El Enamorado

Cuando uno crece y se hace adulto debe tomar decisiones. La vida implica una toma de posición. Conseguir una dirección determinada que le dé fuerza a nuestro impulso es el resultado de una criba vital. A menudo inconscientemente nos subimos a un tren con un destino determinado, y esto implica que otros trenes con otros destinos queden fuera de nuestro alcance.

Pero ahora, teniendo en cuenta el arcano número seis del Tarot de Marsella, nos encontramos en una encrucijada nada fácil de sortear. El muchacho joven, símbolo de la incipiente conciencia, que representa tanto a hombres como a mujeres, está en un conflicto, duda por dónde debe caminar.

El camino de la derecha donde se encuentra una mujer mayor, supuestamente la madre, representa lo conocido, tan conocido como lo es el entorno familiar. A “eso” que es conocido se le llama a menudo creencia, tradición, sentido común o la acción conveniente, pero en realidad es el viejo impulso a la seguridad.

Por contra, el camino de la izquierda, representado por la joven, aparentemente la amada, representa lo desconocido, lo nuevo, lo ignoto que está más allá de nuestro horizonte vital. Es el amor que inflama nuestras pasiones, es, sin lugar a dudas, lo potencial.

Y qué curiosos que esa contradicción, esa indecisión se plasme tan claramente en el enamorado. La cabeza mira hacia la derecha mientras el cuerpo se inclina hacia la izquierda. La mano de la madre es muy clara, se apoya en el hombro, allí donde las responsabilidades hacen mella. “No seas alocado, hijo” pareciera decir, piensa, razona, medita antes de actuar. Sin embargo, la mano de la amada le toca el corazón y parece decirle “haz lo que tu corazón dicte”, sigue tu impulso, tu corazonada.

Está claro que el dilema está entre cabeza y corazón, o lo que es lo mismo, entre razón y sentimiento, entre seguridad y descubrimiento. No obstante, aparece un elemento nuevo, otra mano, no sabemos bien si de él o de la amada señala su vientre. Y en el vientre, claro está, el deseo empuja, se abre camino. En la discordia también está el animal interno que reclama su dosis de placer.

Pero no nos olvidemos que desde las alturas, Cupido, siempre tan informal, dispara flechas de amor que atraviesan corazones. Si bien el muchacho en la oposición cabeza-corazón estaba paralizado, cuando se siente atravesado por esa fuerza divina que se llama enamoramiento se atreve, por fin, a dar un paso adelante hacia lo desconocido. Bajo el señuelo del amor, con el motor del deseo, en la embriaguez del enamoramiento intuye su chispa divina.

Probablemente el muchacho en esa borrachera del amor no ve la realidad que tiene delante. La amada real será sólo el soporte de esa idealidad que busca realizarse, la proyección de sus propias carencias, el objeto de un deseo profundo o la sensación de incompletitud camuflada en el ideal romántico de la media naranja.

Quién sabe si es la misma vida la que trampea nuestra visión, un mecanismo inteligente de la mente profunda que nos hace percibir fuera lo que es puro espejismo de la misma manera que el sediento ve un oasis en pleno desierto cuando en realidad no hay más que pura arena. En todo caso Eros nos recuerda que a veces somos tocados por la gracia divina. El enamoramiento nos dice que también somos hijos de los dioses; que más allá del tú a tú hay un dios y una diosa que dialogan en otro lenguaje.

Tan desastroso resulta olvidar nuestra naturaleza divina como olvidar la terrenal. La decepción sobreviene cuando disipado el brebaje del enamoramiento, descubierto el juego de sombras del embeleso nos encontramos delante de un hombre o mujer con su desnudo real, en su hacer errático y en su crisis existencial.

Nos habíamos olvidado que nadie se enamora desde la fuerza de su razón sino desde el anhelo de infinitud del alma. Es cierto que no podemos encerrar en jaulas de oro a los amorcillos que disparan flechas porque lo divino no puede ser cosificado. Cuando se desvanece la pasión, cuando somos incapaces de sublimar nuestras necesidad quedamos delante del otro y se abre sorprendentemente la posibilidad de amarlo. El enamoramiento nos había acercado al otro más allá de lo establecido por costumbre y ahora, una vez despiertos, tenemos al alcance una intimidad y un lenguaje, tenemos caricias y ritos, tenemos, es cierto, un desconocido delante nuestro pero con la huella indeleble de nuestro mundo afectuoso.

En el enamoramiento nos enamoramos de nuestros sueños, en el amor propiamente del otro. En el enamoramiento sólo hay un eco donde se resalta nuestra propia voz interna, en el amor aparece el reconocimiento de lo otro, de lo diferente y extraño. Acoger eso extraño es hacer un hueco en el propio corazón. Reconocer lo ajeno es la grandeza de lo humano porque en esa acogida nos hacemos más grandes ahí donde nuestro horizonte vital se amplia. En el enamoramiento uno sólo se ve a sí mismo, idealmente completo, en cambio, en el amor aprendemos a amar lo estrictamente humano. Aparece la comprensión, el diálogo, la escucha y la compasión, la solidaridad y el reconocimiento.

Sabiamente la vida nos había empujado unos pasos más allá enseñándonos la zanahoria del amor erótico o tal vez platónico. Aprovechar ese movimiento del alma para salir de las propias estrecheces del carácter es propio de la madurez. Convertir al otro en enemigo porque ya no es soporte de ninguna idealidad o porque no resiste nuestras proyecciones nos habla de inmadurez.

Cierto que Don Juan buscaba a la mujer con mayúsculas aunque confundiera a menudo amor por placer, pero esa mujer ideal que buscaba a través de las innumerables mujeres le cegó precisamente para descubrir las infinitas formas que adopta la mujer en su terrenalidad. Buscando al arquetipo no vio que lo invisible se encarna en la mujer visible, y tal vez no quiso aceptar (no el Don Juan Tenorio, personaje literario, sino los muchos donjuanes que lo encarnan) que el buscador también era de carne y hueso, en la aceptación relajada que los hombres y mujeres morimos pero no los arquetipos.

Tomar el camino de la derecha en el símbolo del Tarot puede resultar mortífero pues lo seguro sólo es una imagen temerosa ante lo real, y lo real habla en lenguaje de impermanencia. Apostar por lo conocido es otra forma de muerte al no reconocer que todo lo que nos rodea por dentro y por fuera es misterio.

Ahora bien, tomar el camino de la izquierda puede llevarnos a perder nuestro eje vital y abocarnos a un mundo de pasiones que nos vampiricen. Y es que el laberinto del enamoramiento puede ser fascinante pero no es tan seguro que sepamos recomponer más adelante el puzzle deshecho. Porque no se trata de elegir por elegir sino de entender desde dónde elegimos, qué criterio utilizamos, cuál es nuestro impulso de crecimiento.

Si no nos escuchamos profundamente, la decisión puede ser errada independientemente que giremos a la derecha o a la izquierda. La pregunta reside en considerar qué camino a elegir en el que no me sienta traicionado. Claro que ese camino tiene que tener corazón pero tal vez no es el corazón que nosotros habíamos fantaseado. Cierto que la vida siempre que encuentre algún rescoldo de ilusión y de anhelo nos empujará hacia lo nuevo pero si ese paso lo damos sin consciencia saldremos de la cárcel de lo seguro para meternos en el barrizal de la improvisación.

Ni el camino fácil donde obviemos un esfuerzo necesario pero tampoco el difícil que nos llevaría a un vivir al filo de la existencia, en la embestida de la temeridad o en el sobreesfuerzo rígido. No obstante tenemos la posibilidad de elegir en la confluencia entre la razón y el sentimiento sin olvidar nuestras sensaciones e intuiciones. ¿Cómo se hace? haciendo alquimia, la ascesis de hacerse a sí mismo aprovechando las encrucijadas en las que nos pone la vida.

Julián Peragón




7 niveles de conciencia

1 nivel
Nacemos en medio de una sociedad, dentro de un grupo, en medio de una familia. De entrada ese es nuestro soporte fundamental, la raíz a partir de la cual nos sostenemos. Vemos y sentimos a través de los filtros culturales de nuestro grupo que nos presta una personalidad de entrada y unas consignas a seguir.

La ley del grupo es la ley de la SEGURIDAD, una primera necesidad. Más allá del grupo está la “muerte”. Es como si el individuo que todavía está por hacer no existiera en esta dimensión. O eres del grupo, o no eres. El ostracismo, la indiferencia, la marginación, el rechazo, la acusación, el estigma son terribles para cualquiera.

Sin embargo, la persona en esta búsqueda de seguridad habrá de pagar un precio importante, ¿sumisión al grupo, estabilidad normativa, acatamiento de creencias? Es cierto que si uno no quiere ver más allá de esta ley, si se queda atrapado en este nivel, podrá caer en el infantilismo (la sociedad como algo paternalista), o en la irresponsabilidad (hago lo que todos hacen, porque me lo han mandado), o en el anonimato y la anomia (Sentimiento de alienación o desesperación como resultado de pérdida o ruptura de valores en una sociedad o grupo. También estado de falta de normas dentro de grupos sociales o sociedades), si no soy aceptado.

Ahora bien, hay que sanar por un lado este nivel y trascenderlo por otro. Sanarlo en cuanto uno agradece todo ese soporte que el propio grupo da, la base de nutrición y educación que nos ha permitido crecer. Hay que honrar a la propia familia porque de alguna manera (consciente o inconscientemente) uno ha retomado un legado, pero más allá de mi familia, todas las familias, todos los grupos, la humanidad. Alguien inventó la rueda, muchos crearon civilizaciones, útiles de vida, para mí, para nosotros.

Y en la prolongación de ese legado está la vida, en este nivel estamos conectados a la fuerza vital, fuerza que nos hace sobrevivir, que nos empuja hacia delante, que nos hace huir o defendernos con una fuerza inusitada. Tenemos en nuestros genes una respuesta adaptativa que viene de nuestros ancestros.

Pero también hay que trascender. El grupo te ha dado un lenguaje, unas técnicas pero nosotros hemos venido no sólo para ser testigos sino para hacer algo con ello. Es aquí donde vamos al segundo nivel.

 

2 nivel
La ley de la tribu le pide al individuo que regenere la sociedad, sus estructuras y sus valores. En este segundo nivel está la reproducción ya sea de hijos, necesidades materiales o estructurales.

El ardid para esta reproducción se llama placer. Podemos decir que la fuerza instintiva nos utiliza para reproducirnos y nos da migajas de placer. En este nivel está el descubrimiento del mundo instintivo de la persona y de sus necesidades básicas. Así pues el cumplimiento de estas necesidades nos da energía y fuerza para vivir pero también nos las puede quitar. Las adicciones hacen claudicar al individuo y las inercias nos impiden ver claro.

La sexualidad vista de forma compulsiva nos lleva a una profunda insatisfacción. Aquí, el otro, es mero soporte de mi deseo. La ley del deseo nos dice sanamente “a disfrutar de la vida” pero sabemos que no nos podemos quedar atrapados en este segundo nivel tanto en su defecto, represión, el tabú y la falta de vida, de deseo, como en el exceso, erotización y vampirismo.

La ley en este segundo nivel es la del PLACER, necesario para sustentar al ser que hay detrás. La verdad a comprender es que todos nos necesitamos mutuamente, todos somos interdependientes que es diferente del ser dependiente.

En esta comprensión de que es ser humano es un ser necesitado sobreviene, para trascender este nivel, el respeto por el otro y la comprensión de su necesidad. Respeto también a la promesa que hacemos con el otro cuando lo enfocamos con nuestro deseo.

El dinero como el sexo son energías muy potentes que pueden hacer sucumbir al individuo hasta hacerle perder el alma, es decir, los niveles superiores.

 

3 nivel
La ley de la tribu te da seguridad y te pide reproducción a través del deseo y el placer., pero te pide algo más: lleva un poco más lejo la ley tribal y conquista nuevas parcelas de bienestar para ella.

Ahora se impone el descubrimiento de la propia ley. No basta con seguridad y placer, hace falta PODER, poder personal en la propia vida. Poder para poner límites claros y evitar la confusión. ¿Dónde estoy yo, y dónde tú? Poder para persistir en mi deseo, poder para conquistar, para proteger, para mantener lo conquistado.

Aquí el centro no está en la tribu sino en el Yo. Antes era “Yo soy como Todos”, ahora “Yo soy Yo”. Se busca la autonomía, la independencia, la capacidad de manejarse en el mundo que nos circunda.

Pero el ego en su propio poder se queda encerrado en su propia soledad. Estar sólo ante un universo vacío e incomprendido. Por eso el reto en este nivel es superar el terror de estar solo. Manejar las riendas del poder para que el poder no te esclavice, para que el poder no impotentice. Hay que superar el individualismo y el deseo de poseer, la ansiedad que ello produce. Trascender este nivel es respetarse uno mismo y en las propias decisiones. Pero estas decisiones sanamente tienen que provenir de otro nivel.

 

4 nivel
Aquí se impone un salto de nivel. Hasta ahora el Yo no se ha visto más que a sí mismo. Ha visto a la madre, al amante o su territorio como prolongaciones de sí mismo pero ahora aparece una frontera desconocida. En los tres niveles anteriores se ha creado el sostén y la estructura del individuo, pero esa estructura está vacía. En este nivel aparece el vínculo con el otro y lo otro. La verdad que descubrimos aquí es que no estamos solos, que no somos seres aislados sino relacionados, profundamente interconectados. Por supuesto, el riesgo en este nivel es quedarse en la manipulación de este mundo relacional. La trascendencia es claramente encontrar una ley superior que es la ley del AMOR.

En esta ley hay un reconocimiento del otro como otro y por tanto, la escucha real para que el otro entre y enriquezca sin miedo lo que yo soy. Ahora el otro es un ser humano con su parte física y su parte espiritual. Ya no es una prolongación de lo que yo soy ni mero soporte proyectivo de mis miedos y mis culpas.

Para no quedar atrapado en el laberinto relacional tienes que estar puro de corazón, libre de interés. Y eso supone que los niveles anteriores están plenamente satisfechos.

En cada nivel hay un veneno, aquí la incapacidad de perdonar, la espiral de odios y resentimientos. El antídoto son la esperanza y la confianza que nos abre a un nivel superior.

 

5 nivel
Más allá del vínculo, más allá del abrazo con lo que nos rodea hay que darle matices, o dicho de otra manera, hay que darle profundidad.

Nuestra expresión propia, nuestro razonamiento debe ser vehículo de la consciencia para que l vínculo amoroso no se encharque. Pero si la razón nos rescata de la omnipotencia del amor quizá nos mete en otra emboscada, las falacias de los argumentos, las cegueras de las grandes visiones.

Por eso, aquí lo importante es la entrega de mi pequeña voluntad a una voluntad superior. Lo que he creído que era sea ha quedado pequeño y por eso aparece, ante el estremecimiento de lo que me rodea por fuera y por dentro, la invocación, el canto.

La palabra ya no puede ser la expresión de una pequeña visión sino el vehículo de una alabanza. No puede dejar de expresar un anhelo hacia esa Realidad que lo interpenetra todo. No utilizo la palabra para añadir más ruido, más confusión sino para despejar y poner luz que disuelva la oscuridad.

El veneno es establecerse en la mentira, en el poder de la palabra que vende sueños irreales, pero su antídoto es el establecerse en la VERDAD, intuir la misión que nos tiene deparada la vida.

 

6 nivel
La invocación del nivel anterior prende aquí en sabiduría. Aquí aparece la ley de la VISIÓN pero es una visión sin juicio, es una visión directa. No es un mero mirar sino una mirada que llega al corazón de las cosas, una mirada que discrimina entre lo superficial y lo esencial, una mirada que no está ni fuera ni dentro, ni en el detalle o lo global, pues está más allá, no tiene fronteras.

Ser sabio es ser maestro en la comprensión del sufrimiento y sus raíces, saber de la ilusión del deseo. En este nivel uno esta en medio del mundo pero libre de sus ataduras. Aquí la acción o la oración se convierten en contemplación. Podemos contemplar la maravilla de la creación y entender su plan divino.

La mente y su proceso especulativo está superada por una intuición que es como un rayo de conocimiento que irrumpe en la oscuridad y desvela todos los contornos del ser y de su vestidura que es el universo. Uno no trata de dar respuesta al misterio sino de vivirlo intensamente. En una gran receptividad se puede canalizar lo sagrado como aquello que está preñado de ser.

El veneno aquí sería el estar sumergido en la propia visión y no saber bajar a la realidad de la vida, al bullicio del mercado.

 

7 nivel
En este nivel uno ya no es uno sino múltiple. El Yo de la tribu, el ego personal se han transformado, cualquier amago de individualidad se ha doblegado delante de la Realidad profunda que se vive. Yo ya no soy Yo sino Eso, esa chispa del espíritu.

De la visión sabia pasamos a la realización, la culminación de nuestro propósito secreto. La Realidad desnuda se manifiesta como un eterno Ahora y la Creación se vuelve una danza de formas. No hay separación, uno es con el Alma del Mundo en continua evolución. A través del nosotros el Espíritu se hace consciente de Sí Mismo. Por eso esta ley es la ley del ÉXTASIS donde hay la comprensión de que la muerte no existe, sólo hay vida, sólo Ser.

Julián Peragón

 

 




Es Navidad

Es Navidad. Es Navidad incluso para los no creyentes, para los que viven en las antípodas o para los más paganos porque en el fondo de la Navidad no hay un niño Jesús y unos Reyes Magos sino la bisagra del tiempo humano, una bisagra que se abre cada año y cada año se vuelve a cerrar.

Desde el solsticio de verano el sol cae en picado hacia un sur lejano que engulle la luz. Al inicio del invierno, justo en el solsticio , aparece la leve certidumbre de que el sol rebotará nuevamente hacia el norte empujando a la luz hacia su gloria. Tal vez por eso la Navidad, se celebre como se celebre, es extensamente humana porque celebra el nacimiento de la luz. Y claro, para no ser literales, más allá del juego astral, lo que importa es la vivencia del ser humano en ese pasaje del tiempo.

La batalla arquetípica que se da en el cielo entre la sombra y la luz donde, digamos de paso, ninguna de ellas vencerá, también se da en el corazón humano. Esa lucha eterna entre luz y sombra se manifiesta aquí adentro como la guerra entre virtudes y defectos, idealidad y necesidad, altruismo y egoísmo o bien y mal según la terminología que uno esté acostumbrado a usar. La salud y la enfermedad, la confusión y la claridad, la ignorancia y la sabiduría luchan cada día, cada año por la victoria. Navidad es, por poner un ejemplo, ese momento en las películas donde el malo está a punto de matar al bueno, un suspense donde tememos que lo inevitable se imponga sobre las buenas razones y acabe la película de sopetón.

La Navidad es eso, un suspense en el tiempo para recordar lo esencial de la vida. Para recordar que somos hijos de la tierra pero también del cielo, que somos pura gravedad pero que también sabemos alzarnos sobre dos delicados pies, en definitiva que tenemos un cuerpo pero que también somos un espíritu. La Navidad es la amenaza de la sombra y la reacción de la luz, es, por poner otro ejemplo, la neurosis que hay en toda familia ante los preparativos de la comida de Navidad y la propia celebración, por un lado las envidias, las disputas, los desencuentros, por el otro el sentimiento reconfortante que compartimos un alma familiar. Cada año lo mismo, dirían unos, pero es que cada año se reactivan esas fuerzas superiores que atraviesan cada individuo.

Pero hay otra familia, una gran familia de billones de seres que es la humanidad que también celebra la Navidad, a veces día a día, la amenaza de la destrucción y la esperanza de un mundo mejor. La sombra nos dice que sufrimos una crisis de dimensión planetaria. Desde lo ecológico la proporción de la crisis es espantosa como todos sabemos, contaminación de mares y tierras, agujero de ozono, desestabilización del clima, extenuación de las materias primas, extinción de muchas especies de animales y plantas. Pero la crisis humanitaria es igualmente atroz, hambrunas, escasez de agua, superpoblación, guerras, explotación, corrupción, sida, malaria y otras muchas enfermedades. No hace falta entrar en detalles.

Lo único importante en estos momentos es celebrar la Navidad todos juntos. No olvidarse de esa crisis que amenaza toda vida futura, no infravalorar la dimensión de esa crisis que puede salpicar también a los países desarrollados y a cualquier elite de riqueza y poder porque todo está estrechamente entrelazado. Festejar la Navidad es percibir la larga sombra que proyecta el mundo humano pero sobre todo Navidad es recordar que podemos hacer algo. Poco o mucho podemos empujar, más allá de nuestros egoísmos, un proyecto humano que no margine a nadie por su condición, religión o sexo. Sobre todo podemos ser conscientes de la repercusión que tienen nuestros actos y nuestras decisiones en la globalidad para ser más libres en esa elección y para que hagamos el menor daño o destrucción posible.

Si hay algún mensaje sólido en Navidad es un mensaje de esperanza. Si el sol está tan bajo que hace frío a nuestro alrededor nosotros podemos generar calor en nuestros hogares; si la incomunicación enfría las relaciones podemos crear oasis de verdadera confraternidad con la gente querida. Lo que nos dice la Navidad es que la sombra tiene un límite, que el tirano caerá, que la mentira política será descubierta, que la chapuza se desprestigiará por sí misma, que el poder absoluto se desplomará por su propio peso, que el odio sólo encontrará resistencia, que la traición se volverá contra sí misma. Y no importa que la realidad desmienta tantas veces lo anterior porque la Navidad es el mejor momento de creer en el amor. Feliz Navidad a todos.

Julián Peragón

 

 

 




A través del laberinto

 

A quien se ha adentrado en un proceso de superación de pruebas, a quien se ha empeñado en convertir el plomo en oro según los alquimistas, o a quien quiere borrar su historia personal como quien quita capa tras capa de una cebolla en busca de lo esencial se le ha llamado el caminante. La Tradición ha enumerado y pautado unos caminos para que no nos perdamos en cualquier recodo ante la menor dificultad pero también ha generado confusión al no permitir un mayor grado de autonomía e intuición en ese proceso de búsqueda, íntimo e intrasferible, aún así, algunos místicos como Juan de la Cruz nos recuerdan que «Para ir a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe».

EL MAPA INCONSCIENTE

Parece que nuestro Ser interno, ese que batalla en la oscuridad, ese que nos sueña, que anhela y desea no aparece como un camino llano y tranquilo. Ese mapa interno tiene una orografía peculiar, salpicada de vivencias que aún humean como las brasas, con accidentes pronunciados y abismos insondables. En ese mapa hay tesoros y trampas, príncipes y dragones exactamente igual que en los cuentos de hadas. Se encuentran las fuentes más puras y cristalinas y también el hedor de ciénagas insufribles. Todo lo inimaginable reside en el pligue de ese mapa interno, de nuestro Inconsciente.

De alguna manera el Inconsciente es todo eso que no emerge a la superficie de la consciencia, que no se muestra en la vigilia, a la luz de nuestra razón. Y es por eso que es muy difícil su definición porque debajo de esa línea de flotación los perfiles se diluyen en el amplio mar de la vida y nuestro batiscafo sólo puede iluminar, en condiciones especiales, sólo algunas cuevas y algunos salientes. A esa profundidad el silencio y la presión son excesivas.

Ahora bien, entre inmersión e inmersión, a fuerza de perforar y tomar muestras, de poner el oído y escuchar el rugido incesante de la lava que nos recorre nos hemos hecho una idea de lo que hay bajo los pies, de cual es la naturaleza de nuestro inconsciente. Sabemos que esa fuerza de conservación que se pone de manifiesto en las situaciones límites reside en nuestro inconsciente; ese deseo que nos quema y que enciende nuestras pasiones más desaforadas también reside en él; esa sensibilidad a flor de piel que nos regula como un termómetro de alta definición; esa fe que mueve montañas, esa intuición que nos toca como un rayo iluminándonos también reside en lo más profundo. Es la morada de los dioses que inaguran día a día proezas y hazañas, y de los fantasmas descarnados que se cuelan en nuestros miedos e inseguridades; y de la memoria que alterna su alquimia entre el olvido y el recuerdo. El lugar de la energía madre y el poder de toda regeneración. No podríamos dejar de decir que el Inconsciente es la misma vida.

 

EL LABERINTO

Pero la vida es laberíntica, demasiados meandros, demasiada complejidad, demasiados elementos referidos a un Todo inabarcable. Cómo, si no, podríamos digerir los alimentos, mientras el juego de presiones respira por nosotros, al conducir automáticamente nuestro vehículo, en una conversación profunda donde se evocan nuestras vivencias antigüas y no dejamos de admirar la belleza del paisaje. Gracias al inconsciente, gracias a éste hay una necesaria y permanente interacción con el medio, interno y externo.

Pero el Inconsciente está bien donde está, cumple a la perfección su función. Lo que de verdad nos interesa es nuestra relación con él. Nuestra cuestión es la siguiente, ¿y si pudiéramos rescatar un poco más de energía de esa fuente inagotable y sublimarla o transformarla en luz y consciencia, en proceso de individuación?.

Este proceso lo podemos representar en el Laberinto. Éste representa el caos de la vida, los recovecos del inconsciente. El laberinto no representa sólo una construcción complicada de pasadizos en la que es muy difícil encontrar una salida, interminables cruces de senderos que no van a parar a ningún sitio. Al contario, el laberinto es el símbolo del anhelo de encontrar un centro, el encuentro consigo mismo, o en todo caso, el recuerdo de la pérdida de aquél.

Es posible que el laberinto sea un diagrama de las estrellas que no paran de moverse o su reflejo en la tierra, el hacer de los seres humanos. El caos de las estrellas es como la compulsión de nuestros sentimientos, de nuestras ideas locas. También es posible que el laberinto sea una especie de mandala o diagrama concéntrico para captar la atención, para que la mente centrifugada se vacíe de todo lo inservible, preámbulo del encuentro con el centro. Y es posible que prehistóricamente el laberinto representara todo lo que provoca vértigo en el hombre, como el abismo, el fondo del cielo, los tifones de aire, el sexo femenino. Algo misteriosamente atrayente.

En ese laberinto quedaría atrapada la mente, pero también los demonios que populan por nuestras interioiridades. En él, el neófito tendría que esforzarse hasta conseguir su meta, podría templar su espíritu, avivar su voluntad, dejar a izquierda y derecha, los miedos y las vanas esperanzas, lastres del pasado, especulaciones del futuro. Así el laberinto podría ser una prueba iniciática, la lucha con el dragón, la conquista del propio corazón en el mismo vientre del gran intestino. De alguna manera el laberinto representa la gran paradoja de la vida, la verdadera ambigüedad en la que todos estamos. Por un lado el laberinto es la protección del centro sagrado donde aquél que llegue previamente se habrá desembarazado de toda compulsión, de toda ingenuidad, de toda premura para llegar en paz, y por otro, es el mismo inconsciende donde puedes sucumbir al sinsentido. El diálogo entre centro y laberinto nos sugiere la relación entre ego y si-mismo, vida y muerte, tiempo e inmortalidad, inconsciencia y consciencia, deseo y amor, profano y sagrado.

 

MINOTAURO

El mito del Minotauro nos clarifica lo anterior. Minotauro, mitad hombre, mitad toro fruto del encuentro entre el toro de Posidón y la esposa del rey Minos y encerrado por éste en un laberinto con la responsabilidad de pagar un tributo de siete muchachos jóvenes y siete doncellas, representa la victoria de lo inferior. A diferencia del Centauro donde el cuerpo de animal es el soporte del cuerpo humano y éste de su proyección a lo divino, Asterión, el Minotauro es la inversión de toda lógica, la irrupción de las pasiones más bajas a costa de los altos ideales, de lo propiamente humano.El mito estaría incompleto sin la astuta Ariadna con su ovillo para no perderse y la fuerza del amor que hace que su amado Teseo mate al monstruo. De esta manera el Minotauro representa la fuerza viva del laberinto, aquel que le da sentido a sus paredes. El laberinto será cárcel y trampa y el héroe, frecuentemente por amor o misericordia, tendrá que enfrentarse con lo maligno y cumplir su misión.

Así, lo laberíntico en nosotros es la fuerza ciega del deseo, los hábitos automáticos, las compulsiones de nuestros pecados y las obsesiones de nuestras ideas. El Minotauro es el diablo que nos vampiriza en la sombra, que se nutre de nuestra ingenuidad cuando creemos que somos, de verdad, buenas personas. Es nuestra manipulación como símbolo de algo grotesco y es también el fruto de nuestra dependencia de las cosas.

 

LA RUEDA

Por otro lado, la imagen de la Rueda puede ampliar la representación del laberinto. La Rueda es un símbolo solar que indica el movimiento cíclico de la vida, la rueda al igual que la vida gira y gira sin cesar. Una de las caras de la rueda es el movimiento ascendente, el impulso evolutivo, el otro, el descendente o involutivo.

Según uno de los arcanos del Tarot, la Rueda de la Fortuna, el movimiento de ésta está en manos del Destino, la misma Rueda flota en el océano del caos, y los personajes que la rodean se encuentran atados a su movimiento aparente. La imagen es clara, todo sube, todo baja permanentemente. Identificarse con un sólo punto de la rueda, el más alto, donde sentimos el triunfo, es fruto de la ignorancia.

De hecho cada punto está a la misma distancia del centro. El centro es lo único que permanece en equilibrio, su inmovilidad es lo que permite la observación desinteresada de todo lo que acontece. Por eso la Rueda de la Fortuna es una invitación a reencontrar ese centro de vivencia.

 

EL LOCO

Teniendo la conciencia de que el Laberinto y la Rueda significan la obcecación de la vida en reproducirse, el mar inconsciente donde reina la confusión, y sabiendo que su promesa es la de alcanzar el centro, es necesario que aparezca alguien que inicie la búsqueda de aquél. ¿Quién será capaz de lanzarse a la vida, quién se dejará llevar su sus ansias de vivir, quién anhelará ese estado de perfección, de bienaventuranza?. Sabemos que el Loco empieza el camino (del Tarot) con una venda en los ojos y con un animal que le desgarra la vestimenta. Es por tanto, un ser ignorante y escindido

 

Así empezamos el camino. Pero también es cierto que el Loco representa el impulso de vida, de búsqueda de la completitud que le falta. El Loco tendrá que superar diferentes pruebas, enfrentarse con cada uno de los arcanos para reconocer profundamente quien es él. El Loco no tiene número y por tanto alude a lo que no tiene orden, al caos que precede a toda búsqueda. Así es el número cero, otra vez la Rueda, el Laberinto.

 

EL ERMITAÑO

No obstante, la otra cara del búscador la habremos de buscar en el Ermitaño. Éste camina en sentido inverso al Loco. Ya templado el Ermitaño se recoge de todo lo vivido y se dirige en silencio al centro de su corazón donde se encuentran las voces del alma. La soledad le acompaña, para él el gentío es el caos de la vida, la dilución en lo social. Su estrategia es pasar desapercibido y comprender la naturaleza de las cosas. No hay que despertar al Minotauro, a la serpiente sibilina, al dragón de aliento de fuego.

De alguna manera Loco y héroe, y Ermitaño y sabio, son las dos caras de la figura del buscador. Uno se enfrentará con los peligros temibles del mundo, el otro sabrá interpretar las señales invisibles del espíritu. Entre los dos atravesarán los laberintos llenos de trampas, los maleficios y encantamientos. Y rescatarán a la princesa (Amor), encontrarán el tesoro (Energía), o la fórmula mágica (Conciencia).

 

EL CAMINO

Con todo, tendremos que hacer caso a Don Juan cuando le dice a Carlos Castaneda que «cada cosa es un sendero entre un millón. Por lo tanto, tú debes siempre recordar que un sendero es sólo eso: una senda () Todas las sendas son iguales; no conducen a ninguna parte. Son senderos que cruzan el matorral o se internan en el matorral. En mi propia vida puedo afirmar que he recorrido senderos largos, muy largos, pero no he llegado a ninguna parte. La pregunta de mi benefactor tiene ahora sentido. ¿Tiene corazón ese sendero?. Si lo tiene el sendero será bueno. Si no, no sirve.» En este sentido, los caminos no llevan a ninguna parte, si acaso a uno mismo, pero uno ya estaba antes del camino. Lo dijo el poeta, «caminante no hay camino, se hace camino al andar».

Por eso habremos de interpretar el Camino no como algo que nos lleva lejos y que cambia profundamente nuestra naturaleza, sino como algo que forma parte de nosotros. El caminar como un reflejo del proceso dinámico de la vida, del conocer. El Camino como una orientación que centrifuga el caos, como pauta disciplinaria, freno de la inmovilidad y rigideza interior.

Todo camino va por la vida y en cada recodo algo nuevo nos espera. Hay que estar, por tanto, alerta, sin posibilidad de dormirse. Por otro lado, el caminante es aquel que va ligero de equipaje y echa raíces en el cambio permanente. Cada momento es el momento, cada sitio es su casa. Su virtud es el desprendimiento. Walt Whitman diría, «Estoy en camino con mi visión soy un vagabundo en viaje perpétuo».

 

LA FLOR

El Camino no es mas que el indicativo de que empezamos un viaje. Todo lo que suceda será reinterpretado como mensaje, como descubrimiento de lo que somos. Al final del camino volveremos a ser lo que éramos, pero más conscientes, con nuestros horizontes ensanchados. Empezamos el camino con una idea de perfección, una ilusión que nos hizo dar el primer paso. Acabaremos el camino con la pérdida de dicha perfección pues la Iluminación no es mas que la aceptación de todo lo que existe.

El encuentro con uno mismo está simbolizado en Occidente por la rosa y en Oriente por un loto. La flor como apertura, el aroma como esencia. Quizá la impermanencia de la flor, de sus pétalos nos indique que la conciencia de unidad sólo puede vivir en el presente. Tal vez por eso Taisen Deshimaru dijo: «A los que buscáis la Vía, os lo ruego: ¡no perdáis el momento presente!».

Los símbolos se engranan para formar procesos definidos. Del deseo de búsqueda al encuentro, del enfrentamiento con la Sombra al reconocimiento de nuestra compulsión. Enfangarse en el caos para recoger una flor. Y vuelta a empezar.

Julián Peragón




La iluminación de los símbolos

 

Podríamos empezar nuestro discurso por dibujar un punto, un simple punto sin espacio ni dimensiones, y convertirlo en un símbolo que represente la Unidad. Si a continuación dibujamos una línea horizontal seguramente nos recordará el horizonte, la tierra sobre la cual vivimos. Un trazo vertical nos llevará a una elevación sobre aquel horizonte conectándonos con el cielo, esto es, con lo divino.

Ahora hagamos un círculo y notaremos con nuestra capacidad de simbolizar que no tiene principio ni fin como la eternidad, como el universo infinito; veremos que todos sus puntos están equidistantes del centro como un gran ojo divino, perfecto en su totalidad. Pongamos ahora aquel primer punto en el centro del círculo y sentiremos, tal vez, el ojo vigilante de Dios, el centro del universo.

Juguemos un poco más. Retomemos los trazos horizontal y vertical y hagamos una cruz para combinar la tierra con el cielo, la energía con la consciencia, el ser humano con lo divino. Démos un movimiento a esta cruz en sentido retrógrado o de avance y tendremos la esvástica con sus aspas representando la fuerza dinámica de la vida, los cuatros puntos cardinales. Podría representar también las diferentes etapas de la vida, o la rueda solar con sus rayos, o bien el dios supremo.

Este mismo símbolo de la esvástica lo utilizaban en Harappa, valle del Indo, 2000 años antes de nuestra era. Lo utilizaron los hititas, se encuentra en mosaicos hispanorromanos, en catacumbas cristianas, entre los etruscos, celtas y germanos, en la América precolombina, y un largo etcétera, y como todos sabemos también lo utilizó Hitler. Esto nos muestra la ambigüedad del símbolo y su pluralidad de significados.

 

¿Simbolizan los símbolos?

Digamos que los símbolos no simbolizan nada, aunque esto tendría que matizarlo pues creo que hay un trasfondo universal en ellos. Hemos visto que un mismo símbolo puede representar cosas muy diferentes y aún contrapuestas para diferentes culturas y personas. Por tanto la interpretación de un símbolo varía dependiendo de su contexto.

Los amantes de los museos etnográficos o religiosos se darán cuenta enseguida de que los tótems, las máscaras, los objetos de culto ordenados y etiquetados han perdido su «fuerza», aparecen como carcasas vacías desplazadas en su tiempo y cultura sin la vida simbólica que en su momento tuvieron. Por eso de nada nos sirve tener delante un objeto simbólico si no sabemos a qué representación conceptual, a qué visión del mundo pertenece.

En el simbolismo podríamos aplicar aquello de que no es lo mismo el dedo que señala la luna que la luna misma. No podemos caer en esa confusión. Y es que un símbolo no tiene valor por sí mismo sino por lo que ilumina, por el tránsito que permite de un nivel de la realidad a otro. Es más bien nuestra necesidad de simbolizar la que crea un mundo lleno de significados que se ligan a estos o aquellos objetos convirtiéndolos en símbolos.

 

Cara y cruz del símbolo

Ahora bien, cada objeto simbólico tiene una cara y también una cruz. Hagamos un viaje en el tiempo a la prehistoria, delante de un monolito en forma de pene erecto de 3 ó 4 metros de altura, por ejemplo, como los que se encuentran en Córcega. ¿Qué representaba para aquellos nativos?, ¿el poder masculino que fecunda la tierra?, ¿adoración a la sexualidad?. No lo sabemos bien, pero todo símbolo ilumina algo necesario para el grupo o la persona, dejando tras de sí una «sombra» que es la propia ideología o cosmovisión que sostiene aquel o aquellos soportes simbólicos. Los símbolos que utilizamos encajan bien dentro del dispositivo simbólico que utilizamos.

La economía del símbolo

Aclarado esto tendríamos que preguntarnos acerca de este dispositivo simbólico. ¿Por qué y para qué nos empeñamos en simbolizar el mundo?. Sabemos que la mente profunda funciona simbólicamente y que esta función forma parte de nuestra estructura de aprendizaje. No podría ser de otro modo, el símbolo es el resultado final de un proceso de conocimiento. Tiene que ver con la economía que necesita nuestra mente para recordar las informaciones que le son necesarias.

Es en esta economía donde entra de lleno el símbolo pues funciona como un segundo modo de acceso a la memoria cuando la parte consciente y volitiva no llega. El símbolo forma parte de un lenguaje inconsciente virtual pues su contenido está, por así decir, plegado como si no ocupara espacio. LLega a los rincones de la memoria por su capacidad evocativa, como lo haría un perfume que, sin darnos cuenta, nos hace regresar a la infancia o a una situación determinada ya «olvidada».

Hemos de decir, de paso, que la memoria no es un saco sin fondo donde todo lo vivido está colocado en estanterias cronológicas y sedimentadas. Es un elemento activo de nuestra mente que implica un proceso complicado de selección de la información recibida y su tratamiento para volverla significativa. Con nuestra mente simbólica somos capaces de organizar nuestras representaciones mentales y sobre todo, asociar aquellos elementos que están dispersos. Y es que el símbolo no es como el concepto que dice esto es esto y aquello aquello. El símbolo hace un continuum, como el ejemplo explicado, entre el pene, el monolito, la sensación de energía vital, la transmisión entre la tierra donde está clavado y el cielo al cual apunta y la idea de que todo en el universo es un coito entre fuerzas complementarias. El concepto y la palabra tienden a la concreción, a la discriminación, mientras el símbolo evoca la globalidad, tiende puentes invisibles entre esto y aquello, entre una realidad y otra, tal vez para que el mundo sea vivible además de comprensible.

Identidad secreta

También nos dicen los sueños que nuestra forma profunda de pensar se realiza en imágenes; imágenes que guardan entre sí una identidad secreta que más tarde podemos desvelar. Los sueños, los símbolos, en última instancia todo expresa algo, algo que puede ser significativo para nosotros. Pero muchas veces no sabemos exactamente qué nos traen aquel sueño o este símbolo. Y de eso trata el simbolismo, de navegar con una luz por esos entramados de significados.

Aunque no nos importe el simbolismo no por ello vamos a dejar de simbolizar. Los publicistas que lo saben hacen sus spots publicitarios no en base a la enumeración de las ventajas de tal o cual producto, sino a la asociación de éstos con elementos simbólicos que sugieren triunfo, libertad, placer, etc, etc. Por tanto creemos que un conocimiento acerca de cómo funciona nuestra mente y sus prototipos simbólicos nos haría, tal vez, más libres, menos manipulados. Pero esto es otra historia.

Camino de conocimiento

Teniendo en cuenta la gran fuerza simbólica de nuestra mente inconsciente, ¿podríamos utilizarla como fuente de conocimiento, como herramienta de crecimiento personal?. Los antiguos sabios nos han legado un sinfín de herramientas simbólicas como las astrologías, el tarot, el árbol de la vida, etc, que si bien, la divulgación las ha llevado a veces a un descrédito, en su estudio profundo encontramos claves muy poderosas de conocimiento.

Tarot

Desde algunas lecturas de este libro de imágenes, el ser humano ha venido a este mundo a volverse consciente de sí mismo, tiene su alma exiliada y debe finalmente enfrentarse con el destino que él mismo creó en su desatino ante la vida. En sus 22 arcanos mayores están representadas las etapas de nuestro camino de realización. Se trata de un libro de sabiduría donde cada imagen tiene un mensaje cifrado que comunicarnos. Tal vez la ambigüedad de los arcanos sea inteligente pues se dirige no tanto a la conciencia ordinaria de ideas diáfanas como a un despertar más profundo, con senderos laberínticos donde será preciso meditar y reflexionar largo y tendido sobre las motivaciones inconscientes que nos habitan.

Astrologías

Si el Tarot nos habla de las etapas del camino, las astrologías, orientales u occidentales, nos muestran nuestras potencialidades. Cada nacimiento es un momento único en el tiempo, cada mapa natal representa el instante irrepetible del cielo que nos vio nacer. Con cada uno de nosotros se inagura de nuevo la humanidad, cada uno con su luz y su sombra. Pero las astrologías desde una dimensión más profunda no encorsetan a la persona en lo que es, sino que abren los horizontes a lo que podemos llegar a ser, escudriñando los caminos posibles.

Mitologías

En otro plano, la mitología y sus relatos son un buen marco proyectivo para encontrar cuáles son nuestras batallas internas, esas batallas arquetípicas donde sentimos cómo se relacionan nuestra mente y nuestro corazón, para ver en qué trampas del amor caemos.

 

Resolución de problemas

En general, muchos esquemas simbólicos lo que se proponen es poner orden a un mundo interno caótico o fragmentado. A la vez nos hacen de espejo para ver con menos fantasías nuestras realidades. También son portadores de conocimiento, un conocimiento que parte de un darse cuenta y que nos lleva a una mayor consciencia.

Al final terminan por ser un marco de resolución de problemas pues éstos, cuando se insertan en un contexto más amplio de interpretación, encuentran una salida, si no fácil, sí esperanzadora.

Como el mundo, el alma también está llena de senderos y bifurcaciones. Entonces agradecemos un mapa, algunas señales. Tantas veces el espíritu se nos muestra en su especial lenguaje, con sus citas inesperadas, sus coincidencias paradójicas, sus reveses del destino. Y tantas veces nos quedamos perplejos, como analfabetos ante una profunda poesía, en la nada.

Julián Peragón

 

 




Imagina

Imagínate una cumbre desde la cual se divisa un horizonte inmenso o un oasis donde las aguas confluyen. Imagínate un lugar donde los caminos se entrecruzan, una cueva donde el silencio es tan espeso como el alma, un árbol cuyas ramas se empeñan en alcanzar el cielo. Imagina que hay lugares especiales que marcan un acento en nuestro entorno y que, por tanto, se vuelven significativos. No sabemos si el universo es grande o pequeño, infinito o curvado como las alas de una mariposa. No sabemos como las líneas del tiempo y del espacio se anudan en el devenir de la eternidad. No importa, sabemos que nuestro mundo es curvo y pequeño y nuestra orografía caprichosa. Pero aunque viviéramos en un desierto sin límites sabríamos, como humanos, poner una piedra, bautizarla y desde ahí, establecer las cuatro direcciones del mundo.

Sin saberlo, por intuición, habríamos hecho un primer acto creativo. Convertir el caos, lo informe y el sinsentido en un orden. Desde ese punto podríamos medir los equinoccios y los eclipses, ver salir el sol, confeccionar un calendario, desplegar incursiones, aventuras y cazerías y volver con triunfos que se añadiran a esa piedra que simboliza el centro del mundo, aquel pilar que sostiene todo el universo humano. Sobre esa piedra blanca o negra daríamos siete vueltas cada nuevo año, escribiríamos nuestras verdades, enterraríamos a nuestros muertos, oraríamos en su dirección. Nos descazaríamos ante su presencia, haríamos genuflexiones y guardaríamos silencio. Es posible que sobre esa piedra construyéramos un templo de devociones y que ofreciéramos las canciones más bella, los perfumes más sutiles. Imagínalos. Sería la Casa de Dios, la Emanación de la Diosa, el Lugar de la Energía. Los artistas harían las representaciones más sublimes y los sabios los rituales más catárticos.

Con todo, ese complejo universo sería llamado sagrado en contraste con todo lo demás, con lo cotidiano, con el quehacer, con la voragine de los hombres, sus trifulcas, sus frivolidades, sus errores y sus miserias, esto es, lo profano. Y los hombres y las mujeres, de tanto en tanto, irian al lugar santo a recomponerse de todo lo vivido, a sincerarse de todos sus pecados, a comulgar con lo que está dentro, con los que están al lado y con lo que está arriba y abajo y en todos sitios. Imagínate la reververación del templo, su luz ténue, sus símbolos de elevación, imagínate oyendo hablar al corazón, temblar al cuerpo, extasiar la mente. Con las generaciones esa piedra, ese templo, cueva o árbol sagrado se irían cargando de significación y de energía. Sería un lugar de Poder, donde el Ser se manifiesta en toda su plenitud, donde la Divinidad es sentida como una elevación de lo que uno es. Ese lugar sería el centro del mundo y ese momento de vivencia sería el centro del tiempo, un tiempo mítico, eterno, inacabable, como un eterno Presente. Un tiempo vivencial de éxtasis que se aleja del ritmo frenético de los hombres para encontrar un ritmo más pausado, más consciente.

Ahora bien, sabemos, nos lo cuentan las viejas historias, que los hombres y las mujeres confundieron la piedra, el templo o el árbol con lo verdaderamente sagrado sin darse cuenta que la piedra es sólo una piedra y que el templo un gesto de ostentación ante lo divino. Algunos, muy pocos, comprendieron que el centro del mundo anida en el corazón, lugar a medio camino entre la cabeza y los instintos, entre la fuerza y la sensibilidad. Y que ese lugar es el único que puede abrazar a la vez los pensamientos, las sensaciones, la intuición y los sentimientos. El único lugar que puede disolver a uno con el otro, el único templo donde se oye el latido de la vida y donde se puede repetir el nombre invisible de Dios. Ese punto de encuentro fue llamado Quintaesencia, Tao, Nirvana, Extasis, Budeidad, Amor y tantos otros que no sabemos.

Cuando el sabio o la sacerdotisa volvieron quisieron recordar lo vivido y compusieron una mesa, un altar, un tótem, un jeroglífico. Imagínatelos. Tal vez hicieran un círculo para recordar que el universo se mueve circularmente, así como la energía; para recordar la eternidad pues el círculo no tiene principio ni final, para indicar que toda nuestra experiencia se graba en ese círculo de vida y que cada punto está a la misma distancia del centro, ese eje de observación donde anida el espíritu. Es probable que los sabios orientaran su centro de poder en las direcciones del mundo y que recordaran el reino mineral, el vegetal, el animal, el humano y los reinos invisibles que nos rodean. Recordarían también la tierra que nos sostiene, el agua que nos nutre, el aire que disuelve todas las fragancias y el fuego que ilumina, así como el eter que todo lo penetra. Seguro que colocarían bolas de cristal, diagramas concéntricos, símbolos geométricos para no perder la concentración en sus meditaciones y plegarias. Héroes e Iluminados antepasados para recordar que la Sabiduría es una trasmisión así como ellos, nosotros y los hijos de nuestros hijos seremos transmisores. Aún así colocarán algo personal e intransferible, un anillo, un collar de perlas, un saquito de simientes, una piedra de colores. Algo que simbolice el encuentro con uno mismo, la total transformación, el segundo nacimiento, el compromiso con el espíritu, el verdadero nombre. Imagina.

Unos bailarán una danza de poder, otros cantarán con toda la entrega, y otros, tal vez, se concentrarán en un abrazo de misericordia a nuestro planeta azul. Cada uno generará su cosmogonía, y entenderá que efectivamente ese lugar está cargado de Presencia, una presencia que imanta sus vidas, que centrifuga el caos, que remite a la serenidad, a la paz del mental, a la incursión en lo mágico o a la irrupción de lo creativo. Aún así, muchos otros quedaron atrapados en una nueva confusión. Imagínatela.

Julián Peragón