Textos: Raja Yoga

 

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Textos: Karma Yoga

 

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Textos: Jnana Yoga

 

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Textos: Hatha Yoga

 

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Textos: Bhakti Yoga

 

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El gurú tramposo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A menudo he pensado en escribir una novela, parecida a Las confesiones de Félix Krüll, de Thomas Mann, que sería la historia de un charlatán que se ganara la vida como maestro gurú, iniciado en el Tibet o quizá presentándose como la reencarnación de Nagarjuna, Padmasambhava o algún otro gran sabio histórico de Oriente. Sería un relato romántico y fascinante, sazonado con el aroma a pinos de los valles himalayos, jardines en lugares remotos de Alejandría, templos en las montañas de Japón y reuniones e iniciaciones secretas en casas de campo situadas en las afueras de París, Nueva York o Los Ángeles. También plantearía algunas cuestiones filosóficas inesperadas, como las relaciones entre el misticismo auténtico y la magia como espectáculo. Pero no tengo la paciencia ni la habilidad del novelista, por lo que no puedo hacer más que bosquejar la idea para uso de algún otro autor más dotado.

Los atracivos de ser un gurú tramposo son numerosos. Están los del poder y la riqueza, a los que se añade la satisfacción de ser un actor sin necesidad de escenario, que convierte en un drama la «vida real». No es, además, una empresa ilegal, como vender acciones de empresas inexistentes, hacerse pasar por médico o falsificar cheques.

No existen cualificaciones reconocidas y oficiales para ser gurú, aunque ahora que algunas universidades ofrecen cursos de meditación y yoga Kundalini, quizá pronto sea necesario pertenecer a la Fratemidad Norteamericana de Gurús. Pero un auténtico y hábil tramposo debiera eludir todo eso e inventar una disciplina completamente nueva más allá de toda forma conocida de enseñanza esotérica.

Hay que comprender desde el principio que el gurú tramposo cubre una auténtica necesidad y realiza un servicio público indiscutible. Millones de personas buscan afanosamente un verdadero padre-mago (también ha habido madres-magas tan encases como Mary Baker Eddy, Helena Blavatsky, Aimie McPherson, Annie Besant y Alice Bailey), sobre todo en una época en que los clérigos y los psiquiatras son poco convincentes y no parecen tener el valor de sus convicciones o sus fantasías. Quizá han perdido ánimo debido a una valoración excesiva de la virtud de la sinceridad, como si un pintor sintiera la idealidad de la fotografía. Para poner en práctica esta compasiva vocación, el gurú tramposo ha de ser, ante todo, muy animoso. También debe haber leído mucha literatura mística y ocultista, tanto lo que es históricamente auténtico y bien establecido por la erudicción, como lo que se presta a debate, por ejemplo, los escritos de H. P. Blavatsky, P. O. Ouspensky y Aleister Crowley. No es nada conveniente que sorprendan la ignorancia de uno con respecto a detalles que ahora conoce un amplio público.

Tras estos estudios preparatorios, el primer paso consiste en frecuentar los círculos donde los gurús son especialmente buscados, como los diversos grupos de culto que siguen religiones orientales o formas peculiares de psicoterapia, o simplemente el medio el artístico y cultural de cualquier gran ciudad. Ha de ser silencioso y solitario, no hacer nunca preguntas, pero, en ocasiones, añadir una observación muy breve a lo que ha dicho alguien. No ha de ofrecer voluntariamente información sobre su vida personal, pero de vez en cuando, con aire distraído, dejar caer algún nombre para sugerir que uno ha viajado ampliamente y ha pasado algún tiempo en el Turquestán. Puede esquivar el interrogatorio detallado dando la impresión de que el simple viaje es un tema sin importancia del que apenas merece la pena hablar, y que los intereses de uno se encuentran realmente en niveles más profundos.

Si usted se comporta así, la gente no tardará en pedirle consejo. No lo dé en seguida, y sugiera que la cuestión es bastante profunda y habría que comentarle por extenso en algún lugar tranquilo. Concierte una cita en algún restaurante o café agradable, no en su casa, a menos que tenga una biblioteca impresionante y no haya señal alguna de que tiene lazos familiares. Al principio no responda nada, pero, sin un interrogatorio directo, haga que la persona se extienda sobre su problema y escuche con los ojos cerrados, no como si durmiera, sino como si estuviera percibiendo las profundas vibraciones internas del otro. Finalice la entrevista con una orden ligeramente velada de hacer algún ejercicio más bien extravagante, como tararear un sonido y luego detenerse bruscamente. Instruya cuidadosamente a la persona para que sea consciente de la más ligera decisión de detenerse antes de hacerlo realmente, e indique que de lo que se trata es de poder detenerse sin ninguna decisión previa. Concierte otra cita para ver los progresos.

Para llevar esto a término, debe idear toda una serie de ejercicios insólitos, tanto psicológicos como físicos. Algunso deben ser trucos bastante difíciles pero que puedan realizarse, a fin de dar a su alumno la sensación de un avance auténtico. Otros deben ser prácticamente imposibles como pensar al mismo tiempo en las palabras sí y no, repetidamente durante cinco minutos, o con un lápiz en cada mano tratar de golpear la mano opuesta, que es tanto como intentar defenderse y atacar al contrario. No dé a todos sus alumnos los mismos ejercicios, porque a la gente le encanta singularizarse, reúnalos en grupos según sus signos astrológicos o de acuerdo con sus clasificaciones privadas, a las que pondrá los nombres más estrambóticos.

Un uso juicioso de la hipnosis, evitando todos los trucos corrientes de alzar la mano, mirar luces con fijeza o decir «relájese, relájese, mientras cuento hasta diez», producirá unos cambios agradables de sensación y la impresión de alcanzar niveles superiores de conciencia.

En primer lugar, describa esa etapa muy vivamente -por ejemplo, la sensación de andar por el aire— y luego haga que sus alumnos caminen descalzos, procurando no producir el menor sonido y, sin embargo, apoyando todo su peso contra el suelo. Déles a entender que el suelo pronto les parecerá un cojín, luego será como agua y, al final, como el aire. Poco después indique que hay motivos para creer que algo parecido es la etapa inicial de levitación.

A continuación, escalone los progresos en treinta o cuarenta etapas diferentes, numérelas y sugiera que todavía existen etapas muy elevadas más allá de las numeradas que sólo pueden comprender quienes han superado las veintiocho primeras… por lo que sería inútil comentarlas ahora. Tras la estratagema de andar por el aire, puede hacer que extiendan los brazos y empujen con todas sus fuerzas, como si alguna fuerza abrumadora tirase de ellos. Invierta el procedimiento. Esto produce rápidamente la sensación de que uno no está haciendo lo que hace y hace lo que no está haciendo. Dígales que permanezcan en este estado mientras realizan sus actividades cotidianas.

Al cabo de algún tiempo haga saber que tiene unos antecedentes bastante especiales y peculiares. Cuando algún alumno le pregunte dónde consiguió sus conocimientos responda modestamente que aprendió una o dos cosas en el Turquestán o diga que es bastante mayor de lo que aparenta o que «la reencarnación no se parece en nada a lo que la gente cree que es” Luego deje caer el detalle de que está conectado de algún modo con un grupo de iniciados selecto en extremo. No afirme nada temerario. Pronto sus alumnos lo harán por usted, y, cuando a uno de ellos se le ocurra la fantasía que a usted más le complace, dígale: «Veo que estás llegando a la decimoctava etapa».

Hay dos escuelas de pensamiento con respecto a los honorarios que puede pedir por sus servicios. Una es la de establecer unas tarifas como las de un médico, pues la gente se siente apurada si no saben lo que se espera de ellos. La otra, utilizada por los tramposos realmente poderosos, consiste en impartir gratuitamente sus enseñanzas, pero a condición de que cada alumno se seleccione personalmente por su capacidad innata para el trabajo (llamémoslo así), por lo que hay que tener cuidado de no admitir a nadie sin someterle primero a alguna novatada. La gente no tardará en hacer contribuciones monetarias. De lo contrario, exija una tarifa bastante elevada, dejando claro que el trabajo es infinitamente más valioso para uno mismo y los demás que, por ejemplo, una costosa intervención quirúrgica o una casa nueva. Dé a entender que entrega la mayor parte del dinero a misteriosos beneficiarios.

En cuanto pueda permitírselo por medio de sus artimañas, hágase con una casa de campo como ashram o retiro espiritual, y ponga a los alumnos a trabajar en todas las tareas humildes. Insista en alguna dieta especial, pero no la siga usted mismo. Incluso debe cultivar vicios pequeños, como fumar o beber un poco, o, si es muy cuidadoso, dormir con las damas, para sugerir que su estado de evolución es tan elevado que tales cosas no le afectan, o que sólo por tales medios puede seguir en contacto con la conciencia mundana ordinaria.

Por un lado, debe estar usted totalmente libre de cualquier forma de superstición religiosa o parapsicológica, no sea que algún otro tramposo le supere en la táctica, pero por otro lado ha de llegar a creer finalmente en su propio engaño, porque esto multiplicara por diez su descaro. Puede lograrlo convirtiendo en religión el escepticismo total, hasta llegar a una incredulidad básica acerca de todo, incluso la ciencia. Al fin y al cabo, esto concuerda con la posición budista hindú de que todo el universo es una ilusión y no tiene que preocuparse de si lo Absoluto es real o irreal, eterno o no eterno, porque toda idea de él que uno pudiera formarse sería horriblemente aburrida si se compara con lo que es vivir lo Absoluto en el presente. Además, debería convencerse de que lo Absoluto es precisamente lo mismo que la ilusión, y así no estar en lo más mínimo avergonzado por ser codicioso o estar inquieto o deprimido. Deje claro que en última instancia somos Dios, pero que usted lo sabe. Si le piden que haga milagros, señale que todas las cosas son ya un milagro fabuloso, y que hacer algo extravagante sería ir contra su perfectísimo sistema.

Por otra parte, cuando surjan curiosas coincidencias, dé la impresión de que está al corriente y no muestre sorpresa alguna, sobre todo cuando algún alumno tenga buena suerte o se recupere de una enfermedad, cosas que atribuirán pronto a sus poderes, y podrá sorprenderle descubrir que su mero contacto llega a ser curativo, porque la gente cree realmente en usted. Cuando las cosas no salgan bien, usted lo achacará suavemente a la falta de fe, o explicará que esa enfermedad determinada es un efecto muy importante del Karma con el que tendrá que habérselas algún día, y cuanto antes lo haga mejor.

La reputación de poderes supranormales se sustenta a sí misma, y a medida que aumenta puede usted volverse más atrevido, hasta que llegue a tener toda la potencia de las masas que se engañan a sí mismas trabajando para usted. Pero recuerde siempre que un buen gurú se toma las cosas con calma y mantiene un cierto distanciamiento, sobre todo de esos listillos de la prensa y la televisión cuyo juego consiste en denunciar a cualquiera como un fraude. Insista siempre, como los mejores restaurantes, en que su clientela es exclusiva. La «sociedad» muy alta no se digna en inscribirse en el registro de personas de prominencia social.

A medida que el tiempo pasa, deje entrever cada vez más que está en contacto constante con otros centros de trabajo. Desaparezca de vez en cuando, haciendo viajes al extranjero, y al regresar muéstrese más misterioso que nunca. Le será fácil encontrar a alguien en la India o Siria que le sirva de colega, y, con un pequeño y selecto grupo de alumnos, emprenderá un viaje que incluirá una breve entrevista a ese importante personaje, el cual puede decir cualquier tontería que se le ocurra mientras usted realiza la «traducción». Cuando viaje con alumnos, evite cualquier asistencia evidente de agencias oficiales y haga parecer que su hermandad secreta lo ha dispuesto todo por anticipado.

Un gurú tramposo es, ciertamente, un ilusionista, pero podríamos preguntamos si el arte no es otra cosa que ilusión. Si el universo es sólo una vasta mancha de Rorschach sobre la que proyectamos nuestras medidas e interpretaciones, y si el pasado y el futuro carecen de existencia real, un ilusionista es simplemente un artista creativo que cambia la interpretación colectiva de la vida, e incluso la mejora. La realidad es, sobre todo, aquello que un pueblo o una cultura conciben como tal. El dinero, que en sí mismo carece de valor, depende por entero de la fe colectiva para que sea válido. El pasado tiene vigencia sólo porque otros creen en él, y el futuro parece importante únicamente porque estamos imbuidos de la engañosa noción de que sobrevivir durante largo tiempo, con minucioso cuidado, es preferible a sobrevivir un breve período sin ninguna responsabilidad y muchas excitaciones. En realidad, todo se reduce a una cuestión de hábitos cambiantes.

Tal vez, entonces, un tramposo puede ser alguien que libera realmente a la gente de su participación más masoquista en la ilusión colectiva, sobre el principio homeopático del «pelo del perro que te muerde». Incluso los gurús auténticos imponen a sus discípulos ejercicios psicológicos imposibles para demostrar la irrealidad del yo, y podría argüirse que también ellos son tramposos sin proponérselo, puesto que se han criado en culturas sin los beneficios desilusionadores del «conocimiento científico» que, como observan los ecologistas, no tiene unos resultados muy satisfactorios. Tal vez todo se reduzca a la antigua creencia de que el mismo Dios es un tramposo que se engaña eternamente a sí mismo por medio del maya y tiene las sensaciones de que es un ser humano, un gato o un insecto, ya que no puede culminarse ningún arte que no imponga ciertas reglas y limitaciones. Un Dios plenamente infinito e ilimitado no tendría límite alguno y por lo mismo no podría manifestar poder o amor. En consecuencia, la omnipotencia debe incluir el poder de autolimitación, hasta el punto de olvidar que se está limitando y hacer así que las limitaciones parezcan reales. Pudiera ser que los estudiantes y gurús auténticos estén en el lado de los engañados, mientras que los falsos gurús son los engañadores… y uno debe efectuar su elección.

Propongo este problema como una especie de koan zen, al estilo de «¿Qué es la realidad más allá de lo positivo y lo negativo?» ¿Cómo evitará ser un engañado o un engañador? ¿Cómo se librará de la ilusión del yo sin intentarlo o no intentarlo? Si necesita la gracia de Dios para salvarse, ¿cómo obtendrá la gracia para obtener la gracia? ¿Quién responderá a estas preguntas si usted mismo es una ilusión? El apuro del hombre es la oportunidad de Dios.

El gallo canta al anochecer

A medianoche, el sol brillante.

 

Alan Watts

Extracto del libro «El gurú tramposo» de Alan Watts. Editorial Kairós