La meditación zen y los conceptos de Mushotoku y Shikantaza
Nuestra mente racional tiene por hábito pensar, planificar, juzgar, justificar, etc. y cuando nos disponemos a emprender una actividad valora también los resultados a obtener, calcula los logros y analiza dónde nos llevará. De esta forma, cuando empezamos a practicar la meditación seguimos también esta inercia, quizás buscamos tranquilizar nuestra mente, rebajar nuestro nivel de ansiedad, calmar nuestra insatisfacción pero más tarde o más temprano descubrimos que la meditación escapa a estos parámetros porque no se hace para llegar a ningún lado, porque no se trata de “ir” sino de “volver”.
Volver la mirada hacia el interior de uno mismo, volver a establecer el contacto con la propia naturaleza original, volver a palpar la pertenencia al vasto universo, volver a permanecer en ese espacio amoroso e indefinible que está en nuestro ser más profundo, volver a sentir ese punto delicado como lo llamaba Étienne Zeisler, en definitiva, volver al silencio, volver al propio hogar.
Y para este camino de vuelta, el budismo zen cuenta con unos conceptos que nos pueden servir de ayuda. Uno de ellos es Mushotoku, que podemos traducir como “sin espíritu de provecho”. Sentarse a meditar sin querer conseguir nada a cambio, abandonando toda sed de resultado, sin tan solo esperar el despertar. Esta actitud allana el camino porque no hay nada más difícil que iniciar una práctica con unas expectativas previamente establecidas, ya que de entrada nos complican el vivir en el momento presente pues sitúan la mirada en el futuro, en el resultado a obtener a largo o corto plazo, en el “ir” y no en el “volver”.
Es como sentarse a meditar con la buena voluntad de tranquilizar la mente y con la intención de no tener pensamientos, seguramente será una expectativa fallida porque la mente no se puede calmar con la propia mente, es como querer apagar el fuego con fuego. Imposible. Durante la meditación, y durante la vida, el corazón late, la sangre circula, los pulmones respiran, la mente piensa, por lo que de la misma forma que no le pedimos al corazón que deje de latir tampoco es necesario pedirle a la mente que deje de pensar. Aun así, lo más probable es que el ritmo cardíaco se apacigüe y que el ritmo mental se tranquilice, pero no será a fuerza de voluntad ni de esfuerzo. De la misma forma que decíamos que no hay que buscar el despertar, tampoco hay que rechazar los pensamientos que nos disgustan y no hay que esforzarse en tener una actitud determinada porque la meditación zen no es una actividad intelectual a realizar desde la mente racional y la voluntad, sino que es una práctica a realizar a través de todo el cuerpo. Anclarse en el propio cuerpo, en la propia respiración, en la inspiración y en la expiración, en la postura de meditación.
Otro concepto zen es Shikantaza que podemos traducir por “simplemente sentarse”. Sentarse y ser uno con nuestro cuerpo, llenar de vida la postura de meditación, o utilizando las palabras de mi maestro, Pere Taiho Secorún: “sentarse completamente volcados en zazen, completamente volcados en la postura y en la espiración, sin ninguna filtración, sin ninguna rendija. Nuestra postura, nuestro acto de plena presencia aquí y ahora lo engloba todo. Es el camino para volvernos íntimos con nuestro verdadero ser. Es el tema fundamental de esta práctica, es el tema fundamental de nuestra vida. Esto es lo que a veces llamamos “nuestra verdadera naturaleza de Buda”, si no encontramos este verdadero ser, si no intimamos con nuestra verdadera naturaleza es difícil encontrar la paz en nuestro corazón, la satisfacción plena, siempre nos falta algo cuando en realidad no falta nada”.
No hay nada que hacer ni tan solo tener la voluntad de no querer buscar o hacer nada. Es una entrega sin miedo. Es presencia infinita y cuando todo es presencia, la meditación se realiza sola de una forma automática, inconsciente y natural.
Los practicantes de la Vía somos buscadores natos, somos unos aventureros de la conciencia, somos unos aprendices permanentes, pero llega un momento en que en este aprendizaje, en este transitar, toca abandonar más que buscar, volver más que ir.
Entrar dentro de uno mismo y volver al hogar.
Sílvia Palau