hay un nivel teórico en el que un individuo ha sido exaltado como bandera del movimiento. La persona que han exaltado los transpersonalistas como para decir «aquí hay una gran persona, y podemos considerarnos un Movimiento, porque tenemos un representante genial». No es un terapeuta, no es una persona que trabaja con personas. Me refiero a Ken Wilber. Es un hombre con una mente científica que ha leído mucho, que tiene intereses religiosos, pero no un terapeuta o un místico, como algunos han pretendido yendo demasiado lejos, por interesante que sea su contribución como pensador. El Movimiento Transpersonal ha hecho como un paraguas, ha creado un espacio para legitimar interés en lo espiritual dentro de la profesión, pero no ha presentado una praxis muy entusiasmante. Sólo están las palabras de los teóricos que dicen que el transpersonalismo no debería ser una cosa separada de lo corporal, no debería ser una cosa separada de la psicología dinámica. Es decir, se habla de lo que debería ser la psicología transpersonal práctica, como una psicología integrativa, como una terapia alternativa.

Y pienso que a eso he encaminado mi actividad, echando mano a los ingredientes más fundamentales comenzando por el mundo de la meditación. Las mismas dimensiones de la meditación pueden encontrarse en cualquier cultura pero en ésto hay que elegir y he elegido el budismo, porque me parece la religión de la meditación por excelencia. De entre las tradiciones, es la de espectro más amplio, más vital, particularmente desde el aporte tibetano, que está cada vez más a mano con la diáspora de los tibetanos después de la invasión china. Así es que he tenido mucha suerte por poder beber en esa fuente a través de muchos maestros. Pero están al alcance de la mano…

Así que meditación y terapia a través de lo analítico y a través de la Gestalt, que es como decir a través de la invitación a la creatividad individual, al trabajo intuitivo desde la experiencia, desde la visión personal. Y también incorporé una serie de ejercicios psicológicos que he ido generando a partir del Eneagrama.El Eneagrama lo recibí desnudo, sin terapia. Como un mapa. Ichazo ni siquiera hizo las descripciones que hago de caracteres. Fue un mapa, muy simple. Y sus discípulos, hasta el día de hoy, no saben reconocer los caracteres. Eso fue un fenómeno SAT. Fue un regalo para mí verlas tan claro, tan sin esfuerzo, cuando empecé a trabajar con grupos después de mi aprendizaje con Ichazo, de forma que otros también reconocían lo que pasaba. Porque estábamos hablando en serio, no en términos académicos. Estábamos en un proceso de desnudamiento psicológico en el que todos se conocían íntimamente. Así que de ahí nació verdaderamente el Eneagrama tal como circula ahora. Pero incluso los americanos se quedaron atrás, yo diría que han comido de segunda mano las migas que caían de mi mesa. Eso fueron todos los libros que se han escrito del Eneagrama, filtraciones de los SAT de los Estados Unidos de los años 71 y 72. No tienen una dimensión transformadora, por mucho que recurran a esta palabra.

Hay personas que tienen la suficiente honradez o la suficiente salud, y como que les basta con ubicarse en el Eneagrama y son impelidos a un cambio. De vez en cuando, uno se encuentra a alguien, por ejemplo un nueve que, apenas se le señala, ve con claridad que compulsivamente está diciendo que sí a todo el mundo. Ya eso basta para que al año siguiente no sea así, al año siguiente dice «aprendí a no estar ocupándome compulsivamente de los demás, ahora estoy ocupándome de mí». A veces ocurre eso.

Pero pienso que el Eneagrama tal como entró en la cultura americana no es lo mismo que están conociendo ustedes aquí a través del SAT. Este es un trabajo posterior que he desarrollado, de hacer terapia en torno al Eneagrama y de integrarlo todo.

 

Julián: Porque a la vista de la gran difusión del Eneagrama cabe la sospecha de que, según en qué círculos se utilice, más bien alimenta al ego, en el sentido de etiquetar, o jugar con…

CLAUDIO: «¡Mira qué sabio soy yo que se exactamente a dónde perteneces tú!». Pero eso no sólo lo hacen los eneagramistas, también sucede en Bioenergética y en Rolfing y en otros…

Recuerdo un encuentro con Lowen. Cuando estábamos mucho más verdes ambos, hace treinta años más o menos, hicimos un taller juntos en Nueva York. Yo lo encontré tan «prima donna» que no lo pude soportar. Porque hacía pasear a la gente y decía «¡Ah, mira! , tú tienes una contracción aquí…», y esto y lo otro. Y la gente quedaba muy impresionada ante algo así, como que viera el alma de los pacientes a través del cuerpo. Y el Eneagrama es tanto más asidero para hacer eso.

Es muy cierto lo que dijo Ichazo a un periodista que quiso hacerle una entrevista hará unos diez años. Publicó un artículo en Los Angeles Times, que era una cosa muy leída, y le puso como título «Whatever is lurking behind the Personality Assessment Cult?» Algo así como «quién sabe el mal o el daño que se esconde en este culto del Personality Assesment». Este es un término bastante técnico en psicología, que más o menos se traduce por «evaluación de personalidad». Yo me formé en Estados Unidos, en el Instituto de Personality Assesment de la U. de California antes de conocer el Eneagrama. Y era donde elegían los comandos en la guerra, por ejemplo, cuando se consideró que no servían los tests en forma de cuestionario. Había que ver quién iba a tener el liderazgo, quién iba a tener iniciativa, quién iba a tener las cualidades que se necesitan en una situación de emergencia. Entonces empezaron a poner a prueba a la gente en situaciones como la de pasarse de la copa de un árbol a otra, y a evaluar las iniciativas, el liderazgo y otras cualidades en un test de campo. Ahí fui a parar, y eso se llamaba Personality Assesment. Y el periodista, después de una entrevista con Ichazo, insistía en la mala índole que hay detrás de ese culto a la evaluación de la personalidad.

Es como que el movimiento del Eneagrama en los Estados Unidos se ha convertido realmente en un culto, en tanto que eleva a valor intrínseco algo que no es más que un valor instrumental. El valor verdadero es que alguien pueda conocerse a sí mismo, o que alguien pueda ayudar a otro a una transformación. Y a lo que se rinde culto es a una especie de grandeza de ciertos maestros, de ciertos enseñantes, que se suben a una plataforma especial psíquica. Tal vez esta capacidad de decir alguna cosa nueva sobre el ocho, o de puntualizar algo que han dicho otros. Como una competencia de información sobre el Eneagrama, y de «qué veo yo que no ves tú». Y se ha creado mucha falsa autoridad. Me siento un poco responsable de eso, porque puede ser como una caricatura de mi propio entusiasmo en aquellos tiempos. Cuando lo hice, en mí había algo más. Estaba conectado, digamos, con un espíritu guía. Cuando digo «espíritu guía», no lo digo como algunos mediums que se sienten conectados con una entidad individual. Nunca supe quién me guiaba, pero que estaba guiado no me cabe duda. Me llegaba una gran inspiración. Pero asimismo me sentía muy especial, y la contaminación narcisista se contagia. Y así se hizo una escuela de narcisismo.

Vi ésto muy reflejado en un comic de Jodorowsky. No se si ustedes han visto El Incal, una serie de cuatro o cinco volúmenes de cómics. El personaje central, que corresponde al Loco del Tarot, es John Difool, ese personaje que tiene un pájaro. Es un ser ordinario que hace todo el viaje y al final llega al Planeta de los Pájaros, al planeta de los seres más desarrollados. El había ganado una gran competencia por lo que le cupo inseminar a la Gran Madre en una excursión a este planeta. Y cuando después de mucho tiempo vuelve a este lugar tan elevado, se ha transformado en un planeta muy mediocre, porque él puso su semilla allí cuando todavía estaba muy verde. Se encuentra un planeta hecho de caricaturas de sí mismo.

Algo así ha habido. Tuve una herencia dudosa cuando ni quise tener herencia. A veces me llaman padre del movimiento del Eneagrama en los Estados Unidos, y yo digo «padre sí, pero es un hijo ilegítimo». Fue una infiltración, gente que rompió un secreto. Además, lo que presenté en el curso de unos dos años fue sólo un trabajo caracterológico grupal, y luego la gente se ha puesto a adivinar el resto. Así se pusieron ya los jesuitas a especular sobre lo que eran las «ideas divinas», han reformulado las virtudes, se han echado al bolsillo la cosa.

 

LAURA: Estoy pensando si podrías aportar una visión de futuro: por dónde te parece que va a ir el cambio social.

CLAUDIO: Si uno mira el mundo, a veces parece que no hubiera cambiado nada desde los peores tiempos.

El nacionalismo hace los mismos estragos que ha hecho a través de toda la historia, la capacidad de entenderse de las naciones es problemática, y de la justicia de la distribución de la riqueza ¡qué hablar! Los problemas, a pesar de que hemos pasado por décadas de marxismo y por décadas de conciencia contemporánea, no parecen haber cambiado mucho en el mundo. Y uno se pregunta si hay verdaderamente esperanzas, o si no es un sueño romántico que vayamos a tener un mundo mejor alguna vez.

Sobre ésto es muy difícil argumentar, sólo puedo compartir un sueño, una visión. A mí me parecería una muy mala inversión haber cultivado este planeta hasta este punto y un absurdo que toda nuestra historia que es como una vida infectada, una vida bastante pobremente vivida, no llegara a florecer, no llegara a liberarse.

Eso me parece ilógico, aunque de acuerdo con una lógica que no es la de la razón sino una lógica poética. Del mismo modo en que el individuo sufre los traumas de su infancia, de su juventud, y llega un momento en el que se libera y en el que todo ese proceso de oscuridad y dolor cobra sentido y se alegra de todo lo que le tocó (y se alegra hasta de los años más oscuros, porque tenía que pasar por eso para llegar a ese glorioso final, a esa conciencia que parecía requerir todo ese alimento) también imagino que en el plano colectivo nos liberaremosde nuestros traumas históricos, y atravesaremos por una transformación. Ya nos vamos liberando poco a poco. Tal vez más en esta generación que en otras generaciones, porque es una generación de muchos buscadores.

Yo creo que estamos en un mundo más consciente, pero que no llega todavía esa conciencia al «quorum», a la magnitud suficiente de la población necesaria para que el cambio incida en lo político. Los que deciden la marcha de las cosas no son los chamanes. Los políticos y los chamanes viven en dos mundos muy separados.

Pero creo que en algún momento la transformación individual va a reflejarse en la transformación global. Se hará presente el peso de lo obvio. Así es como sucede en grupo, cuando hay una mayoría de personas que ve con claridad lo que le está pasando a uno de ellos, por ciego que éste esté. Lo que muchos están viendo en ese caso es «vox pópuli», no necesita de muchas palabras para transmitirse. Parecería que el peso de la conciencia grupal hace que el otro vea.

Hoy en día, por ejemplo, cuando se ve una película antigua la gente se ríe. Porque hay ciertas cosas en la cultura de hace veinte años que ya son «demodé», se nos hacen divertidas. Y cuando leemos escritores antiguos, intelectuales de hace algunos decenios, vemos los absurdos. No es porque seamos tan intelectuales, sino porque estamos un poquito más despiertos, porque compartimos una manera más moderna de ver.

Uno llega a la terapia desde una posición voraz de «dame, dame, dame, yo quiero para mí». Pero si la terapia o la búsqueda espiritual funcionan, llega uno a ponerse más generoso, y cuando uno se pone más generoso está en posición de dar en el mundo. Uno se interesa más por lo que ocurre en torno y está más sensible. Cuando haya más gente así en el mundo… creo que esa es la gran esperanza, porque en los caminos de la política ya llevamos muchos siglos y se ve que la política de poder y el maquiavelismo no llevan a ninguna parte.

Lo único que puede hacer un mundo diferente es un tipo de persona diferente. Como decían los comunistas de antes, pero nunca lo practicaron. Decían que un mundo nuevo necesita un «hombre nuevo», pero nunca se ocuparon de formar un hombre nuevo. Creo que estamos ahora más interesados en rehacernos a nosotros mismos que en rehacer a los demás. Y, si se quisiera hacer algo por los demás, sigo pensando (como decía en «La Agonía del Patriarcado») que habría que interesar a los gobiernos en que se tomaran verdaderamente en serio la educación, como algo con una finalidad muy diversa a la que se le ha dado, la educación, restituyéndole a su función más importante de ayudar a la gente a ser más gente. E incluyendo en ella especialmente una educación interpersonal, en bien del ser social. Si eso ocurre a nivel de decisiones gubernamentales, se empezaría a acelerar el proceso de cambiar el mundo.

 

Entrevista realizada por Laura Martínez, Ramón Ballester y Julián Peragón.

 

 

 




Aprendiendo a aprender

Todo lo esencial, aquello que configura lo que somos, lo hemos aprendido a ciegas. De niños, cuando aún no habíamos puesto nuestra huella sobre el piso, nos bastaba con imitar todo lo que veíamos, devolviendo sonrisas, dejando los ojos muy abiertos.

Las formas entraban casi sin filtro, los sonidos lejanos nos asustaban o nos calmaban si venían de un universo cálido al que llamábamos mamá. Aprendimos a hablar mejor y en menos tiempo de lo que un adulto tarda en aprender otro idioma con todos los mejores métodos audiovisuales; conseguimos andar tan bien como los patitos que siguen a su mami pata moviendo de la misma forma la colita. Y aprendimos con esa plasticidad que tienen los pequeños cuando se caen como si fueran de goma, o cuando lloran un instante y ríen al siguiente sin mediar ningún pacto implícito ni lógica alguna.

Entonces no jugaba de delantero centro el ego, no podía ayudar dando rodeos a los obstáculos pero tampoco interfería porque aún el mundo era una fusión de colores y sensaciones. Crecimos de la mejor manera, no por la energía de los alimentos sino por la fuerza del querer, la necesidad de mimos, de seguridades, tal vez de reconocimiento. Ya eres un chavalote, ya eres una mujercita, y crecimos haciendo nuestra a la madre e imitando en un caso al padre o deseando su mirada en el otro.

Aprendimos, por tanto, por la figura de un modelo que representaba nuestra necesidad de ser. Ese «quiero ser como» tiene, todavía de adultos, mucha fuerza. Y no digamos de adolescentes midiéndonos para ser el o la líder del grupo o ser deseados, comprando posters de metro y medio de nuestros ídolos más guapos y más fuertes. Jugando, en definitiva, como cachorros de humanos que anteponen una vida adulta dura, competitiva en una sociedad desigual. Aprendimos también por el chantaje, «si no estudias», «si no te portas bien» «si no haces lo que yo te digo». Pero lo terrible es que des-aprendimos tempranamente en la escuela a través de la disciplina vacía con los criterios de los adultos que ya no se acordaban del mundo sutil del niño la base inconsciente de nuestro aprendizaje. Nunca más las nubes serán algodones que la imaginación moldea a su antojo; nunca más la tierra será el alimento bueno que va de la mano tierna a la boca; ni será un campo de juego la piel de los demás que se estremece como la piel de una gallina cuando siente algo muy intenso. No había tiempo, los programas, las evaluaciones, las matemáticas. Firmes y callados, o en su defecto, castigados. Desorientados, deshubicados, no sabíamos cómo pensar, cómo sentir, cómo movernos en el espacio. Todo estaba prohibido, la misma espontaneidad que nos hizo aprender tanto era cortada por lo sano, con el miedo hasta las rodillas, hasta el culo, hasta el mismo corazón. Nadie nos miró, o al menos así lo percibimos muchos, con esa mirada atenta que da espacio para que tú seas lo que ya eres. No, te equivocas, no, pon más atención, no, mañana te aprendes de memoria el libro entero, no, copiarás mil veces. Ah! y no llores.

No obstante nos escabullíamos por los pasadizos del tiempo mágico y quedábamos ensimismados, con la boca abierta, en historias donde sí éramos importantes, donde las proezas y las hazañas eran fruto de un corazón todavía inocente, donde la magia consistía en hacerse a sí mismos valientes, fuertes y astutos. En un santiamén aprendimos la mecánica del Excalestri, el juego de ropitas de la señorita Maripili, con la seguridad de un profesional y con la millonésima parte del esfuerzo que tardábamos en aprender cualquier conjugación de verbos transitivos. Robamos tantos momentos a escondidas, debajo de las sábanas, escapándonos al confín del mundo, guardando tesoros, espiando libros prohibidos, diciendo metirijillas que, al fin y al cabo, aprendimos.

El otro gran espacio de prueba, temida y tardía la mayoría de las veces, fue el amor. El otro sexo era una obsesión tan fuerte que encarnaba las fuerzas más diabólicas y las más angelicales. El fuerte deseo, el enamoramiento más descarnado nos llevaban a seguir queriendo ser, esta vez, el todo para el otro. Fuimos los mejores poetas, tuvimos las ocurrencias mejores y nos vivimos como amantes de película. Sumergirse en un otro era conocer el otro medio mundo desconocido, ¡Dios!, estar permanentemente erotizado, encantado, seducido, «tocado» en lo más íntimo. No era aprender información como el que traga sorbo a sorbo y va digiriendo, era simplemente lanzarse a una catarata sin límites precisos, un viaje intenso. Volvimos a recuperar esa intensidad necesaria para la vida, a pesar, no lo olvidemos, de los miedos y las depresiones, y los rechazos, y todo lo inevitable. El deseo pudo rastrear hasta encontrar las fuentes inagotables y supo aumentar la sensibilidad para percibir los movimientos más imperceptibles del amado/a.

Aprendimos a ciegas, como dijimos, y no supimos aprender a aprender y mucho menos aprender a enseñar. Cuando fuimos profes en las escuelas o llevando cursos de alguna cosa, sacamos nuestras buenas intenciones pero terminamos imitando al papá, al maestro o al profesor que tuvimos. Nos rodeamos de algún libro de juegos, de pedagogía, de creatividad, pero siempre con la zozobra del que ha olvidado a aprender y paradójicamente, quiere enseñar a los que aún si se acuerdan. Enseñar cuando todavía uno no se ha planteado la función de la memoria, no ha descubierto la mente profundamente simbólica, no sabe de los intríngulis de la inteligencia, no ha despertado el pensar libre, el juego de asociaciones, la capacidad del ingenio o la profundidad de las intuiciones.

Es posible que aprendamos de veras lo que nos resulte de vital importancia para nuestra supervivencia física o emocional, pero tarde o temprano eso se quedará corto. Es posible también que la sociedad en la que vivimos marque unas pautas muy estrechas de conocimiento y de convivenvia que deban ser respetadas, pero a la larga «eso» que se aprende en aras de la sociedad no da individuos sanos y felices. El largo camino hacia el conocimiento profundo donde reside uno mismo requiere de los cuidados que sólo puede dar un jardinero, de la habilidad del malabarista, de la creatividad del artista, de la intuición de los genios y de la perseverancia de la hormiga.

Aprender es llegar a ser, rodearse de pequeños elementos, ideas, imágenes que tienen vida propia pero que sólo son señales de un viaje más alucinante que la realidad que ellas mismas hablan. Aprender es recordar aunque para ello tengamos que olvidar lo aprendido y despejar así el camino nuevo a seguir. Configurar un modo de ser que sabe sacar provecho a las situaciones porque se adapta, porque resuelve por caminos insospechados, porque desdramatiza, porque sabe salir de las opresiones y de las ataduras, pero se compromete con lo esencial, que dialoga con todas las partes en cuestión, fuera y dentro de sí, que permanece a la escucha porque el silencio habla. Tendríamos que hablar de pedagogía activa, de integración global, o de un nuevo mundo ansiado. No está de más decir que este mundo que no nos gusta, tan atroz e injusto, no puede cambiar si no cambia el niño que crece si no damos espacio a este niño interno que parece negar la vulnerabilidad, la inseguridad, el temor, la rabia, el dolor pero que imparablemente nos invaden.

En cambio, para enseñar, basta con saber aprender, o bien, si uno ya perdió la frescura, saberse poner al lado del aprendizaje y simplemente escuchar. No se puede enseñar sin humildad y, para ello, habremos de recurrir a algunos grandes maestros que enseñaban con el silencio, con la mirada, que sabían que la enseñanza es una digestión sutil donde el maestro primero escucha, después regurgita y amasa lo observado y lo intuido y, encontrando lo esencial, lo devuelve piano piano al alumno según su propio eje de comprensión para que pueda dar el siguiente paso.

En definitiva no se puede enseñar más que lo que uno es, porque la transmisión más allá de las palabras, como vimos entre mamás y bebés, se mastica en silencio. Es, tal vez, el arte de estar, es una relación que se sabe por dónde empieza pero que la vida lleva porque desaparece la prepotencia del maestro y son los brotes tiernos de los descubrimientos los que se abren camino.

Quién sabe cómo hay que enseñar, quién, pero seguro que no son las visiones del mundo, las filosofías, las cosmogonías lo importante, hay algo que inevitablemente quiere potenciar, señalar, sugerir, provocar, cuestionar, y estar atento. Estar y misteriosamente no estar, saber devolver la dependencia cuando se avecina un lastre, vivir la autonomía, la libertad. Dejar que la ironía y el buen humor pongan las cosas en su sitio, y amar profundamente amar, tantas veces en silencio.

Julián Peragón

 

 

 

 




La Nueva Masculinidad: entrevista a Juan Carlos Kreimer

 

A Michel Katzeff,

que en paz descanse

y en la nube flote.

 

Ante el empuje emancipador de la mujer, el hombre con su imagen, sus prerrogativas, han quedado profundamente cuestionados. Al hombre, sin aparente salida, no le queda otra que pararse y reflexionar, cuestionar ese modelo, y encontrar otra forma de ser hombre desde una búsqueda profunda de su masculinidad. ¿Cómo integrar para él su razón y su sentimiento, su fortaleza y su fragilidad, su sexualidad y su receptividad?, ¿cómo no tener miedo a la vulnerabilidad, a perder el control, a ceder poder, a ser solidario?.

En definitiva ¿cómo encontrar otro modelo cuando sólo se tiene un modelo?

Sin Fronteras (SF): En tus libros planteas el surgimiento de una nueva masculinidad, cómo encontrar nuevos sentidos, como rehacerse hombre hacia una identidad más amplia de la que hasta ahora éste se había identificado. ¿Cómo has llegado a plantear esta nueva dimensión y en qué está basado tu trabajo sobre la masculinidad?

JUAN CARLOS KREIMER: Está basado fundamentalmente en una necesidad personal y de un grupo de hombres que empezamos a reconocer que no teníamos un espacio propio donde compartir lo que nos pasaba sin ser interpretados, esterereotipados o criticados. Empezó con unos matrimonios amigos cuando nos reuníamos. Nos dábamos cuenta que cuando las mujeres se iban hablabámos de forma diferente, podíamos utilizar códigos de varones sin ser malinterpretados, códigos propios de varones. A partir de ahí empecé a enterarme de que los grupos de hombres ya existían en Canadá, Brasil, Costa Oeste Norteamericana, en España y Chile. Había grupos de hombres que estaban investigando esta problemática, investigando a partir de vivencias. En aquel momento empecé a buscar trabajos de reflexión sobre la condición masculina y solamente encontraba algunos hechos por mujeres, en verdad había muy pocos hace seis o siete años. Salvo «Hombres de Hierro» escrito por hombres, en Estados Unidos. Esta realidad me hizo dar cuenta de que eso era lo mejor que nos podía pasar porque nos permitiría empezar de cero, empezar a investigar y ver qué nos pasaba, a reflexionar sobre nuestra condición con menos condicionamentos.

 

SF: Me imagino que esa época coincidió con un fuerte aumento del feminismo, ¿en qué medida, esos grupos, tienen algo que ver con una reacción ante la voz que tomaba la mujer?.

KREIMER: Me interesa hacer una especificación, porque los grupos de hombres empezaron a salir a la superficie junto con el feminismo, que no con las feministas, porque el movimiento de las mujeres tuvo un primer periodo, allá en los años 60-70, de mucha confrontación, de mucho rechazo, donde todo vínculo con hombres era malo, dañino, tóxico. Poco a poco el movimiento se fue desnudando y las mujeres se dieron cuenta de que no podían hacer un cambio social sin los hombres. Vieron que era mucho más rico para ellas empezar a descubrir la Mujer, lo Femenino, y ahí aparecieron todos los grupos de identidad femenina, los grupos junguianos, empezaron a hablar de los arquetipos femeninos, de ser mujer, de la diosa que había en toda mujer, y en términos mucho mas cotidianos, las mujeres empezaron a descubrir su aspecto femenino. Entonces surgen los grupos de hombres. No aparecen como grupos para trabajar el aspecto femenino del hombre, son grupos de hombres machistas; no van a trabajar su aspecto mas sensible, sino que son hombres que acompañaron los fenómenos sociales que hubo en las últimas décadas; hombres que comprendieron los reclamos del feminismo hacia lo masculino por todo lo que la masculinidad acarreaba de ideas patriarcales, de ideas de predominancia de ser un modelo que respondía a un sistema capitalista destructor y empezaron a reeplantearse su parte masculina.

SF: Yo creo que la mujer, o el movimiento feminista a posteriori, ha reflexionado y ha visto que en la historia no solamente ha sido víctima dentro del sistema patriarcal, también ha sido de alguna manera cómplice. ¿En qué medida el hombre está también atrapado por el modelo patriarcal?, ¿cómo es este modelo para el hombre y cómo se debate?.

KREIMER: Muchos hombres que tenemos entre 30, 40 y 50 años hemos sido criados bajo un modelo de educación, en nuestra casa, escuela y sociedad, que respondía a un modelo patriarcal, y se ha impreso en nuestro psiquismo. No podemos decir «de esto me olvido»; nuestra mente está formada con un sistema patriarcal. Por otro lado, los hombres hemos ido evolucionando y vivimos a caballo entre dos paradigmas, el viejo y el nuevo, y hemos sido capaces de ir a caballo de los dos. Pero sigue el modelo patriarcal, nos cuesta aflojarnos y decir «no sé qué hacer». Es necesario revisar y explorar para poder llegar a una síntesis clara para que, por lo menos, nuestros hijos reciban en la educación un nuevo modelo de su padre. Aquí también aparece el modelo patriarcal a la superficie: a medida que crecen nuestros hijos nos vamos dando cuenta de como todo lo que criticábamos de nuestros padres, de las autoridades escolares o de la sociedad como representantes de un orden que pone límites de alguna manera lo adherimos y lo continuamos con nuestros hijos.

SF: A un cierto nivel la mujer ha podido poner fuera al malo de la película, el sistema patriarcal del hombre, pero él mismo lo tenía dentro entonces era difícil luchar contra sí mismo. De alguna manera, él también ha sido víctima de su propio sistema, y lo seguimos siendo.

KREIMER: En este momento las víctimas de la sociedad también son los hombres, quizás los que menos consciencia tienen de ello. Yo por ejemplo tengo que hacer mucho esfuerzo para llegar a los hombres, para explicarles cuál es su problemática y por qué muchos no tienen consciente esta cuestión. Piensan que la felicidad o la realización personal pasa por el poder material, profesional, por el triunfo, el éxito, por las posesiones y no por la recuperación de un ser, de una manera de ser. Yo creo que hay mas hombres víctimas del sistema patriarcal que mujeres golpeadas, acosadas, o más hombres víctimas que mueren de esta mentalidad en todo el mundo que en las mismas guerras actuales. En las guerras hay muchas muertes concentradas, y asustan, pero si tienes en cuenta la cantidad de hombres que mueren de infarto, de patologías degenerativas por contener al ser que hay dentro de ellos, cambia la idea.

SF: ¿Sería cierto de alguna manera que la mujer es al amor como el hombre al deseo y entonces es difícil una comunicación real, en la medida que el eje del hombre es desear, conquistar, triunfar, cuando en la mujer es sentirse amada?.

KREIMER: El hombre esta condicionado por el hacer. Es como si tuviera que encontrar su identidad en el hacer. En cambio, antes, muchas mujeres encontraban su identidad simplemente consiguiendo un buen marido, teniendo hijos, siendo buenas madres. A una mujer, el hecho de poder concebir le da cierta identidad. Los hombres como no podemos concebir tenemos que hacer y poseer para tener identidad. Esto es muy duro decirlo así, pero…

SF: Es cierto esto de que el hombre está a caballo entre un paradigma y otro. Recuerdo una encuesta relativamente seria que apareció en el diario El País acerca de las tareas que realizaban los hombres en casa, las tareas domésticas. Cuando la mayoría reconocía que si la mujer trabajaba fuera de casa ellos tenían que colaborar al 50%, la realidad era que sólo un 5% bajaba la basura, un 0,4% planchaba, un 2% iba a buscar a los niños al colegio, etc, etc., esto indica que la realidad es muy distinta, entre el deseo o el reconocimiento consciente de que tienen que cambiar las cosas y la realidad afectiva.

KREIMER: Esto es cierto y yo hablaría de cierta comodidad de los hombres en cuanto a las tareas cotidianas. Sentimos que tenemos como misión crear grandes proyectos, proveer de cantidades de dinero, y muchos hombres no se arremangan a la vida cotidiana.

SF: ¿No será que el prestigio como motor de la sociedad predisponga en este caso a los hombres a que ciertos comportamientos que son desvalorados y desprestigiados por la misma sociedad no puedan ser asumidos?. Los mismos medios de comunicación marcan cuales son los comportamientos adecuados de uno u otro sexo. Tal vez, mientras no cambien los valores en el prestigio sea difícil cambiar algo.

KREIMER: Tampoco tenemos que cuestionar tanto a los hombres. Hemos de tener en cuenta las características físicas y biológicas del hombre y de la mujer en cuanto a un comportamiento más hacia el exterior o hacia el interior.

SF: De alguna manera el modelo patriarcal que ha creado una sociedad también hace que la mujer se equipare al hombre en funciones

KREIMER: Estamos cayendo en la trampa. Muchas mujeres se sienten muy realizadas porque tienen éxito en el mundo de los hombres y lo que veo ahí es que han tomado lo peor del sistema masculino. Porque son gerentes de empresa, porque ganan mucho dinero y son buenas competidoras. ¡Qué fantástico! van estresadas, y de repente ganan dinero como para pagar a una empleada que le mantiene a los hijos. Hemos de tener conciencia de que estamos viviendo con valores muy trastocados, y muchos hombres que tienen conciencia de esta situación no intentan diferenciarse de las mujeres, que han quedado pegados a ella como a un sistema de creencias o pensamientos unisex. No somos unisex, no somos iguales, por suerte.

SF: ¿No habrá un cierto peligro en naturalizar los comportamientos femeninos y masculinos?. ¿Quiere decir que la mujer por naturaleza es más amorosa, más tierna, tiene que hacer un tipo de funciones, cuando el hombre es más activo, más dinámico y tendría que hacer otro tipo?. Desde otra lectura quizás más antropológica, podemos ver que aunque hay una tónica parecida en todas las sociedades más o menos estudiadas, lo cierto es que hay comportamientos muy dispares, comportamientos en sociedades que nosotros atribuiríamos como femenino cuando lo hacen hombres, y comportamientos que nosotros interpretaríamos como masculinos y los hacen mujeres. Tal vez no es tan fácil hacer una regla universal

KREIMER: No, lo que estoy diciendo es que no nos polaricemos y no nos quedemos pegados a este tipo de rol. Yo no digo que los hombres no hemos de tener la agresividad o la fuerza que teníamos, sino que tenemos que usarla para causas más sistémicas, más ecológicas, más globales, es decir, no para contribuir a un mundo en el cual seamos cada vez mas víctimas, sino para construir un mundo en el cual podamos vivir mejor esta situación. No estoy diciendo que las mujeres abandonen el mundo del trabajo, sino que nos ayuden a los hombres a crear empresas diferentes, maneras de relacionarnos, de colaborar diferentes, más propias de la vida hogareña que de la vida de los negocios, o más propias de las características femeninas, en cierto modo colaboradoras de los hombres. Y también estoy apuntando, no a dar una respuesta de lo que debe ser, yo soy apenas un hombre de los tantos que hay en el planeta, lo que si que estoy es invitando a mis congéneres a que empiecen a elegir el tipo de hombres que son, que busquen y que sean conscientes del tipo de hombre que eligen ser.

SF: ¿Hay algún planteamiento, algún modelo que se proponone dentro de los grupos de hombres?.

KREIMER: Sí. Hay un modelo que es encontrar el ser genuino, ser más de cada uno, encontrar quien es más allá o más adentro de los condicionamientos que recibe a lo largo de la vida, sacar su esencia. Que cada cual genere su propio estilo.

SF: Sería lo ideal, que cada hombre pueda reconocer su propia fuerza masculina, y darle la forma que

KREIMER: Primero que pueda realmente darse cuenta de lo que le pasa, lo que siente, lo que quiere, a lo que aspira. Segundo, que lo pueda expresar, no sólo que se dé cuenta a un nivel intelectual, sino que también lo pueda sacar de adentro suyo a la vida real, cotidiana e inmediata, y tercero, que sea dueño de esta energía, en el sentido de que sepa cuando usarla y cuando no usarla, porque a veces surge de repente una fuerza y agresividad que tenemos los hombres delante de algún proyecto que puede romper algo muy frágil. Esos tres pasos son importantes, darse cuenta, expresar y adueñarse.

SF: ¿Cuáles serían los miedos que los hombres en esos encuentros tienen, esta homofobia que normalmente tienen con respecto a otro hombre, en cuanto a la dificultad de expresar su parte más vulnerable, sus sentimientos?. Me doy cuenta de que entre hombres es difícil que hablemos de cómo hacemos el amor, de cuáles son los problemas, de cuántos son nuestros miedos…, porque es como reconocer una parte muy frágil. Cosa que con las amigas es más fácil.

KREIMER: Yo creo que los hombres comunicamos más entre los hombres en función de una imagen que en función de un personaje. Esto se construye de pequeños, cuando la energía salvaje, como dice Wilde, silvestre, empieza a ser adaptada al nuevo tipo de vida; así como para gustar a su mamá, a papá, al maestro, al amigo. Es importante toda esa etapa de la infancia de los cinco años, el periodo edípico, los años en que el chico se socializa en la escuela. Es una edad terrible porque lo que quiere el chico es jugar, tener libertad. Yo recuerdo que lo que ansiaba era, llegar a casa, hacer las tareas e irme a la calle a correr, no tengo buenos recuerdos de aquel momento. Hay un momento en que empiezas a cortar esa energía, yo mismo, empecé a adaptarme para no tener problemas de conducta en la escuela, con mis padres, para que no me castigaran y ahí empezamos todos a olvidar quiénes somos. De adultos nos cuesta mucho llegar a esos registros que quedan grabados en alguna parte de la memoria y del cuerpo, y a esas memorias no llegamos sólo hablando, necesitamos hacer algún ritual, algún ejercicio de movilización emocional para que aparezcan memorias que están muy acorazadas. Por eso en los grupos de hombres se habla, pero también hay movimientos, situaciones, rituales, hay movilización.

SF: Recuerdo mi primera relación importante con una mujer mucho mayor que yo. Interpretaba que si yo no era un hombre femenino no iba a ser aceptado, con lo cual solamente potenciaba mis registros femeninos, tierno, tranquilo… y entonces me di cuenta de que habían aspectos masculinos que no los sacaba, porque no era valorado, tanto en la sexualidad como en la manera de vestir, todo. Era como encarnar un modelo femenino, porque el masculino estaba bastante castigado.

KREIMER: Fuiste iniciado por la diosa, se diría. Te faltó estar iniciado también por un mentor, por un hombre. Además, es cierto que en los años de transición que estábamos viviendo era más fácil ser un hombre sensible que no ser un hombre duro y por suerte, muchos hombres como tú se dieron cuenta de que había una carencia. En los trabajos de grupos de hombres se trata de recuperar la parte masculina, es decir, la parte masculina afectuosa, el padre amoroso, le llamamos en estos grupos. El hombre que puede amar a otro hombre por el solo hecho de ser, un ser que está en la vida, un ser divino, sin que por esto sea homosexual, ¡da mucho miedo!.

SF: ¿Cuál es el peso de las fantasías homosexuales?

KREIMER: No tengo ideas precisas al respecto. Por lo que compruebo, la mayoría de los hombres que han pasado por alguna experiencia homosexual, algún juego en la adolescencia -para muchos eso fue fantástico en el sentido de que por un lado les desarrolló la osadía de animarse a seguir sus impulsos, después se dieron cuenta de que eso no era de su gusto-. Esto es una constante que se ve en los grupos de hombres, casi todos han tenido algún tipo de experiencia muy secreta que no la han contado a nadie. Pero creo que la mayoría de los hombres en algún momento de su vida han tenido alguna fantasía mental homosexual, de algún cuerpo masculino, y creo que es bueno empezar a aceptarlo porque no es nada malo. Yo considero seres maravillosos a los hombres gays. Nos ha enseñado a muchos hombres a convivir con nuestra parte femenina, con menos prejuicios.

SF: ¿Cuál es el esquema psicoterapéutico en este trabajo con grupos de hombres?.

KREIMER: Resulta altamente terapéutico, puesto que se está partiendo de una aceptación, de quiénes somos, incluso en los grupos de hombres en las primeras etapas se insiste mucho que quien coordine no interprete para no crear otra vez la autoridad y el encasillamiento y repetir el tema del padre castigador. También es importante el alto poder curativo homeostático que tiene la persona, es decir, al aceptar a alguien tal como es, entonces esa parte empieza a armonizarse y a reencontrar y a expresar mucho más naturalmente que cuando se vive como un enemigo del cual hay que defenderse. Cuando un hombre acepta que es un mentiroso empieza a mentir menos pues llega a mostrar lo genuino.

SF: Una estrategia de casi todas las sociedades, a veces en demasía, ha sido la de polarizar los sexos, por una cuestión de orden, por un lado, y por otra, por una cuestión de tensión, deseo, etc, en la relación y, parece, que es una estrategia que ha funcionado; lo que ocurre es que la sociedad moderna es distinta de la tradicional y la discriminación, la diferenciación tendría que ser, por tanto, más personal, intransferible y no tanto de grupo. Yo quería hacerte unas últimas preguntas, de alguna manera la Nueva Era o la Era de Acuario está presente y pronostica una integración de las polaridades, pero ¿cómo influye el mito del andrógino? ¿Como lo contemplas tú en los grupos?.

KREIMER: Nunca lo había planteado en estos términos pero partimos de aceptarnos con tendencias femeninas sin ningún cuestionamiento, lo cual ya es novedoso en los grupos de hombres, no en los grupos deportivos ni de trabajo, en los cuales no se acepta el aspecto femenino, en cambio en los grupos de hombres se acepta que somos la suma de dos energías, y a partir de ahí se revisa todo lo masculino, en la aceptación de que somos andróginos.No es la idea de mitad y mitad, una cosa que no se sabe qué es, sino uno es hombre o es mujer e integra la otra parte. Diría que nos es más fácil a los hombres aceptar lo femenino que lo masculino profundo y desconocido. LLegar a una revisión de quien es uno, desde una visión andrógina que es más aceptadora de ambas partes, facilita mucho el camino.

SF: El hombre se ha identificado en cuanto a la oposición, o sea, ser hombre es no-ser mujer. Hay un dicho que se dice entre hombres, que es, te has rajado, que significaría te ha salido una raja, o sea eres una mujer. Lo masculino se define como lo que no-es mujer.

KREIMER: Nosotros nos definimos por lo que no somos, por reacción y no por adhesión, porque primero hemos de diferenciarnos con nuestra madre, después nos damos cuenta de que no somos una niña, después de que no somos un homosexual. En nuestra cultura faltan rituales o situaciones que nos digan que es ser un hombre. Pocos padres hablan de masculinidad a su hijo, porque pocos saben. El único rito de masculinidad que había hasta hace poco era la milicia, que es un rito muy violento, pero no hay un rito de masculinidad donde un padre o un mentor le expliquen a un muchacho adolescente todo lo sagrado que es el acto amoroso, o la sexualidad, o la energía sagrada que pone en juego todo eso.

SF: No hemos hablado del sexo a pesar de que éste tiene mucha importancia en la realidad del hombre, porque si bien la imagen que se da entre los hombres es de que uno es un buen amante, que es potente, cuando la realidad, al menos por análisis sociológicos, es bastante más pobre. ¿En los grupos de hombres reconocen sus carencias sexuales?.

KREIMER: No solamente las reconocen, sino que empiezan a aceptar, a socializar y a trabajar, es decir, hay grupos de hombres que cumplen un poco el rol de ese iniciador del hombre en cierta sabiduría de vida, que incluye también la sensualidad, el poder entregarse a gozar, a no ser sólo hacedor en la cama sino también recibidor, a dar, aflojar y relajar en la relación amorosa, sobre todo a sentir. Básicamente si tuviera que sintetizar qué hacen los grupos de hombres es que ayudan a que sintamos y a que pensemos.

Entrevista realizada por Xavier Coll y Julián Peragón

*Juan Carlos Kreimer es periodista, ensayista y docente. Fundó y dirigió la revista Uno Mismo en Argentina. Desde 1989 coordina talleres vivenciales donde hombres exploran las características tradicionales masculinas a la luz de los modelos planteados por la vida actual. Mantiene una red de hombres dispuestos a establecer relaciones basadas en la confianza, la cooperación y la solidaridad, y a trabajar activamente por la defensa del planeta. Algunos de sus libros más recientes en este tema son: El Varón Sagrado, el Surgimiento de la Nueva Masculinidad (Planeta 1989); Rehacerse Hombres (Planeta 1994).

 

 

 




En el Olimpo

 

Amanece en el Olimpo. Los dioses se desperezan de un largo sueño de siglos de años luz. El hambre de cientos de agujeros negros o el resquemor de algunas alienaciones de estrellas los llevan a estirarse y a mover el entumecido cuerpo celeste. Todo es armonía de esferas. Cuando un dios bosteza aparece un quasar más luminoso que miles de galaxias juntas, y cuando suspira, un viento intergaláctico fecunda nuevas formaciones con polvo de estrellas. En una noche divina se hacen y se deshacen universos enteros, pues un día de Bramhan corresponde a miles y miles de años terrestres. De hecho, mientras cualquier Apolo hace una simple respiración, nosotros creamos y destruimos civilizaciones e imperios. Tal es la distancia que nos separa del orden cósmico.

También por aquí amanece y miles de Cupidos, Zeus, Afroditas y Dionisios paran el despertador maldiciendo la alineación de las agujas y la acidez estomacal. El endiosamiento onírico se esfuma al miramos y recomponernos en el espejo. En todo caso, también nosotros mientras hacemos un par de respiraciones se crean infinitas formaciones mentales y estallan algunas neuronas que se suman a los fluidos químicos que van y vienen al ritmo de un gran conmutador rojo. Somos un gran pequeño universo.

Lo que pasa es que no nos damos cuenta. Nos olvidamos de preguntarnos por qué se agolpan en tomo nuestro tres trillones de células y de donde viene esta facilidad de transmutar una simple lechuga en plasma y éste en energía, sentimiento o percepción. Cómo no darnos cuenta que todo pensamiento es una alquimía mayor que convertir el plomo en oro.

Ante tanta maravilla, mas bien parecemos unos simplones. Quimiorreceptores, enzimas, leucocitos o adrenalina van y vienen transmitiendo mensajes cifrados al cielo cerebral. Sólo el hecho de mantener la columna erguida es una verdadera proeza. Una delicada estructura de huesos y apófisis, ligamentos y tendones, cadenas musculares y sistemas de equilibrio hacen que una vértebra esté encima de la otra más o menos en equilibrio estable. Por eso no creamos que nuestro cuerpo se sostiene de milagro.

La respiración es «el no va más». Equilibrio de presiones, concentración en sangre, intercambio gaseoso, diafragma interconectado y un largo etcétera para poder comernos una bolsa de palomitas o jugar al tenis sin tener que prestar mayor atención.

Y aún así, en sólo media hora de meditación con las piernas cruzadas quedamos exhaustos o abatidos por el esfuerzo. Y es que, o bien nos agobiamos ante tanta complejidad de la que somos partícipes, o bien, nos aburrimos ante lo anodino que somos. Aquí está el gran dilema.

Ya nos dice la tradición que el autoproclamado YO no tiene ninguna fuerza efectiva de elevación o transcendencia y sólo le queda la función de tomar nota de lo acontecido, indicar el norte en según que momentos y sobretodo hacer clara y buena letra. Lo demás, lo único verdadero e importante, es una Llamada de espíritu a espíritu, una ampliación del alma o un encuentro con el simismo. Realización que, entre otras cosas, no está al alcance del común de los mortales y sólo está indicado para seres especiales, aquellos pocos elegidos por la benevolencia de los dioses. Pero claro, quien hace un hueco en la ajetreada jornada para poder meditar media hora y se mantiene impertérrito en silencio cuando a lo mejor tiene ganas de irse de pendoneo, es el YO. Y esto es un gran drama. Porque primero no era nada, lo fueron socializando con leche calentita, con chantajes y ardiles lo encauzaron. Crearon de tajo la separación entre el mundo, los otros y el YO, e incluso reprimieron lo otro que está en cada uno de nosotros. Después vino la competitividad, el esfuerzo, las buenas costumbres, el sentido común y la cultura. Y el YO que también es de carne y hueso se lo creyó, y se creyó amo y señor de todas sus pertenencias y en posesión de la verdad, única e indivisible.

Pero ahora le dicen que «nanai de la china», que si quiere rascar los mil pétalos azules de la divinidad o el éxtasis de la iluminación tiene que «desmontar la parada». Tiene que diluirse, darse la vuelta, negarse y morir. Tiene que bajar a los infiernos, hurgar en la oscuridad, recoger todas las proyecciones y quemar todo el karma acumulado. Tiene que, en última instancia, volverse humilde.

Tiene que hacer como aquel río que queda empantanado en las arenas del desierto y ha de evaporarse para renacer nuevamente en las montñas lejanas. Así de fácil. También así de fácil, cuando uno está meditando, se lo piensa dos veces. Primero sopesa la situación como quien no quiere la cosa, después se mira en su espejito mágico a ver como está de satisfecho consigo mismo, más tarde hace algunas prospecciones en la oscuridad a la espera de los propios fantasmas estén todavía de resaca y no presenten complicaciones. Cuando el dolor de rodillas y de espalda hace chup-chup, uno mira de reojo el reloj para sentir con claridad las coordenadas espacio-tiempo. Y tal vez, si queda tiempo, uno acierte a preguntar, casi de soslayo, ¿quién demonios SOY YO?.

Soy un accidente del azar, soy una chispa divina encarnada en este cuerpo mortal, soy un fragmento de un ser llamado humanidad o soy una mera ilusión. ¿Quien lo sabe?.

De momento los dioses todavía bostezan. Nosotros demasiado apresurados queremos imitarlos. Queremos, con las mejores intenciones, convertir el (nuestro) caos en orden, nuestra zozobra en intuiciones y éstas en razones de peso. Queremos hacer el tránsito del mito al logos como si esto fuera una simple cuestión personal, y queremos todo, y todo ahora, antes de que Cronos incluso tenga tiempo de guiñar un ojo. ¿No os parece?.

Julián Peragón

 

 




Males del mundo

 

Cuando el primer hombre holló la superficie de la luna, el filósofo, pacifista y premio Nobel Bertrand Russell dijo al respecto que «se había expandido el ámbito de la estupidez humana». Sin embargo, más allá de toda la parafernalia de cohetes y banderas, el estremecimiento de los tres astronautas ante el espectáculo majestuoso de una tierra cambiante en sol y sombra, sin duda, fue único. También es cierto que desde esas alturas, como desde las alturas filosóficas de conceptos pulidos y compactos, o desde las profundidades espirituales de amores y comprensiones descarnadas, la tierra –y todos los que estamos en ella– aparece sin contornos precisos, sin dimensión real, ni tan dura y ni tan contundente.

Pero basta aterrizar o amerizar en ella para sentir un nuevo, pero diferente, escalofrío. El Gran Azul, extenso y brillante tiene una viruela oculta, un salpullido de vértidos tóxicos incontrolados (Annubon) como si el mar, el mismo que nos dio vida, fuera un ser amordazado que traga y traga sin rechistar. Tiene también un tatuaje negro de alquitrán y petróleo (Alaska, Mar Rojo) y tiene atolones envenenados (Muroroa) que revientan peces. Los pocos que las redes intensivas de pesca dejan asomar la cabeza.

En la superficie, este aire caliente vuelve los icebergs inofensivos y deja un clima incierto de calma chicha donde lo único que pasa (agüjero de ozono) es lo que no debería pasar a decir de nuestra piel y de nuestra retina. La tierra amarillea de sequía mientras los pocos bosques se queman o se secan con la lluvia corrosiva (ácida).

Todo languidece menos el progreso que engorda por inercia devorando todo a su paso sin poder prever los miles de efectos colaterales de semejante indigestión. El progreso es un mito infantil que pretende recursos ilimitados (que no hay) y que muestra una ambición descontrolada. Atajar el futuro con una utopía (tecnológica) estando ciego al presente es un mero suicidio Tener más que ayer pero menos que mañana, y llegar a controlar el comportamiento de los mismos genes.

Cada minuto desaparece una especie vegetal o animal (y con ella una reserva insustituible) que probablemente nunca nos hayan presentado porque las selvas no son para investigar sino para sacarles hasta la última gota de oro, de caucho, de coca. Por la noche, en la estratosfera, se distingue muy bien Amazonia, con centenares de fuegos permanentes y diseminados que dejarán la selva limpia para la recogida de la madera.

También están estremecidos los Yanomamis y muchos otros pueblos indígenas que con la selva deshecha se les va la vida, comprimidos entre los que quieren que permanezcan como un museo viviente y los que quieren aculturizarlos, explotarlos, alcoholizarlos. Pueblos sin voz, sin recursos, pueblos sin salida en un mundo donde la diversidad, la biodiversidad es un cuento ineficaz que no sigue la lógica del mercado, el pensamiento unívoco del sistema. Comer y beber lo mismo, hablar igual, bailar y cantar las mismas canciones, ver los mismos telefilmes repetidos es el sueño de una razón enferma de seguridad. Porque, más tarde, cuando todo haya sido desacralizado, quién cantará a la Pachamama, la Madre Tierra, o a Wakantanka, el espíritu. ¿Quién?.

Y es que, desde el púlpito, el escenario, el trono, la grada, el micrófono se miente. Miente el imponente mapa mundi que ha gravitado sobre nuestras cabezas desde el parvulario hasta la licenciatura. Mapa que ha puesto a Europa en el centro –centro de la cultura ‘válida’– y ha inflado el ego del hemisferio norte –mercado capitalista–. Aunque a decir verdad, el mapa miente en sus dimensiones pero refleja una triste realidad, el sur no existe. América Latina está sola, patio trasero de una superpotencia donde la deuda externa se llama intereses encadenados a la perpétua dependencia económica, militar y tecnológica. Créditos para pagar vencimientos para sufragar rearmes de militares corruptos que dan, una y otra vez, el golpe. Dictaduras manejables desde asépticos despachos en el norte que hacen la vista gorda a las masacres indígenas, torturas de carácter político, explotaciones laborales y violaciones de los más mínimos derechos humanos. Al final son los mismos los que pagan el pato del desaguisado de unos pocos.

Sudamérica está sola pero África hace mucho tiempo que desapareció y nadie se ha dado cuenta. Ha quedado lejos de las vías comerciales y no es válida como mano de obra barata o siquiera esclava para los tiempos en que vivimos. Los precios de las exportaciones de materias primas caen en picado progresivamente gracias a las manipulaciones de un primer mundo, productos que sus amos coloniales tanto se empeñaron en producir aún a costa de los cultivos tradicionales que amortiguaban, al menos, el hambre en épocas de sequía, de escasez. Hambre que se ceba en la mayoría de los 40.000 niños menores de cinco años que mueren en el mundo de hambre. Hambre irracional, hambre sin justificación pues África paga el doble de intereses por la deuda de lo que recibe por ayudas. Hambre político que no quiere ceder ni un mísero 0,7 % de su producto nacional. Por eso, al otro lado de cada hamburguesa y de cada vaca que pastorea en la destrucción de la selva única tropical de Costa Rica o Guatemala, como de tantos otros sitios, hay un espectro de hambre y miseria que aboca al Tercer Mundo a un callejón sin salida.

Nadie consume en África, la progresión de los contaminados por sida es imparable. Un millón de muertos en la guerra de Sudán, genocidio en Ruanda, guerra civíl en Liberia, Suráfrica, Angola, Somalia. África, cuna de la humanidad y de la civilización, ahora es un desierto de hambrunas, masacres y migraciones. A este ritmo pronto desaparecerá del mapa.

India en cambio vive en otro mundo, no es un mundo de aquí ni de allí. Vive en el reflejo mortecino de lo que fue, y se mira en la esperanza ilusoria del Más Allá. Fragmentada en mil étnias, mil culturas, mil idiomas, lleva el peso del hambre, de las castas, de las religiones, de los tabúes ancestrales y de la enorme superpoblación. También hay hambre, y se mata a niñas indeseadas porque no toda familia puede pagar una dote digna para su casamiento.

Es por todo esto que el sur no existe porque después de la vergonzosa colonización que arrasó con todo, que trastocó todo, que puso leyes de otro mundo y trazó fronteras inexistentes existe demasiada culpa y es preferible el olvido ruin de las consecuencias dramáticas que todos estamos viendo. Pero es que,además, económicamente no interesa.

Por otro lado, la paz es una ficción, entre guerras civiles, movimientos independentistas, desacuerdos de fronteras, el mundo se desangra en 35 enfrentamientos armados y millones de muertos, desaparecidos, violados y huérfanos. Unos siembran arroz y trigo mientras otros siembran minas traicioneras (110 millones) que seguirán matando gente y arrancando piernas más allá del 2000.

Pero hay una bomba silenciosa e ilógica que mantiene en el mundo 5.500 millones de seres para enseguida matarlos de nuevo. Esta bomba demográfica que no se ajusta a los recursos necesarios, a las condiciones de crianza, cariño, educación e higiene es una bomba que estalla en el vientre de los niños y en los pulmones de los mineros, en el fanatismo de las ideologías y en las botas de los ejércitos. Sin embargo todavía hay sectores (iglesia católica) que cuestionan el aborto o los más sencillos y eficaces métodos anticonceptivos.

Ahora bien, los males no están fuera, ni los demonios son sólo sombras que recorren el jardín de fuera. Están dentro también. Y Europa (cuando ha emigrado –y conquistado– a todo el mundo sin ningún miramiento, sin pedir permiso), aunque cierre puertas, insolidaria e indiferente, a un mundo sin cuartel que se lanza en balsas a la deriva por un trozo de paraíso, por un trozo de pan, se encontrará con los mismos espectros que ha causado. El racismo, el sexismo, la intolerancia está en su misma sabia. El fracaso de la pacificación en Bosnia es el fracaso del proyecto federativo europeo, además de un fracaso en lo político y un gran cinismo en la no intervención ni en la búsqueda de soluciones rápidas y eficaces. Europa está perdiendo protagonismo y lo sabe, desorientada, lo sabe. Celebra con champán francés los 50 años del holocaustro de Hiroshima y Nagasaki con nuevas pruebas nucleares en el Pacífico –océano que tal vez tendría que cambiar de nombre.

El racismo es la negación de los mismos valores que defiende la cultura occidental democrática, pero ésta lleva su mano derecha manchada de sangre. No hubo democracia griega sin excluidos, ni Revolución Francesa que no dejara a las colonias en el olvido, como no hay bienestar, paz y riqueza en este mundo desarrollado sin un mundo exterior explotado mediante unas reglas injustas e insolidarias. El racismo, no el brutal de los skin heads, sino el que niega las mismas posibilidades al otro, es una descarada y sutil estrategia de dominación del otro, de los otros, estigmatizados como inferiores. Por eso el sexismo tiende la mano al racismo y la xenofobia porque pretende mantener una jerarquía de poderes irreal e ideológica por muy tradicional que sea. La declaración en la conferencia mundial de la mujer en Pekín ha sido muy pobre. Y es que todavía hay grandes fuerzas, como en antiguas épocas de moros y cristianos que les interesa que la mujer sea igual a procreación en manos de las necesidades del poder, así como mano de obra de reserva para las empresas y, como siempre, reposo dulce y compresivo del ‘guerrero’ que lleva en las venas el virus del éxito.

Las instituciones políticas internacionales juegan bien la diplomacia, el lenguaje de medias verdades, de la ambigüedad. La política internacional ha sabido jugar la táctica del doble rasero. La enorme China con su mercado de más de 1.200 millones de habitantes y su crecimiento económico sin parangón, a pesar de su sistema monolítico, de su ‘revolución cultural’, de su invasión del Tibet, de su hostigamiento a Taiwan, de sus presos políticos en la revolución estudiantil del 89 ha hecho que EEUU, salvo protestas, la considerara como nación más favorecida en el intercambio comercial. Por el contrario, Cuba, país caribeño chiquitito y salsero, es mantenida durante 30 años en un bloqueo numantino que a todos –a casi todos– da verdadera vergüenza.

Por momentos el mundo se vuelve paranoico. Es hábil crear enemigos en el exterior de fantásticos imperios en el frío, al otro lado del muro para rearmarse atómicamente hasta los dientes y justificar un mundo policial. Descargar helicópteros en la selva colombiana para cortar los cultivos de la coca, prohibirla, perseguirla cuando son los habitantes del propio país los mayores consumidores del globo y cuando sus mismos bancos blanquean el dinero sucio de la droga.

El largo etcétera del mundo es inacabable e innecesario describirlo. Los males del mundo son carencias del corazón, imposibilidades del alma. La espiral ciega del miedo y del deseo que todos tenemos es la mejor estrategia del poderoso que ve en el enfrentamiento permanente con todo su propia razón de ser. Si somos todos amigos qué carajo pintan los militares.

También es cierto, como decía Tagore que, leemos mal el mundo y luego nos sentimos engañados. Hay que leerlo bien, despacito, entre lineas, y no como nos lo presentan los poderosos. Aún así, Russell, con la experiencia de sus 97 años quizás acertaba en cuanto a la estupidez que manifestamos como seres humanos. Aún así, somos millones y millones los que estamos intentando despertar de este mal sueño.

Julián Peragón