Simbolismo: el Camino

 

Una vez vista la propia sombra, una vez uno se ha preguntado quién demonios es, hay que empezar a caminar. Como los caminos fáciles no llevan lejos como nos recuerda el adagio chino, habrá que llevar algún mapa del camino para no perdernos, o para no perdernos demasiado.

El Camino es una metáfora de los procesos del alma. En realidad no hay camino que nos lleve a ningún sitio mas que a uno mismo, pero la paradoja, es que uno ya es, siempre ha sido, aunque para descubrir ese ser hay que alejarse. Por eso el camino es lo que nos aleja para tomar distancia y volver a encontrarnos.

Infinidad de cuentos y mitos hablan de este caminar. En el cuento del Alquimista hay un tesoro enterrado debajo de tu propia casa pero tienes que hacer un viaje hasta que alguien insinúa un sueño en el que describe exactamente el patio de tu casa donde está el tesoro.

Recuerda Don Juan Matus el chamán de Carlos Castaneda que todos los caminos son iguales, no llevan a ningún sitio. Uno puede recorrer caminos largos, muy largos y no llegar a ningún sitio. Uno puede entrar en una vía meditativa y estar 50 años sin haberse hecho la pregunta fundamental, si ese camino tiene corazón. Si ese camino es bueno, si te hace estar alegre, feliz, amoroso y compasivo.

En este sentido gran parte del drama de los seres humanos es que no han encontrado cuál es el sentido de sus vidas, han cogido el sentido que les ha prestado la sociedad, crecer, emparejarse, trabajar, criar hijos, pero en el fondo no se ha conectado con la propia «misión» que, por otro lado, no tiene por qué ser enormemente extraordinaria. La vida, por así decir, te da un don, planta una semilla en tu subconsciente que luego tienes que desarrollar. Ese genio, ese aliento del alma, ese dharma como dirían los místicos hay que encontrarlo.

Cuando uno se pliega no al capricho de su ego sino al mandato de su destino entonces tiene una fuerza imparable, tiene detrás de si la fuerza de la evolución abriéndose camino. Uno coge el testigo de una fuerza que otros desplegaron en parte y, aunque sea la distancia de un milímetro, la humanidad abre simultáneamente ese milímetro en su horizonte vital. Estamos conectados, formamos parte de una cadena ininterrumpida. Mientras que si nosotros imponemos al camino nuestras prerrogativas, si calzamos unos zapatos para recorrer ese camino, muy valiosos, muy reconocidos, muy deseados pero que en definitiva «aprietan» el alma de nuestros pies, no llegaremos muy lejos.

Nosotros no somos los dueños del camino, muy al contrario, éste nos recoge y nos voltea, nos pierde en los atajos, nos asoma a los abismos, nos encumbra en las cimas para sepultarnos después en los despeñaderos. El camino no es controlable, sólo nos asegura el siguiente paso. Por eso el camino es el símbolo del misterio que se va desplegando tramo a tramo. El camino es la manifestación externa de nuestro propio despliegue, de nuestro propio descubrimiento, por eso, cuando al final moramos en lo que somos, desaparece el camino sin dejar rastro. Como decía Krishnamurti, la verdad es una tierra sin caminos.

Julián Peragón

 




Meditación: ¿Qué es un japamala?

REPETICIÓN DEL NOMBRE (JAPA)

Dice Bhagavan Baba:

«La repetición del Nombre es la práctica espiritual más efectiva. Escojan un Nombre y una Forma para visualizar y contemplar, pero no hablen mal de los otros Nombres y Formas».

«El Nombre de Dios es el tónico más eficaz; alejará toda enfermedad. No se dediquen a la recordación del Nombre como un pasatiempo, una moda o una fase pasajera o como la parte desagradable de un programa impuesto o como una ingrata cuota que debe ser pagada cada día.

Piensen en ello como una práctica espiritual para ser asumida seriamente con el fin de reducir su apego a los objetos pasajeros, purificándolos y liberándolos del ciclo de nacimientos y muertes. Aférrense a ella como el medio que los salvará de todo, de todas las ataduras de tiempo y cambio. Se ve como una frágil cura para una enfermedad tan temible, pero es una panacea».

«Antes de empezar a meditar, para serenar los pensamientos dispersos, repitan en voz baja o mentalmente algunas oraciones que alaben la Gloria de Dios. Después hagan JAPA (repetición del Nombre Divino de su preferencia) , una o dos vueltas de japamala; mientras lo hacen, lleven a su mente la Forma del Nombre que están repitiendo. Si sus mentes se alejan de la recitación del Nombre, visualicen la Forma, y cuando se aleje de ésta, fíjenla en el Nombre. Concéntrense en la dulzura de una o del otro.

De esta manera, la mente se domina con facilidad. La Forma Divina visualizada, que en un principio sentimos fría e insensible, llega a transmutarse en una imagen clara a nuestro corazón, la cual nos hace vibrar emocionalmente, grabándose en nuestra memoria; gradualmente logra llenarse del Señor y Éste llega a asumir la Forma elegida con el fin de satisfacer nuestro anhelo. Este tipo de práctica es la mejor para los principiantes» .

Mediante el uso del Rosario Hindú o JAPAMALA o MALA (círculo) se puede llevar a cabo la disciplina espiritual de la repetición del Nombre o JAPA que significa: acción de repetir.

«El rosario les enseña la unidad, aunque tenga ciento ocho cuentas. Si es de cuentas de cristal se puede ver el hilo a través de cada cuenta, la realidad interna en la que están ensartadas. Si las cuentas no son transparentes, aún así ustedes saben que están unidas por un hilo, que es la base para que el rosario exista». Sai Baba

«El rosario es muy útil para los principiantes en el camino espiritual, pero conforme avanzan, la repetición del Nombre debe llegar a ser el aliento mismo de su vida, y así la rotación de las cuentas llegará a ser un ejercicio superfluo y pesado en el cual ustedes ya no tendrán interés. Siempre en todo momento y todo lugar se debe meditar sobre el Señor. Ese es el estado al que el rosario o japamala los debe guiar, no deben quedarse en él por siempre.

Es sólo un medio para ayudar a la concentración y a la contemplación sistemática. El salvavidas debe desecharse cuando aprendan a nadar, y las muletas cuando puedan caminar. Al comienzo sean regulares en las horas que dedican a la repetición del Nombre. Adóptenlo natural y espontáneamente, con amor y entusiasmo». Sai Baba

El Japamala (rosario hindú) tiene 108 cuentas redondas que al juntarse forman un círculo (mala), que termina con una cuenta alargada (que representa el Monte Meru o Morada de los Dioses). Esta cuenta alargada nunca debe ser pasada por los dedos pues sería atravesar el lugar de residencia de los Dioses, un lugar Sagrado. Luego, para volver a dar una nueva vuelta al mala, se debe girar y volver hacia atrás.

Significado del número 108 en el Hinduismo

La lectura «secreta» o lenguaje crepuscular (lenguaje utilizado en oriente por diversas corrientes religiosas para proteger determinado conocimiento de aquéllos aún no iniciados) del número 108 es:

«No existe diferencia entre Aquello (Dios) y el Ser» o

«No hay diferencia entre Brahm y el Jiva (el Ser- el Hombre)».

El número 9 es considerado Sagrado por el Hinduismo, el 9 es Brahm, Dios. A este número se lo denomina el «indestructible» , el «inmutable», ya que, por cualquier cantidad que se lo multiplique, el dígito que se obtiene de la suma de los números que forman el resultado, siempre es 9.

(Ej: 9×5=45 luego 4+5=9; 137×9=1233 luego 1+2+3+3=9)

El número 108 tiene como dígito el número 9 (1+0+8=9); a su vez es resultado de multiplicar 12×9=108.

El 12(doce) es el número de Adityas, las luminarias que revelan el mundo objetivo y de ese modo son los símbolos del aspecto Sakara (del mundo de nombres y formas, de la multiplicidad, de la aparente variedad, de las fugaces imágenes).

Análisis del significado Secreto y Sagrado

El 1(Uno): representa a Aquello, Brahm, lo Supremo, Dios. Lo que es UNO y no tiene semejante posible (no tiene doble).

El 0(Cero): representa la ausencia de diferencia entre el 1 (macrocosmos o personalizació n del Universo) y el 8 (microcosmos, universalizació n de la persona, el ser encarnado o jiva).

El 8(Ocho): resulta de la suma del 5+3=8

5(cinco) son los Tattva o elementos (éter, fuego, agua, tierra y aire) presentes en la manifestación biológica del ser (jiva).

3(tres) son las funciones de Manas (la mente, el cerebro):

Ahankara o sensación de Yo, partida de la personalidad del ser encarnado.

Chitta o los registros que se producen en la mente.

3) Buddhi o capacidad intelectual de discernir, de elegir.

(Dios) BRAHM——NO TIENE DIFERENCIA CON EL——-SER

(1) (0) (8)

Luego:

No hay diferencia entre el Macrocosmos (Brahm, Dios) y el Microcosmos (Jiva, el Ser).

108 son los Nombres del Señor; 108 son las Upanishad (análisis de los Veda de carácter filosófico) ( Veda significa: el saber y son Textos Sagrados revelados a los hombres en sánscrito o lengua sagrada de la antigüedad.

Se componen de: Rig Veda que corresponde a los Himnos Sagrados a los Dioses; SamaVeda correspondiente a las Melodías Sagradas a los Dioses; Yajur Veda corresponde a los Rituales Sagrados o movimientos dirigidos a los Dioses y Atharva Veda o conjuros Mágico-Sagrados dedicados a los Dioses).

El número 3 (tres) también es considerado Sagrado en India, ya que además de las tres funciones del cerebro representativas del ser humano, sonTres las Deidades que forman la Trimurti (tres Formas) o Trinidad Hindú (Sri Brahma, Shiva, Sri Vishnu); tres son los aspectos que caracterizan a toda sustancia de la Creación o cualidades de la naturaleza (triguna): Satva, Rajas, Tamas.

Significado simbólico de los dedos:

«Antes que nada deben conocer el simbolismo de los dedos. El dedo pulgar representa a Brahm (Dios), el Eterno Absoluto, el Principio inmanente.

El dedo índice, que señala a esto y aquello, ustedes y el otro, es el individuo, que se siente separado y distinto. Cuando estos dos se unen en la punta, sostenidos en esta posición, es el gesto de la sabiduría o Jñana Mudra, pues la sabiduría consiste en que el individuo se vuelva uno con Dios, la fusión de aquello que sentía haber emergido.

Los tres dedos (medio, anular y meñique) representan a la naturaleza, el mundo objetivo, que es negado cuando se efectúa la fusión. Son las tres características de la naturaleza o gunas, el sátvico (pureza), el rajásico (pasión) y el tamásico (inercia), que con su interacción crean el mundo fenoménico». Sai Baba

Cómo utilizar el Mala (rosario hindú)

«Ahora, hablemos de pasar las cuentas. Sostengan el rosario encima de dedo del corazón, manteniendo los tres dedos de los gunas juntos.

Esto significa que están ahora trascendiendo el mundo de los atributos y de las cualidades, del nombre y de la forma, de la multiplicidad que es la consecuencia de toda esta transformació n, y avanzando hacia el conocimiento de la Unidad.

Ahora el dedo del individuo (índice) pasa lentamente cada cuenta hacia el dedo pulgar (Dios), tocando la punta de éste cuando la cuenta pasa por él, para que la fusión sea enfatizada con cada cuenta y cada aliento, pues mientras los dedos aprenden y enseñan la lección, la lengua también repite el Mantra o el Nombre, junto con el Pranava Om». Sai Baba

El mala (rosario) es un objeto devocional, por lo cual debe ser usado con respeto. Debe ser guardado dentro de un paño o colocado sobre el altar de la casa.

Una vez comenzada la acción de repetir el Nombre (japa), no se debe dejar de hacerlo hasta completar el círculo (mala); como un acto de respeto y unión con el Nombre y la Forma elegida, con quien, de acuerdo a la concentración obtenida durante esta repetición se llegara a obtener.

«El pronunciar el Nombre con la lengua y adorar la imagen en la mente no debe degenerar en una rutina mecánica; el significado del Nombre y el contenido de la Forma deben, al mismo tiempo, inspirar e iluminar la conciencia .

Escapen de la rutina; comprométanse profunda y sinceramente en la actitud de adoración. Ése es el camino para ganar la paz y el contento, al cual toda actividad humana debería estar dedicada y dirigida». Sai Baba

«En cada hogar debe fijarse un cierto tiempo cada día, tanto en la mañana como en la noche para la lectura de libros espirituales y la recitación del Nombre Divino. Padres e hijos deben unirse para cantar la Gloria de Dios. De hecho, todo el tiempo debe dedicarse a Dios. El objeto del «vivir» es lograr «vivir en Dios».Sai Baba

Cuando se ha incorporado a la conciencia el repetir el Nombre de Dios a través del uso del japamala, es el momento adecuado para dejar este último y hacer la repetición en forma constante, en cualquier momento, lugar y realizando cualquier acción. La repetición del Nombre debiera ser tal que acompañara la respiración, que fuera la respiración.

 

 

 




Simbolismo: Lakshmi

 

En el hiduismo, Lakshmi es la diosa de la riqueza y la felicidad, consorte de Vishnu, el dios que sostiene y protege el universo. Cuando se representa sin Vishnu tiene cuatro brazos. En dos manos sostiene flores de loto, símbolo de pureza. En las otras dos ofrece regalos, símbolos de prosperidad y de bienestar, monedas de oro fluyen de una de sus manos mientras que bendice a los fieles. Son manos abiertas dispuestas a dar. A veces está sentada o de pie sobre una gran flor de loto, otras tiene elefantes a su lado que nos habla de fortaleza, seguridad y sabiduría.

Se le asocia también con la agricultura y es una representación de la belleza y de la buena suerte, una de las diosas más famosas. Era hija de Bhrigu (un gran sabio de la antigua India). Se refugió en el mar de leche cuando los dioses la exiliaron. Renace en el momento del batido del mar de leche. Es una deidad bienhechora. El oro y las joyas son sus símbolos. La estrella de Lakshmi (Ashthalakshmi) consiste en una estrella de ocho puntas: dos cuadrados sobrepuestos 45° de manera similar a la estrella tartésica.




Simbolismo: Eros y Psique

La obra de Apuleyo “El asno de oro” fue escrita a finales del siglo I d.C., durante una época de gran crisis social, cultural y económica en las provincias del Imperio Romano, resultado precisamente de estas olas y contraolas de la romanización.

El autor, nace en una de dichas provincias del norte de África, en la ciudad de Madaura. Consolida su educación a lo largo de un recorrido formativo que empieza en Grecia, sigue en Roma y termina en Alejandría, para finalmente regresar a su ciudad natal. Cabe destacar la importancia que adquirirán los periodos transcurridos en el primero y en el último de estos tres centros de cultura de la época, por lo que supondrán en la formación de su personalidad, el conocimiento de la filosofía neoplatónica y las artes, pero sobretodo por la iniciación en la mayoría de los ritos religiosos orientales así como en todo tipo de rituales de magia.

Podemos distinguir pues entre un primer periodo de juventud marcado por la inquietud de saber, y un periodo de madurez durante el cual consigue un mayor asentamiento de los conocimientos y difunde las conclusiones a las que va llegando. El último dato que se tiene de él, es que en el año 170 d.C. escribió la obra que nos ocupa.

La obra: “Las metamorfosis” o “El asno de oro”:

La obra consta de una estructura muy particular dividida en once libros o capítulos. Se trata de una serie de cuentos hilvanados mediante diferentes recursos, que sin embargo consigue un efecto de unidad tanto de narración como argumental.

El hilo conductor que confiere unidad a la obra, lo lleva la historia de Lucio, el personaje principal. Lucio, es un joven apuesto de buena familia que va en viaje de negocios por su país, y que vivirá, durante una primera parte del libro, una serie de agradables experiencias llenas de sensualidad, rodeado de un ambiente selecto y dado a los tranquilos placeres que éste le ofrece. Sin embargo, todo dará un giro repentino debido a la afición de nuestro personaje a la magia, que le lleva a terminar convertido en asno debido a un error que comente en una de estas prácticas, mediante la cual pretendía convertirse en ave. A partir de aquí empiezan una serie de desgraciadas aventuras para el pobre Lucio, hasta que concluye la obra, con la transformación de nuestro personaje principal en hombre gracias a la ayuda de los dioses, y su conversión posterior a la vida espiritual y de entrega al culto.

 

Eros y Psique:

Integrada entre todas estas aventuras del citado protagonista, hallaremos la historia que nos ocupa hoy, y que da comienzo a mitad del Libro IV y finaliza casi terminado el Libro VI.

Encontramos al pobre Lucio-asno al servicio de una banda de crueles ladrones y secuestradores, que tienen en su poder a una joven de rica familia a la cual raptan en mitad de las nupcias con su amado. En su desconsuelo, la joven cuenta su desgracia a la vieja cocinera de los ladrones, y ésta conmovida por tantos lamentos, la intenta calmar contándole precisamente la historia de Eros y Psique.

Nuestra historia empieza así: “En una ciudad habían un rey y una reina que tenían tres hijas a cual más hermosa…”. Una de estas tres hijas será nuestra Psique. De hecho Psique será la más bella de las tres hermanas, pagando como veremos un alto precio por ello. Su belleza es tal, que nos dice el autor “no podría describirse ni ponderarse suficientemente con la pobreza del idioma del hombre”. Esta belleza la lleva a ser centro de la admiración de todos. Gente de todos los lugares recorrían largas distancias para acercarse a ella, y admirar a “la prueba más perfecta y acabada de la especie”. Llegará incluso a ser objeto de culto y veneración, comparándola con la mismísima Venus y provocando una disminución en el culto a ésta. Este hecho no pasará desapercibido a la diosa, que no tardará en descargar su ira contra Psique. Para llevar a cabo su venganza, Venus llama enseguida a su “alado e imprudente hijo” Cupido, dios del amor como ella misma, “que va armado de fuego y flechas, se introduce por las casas ajenas y echa a perder matrimonios, provocando impunemente deshonras sin cuento, sin aportar nada bueno”. Venus pues, le muestra a su hijo su rival en belleza, y entre lamentos y aludiendo al amor maternal, le pide que provoque en Psique el más abrasador de los amores “por el último de los hombres, aquel a quien la fortuna le haya golpeado en su dignidad, en su patrimonio y en su integridad tan humillantemente, que no se pueda encontrar en el mundo un desecho semejante”.

Tras tal petición, Venus desaparece entre las olas del océano en medio de su cortejo habitual en estos casos.

Pero no es esta la única pena que sufre nuestra protagonista. Debido a su increíble belleza, nadie se acerca a ella con otras intenciones que no sea admirarla y venerarla como si de una obra de arte se tratara. Mientras sus hermanas tienen ya marido e hijos, ella sigue doncella y sola en casa de sus padres.

Al darse cuenta de esto su padre, el rey, empieza a temer alguna implicación de los dioses en lo que le ocurre a su hija, así que decide consultar al oráculo de Apolo en Mileto. Efectivamente la respuesta que obtendrá el rey dará buena cuenta de los horrores que esperan a Psique:

 

Del monte en lo más alto, Rey,

con el ajuar del tálamo dispuesta

coloca a tu hija.

Mas no esperes ya de estirpe humana yerno,

sino verdugo cruel, emponzoñado y fiero,

que vuela alado por el ancho cielo

importunando a todos, y que a todos languidece

a espada y fuego.

Júpiter mismo tiembla en su presencia;

los dioses se acobardan; y temblando, los ríos

de la Estigia, y sus tinieblas,

retroceden.

 

Así pues, en medio de un gran desconsuelo los afligidos reyes empiezan a preparar los terribles esponsales de su hija. Tras un cortejo más fúnebre que nupcial, y unas últimas y desgarradoras palabras de la misma Psique, dejan sobre la roca señalada a la pobre muchacha muerta de miedo y llorando desconsoladamente. Cual será su sorpresa al no ver aparecer monstruo alguno, sino que Psique se siente transportada acantilado abajo por un suave viento que la deja reclinada sobre una verde pradera. Psique cae en un profundo sueño, del cual se despierta invadida por una gran sensación de bienestar, rodeada de un frondoso bosque y ante una mansión tan bella que la cree de construcción divina, quedando lejos de las posibilidades de los hombres construir algo así.

Al poco rato, nuestra joven protagonista se aventura a entrar en la mansión, siendo recibida como la dueña de la misma por unas voces que se presentan como sus doncellas y se ponen a su servicio sin más demora. Así pues, se encuentra disfrutando de los más delicados cuidados y obsequiada con los más exquisitos manjares en la que será su casa y la de su esposo, por el momento aún desconocido por ella.

Entrada ya la noche, Psique se retira a sus aposentos y comparece en la oscuridad y como un rumor apacible, el misterioso esposo que la toma como su mujer y desaparece apresuradamente antes de que amanezca. En poco tiempo, lo que fue ese primer encuentro tan misterioso se ira convirtiendo en el único contacto que mantendrá con su marido. Nunca podrá verlo aunque sí sentir su voz y el tacto de sus manos. A menudo él se le dirige en la oscuridad de la noche, intentando advertirla del peligro que corre tanto ella misma como el amor que los une. Sus hermanas tras tanto tiempo sin saber de ella, van a intentar encontrarla siendo éste el principio de los peligros que van a acechar a la pareja. En un primer momento, el esposo le pide que no las reciba pero, ante el desespero de Psique que dice sentirse en cárcel de oro, y confundido por los ardientes besos y abrazos de su esposa, finalmente cede a que su mujer se encuentre con sus hermanas y que incluso las llene de regalos de entre todas las riquezas que ella posee ahora. Así será, y el suave viento Zéfiro, el mismo que la había llevado a ella hasta su morada, le acerca a sus desconsoladas hermanas que lloraban en el acantilado donde ella fue abandonada. Lejos de ser una alegría para sus hermanas ver a Psique feliz en su nueva vida, empieza a nacer en ellas una profunda envidia. De vuelta a sus casas, no sólo no consuelan a sus padres contándoles la verdad, sino que esconden los tesoros que Psique les había regalado y empiezan a tramar un terrible plan.

Mientras, el joven esposo sigue advirtiendo a la inocente Psique del inicio de sus desgracias si no actúa con cautela. Le adelanta cómo sus hermanas la inducirán a querer saber con quien duerme cada noche, y cómo el precio de saber eso sería perderlo a él para siempre. “Ya sabes que no volverás a ver mi cara si la ves una sola vez” le advierte el misterioso esposo siempre escondido en la oscuridad. En el transcurso de la misma conversación, Psique sabrá que espera un hijo y que de su prudencia depende que éste nazca como dios o como mortal, ya que si ella sabe guardar su secreto el niño podrá nacer dios pero en caso de divulgarlo el pequeño será un mortal más. La alegría de Psique ante esta revelación durará poco tiempo. Sus malvadas hermanas, vuelven a entrar en escena, a pesar de las reticencias del esposo que termina como la vez anterior cediendo a los ruegos de su mujer.

Durante esta segunda visita, muertas de curiosidad, le preguntan de nuevo a Psique por el origen de su marido, de qué familia proviene, de qué alcurnia, cómo era, etc… Ella que no recordaba la versión que dio en la última ocasión, cae en contradicciones inventando una nueva historia sobre él. Así, las hermanas aún más intrigadas, tienen la sospecha más sólidamente forjada de que efectivamente su hermana no ha visto jamás el rostro de su marido, y que siendo así éste podría ser un dios o un semidios, y por tanto el futuro hijo de ambos también. Esto ya es del todo insoportable para ellas y en la tercera visita rematan su malvado plan. Tras pasar una noche en vela con el propósito de enrojecer sus ojos y hacerlos aparecer llorosos ante los de su hermana, se presentan de nuevo en la mansión de la feliz pareja. Esta vez con expresión de alarma, simulan ir con intención de prevenir a su hermana del peligro que se avecina. Interesándose por su bienestar, se han enterado de que en realidad está durmiendo con “una terrible serpiente de muchos y enormes nudos, con unas fauces babeantes que destilan un veneno letal”. La terminan de convencer aludiendo al oráculo que la llevó a vivir todo esto, y añaden que con todos estos cuidados que de momento le está otorgando, sólo pretende cebarla para devorarla más tarde cuando su embarazo llegue a la madurez. Tras plantearle los hechos como prueba de su amor e interés fraternal por ella, la instan a decidir entre la verdad que ellas le presentan para salvarla, o quedarse sola entre voces y acostándose con el terrible monstruo. La pobre Psique cae desecha en lágrimas ante estas palabras, olvidando las advertencias de su marido y las promesas hechas a éste, admitiendo no haberle visto jamás el rostro a ese con el que duerme cada noche. La reticencia de su marido a querer saber sobre él, da aún más peso a las sospechas que sus hermanas han infundado en su interior, y cede a seguir las indicaciones que éstas le proponen para librarse de tan terrible compañero. Así, Psique deberá preparar una lámpara de aceite cerca de su lecho, y esconder una afilada navaja en su lado de la cama, y al caer su esposo en el sueño más profundo, ella de puntillas se acercará a él y tras iluminarle el rostro, de un golpe certero deberá separar cabeza y cuerpo de la temible criatura. Ya tenemos a nuestra pobre Psique “dividida entre amores opuestos (…) sentía que en un mismo cuerpo odiaba profundamente a la fiera y amaba con la misma intensidad al marido”. No obstante, decide finalmente llevar a cabo el plan urdido por sus hermanas, y para su sorpresa al iluminar a la supuesta terrible criatura descubre el bello rostro del mismo dios Cupido. Cae al suelo de rodillas confusa y asustada por lo que había estado a punto de cometer, y en ese tiempo de contemplación, toma una flecha de su esposo, y al palparla se pincha con la suficiente intensidad como para caer profundamente enamorada de él. En esa turbación, de la lámpara que aún sostenía en sus manos, cae sobre el hombro derecho del dios una gota de aceite ardiendo. Al despertarse por el dolor y descubrir la traición de su esposa, se deshace del abrazo desesperado de ésta y huye volando mientras le retrae: “Estoy yo, cándida Psique, desobedeciendo las órdenes que mi madre Venus me había dado, de que te hiciera arder de amor por el más miserable de los hombres para unirte a él en indigno matrimonio, al preferir ser yo mismo tu amante, y sólo ahora me he dado cuenta de que he actuado a la ligera, pues siendo como soy el fogoso sagitario, me he herido con mis propias flechas haciéndote mi mujer, para que tú me tomes por un animal, e intentes cortarme con un cuchillo la cabeza, la misma que alberga los ojos que te adoran. Ya te decía que te precavieras contra estas cosas, y te lo volví a repetir constantemente con benevolencia. Esas magníficas consejeras que tienes son las que habrán de pagar con rigor las consecuencias de su maligna trama. A ti te voy a castigar solamente con mi huida”. La desesperación de Psique ante estas palabras y tras ver alejarse en el cielo a su amante, la lleva a lanzarse al río en el que será su primer intento de darse muerte, pero el mismo río la deposita con suavidad en una ribera cercana.

Fue entonces que Pan, el dios rústico sentado a orillas del río, mientras abrazaba y enseñaba la diosa Caña a entonar sus canciones y afinar sus flautas, a la vez que alimentaban las tiernas y jóvenes cabras, percibió a Psique desolada y llorosa. Comprendiendo su miserable situación, trató de apaciguarla de esta suerte: «Oh hermosa doncella, soy un rústico y rudo pastor, mas por mi edad tengo ya experiencia en varias cosas, y en la medida en que sé por conjeturas (que otros llaman adivinación), percibo que estás enamorada. Por ello hazme caso y no intentes acabar con tu vida ni te abandones al llanto, sino que en su lugar adora y rinde culto al gran dios Cupido, y reconquístalo mediante tu dulce promesa de servirlo» Ella no dio respuesta, pero se inclinó ante él como un dios y partió de allí.

Psique entonces personalmente se encargará de llevar a cabo la venganza contra sus hermanas. Se dirige en primer lugar a la ciudad de la que el marido de una de ellas era el rey y la llama a su presencia. Ante la pretendida sorpresa de esta primera hermana de verla allí, Psique le cuenta una nueva versión de lo sucedido. Le relata como, tal como le aconsejaron había iluminado el rostro de su marido, descubriendo entonces no a la serpiente de enormes fauces, sino al mismísimo hijo de la diosa Venus, y que al descubrirla él en tal criminal intento, la echa de la casa y le anuncia el deseo de casarse con su hermana, citando el nombre de la hermana presente en ese momento. Sin pensarlo dos veces, ésta se lanzará al vacío desde el ya conocido acantilado, con la entera confianza de ser recibida por el dios del amor. Muerta pues esta primera hermana, Psique se dirige a casa de su otra hermana para castigarla siguiendo el mismo proceder.

Una vez llevada a cabo su venganza, Psique empieza una interminable ruta por pueblos y ciudades buscando a Cupido.

Entre tanto, éste se ha recluido en la casa de su madre para recuperarse de sus heridas, mientras Venus sigue bajo los océanos. Será una gaviota la que acudirá a la diosa para contarle de los males de la humanidad en ausencia de su hijo y sus travesuras, o las acciones de ella misma como diosa del amor. Ya nadie se enamora, ya no hay ni pasiones, ni galanteos, ni alegría, sino sólo rudeza y grosería. Ahora bien, lo que realmente enfurecerá a Venus será saber de los motivos que han llevado a su hijo a dejar de lanzar sus flechas. Al oír de la gaviota sobre su hijo y Psique, Venus enfurece de tal manera que sale del océano y busca para empezar la colaboración de las diosas Ceres y Juno, que en un principio defenderán a Cupido, reprochando a Venus que como diosa del amor, causante de tantas pasiones, reprima ahora los amores de Amor.

En su errante búsqueda, Psique va a parar a un templo en lo alto de una montaña y se pone a ordenar según los ritos todas las ofrendas que ahí encuentra. Ceres que la ve y la reconoce, se dirige a ella advirtiéndola de la furia con la que Venus la persigue, y lejos de darle el cobijo que Psique le implora, la hace marchar del templo y dar gracias de que no la retenga para entregarla. Sigue su camino entonces, llegando a un templo de Juno, a la que también en súplicas le pide socorro como protectora de las embarazadas en apuros. También ésta se negará aludiendo a la fidelidad que le debe a Venus. Tras estos estériles pedidos de socorro, Psique decide presentarse ante Venus en tono suplicante. Esta decisión la acelerará el saber que, por boca de Mercurio y con permiso de Júpiter, Venus está ofreciendo una suculenta recompensa a quien encuentre a la fugitiva y se la lleve a ella. Así que Psique misma se dirige a las puertas de la enfurismada diosa y es recibida brusca y violentamente por Costumbre, una de las sirvientas de Venus, que la lleva ante la diosa. Ésta la increpa con cruel ironía, reniega del hijo que lleva en sus entrañas por considerarlo bastardo, y la entrega a otras dos sirvientas suyas, Tristeza y Soledad, para que ejerzan sobre ella sus tormentos. Empiezan en este momento, una serie de martirios para nuestra protagonista que consisten en enfrentarla a diferentes pruebas que serían imposibles de realizar, si no fuera por la ayuda de diferentes personajes que irán compadeciéndose de ella. En primer lugar, Venus mezcla en un mismo montón trigo, cebada, mijo, garbanzos, lentejas y habas, ordenándole a la joven que separe cada clase de semilla en diferentes montoncitos, antes de que llegue el anochecer. Para esta primera prueba, Psique va a encontrar la ayuda de las hormigas campestres, que apiadándose de ella, realizaran ellas mismas la prueba desapareciendo rápidamente de escena tras cumplir su objetivo.

Cabe recordar que Cupido sigue en la misma casa donde Psique pasa sus tormentos, es decir, en casa de su madre, que le tiene encerrado en el sótano bajo llave.

No quedando satisfecha con la consecución de esta primera prueba, Venus manda a Psique un nuevo encargo imposible. Le pide que le lleve un vellón de la lana de oro de un rebaño de ovejas que pace sin pastor cerca del río. Tal como se lo indica la diosa, Psique se dirige a dicha zona pero con intención bien distinta. En su desespero pretende tirarse de nuevo al río para quitarse la vida. En esta ocasión, será una caña del río la que la detendrá y le dará las indicaciones necesarias para conseguir la lana de oro, sin sufrir los violentos ataques que estas ovejas suelen dar a los hombres. Pero tampoco así quedará tranquila Venus, sabiendo que recibe ayuda en sus aventuras, así que la manda a llenar una vasija con las sagradas aguas de la fuente oscura, que riega luego los ríos del infierno, Estigias y Cocito. El mismo Júpiter al ver a la joven ante tal peligro, se le aparece convertido en águila y lleva a cabo la misión él mismo. Ya completamente enfurismada, Venus envía a Psique a la que será la más difícil de las pruebas hasta el momento. Le da una cajita y le pide que vaya a Proserpina a pedirle que la llene con un poco de su hermosura. El problema es que Proserpina vive en el mundo de los muertos, abajo en los infiernos. En este momento se le cae el velo a Psique que se da cuenta de que está siendo enviada a una muerte segura, y decide de nuevo quitarse la vida ella misma. Se dirige a una torre para lanzarse desde lo más alto, pero esta vez será la misma torre la que la disuada de lanzarse al vacío, y le dará todos los consejos necesarios para poder realizar su viaje de ida y vuelta a los infiernos. De entre todos los consejos que le dará, como llevar dos monedas en la boca para pagar a Caronte, el barquero que la tiene que llevar a la orilla de los muertos y de vuelta, llevar dos hogazas para distraer al perro de las tres cabezas que guarda la puerta de Proserpina, no caer en las trampas de muertos que intentaran retenerla pidiéndole ayuda, etc… la torre destaca un consejo al que no puede faltar de ninguna manera. No debe, bajo ningún concepto, abrir la cajita una vez Proserpina se la haya devuelto ya llena, por mayor que sea la curiosidad de saber sobre el secreto de la belleza divina. Así será cómo, siguiendo todos los consejos dados por la torre, nuestra Psique consigue salir airosa de tan difícil hazaña. Sin embargo, conociendo a nuestra protagonista, no nos debe extrañar que no respete el más valioso de los consejos, y pensando en aparecer más bella ante su amante, abre la cajita. Ante su asombro, en la cajita no había ni rastro de la hermosura, sino que lo que encuentra es un sueño infernal que la deja sumida en un estado de inmovilidad total.

Entretanto, Cupido que ya ha cicatrizado su herida, consigue escapar de su encierro volando a través de un tragaluz, y se dirige hasta donde está Psique para despertarla con una suave punzada de sus flechas, no sin antes reprenderla por su insaciable curiosidad. A ella le manda llevar su prueba a Venus, mientras él se dirige decidido a los cielos para pedir ayuda a Júpiter para resolver su situación. Éste escuchará el caso, y tras reprocharle las repercusiones que las incursiones de Cupido habían tenido en su propia vida, le propone ayudarle en su empeño a cambio de que como dios del amor le procure a una hermosa muchacha. Así pues, Júpiter convoca una asamblea de los dioses y presidiéndola él mismo plantea la cuestión a los asistentes en términos de poner límite a los ímpetus juveniles de Cupido con todo lo que éstos habían supuesto de adulterios y seducciones. Con tal fin, propone unirlo en matrimonio con la joven a la que él mismo ha escogido y desflorado. Así mismo, se dirige a Venus a la que tranquiliza prometiéndole disminuir las diferencias existentes entre la pareja, convirtiendo a Psique en inmortal. Mercurio siguiendo órdenes, rapta a Psique en la tierra, y una vez en los cielos Júpiter le ofrece beber ambrosía y se dirige a ella diciéndole: “ Toma Psique. Sé inmortal y que Cupido no se aparte nunca de este vínculo que lo une a ti, porque este matrimonio vuestro habrá de ser eterno”. Sin más demora se celebraron las bodas divinas, y de la pareja nació una hija a la que llamamos Voluptuosidad.

 

Carolina Tarrida

 




Simbolismo: Ícaro

Dédalo era un herrero admirable que le había enseñado ese arte la misma Atenea, diosa doncella de la civilización, pero uno de sus aprendices, Talos parece que le superó en habilidad y sus celos le hicieron empujarlo desde el techo del templo de Atenea. Su crimen fue descubierto pero huyó antes del juicio.

Dédalo se refugió en la cretense Cnosos donde el rey Minos tuvo el placer de recibir a un artífice tan hábil. Vivió algún tiempo en paz y gozando de sus favores hasta que el rey descubrió su complicidad con su mujer Pasífae en sus relaciones amorosas con el toro blanco de Posidón, dios del mar.

Lo encerró en el mismo laberinto que Dédalo construyó junto a su hijo Ícaro, hijo de Náucrate, una esclava de Minos. El laberinto fue construído para encerrar al Minotauro, monstruo mitad hombre, mitad toro que nació del encuentro entre Pasífae y el toro blanco.

Y aunque Pasífae intentó liberarlos, Dédalo tuvo que construir alas artificiales con hilos y cera para salir del laberinto y de Creta.

Dédalo prudente le dijo a su hijo con lágrimas en los ojos que procurara no volar demasiado bajo para que la humedad del mar no humedeciera las plumas ni demasiado alto pues el sol derretiría la cera. Le dijo que le siguiera de cerca y que no tomara rumbo propio. Pero Ícaro maravillado con la facultad de volar quiso ganar altura acercandose al sol. La audacia acabó en la pérdida de las alas cayendo en las profundidades del mar donde pereció ahogado.

Dédalo, hombre ingenioso simboliza el intelecto el que es capaz de las invenciones técnicas, de construir el laberinto y alas artificiales. Las alas verdaderas, deseo vital de una aspiración espiritual se representan en ángeles, las alas de Pegaso, las musas, símbolo de la imaginación creadora, de la inspiración divina.

Dédalo representa lo contrario, la imaginación perversa. Si Dédalo es el intelecto prudente que aconseja a su hijo el justo medio, ni arriba ni abajo, Ícaro es el adolescente presuntuoso, ciego de vanidad. Cuando el intelecto no escucha al espíritu, el sol, Zeus, su hijo exaltado es castigado por el mismo espíritu. La caída de Ícaro al mar, símbolo del subconsciente poblado de monstruos marinos, nos indica la perdición. Si Zeus tiene en poder el rayo que esclarece e ilumina, aunque también castiga, Posidón, hermano enemigo de Zeus, tiene el tridente simbolizando el espíritu en su aspecto negativo. Ícaro representa la locura de grandeza, la megalomanía.

De alguna manera cuanto menos uno encarna la espiritualidad en la vida más forzado está en hacerlo la imaginación. Ese vuelo por encima de sus posibilidadez. Volar como ese deseo de superarse a sí mismo pero también de querer superar a otros de forma vanidosa. La caída de Ícaro es la otra cara de la elevación, de la falsa elevación. La ambición de poder tiene su contrapartida.

El conflicto esencial del ser humano se da entre la espiritualización y la perversión.

 

Julián Peragón

 




Simbolismo: Vishnu

No nos debemos confundir cuando entramos en contacto con el hinduismo, los miles y miles de dioses que encontramos en sus ritos y en sus oraciones no son más que aspectos o facetas de un Absoluto que escapa a toda concreción, acercamientos también a que el devoto pueda encontrar un aspecto sobre el que comulgue de todo corazón que pueda servir de puente hacia esa realidad trascendente que es, a todas luces, insondable.




Simbolismo: Brahma

En la cosmología Hindú la creación sigue el cómputo de los años del dios Brahma, cuando éste despierta de su sueño divino y abre los ojos, todo el universo se ha creado, es el día de Brahma, y cuando, por fin, en su noche cierra sus ojos, el universo entero termina. Un día en la vida de Brahma es un Kalpa y dura 4320 millones de años humanos, así un año tendremos que multiplicar por 365 días con sus días y noches. Pues bien, la vida de Brahma dura cien de estos años, sólo hay que multiplicar.

En la actualidad quedan pocos templos dedicados a Brahma en India aunque en los tiempos védicos era el dios principal pero el culto a Vishnu y a Shiva fue relegándolo a un papel secundario. Tal vez sea porque la creación se hizo en su momento y ya está concluida, y además requiere de una mayor abstracción para darle cabida en la vida cotidiana.

Brahma tiene cuatro caras y una de ellas es invisible que representan los cuatro Vedas, también tiene cuatro manos que simbolizan los cuatro puntos cardinales. Hay varias manera de representarlo, de pie, sentado sobre una flor de loto o bien montando un ganso. El ganso es símbolo del conocimiento. Cuando son 7 gansos los que tiran de un carro donde va montado representan los siete mundos. A veces viste una piel de tigre o de antílope negro. Los atributos de las manos son una jarra de agua, agua que es fuente de vida. También lleva una cuchara, un cetro y un mala para la repetición del mantra que también representa el cómputo del tiempo. A veces también lleva los Vedas y una flor de loto.

Sarasvati a veces tiene la función de esposa de Brahma y otras, como la hija. Originariamente era la esposa de Visnhu pero éste se la dio a Brahma y se convirtió en la diosa del conocimiento, la poesía y la música.

Sin embargo, más allá de la simbología Hindú, vale la pena profundizar en este primer elemento de la triada que representa el proceso vital por el que nacemos, vivimos y morimos, de la misma manera que la naturaleza tiene un despertar, una plenitud y un decaimiento. El amanecer, la primavera, la juventud en nosotros goza de esa energía de lo creativo, del renacimiento. El impulso de vida se impone a la inercia de la muerte, del invierno. El universo creado necesitó un big bang y todo árbol fue de entrada una semilla así como toda construcción humana fue en un primer momento una idea. De la aparente nada aparece un rayo creador y esa magia tiene como función la renovación de todo lo que existe.

 

Por Julián Peragón

 

 




Simbolismo: Loto

Para los orientales, especialmente hindúes y budistas, la flor de loto es un símbolo de pureza. Atraviesa tres dimensiones, el fango, el agua y el aire para abrirse, por fin, a la luz del sol. Viene de las entrañas del lodo pero su anhelo le hace trascender hasta mirar hacia el cielo. Es esa luz solar, podríamos decir esa luz del espíritu la que lo hace abrirse ya que en la oscuridad de la noche permanece cerrado en su interior. La belleza de sus pétalos, la pureza de su color parece remontarse por encima de la oscuridad del lago donde se inserta, de la misma manera que la pureza del sabio brilla por encima de todas las trifulcas mundanas pues no le afectan.

Surya, el dios del sol para los hindúes, lleva una flor de loto en cada mano, representando el sol al amanecer y el sol al atardecer, donde se vincula claramente la simbología solar con la flor. También el loto se asocia a la vagina, por su forma tal vez, por su suavidad y por tanto se utiliza como metáfora en el Tantra. Para el budismo el loto y el rayo, padma y vajra, son símbolos opuestos y complementarios de lo femenino y masculino, de la compasión y de la sabiduría, del corazón y la mente.

El loto de ocho pétalos simboliza en India las ocho direcciones cardinales, y por tanto, símbolo de la armonía cósmica. En cambio, el loto de mil pétalos representará la realización plena, la inmersión en el espíritu en el chakra Sahasrara.

Julián Peragón 

Foto de Rui Xu en Unsplash




Centro simbólico Divinidades




En el centro del laberinto

Cuando logramos entrar en un laberinto estamos pisando una imagen de la totalidad, construida con el cuadrado de la tierra y con el círculo del cielo. Cada día vemos como el sol se alza en los cielos tocando las cuatro esquinas de la tierra. Al pisar el laberinto con nuestros pies descalzos y nuestra cabeza descubierta estamos completando esa totalidad, el ser humano es el mediador entre el cielo y la tierra, entre el espíritu y el cuerpo. Será por tanto nuestro empeño y nuestra lucidez la que reintegre de nuevo la ilusoria separación.

En el laberinto uno se pierde para luego encontrarse. Los brazos del laberinto nos acercan al hipotético centro haciéndonos creer que el camino es fácil, para enseguida despedirnos a la periferia donde reconocemos nuestro límite y con él nuestra humildad.

La rutina de los pasadizos nos invita a una seria reflexión acerca de la pregunta fundamental. Cuando ya hemos perdido la ansiedad de la meta, inesperadamente aparece el centro. La respuesta se desvela por sí sola, dando vueltas sobre el propio eje se resuelve el enigma. En el centro la serenidad da pie al reconocimiento del alma.

El camino de entrada es un camino de muerte, aparece el miedo, la incertidumbre, el desasosiego. En sus múltiples meandros uno teme ser devorado por la ilógica del camino, por la complejidad del vientre del dédalo.

Tan complejo es el laberinto como el mundo en el que nos movemos, tan enrevesado es el mundo como la mente que lo recrea. Atravesar el laberinto es atravesar los vericuetos de la mente, los circunloquios de nuestro discurso, las estrategias de nuestro carácter. La construcción del laberinto es fruto de la mentira a diferencia de la verdad que es un camino recto. Tal vez por eso en las esquinas del laberinto suenan los rumores, las opiniones no contrastadas, las supersticiones, las difamaciones. Y es que la espada de Teseo tiene dos hojas al igual que la boca tiene dos labios. Podemos con la palabra alimentar al monstruo del engaño o volverlo loco con la veracidad.

Para no quedar apresado en sus garras nuestro corazón tiene que dejar la doblez y nuestra ética tiene que fortalecerse. Tendrá que ser Teseo quien combata al monstruo con su espada y su coraje. El camino de entrada es un camino heroico, de confrontar la mentira desde nuestra nobleza, vencer la traición con nuestra sinceridad.

La resolución del laberinto se encuentra en el centro. En el centro el monstruo dormita, ha perdido su ferocidad, ha calmado su ira. Cuando hemos sido capaces de mirar frente a frente al Minotauro nos damos cuenta que el engendro, mitad toro mitad persona, es nuestra sombra, nuestra parte negada, la carencia de amor inconfesada. Es necesario soltar la espada y dejar la guerra cruenta. Abrazar al monstruo es reconocer que somos luz pero también sombra, incorporar la sombra es la única manera de ampliar lo que somos.

Las once galerías del laberinto gótico nos hablan de imperfección, pues entramos en el laberinto imperfectos. Es el orgullo del ego el que avanza en los pasillos del laberinto donde está encerrado el constructor Dédalo, que simboliza la imaginación perversa. Nos lo recuerda Ícaro, su hijo, cuyas alas no son de verdad, apenas sujetadas por la cera de las abejas. Ícaro desobedece la prudencia de su padre y se eleva prepotente a los cielos donde el calor del sol derretirá la cera de las alas artificiales, cayendo al abismo.

Atrapados en el laberinto no es posible ir hacia atrás, el ego tiene que dejar la piel de la compulsión, tiene que abandonar su codicia y su aversión, tiene que cambiar la piel de la ignorancia. El laberinto es una espiral que nos lleva de lo superficial a lo esencial, de lo literal a lo profundo en una concentración progresiva. Dejaremos caer las armaduras y los ropajes, las defensas y las culpabilizaciones, hasta quedarnos desnudos.

Si el camino de entrada es un camino de muerte, el camino de salida es un camino de vida, de renovación. Muere el ego y renace el espíritu. Se disuelve el pecado y aparece la virtud. Para entrar habíamos necesitado la espada de la valentía, para salir necesitamos el ovillo de Ariadna, un verdadero gesto de amor. Faltaba el amor para disolver la mentira. Los dos caminos son necesarios, la construcción de una firme voluntad tiene que dejar paso a la disolución, el abandono y la gracia.

Hay que desandar el laberinto, volver sobre lo vivido para encontrar el hilo que le da sentido a las circunstancias. Recapitular sobre la experiencia para sacarle un jugo de sabiduría.

El laberinto nos enseña que llegar al centro requiere un esfuerzo de la misma manera que encarnar nuestros sueños o darle consistencia a nuestros proyectos es difícil. Nos recuerda en el serpenteo impredecible de su intestino que todo cambia, que la vida es impermanencia. Y señala, en esa totalidad que representa, que somos apenas un pequeño eslabón dentro de una cadena infinita.

Comprendemos que la vida no gira a nuestro alrededor como nos muestra el laberinto al zarandearnos de esquina a esquina. Y por último, que no hay ninguna certeza que en cualquier vuelco del camino no nos espere la muerte.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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