Yama: Satya

Antes de hablar del amor a la verdad, hablemos de la mentira. Es cierto que hay muchos tipos de mentiras pero habitualmente la mentira se vuelve en contra nuestra porque debe ser mantenida con una batería de mentiras menores para no ser pillados en el engaño. Este gasto de energía psíquica para sostener nuestras falsedades conforman un laberinto que nos atrapa. Con la verdad, sin embargo, uno es libre porque no requiere camuflaje. Por el contrario, a medio o largo plazo el mentiroso es descubierto y sobreviene la desconfianza. A menudo llamamos mentira a una voluntad de engaño pero no deja de ser también mentira cuando añadimos algo más de nuestra propia cosecha a la realidad o cuando sólo contamos una porción de ella, ocultando el resto. Hay mentira cuando disfrazamos la realidad que no nos gusta o cuando miramos a otro lado negándola.

Nuestro lenguaje es complejo e imperfecto. Si a esto le añadimos la duda, la ambigüedad o la ignorancia de nuestras motivaciones ocultas tenemos servido un cúmulo de malentendidos en la comunicación con los demás. Estamos obligados a conocer bien el medio que utilizamos de comunicación y a saber decir lo justo en el momento más adecuado. Un problema en la comunicación es que no conocemos las claves de interpretación del otro, y a menudo, tampoco conocemos las nuestras. Cuando yo digo libertad o amor tú puedes entender otra cosa bien distinta de lo que yo he querido expresar. Al mismo tiempo, puedo decir esas mismas palabras pero ser incoherentes con mi propia realidad. Por tanto, en una verdadera comunicación, uno no sólo expresa sus opiniones sino también, el lugar desde donde las expresa, la ideología que hay detrás, las experiencias que han dejado huella en esas mismas expresiones.

Pero nuestra veracidad tiene un límite, por eso ahimsa antecede a satya, y es decir la verdad sin crueldad, sin añadir más sufrimiento al otro. Hay que saber en qué momento decir la verdad para que esa verdad tenga una utilidad, la de permitir que el otro pueda crecer. No se trata, por tanto, de meter el dedo en la llaga sino, más bien, mostrar la palabra que invite a la sinceridad porque crea un entorno de no juicio, de aceptación desde donde poder reflexionar conjuntamente.

En este sentido, a diferencia del rumor, la opinión sin fundamento o el falso testimonio, la palabra justa es aquella que pone orden y que ilumina. Se trata de apoyarse en la palabra y su poder para clarificar el embrollo, para dar luz a la confusión. La diferencia entre el charlatán que mediante su verborrea engatusa y vende sueños, y la de los sabios, es que éstos no te dicen lo que tú quieres escuchar, no son cómplices de tu neurosis, pero cuando te miran y te hablan, su palabra tiene la fuerza de un terremoto que sacude todo tu ser. La palabra compasiva pero rigurosa demuele la torre de falsedades que hemos construido para defendernos de la carencia amorosa, la falta de reconocimiento o la impermanencia de la vida.

Hay que hacer caso al dicho que nos recuerda que hay que tener cuidado con los pensamientos pues se convierten en palabras. Las palabras se convierte en actos, los actos en hábitos, éstos en carácter y el carácter, por último, en destino. Es cierto que si no controlamos nuestro pensamiento, éste nos sumará en una intranquilidad, en dispersión y malestar.

Para sanar la palabra hay que aprender del silencio. Si el silencio no se vuelve nuestra verdadera piel, si no estamos conformados desde la voz del silencio, la palabra es evasión. Si las palabras y los conceptos, ponen límites, diseccionan el mundo aunque sea necesario en un primer momento para comprender la complejidad de lo que nos rodea, es cierto que las palabras pueden desunir. Si las palabras dividen, entonces es el silencio el que une.

Desde el silencio uno puede decir lo necesario, distinguir entre lo que puede ser expresado de lo que debe seguir velado. Tal vez en la comprensión que el misterio no puede ser nunca explicitado por la sencilla razón que la mente no puede describir lo inconmensurable, porque no existen ni existirán suficientes palabras para describir todos los matices de la vida.

Creemos que las palabras van de la mente a la lengua en un camino directo pero nos olvidamos que previamente pasan por el corazón. Si hay doblez, hipocresía, la palabra se distorsiona. Además de calmar la mente es necesario purificar el corazón. El corazón como órgano alquímico es el único que puede acoger al otro, por eso, la palabra, la debemos templar en el corazón y sacarle las aristas.

Queremos conocer la verdad para no errar en nuestras acciones. Tal vez por eso, la persona establecida en el conocimiento tiene el don de iluminar lo que encuentra a su paso. Sus acciones están en conexión porque hay una clara concordancia entre lo que uno es, lo que dice y lo que hace. Por eso, nos recuerda la tradición, lo que dice no tarda en hacerse realidad. Es capaz de mantener su palabra. Vivir en la verdad es ser quien se es, no querer ser otra cosa, igual que la semilla de una flor se convierte en ella misma.

Satya es también el desarrollo de una fina discriminación entre la verdad y la mentira. Esto nos hace conocernos mejor para saber realmente de nuestras capacidades y nuestras fuerzas, y no tanto de las fantasías que todos nos hacemos sobre nuestro potencial.

Pero las palabras tienen otro poder, puede, como una espada afilada, rasgar el velo de la ignorancia del mundo manifiesto para ponernos cerca de lo esencial. Y si bien, como decíamos, las palabras no pueden definir lo que es, sí pueden señalar la dirección adecuada.

 

Por Julián Peragón

 




Yama: Asteya

Las relaciones que se dan en toda sociedad humana están basadas, o deberían estarlo, en la confianza. Confiamos que el otro cumplirá lo pactado, que el servicio que hemos solicitado vale lo que hemos pagado por él, que la harina del pan que comemos es de buena calidad tal como anuncia el panadero. Es evidente que, hoy en día, esto no es así, hay una severa crisis de confianza. Lo saben los abogados y las compañías de seguros. Nada es lo que parece.

Asteya nos plantea la importancia de no apropiarnos de lo que no nos pertenece. Porque, en este caso, lo importante no es tanto el objeto sustraído como el hueco de inseguridad y de desconfianza que ese gesto genera. Pongamos un ejemplo cotidiano, si yo no te devuelvo el libro que me has prestado, aunque evidentemente no haya ninguna voluntad de apropiármelo, traiciono la confianza que has depositado en mí, y como consecuencia, cuando otra persona te pida otra cosa prestada encontrarás una buena excusa, o directamente le dirás que no. En realidad, robar también tiene que ver con quitarle tiempo a los demás, usurpar un poder que no te corresponde, utilizar las ideas de otros como propias, invadir el espacio o las relaciones de otros o simplemente especular en una compra-venta.

El deseo de lo que no nos pertenece, la codicia de los bienes ajenos nos habla de una dificultad de conformarse con lo que se tiene, eligiendo la vía fácil que es la de alargar sigilosamente la mano. En realidad el ladrón no se da cuenta que robar afloja el alma pues no quiere pagar el precio y el esfuerzo que conlleva vivir. Y lo cierto es que, a la postre, se paga otro precio aún más caro: el de dejar de ser una persona confiable a los ojos de los demás o en el de estar en una marginalidad peligrosa.

No hay otra manera de cultivar asteya que el de salir de una insatisfacción y de una imagen interna de carencia. En realidad estamos en una ilusión cuando creemos que algo externo nos va a complementar, o nos va a acercar a la felicidad.

Está la maquinaria implacable de la publicidad que genera mitos, y un sistema que escupe frustración e insatisfacción por no conseguir lo prometido. Pero también está, no lo olvidemos, nuestra capacidad de discriminar, nuestra voluntad de apretar un botón para desconectar, en definitiva, nuestra capacidad para resistir a la tentación. Podemos decir que hay muchas cosas bonitas e interesantes en el mundo, pero también podemos fortalecer la realidad de que no las necesitamos, porque realmente no las necesitamos. El problema está cuando se convierte la posesión en un fin en sí mismo en vez de ser un crecimiento de la propia vida, de nuestra humanidad. Por eso es importante rogar por tener lo justo para vivir con dignidad.

Asteya es actuar con honestidad en cada situación y mantenerse en el propio espacio sin invadir pero tampoco sin ser invadido. No robar, claro está, pero también no entrar en situaciones deshonestas que impliquen que seamos de alguna manera estafados. El timo de la estampita no habla sólo del timador, habla del oportunista que llevamos dentro que quiere aprovechar una situación para sacar ventaja. Por no hablar de los sistemas piramidales que prometen unas ganancias del 800% vendiendo unos productos milagrosos o intercambiando dinero con la excusa de una ayuda mutua.

Cuando uno profundiza en asteya genera a su alrededor tal confianza que todas las riquezas son concedidas. Esa es la verdadera riqueza que los demás sientan a nuestro lado que no son invadidos, que son respetados, que cogemos la confianza depositada en nuestras manos y que la devolvemos con creces.

 

Por Julián Peragón

 




Yama: Ahimsa

Himsa es dañar, y no es de extrañar que ahimsa (no-violencia) esté en la primera abstinencia que marca el Yoga ya que las que siguen a continuación son derivaciones de éstas, son todas formas sutiles de violencia, de falta de respeto al otro y/o a uno mismo. Mentir, robar o acumular son, por poner algún ejemplo, violaciones de la verdad, de la confianza o de la solidaridad necesarias.

Enfocar el tremendo problema de la violencia es complicado porque la sociedad en la que estamos castiga o reprime, por un lado, las formas groseras de la violencia, pero por otro, aviva en su seno los cimientos de la violencia que parten de la desigualdad y de la injusticia.

Todos estamos de acuerdo en que no se pueden permitir ciertos grados de violencia pero sería injusto (e hipócrita) señalar fuera la epidemia de violencia cuando nosotros mismos llevamos inoculados el mismo virus. No es lugar aquí para profundizar sobre este tema, pero sí para señalar que, al otro lado del sentimiento de ser el pueblo elegido, se esconde el estigma del infiel o el ateo, que detrás de la fuerza imparable de la civilización está el bárbaro o el salvaje, que, en definitiva, al otro lado de la normalidad está el loco o el extranjero que trae nuevas costumbres, sin darnos cuenta que todo etnocentrismo genera algún tipo de marginación. Podemos decir que el provincialismo genera violencia porque se aferra a lo único seguro que conoce impidiendo todo cambio.

En realidad el patrón de la violencia es el miedo, miedo al otro, miedo a lo diferente percibido como amenazante a nuestro sacrosanto control, seguridad e identificaciones. No podemos liberarnos de la violencia sin cuestionarnos ese miedo atroz que tenemos a la vida, sin desbrozar ese odio a lo que cuestiona nuestras ideas, esa ira o resentimiento hacia un mundo que previamente etiquetamos de ignorante o perverso.

Comprender que no somos ajenos a la violencia del mundo es el primer paso para indagar en nuestra realidad. Sabemos de antemano que no sirve de mucho izar la bandera de la no-violencia si apretamos el mismo puño que los llamados violentos.

Tampoco se trata de abstenerse de la violencia si ésta es una reacción innata apoyada por una programación sociocultural porque para reprimirla tenemos que aplicar un exceso de violencia, ahora sobre nosotros mismos. Creo que hay dos caminos sucesivos, uno el de canalizar esa violencia ya sea a través del deporte u otra actividad, y por supuesto, el camino de entender la raíz de esa violencia, ver de dónde salen los impulsos destructivos y autodestructivos. Viendo nuestra sombra seremos más capaces de profundizar en ahimsa, de cultivar una bondad fundamental ante la vida.

Una imagen puede servir, el bosque permite en su seno una impresionante biodiversidad. El bosque, por así decir, acoge en su seno toda diferencia y la hace transitar hacia una interdependencia. Ser considerado hacia todos los seres vivos es una manera de respetar a todo lo que tiene derecho a vivir. Cultivar ahimsa es defender la vida, defender especialmente al inocente, al marginado, al que más ayuda necesita.

A menudo no nos damos cuenta que la vida es mucho más amplia y profunda de lo que cabe en nuestras creencias, en nuestra filosofía. Hay, por tanto, sitio para tu verdad y la mía aunque disintamos. Ahimsa es una vía de pacificación y para ello hay que distanciarse del mecanismo reactivo que nos hace sacar nuestras defensas y nuestros ataques ante aquello que no nos gusta. Para ello es importante escuchar nuestra reacción y partir de una observación profunda de la situación que desencadena la violencia. Si partimos de una aproximación prudente a la realidad veremos más cosas y podremos respetar lo que está siendo sin necesidad de cambiarlo por torpeza o ignorancia.

En realidad la violencia tiene dos aristas, una puerta que se abre en los dos sentidos. Todo lo que le haces al otro en realidad te lo estás haciendo a ti mismo. Detrás de la explosión de violencia hay mucha frustración, humillación, impotencia o falta de autoestima. Por eso en las relaciones sanas con los demás es necesaria una buena dosis de dignidad. La espiral de la violencia nos arrastra a todos, víctima y verdugo quedan ligados mediante un vínculo de aniquilación. Tendríamos que leer los conflictos armados en el mundo en clave de violencia introyectada en una sociedad que se ha vuelto paranoica, fundamentalista, temerosa de que caigan sus propios mitos.

Hay diferentes niveles de ahimsa que van desde el respeto a la consideración por el otro, desde la solidaridad hasta la bondad. Pero está claro que no basta con no dañar, con ser objetor de conciencia y abstenerse de ir a la guerra. No es suficiente con perdonar a los enemigos y olvidar viejas rencillas, es necesario pasar a la acción. Llevar esa no-violencia a través del servicio, ser agente de paz, poner armonía en nuestra vida para que irradie a nuestro alrededor.

No se trata tanto de abstenerse en hacer daño porque sobrevuele una prohibición social, porque lo manden las Escrituras o porque uno quiera retener una imagen de persona bondadosa. Cultivar ahimsa parte de una inteligencia innata ya que si ofreces este respeto amoroso ante la vida, ésta te muestra a cambio su rostro más amable. Cuando ahimsa esté sólidamente instalado en nuestra actitud alejamos de nosotros toda hostilidad, y desde ahí, la vida a nuestro alrededor florece. Hasta lo más minúsculo e insignificante tiene derecho a la vida.

 

Por Julián Peragón

 




Filosofía: el Yoga, definiciones

 

  • Sutra 1 Libro I
    Hay una tradición viva en la enseñanza del Yoga que pasa por una transmisión directa. Ahora empieza el Yoga si hay las condiciones adecuadas, si la iniciación ha sido suficiente.
  • Sutra 2 Libro I
    El Yoga es un estado de calma mental donde las fluctuaciones ordinarias de la mente son trascendidas. Mantener una dirección sin distracción.
  • Sutra 3 Libro I
    En consecuencia el Ser se reintegra en su fuente. El yogui redescubre su singularidad y universalidad. Capacidad de comprender plenamente el objeto.
  • Sutra 4 Libro I
    De lo contrario sigue la identificación con la mente inestable. Una mente agitada no puede seguir una dirección.

 

COMENTARIO:

Ahora empieza el Yoga. Que empiece la enseñanza del Yoga con buen presagio de la misma manera que se desea un buen viaje a un navegante que zarpa del puerto hacia destinos lejanos. En parte hay una celebración porque se ha llegado hasta aquí donde se inicia una enseñanza, pero también intuimos una advertencia, la necesidad de que los estudiantes estén maduros para recibir esta enseñanza.

Antiguamente los ritos de iniciación tenían la función de comprobar la disposición del aspirante, su compromiso, su coraje y su nobleza de corazón. En tanto que todo camino espiritual serpentea por laderas escarpadas donde las respuestas trilladas de la sociedad no funcionan, se requiere de un valor por encima de lo normal. En el camino encontraremos muchos obstáculos que amenazan lo conocido, que cuestionan nuestra cordura y que nos desconciertan. Tal vez por eso más allá del desafío iniciático, las pruebas son elementos de protección, límites adecuados para evitar el desastre.

En el materialismo espiritual de hoy en día del que hablaba Chögyam Trungpa el alumno parece estar comprando una enseñanza y exigiendo a los transmisores de la tradición lo que ellos mismos no están dispuestos a dar. En todo caso Patañjali habla desde otra época y cultura y parece dar por sentado que todas las condiciones se han cumplido para iniciar el aprendizaje de un conocimiento.

Hay que tener claro que Patañjali escribe para iniciados a través de máximas codificadas que son los sutras. El sutra que significa cuerda, hilo habla, lógicamente, de engarzar frases, de enlazar ideas sintéticas hasta darle cuerpo a un conocimiento esotérico. Sutras que se recitan para facilitar la memorización y asegurar la transmisión fiel de una enseñanza a través de los siglos mediante la tradición oral. Sutras que son una condensación de un saber que sólo pueden desvelar los maestros que ya han pasado por el proceso y pueden clarificar las innumerables dudas que aparecerán durante el camino. Y no es descabellado pensar que el primer sutra del libro primero en realidad está suponiendo un conocimiento previo y una maduración personal bastante avanzado del aspirante.

En el sutra 2, rigurosamente, Patañjali nos define lo que es el Yoga, es necesario que no haya dudas. El Yoga es la detención de los procesos mentales, pero en realidad no nos está diciendo que dejemos la mente en blanco sino que calmemos las fluctuaciones ordinarias.

Nirodha significa obstaculizar o detener. Significa una restricción o control aunque esta palabra no nos gusta por la carga cultural que tiene para nosotros. En todo caso es más lógico pensar en sujeción de esas fluctuaciones mentales de la misma manera que las riendas del caballo sirven para que el jinete pueda calmar los impulsos erráticos del caballo y pueda dirigirlo por el camino elegido. Es decir, no basta calmar, hay que orientar esa actividad mental hacia un fin determinado.

En consecuencia, nos dice el sutra 3, se produce el establecimiento del Testigo en su propia forma. En verdad, el que lo observa todo es el Purusha, la conciencia. Podríamos poner el ejemplo del Ser que está en una habitación y ve la realidad allá fuera, el bosque que rodea la casa. El Ser ve esa realidad a través del cristal de la ventana. Si ésta está sucia, coloreada o rota no podremos ver el paisaje. Así ocurre con una mente condicionada, confusa o agitada, colorea la realidad. Pero sí, a través de una progresiva purificación, la mente quedara calmada y libre de condicionamientos el Ser que somos vería la realidad tal cual es, y la realidad haría de espejo donde encontraría su reflejo.

Quizá todo el Yoga se resuma en esto, la reintegración del Ser en su propia fuente, esa fuente que siempre fue eterna, luminosa y serena. El Ser formando parte de la totalidad, siendo Uno y siendo múltiple, sin fronteras.

Ahora bien, nos recuerda Patañjali, si persiste al identificación con los procesos mentales habituales no habrá comprensión de la realidad observada, o en todo caso, será parcial. En su comentario Desikachar nos dice que una mente agitada raramente puede seguir una dirección.

Identificados con el pensamiento que nos da una falsa seguridad, creemos que la realidad se sostiene a golpe de pensamiento, pero, no cabe duda, el pensamiento de la realidad no es la misma realidad. El pensamiento será necesario para instrumentalizar la vida, tomar decisiones y darle coherencia a los actos pero no será necesario para vivir esa misma realidad. El pensamiento divide la realidad para manejarla, pero es la conciencia la que une, la que nos dice que no estamos separados.

 

Por Julián Peragón

 

 




Sutras: la mente

  • Sutra 5 Libro I
    La mente funciona según cinco formas distintas. Estas fluctuaciones generan habitualmente sufrimiento.
  • Sutra 6 Libro I
    El conocimiento adecuado, el conocimiento inadecuado, la imaginación, el sueño y la memoria. Estas actividades se suceden y se combinan de múltiples maneras.
  • Sutra 7 Libro I
    Tres fuentes de conocimiento adecuado: la percepción, la reflexión o inferencia y el testimonio.
  • Sutra 8 Libro I
    El conocimiento inadecuado resulta de una deficiencia tanto en la percepción, la reflexión o el testimonio. La confusión que este conocimiento inadecuado conlleva consecuencias dolorosas tarde o temprano. Hay que reconocer y dominar las causas de esta confusión.
  • Sutra 9 Libro I
    La mente construye formas mentales sin la percepción de un objeto real, es nuestra capacidad de imaginación. Pero se puede desbordar.
  • Sutra 10 Libro I
    Regularmente se impone el sueño profundo en la aparición de cierta inercia en el cuerpo.
  • Sutra 11 Libro I
    La capacidad de recordar correctamente o no depende de la naturaleza de la experiencia vivida, su época, su intensidad, su frecuencia, etc. No es posible afirmar si un recuerdo es verdadero o falso.

COMENTARIO:

Después de definir el Yoga, Patañjali describe los modos de pensamiento. Estos modos de pensamiento se alternan, se combinan o inhiben durante el día. Puesto que la mente es inestable, esta fluctuación constante puede ser fuente de sufrimiento. Estas formas de pensar pueden estar asociadas o no a causas de sufrimiento como los klesha, esas tendencias de la mente que parten de una ignorancia esencial, avidyā, y que se ramifican hacia una egoicidad, asmitā, un deseo desbocado, rāga, una aversión irracional, dvesa, y un apego a la vida, abhinivesha. Klishta viene de la raíz afligir, dañar, aklishta, es la negación de la anterior.

Describir el funcionamiento de la mente es complicado ya que ésta es compleja y además la observamos desde dentro. Una buena pregunta es si los vrittis o fluctuaciones de la mente producen los klesha o si éstos producen los vrittis. Quizá la respuesta está en que se retroalimentan.

Los cinco modos de pensamiento son: el conocimiento adecuado, pramāna, el conocimiento inadecuado, viparyaya, la imaginación, vikalpa, el sueño, nidrā, y la memoria, smriti.

Pramāna. El conocimiento adecuado: hay tres formas de conocimiento adecuado.

En primer lugar la percepción, pratyaksa. Pratyaksa significa delante de los ojos, entendidos como los sentidos, o sea, la percepción sensorial. Los sentidos nos dan un conocimiento directo del objeto. Reconocemos el objeto a través de una experiencia sensorial como cuando comemos una manzana y la forma, el sabor y el olor nos permiten reconocerla.

Pero también podemos conocer un objeto a través de la inferencia, anumāna. Anumāna significa aquello que se conoce a continuación tras la percepción, lógicamente, la inferencia. Razonando adecuadamente podemos obtener un conocimiento. El ejemplo que pone la tradición es que si vemos humo en la lejanía, podemos inferir el fuego aunque no lo veamos. Podemos poner más ejemplos, Galileo cuando se dio cuenta que Venus cambiaba de tamaño dedujo que debía ser porque orbitaba alrededor del sol con lo cual la creencia extendida de que todo giraba alrededor de la tierra se desmontaba.

Y por último tenemos el testimonio, āgama, algo que ha llegado a nosotros y que es fuente de autoridad. Una información externa que es fiable. Por ejemplo tradicionalmente las escrituras sagradas han sido una fuente de autoridad.

Y está claro que el conocimiento a menudo se obtiene a través de estas tres formas de conocimiento combinadas dependiendo del objeto de conocimiento.

 

Viparyaya, conocimiento erróneo

El conocimiento que no es correcto vendrá, lógicamente, de una disfunción en el acto de percibir, reflexionar o en el testimonio. Viparyaya nos da la idea de algo que está invertido, que está al revés lo que provocará este conocimiento falso.

El célebre comentarista Vyasa identifica la causa del error con los cinco klesha y lo identifica con avidyā, la ignorancia.

Una cuerda en la penumbra nos puede alarmar creyendo que se trata de una serpiente. Alguien nos puede engañar haciéndose pasar por otra persona. Un maestro en el que confiamos puede hablar de una experiencia que en realidad no tiene.

Sea una dificultad en la percepción, una limitación en la reflexión o una desviación de la verdad de alguien que tiene autoridad, lo cierto es que estamos en medio de la incertidumbre. ¿Cómo acercarnos a la verdad? ¿Hemos de creernos a los medios de comunicación porque su puesta en escena sea veraz? ¿Hemos de creer literalmente lo que los libros sagrados dicen? ¿Pensamos que la información sensorial es real?

 

Vikalpa, la imaginación

La imaginación no está basada en un objeto real sino en un conocimiento verbal. Podemos imaginarnos un unicornio aunque no existan en realidad. Podemos soñar con sirenas aunque no existan en realidad. El sueño con sueño forma parte de esta categoría de la imaginación aunque sea menos volitiva que aquélla.

Aunque la información que nos trae la imaginación no podemos decir que sea cierta o incierta como nos dice Vyasa, es verdad que nuestra visión del mundo está sostenida por este vikalpa, desde las fantasías a las ideas.

Tendríamos que preguntarnos, ¿Cuál es la función de la imaginación? Posiblemente la de anticipar un nuevo mundo y la de hacerlo vivible. Alguien soñó por primera vez en volar, sin ese sueño los aviones no existirían.

 

Nidrā, el sueño

El sueño profundo, sin sueños, aparece periódicamente, es como si la mente necesitara detenerse para descansar de su actividad, probablemente para limpiar la excesiva información acumulada. Pero para Patañjali, hay que trascender el sueño profundo porque aquí domina la cualidad de la materia, la inercia de tamas. Se parece al samādhi pero no lo es.

 

Smrti, la memoria

En la memoria no ha desaparecido completamente el objeto experimentado. La capacidad de recordar correctamente depende de muchos factores, de la intensidad de la experiencia vivida, de su duración y frecuencia, del tiempo transcurrido, etc. Podemos fijarnos en las experiencias placenteras y «borrar» las dolorosas, o viceversa. En todo caso la memoria es voluble y condicionada. Rescatamos lo que ocurrió depende de nuestra sensibilidad, atención, condicionamientos. Un borracho recordará de forma alterada lo que ocurrió.

 

Por Julián Peragón

 




Filosofía: La Práctica

 

  • Sutra 12 Libro I
    Hay dos aspectos en la práctica complementarios e interdependientes, la práctica (abhyâsa) y el desapego (vairâgya).
    La práctica favorece el apaciguamiento y la orientación de la mente. Calma y claridad.
    El desapego nos permite reconocer lo que nos produce agitación y confusión para no apegarnos.
  • Sutra 13 Libro I
    Puesto que la mente es inestable y móvil, la práctica siempre supone un esfuerzo. Es el justo esfuerzo necesario.
  • Sutra 14 Libro I
    Esta práctica tiene que ser sólida, con persistencia y sin interrupción. Tiene que haber respeto, entusiasmo y confianza. Y orientarse hacia lo justo, elevado y armonioso. No nos olvidemos de las limitaciones de la vida cotidiana y las resistencias de la mente que nos hacen claudicar.
  • Sutra 15 Libro I
    El desapego es una ausencia de avidez por experiencias ya sean sensuales, mentales o relativas a estados extraordinarios de iluminación. Hay que combatir con discernimiento y humildad.
  • Sutra 16 Libro I
    Aparece entonces la ausencia total de atracción por lo que es impermanente. El Ser realizado no aspira a nada más que a contemplar su fuente y a residir en ella.
  • Sutra 17 Libro I
    La orientación de la atención en una dirección escogida conduce progresivamente a la visión penetrante. Hay una alegría pura como consecuencia de la profundidad de comprensión. 
  • Percepción: el conocimiento es de comprensión intelectual y especulativo.
    Reflexión: es un conocimiento más sutil e intuitivo.
    Gozo: en una relación serena y gozosa con el objeto.
    Fusión: finalmente llega la fusión con el objeto.
    (estamos hablando de samprajñata samadhi y sus cuatro niveles.)
  • Sutra 18 Libro I
    Ahora se está preparado para llegar a la calma absoluta. Aquí hay ausencia de un objeto de contemplación. Hay un despertar interior extraordinario. Contemplación de su propia fuente. Las impresiones mentales quedan suspendidas de forma momentánea.
    Es una experiencia mística. Los recuerdos se mantienen para ayudarnos a vivir. (Estamos hablando de asamprajñata samadhi.)

COMENTARIO:

Sabemos que nuestra práctica tiene que ser sólida y constante, inteligente y adecuada a nuestras necesidades, con actitud positiva y celo pero simultáneamente desapegada, si queremos que nuestros esfuerzos controlados lleguen a buen puerto. La práctica es uno de los caballos de batalla en nuestro mundo del Yoga por eso hemos de insistir una y otra vez.

Hay algo que hacer (la práctica) y algo que evitar , a través del desapego. Esto es importante porque si detrás de nuestra práctica exigente hay una búsqueda de una autoimagen idealizada, la necesidad de tener más poder, posesiones, experiencias o una ideología determinada, entonces la práctica no nos libera sino que nos esclaviza. De ahí la importancia de práctica con desapego que nos invita también a la revisión de nuestras motivaciones, y las raíces de dónde provienen nuestros condicionamientos.

Practicamos porque el mundo es complejo y porque la mente está llena de condicionamientos, que se manifiesta en rigidez, obsesión, manipulación, resistencia, inestabilidad, etc. 


El entorno nos ayuda

Si el espacio donde practicas está limpio y ordenado, ventilado y luminoso, cálido y silencioso, además prevenimos las interrupciones seguramente nuestra concentración ganará en calidad. Hemos de recordar que incluso en las condiciones más adversas somos capaces de centrarnos en una práctica. Por otro lado, querer que siempre estén las mejores condiciones es ir en contra de la vida que fluye sin nuestro control.

Calidad de presencia

La práctica no se puede medir por el tiempo de reloj. Una duración de un par de horas puede resultar insustancial y en cambio quince minutos pueden resultar decisivos. Es cierto que un tiempo dilatado ayuda pero lo importante es la calidad de presencia en esa práctica.

Punto de partida

Por otro lado medir el dimensión de tu práctica por la longitud de tus estiramientos es demasiado estrecho. Puede ser que alguien no sea demasiado flexible y otro sí, pero esto depende de muchos factores, entre ellos la propia musculatura, la estructura del cuerpo, la edad, la alimentación, etc. Pero sobre todo es importante ver cuál ha sido el punto de partida. Mira tus avances desde tu propia realidad sin compararla con otros.

El espejo del ego

No te olvides que el ego se regodea en el espejo de los propios avances pero también se hunde cuando los avances no son los deseados. De entrada los avances y retrocesos pueden ser, visto a corto plazo, sólo aparentes. El tiempo al final nos dice más claramente si ha habido un avance real. En este sentido, como dice el refrán, al mal tiempo buena cara. Hemos de no dejarnos inflar por nuestras piruetas en la práctica pero tampoco en los traspiés que ésta pueda ocasionar.

Evitación inconsciente

Recuerda que inconscientemente evitamos aquellos ejercicios que nos ponen en aprietos, o que nos recuerdan demasiado nuestros límites. Hay ejercicios demasiado simples o demasiado complicados para nuestro «nivel» que descatalogamos sin darnos cuenta aunque sean precisamente los que mejor se adapten a nuestras necesidades. Si seguimos la progresión adecuada cualquier ejercicio puede ser abordado ateniéndonos a las fases necesarias aunque esto lleve tiempo.

Abordaje creativo

A menudo queremos llegar a la postura casi de un salto. Pero dependiendo de cómo estamos en ese momento tenemos muchas posibilidades de «llegar» a esa postura. Al visualizarla en realidad la preparamos internamente, no sólo mental sino a través de nuestra memoria postural. La siguiente cuestión es que el movimiento la prepara, quita tensión, activa la energía, amplia la respiración. Es mejor llegar a la postura con comodidad, ya habrá tiempo de intensificar pero ya desde la escucha.

Mente en el infinito

Es cierto que la práctica tiene que ser real, concreta, con unos objetivos claros, pero no nos podemos olvidar que el verdadero objetivo del Yoga va más allá de los objetivos primarios de la serie. Por eso decimos que en Yoga tenemos que tener los pies en la tierra pero la mente en el infinito. El objetivo del objetivo es esa unión con la totalidad. Esta es la base para que la práctica se vuelva sagrada.

Sin prisas pero sin pausa

No queramos avanzar más rápido de la cuenta porque nos llevará a la precipitación. La imagen del bambú que aparentemente no crece pero hace una red profunda de raíces que después permitirá un crecimiento inusitado. No corras, pero tampoco veas imposible alcanzar nuevos retos. La paciencia ha conquistado grandes cumbres en la historia humana.

 

Por Julián Peragón

 

 

 




Entre el campo y el Ser

Comentario sobre los Yogasûtras de Patañjali

No hay ninguna duda que las acciones generan resultados. Los resultados están en relación estrecha lógicamente con la calidad de las acciones de la misma manera que la calidad de las semillas conformará el valor de los frutos. Esta comprensión que todas las tradiciones y la misma sabiduría popular han señalado es la llave de nuestra liberación.

¿Cómo debe ser la acción para que los frutos no generen más sufrimientos a otros y a uno mismo? ¿cómo es el buen acto para que se disuelvan los obstáculos, para que abran camino a la prosperidad y a la plenitud? Antes de responder hemos de decir que la cuestión es más compleja porque la mayoría de nuestras complicaciones han sido gestadas con una buena intención. ¿Qué pasa entonces? Probablemente estamos viendo sólo una cara de esa acción. Hacemos una acción humanitaria (buena acción, sin duda) pero no nos damos cuenta que en el fondo es una acción que intenta tapar una culpa o quiere exponer a los demás “¡qué buena persona soy!”. La acción no es limpia.

Nos casamos por amor, no tentemos a la duda, pero también hay cálculo de la posición social y económica que obtenemos. Nuestras acciones se hacen con las dos manos pero habitualmente una mano no sabe lo que hace la otra. Así pues no hay más salida que la de revisar el fondo de nuestras acciones, las motivaciones profundas, los deseos inconfesables, los miedos arcaicos o las expectativas fantasiosas que se acumulan en la solapa de cada acción. Si cada limosna que damos nos cae una lágrima, valga la metáfora, no por el desespero del otro que la necesita sino por la “bondad” que somos capaces de mostrar, estaremos maltratando la verdadera compasión.
El sufrimiento no tarda en aparecer porque la doblez de nuestros actos choca en nuestro corazón como lo hace la ola que enviste contra la roca. Y tal vez esa sea la función última del sufrimiento, la de disolver la rigidez de la roca de nuestro ego empeñado en apropiarse de una autoimagen gloriosa. Cuando en cada gesto queremos ser los mejores, los más buenos, especiales y superiores, forzamos la acción entre otros, como no, que compiten por lo mismo, por la exaltación de nuestra persona. Intuimos que los privilegios en una sociedad son limitados a unos pocos.

Pongamos un ejemplo muy básico y cotidiano de lo que nos cuenta Patañjali en el sutra 17 del segundo libro. Aquí nos dice que la identificación del espíritu con el cuerpo-mente, o con otras palabras, del testigo con el campo, es la causa de lo que hay que evitar porque nos trae el sufrimiento venidero. Cuando compramos un coche debemos tener en cuenta que se ensucia, que colisiona, que se estropea y que nos lo pueden robar, es decir, está sujeto a cambios más allá de nuestro deseo. Cuando el vehículo deja de ser un medio, en este caso, un medio de transporte y se convierte, presionados por una industria publicitaria que hace mella en nuestra insatisfacción, en un elemento de ostentación, seguridad, imagen, etc, todo lo que le ocurra a nuestro coche nos ocurre a nosotros por el hecho de soportar una especial identificación. En cierta medida le otorgamos al coche cualidades que no están en él. El falso yo se arropa de cualidades excelsa que en una sociedad se otorgan a los objetos de tal manera que el alma se cosifica.

La naturaleza de la realidad material es cambiante, su esencia es el ritmo, la transformación, la impermanencia. Lo tenemos ejemplificado en la naturaleza que con las estaciones marca una transformación donde la vida se reencarna año tras año. Pero una observación más detallada de la naturaleza nos recuerda que hay tres cualidades fundamentales que están entretejidas en todo suceso. A nivel básico, de forma alegórica, la tradición nos dice que las tres gunas son como tres ladrones que asaltan a un hombre en el bosque. Tamas quiere matarlo, rajas convence a tamas para que simplemente lo robe y lo deje atado. Sattva aparece al cabo de un tiempo y desata al hombre, lo guía por el bosque, le enseña el camino de vuelta a su casa, y seguidamente se marcha, pues sattva —al ser también un ladrón— teme que la policía (Dios) lo atrape.

La primera de ellas es tamas que nos recuerda que una cualidad fundamental de las cosas es su inercia y estabilidad. Una roca se empeña en ser ella misma y se pliega a la gravedad. También en el ser humano tamas es estabilidad y enraizamiento pero puede convertirse en disfuncional cuando la estabilidad se vuelve inmovilidad. La actitud conservadora es necesaria para preservar la vida, pero en un extremo el conservadurismo impide la renovación de aquélla. Somos disfuncionales con la energía tamas cuando la lentitud natural se revela como torpeza, negligencia o apatía; cuando los esquemas de comprensión que todos tenemos nos limitan en una actitud ignorante apareciendo la superstición o los prejuicios.

En cambio, rajas es dinamismo, actividad, impulso. Las raíces que se aferran a la tierra para alimentarse son tamas pero el tallo que crece con fuerza es rajas. Esta dinámica es fundamental en la vida pero en exceso rajas se puede convertir en actividad desenfrenada, pasión, deseo ciego. No estamos en un nivel tan básico como el tamásico pero con rajas podemos caer en vanidad, egoísmo o lujuria. Siempre que hay un exceso de energía predomina la agitación, la excitación o la avidez. En realidad nuestra sociedad actual es bastante rajásica con un dinamismo frenético, un consumismo desmedido y una confrontación en muchos ámbitos sin descanso.

Si tamas es la materia, rajas es la energía entonces sattva será las leyes sutiles que generan toda manifestación. Siguiendo con el ejemplo de arriba, sattva sería las flores que se abren a la luz. No hay que olvidar que no hay flores sin tronco, y tronco sin raíces. Las gunas son necesarias, se complementan, se apoyan y se interrelacionan constantemente.

Sattva es equilibrio, armonía, paz. La persona sáttvica tiende hacia la verdad, la comprensión de las cosas. Con una actitud ecuánime valora los opuestos y hace una buena síntesis. Pero como forma parte de las cualidades de la naturaleza nos ayuda a liberarnos pero sigue estando condicionada. La persona sáttvica tiene amor al conocimiento y a la belleza, pero ese amor es síntoma también de apego. Representa al sabio a diferencia del ignorante (tamas) y del pasional (rajas). Es la búsqueda de la luz en forma de sabiduría, justicia, bondad y perfección.

Las gunas producen el calidoscopio del mundo, a veces como repugnante, otras como atractivo o simplemente sereno. La naturaleza es un espacio de experiencia y goce para el ser pero de forma casi inevitable de apego y sufrimiento. Sin embargo lo mismo que nos apega nos puede servir como palanca para la liberación. La progresiva discriminación entre el objeto y el sujeto, naturaleza y ser, materia y espíritu, o con las palabras que usa Patañjali, prakriti y purusha nos llevará, por fin, a residir en nuestra propia naturaleza.

El ser es distinto del objeto que ve y reconoce. La conciencia no es una cosa sino el espacio donde todas las cosas flotan o dicho con otra metáfora, la conciencia es la luz que ilumina el mundo pero no es el mundo. Cierto que el ser que es todo conciencia necesita de un instrumento de percepción que es la mente, pero la mente, aunque sutil, forma parte del mundo manifiesto como lo es la materia y la energía, aunque en otro plano de manifestación. Cuando en un día de niebla tu visión se reduce no le echas la culpa a tus ojos pues hay una cortina de vapor que interfiere. Lo mismo pasa con la mente, si ésta no está limpia de residuos la percepción viene de por sí contaminada. Podemos distinguir un día nublado porque tenemos la experiencia de otros soleados. El problema con la mente es que si se mantiene en unos niveles de condicionamiento creemos que la realidad es tal cual se nos muestra y lo cierto es que, cuando tenemos la experiencia en un estado de conciencia acrecentada nuestra realidad cambia radicalmente.

En realidad cada cosa del universo es en sí misma un espejo. En la observación profunda de la realidad ésta nos hace de espejo y nos recuerda que sólo es así por el reflejo del ser que la observa como bien están demostrando los científicos en el mundo cuántico. Como ejemplo tenemos el espejo en el que nos observamos cada mañana. Ninguna persona confunde la imagen en el espejo con otra persona, sabemos que ese o esa que vemos delante no es real, es pura luz, juego de luces. Pero en esa ilusión nuestro rostro se aparece. El juego divino, lilâ, puede cumplir esta función de reconocimiento puesto que el ser no se puede ver a sí mismo sino a través de su reflejo.
Patañjali nos dice que cuando el mundo pierde cualquier amago de atracción, éste desaparece. Aún así el sabio liberado sigue viviendo con su mente y su cuerpo limitados porque como vemos en el ceramista que el torno que maneja sigue dando vueltas aunque el jarrón ya esté terminado.

El pegamento que mantienen juntos campo y ser, lo visto y el que ve, es, ya lo hemos mencionado, la ignorancia. La ignorancia es la gran limitación de reconocer la verdadera naturaleza. Por eso el Yoga nos impulsa hacia esa discriminación progresiva, nuestra mente, nuestro cuerpo, la naturaleza y todo el cosmos flotan serenamente en la conciencia del sabio. El campo es lo que cambia y el ser es lo que observa. Permanecer en la fuente del ser es plenitud y serenidad, liberación en últimas de todo sufrimiento.

Julián Peragón




Aflicciones en el camino

 

COMENTARIO:

Ayer vi en Dvd una película de Bahman Ghobadi, “Las tortugas también vuelan” y quedé impactado por utilizar una palabra amable. La saco a colación porque este director muestra con crudeza extrema el sufrimiento. Un chico mutilado, su hermana preadolescente y un niño pequeño llegan a un centro de refugiados kurdos en la frontera con Irak. La hermana fue violada por soldados iraquíes y el niño pequeño con problemas oculares es su hijo al que llama bastardo y que termina por hundirlo en el lago y suicidándose después. El chico mutilado junto con los otros niños de la región se gana la vida desactivando bombas antipersonas que hipócritamente occidente compra después de habérselas vendido a dictadores de la región. Un negocio redondo. La película está ficcionada pero evidentemente es un calco de la realidad.

Estos niños, estas gentes sufren, y la guerra, las culturas reaccionarias y los intereses geoestratégicos marcan sin duda sus destinos. Hay muy poco margen para la libertad, y no digamos para la felicidad. Sufrimiento es sufrimiento sin maquillajes y no el grano en el culo que nos incomoda al sentarnos en nuestro apoltronado sofá occidental.

Sufrimiento es un sentimiento de limitación tal que no vemos salida, una constricción del Ser, un ahogo existencial, algo que no nos deja respirar, vivir, en definitiva ser. Y pareciera, al hilo del ejemplo que he puesto, que el mal, valga decir, la limitación está en las circunstancias adversas y ya sabemos que no, al menos desde un forma absoluta, desde la comprensión que nos proporciona Patanjali, la raíz del dolor está en una visión ilusoria, deformada, sesgada de la realidad. Pero ¡ojo! no nos confundamos.

El que nos instalemos en el mundo con una visión estrecha del mismo, un traje hilvanado con unos pocos pespuntes de racionalidad o de sentido común no le quita al mundo su crudeza ni su contundencia. El mundo duele tal como el adoquín en la cabeza, la pérdida de un ser querido o la soledad no elegida. El dolor es consustancial a la vida.

No es regateando con el mundo ni desvalorando sus circunstancias como nos iluminamos. Es algo más. Es la dificultad en saber dónde estamos lo que alienta el error y sus consecuencias dolorosas. Lo difícil es permanecer ante las circunstancias adversas y no llevarnos a engaño, no pedir a la realidad lo que ésta no puede dar. Aceptar la realidad y simultáneamente no rendirse. Fácil de decir ¿verdad?

Para leer bien el mundo, despacito y con buena letra hay que mirarse en él sin distorsión. El espejo nuevo que hemos comprado sin tiempo a que se acumulara el polvo muestra nítidamente la imagen, pero el espejo de nuestra mente condicionada tiene demasiado polvo. De tal manera que en realidad no vemos el mundo, nos vemos, sin saberlo, a nosotros mismos proyectados allá afuera. Establecemos diálogos para sordos, monólogos de 24 horas con la realidad sin posibilidad de diálogo. ¿Por qué? Porque hay miedo a la existencia, porque lo otro es tan cuestionador que corroe nuestros cimientos, porque, en definitiva, indagar en la lógica del mundo es desmontar la propia ficción.

Podríamos decir que en avidya hay una pereza en ir más allá de lo inmediato, más arriba de la percepción subjetiva, más al interior de lo socialmente aceptado. Temerosos de ser señalados, estigmatizados o tomados por locos nos acostumbramos a un prêt-a-porter alienándonos de lo que originalmente somos, de nuestra propia unicidad. Y eso nos hace sufrir.

Asmita es el sombrero de prestigio e importancia que se coloca el ego. Es el envoltorio de celofán que colocamos a nuestros queridos pensamientos como si éstos tuvieran alma, cuando en realidad nuestro pensamiento en la gran mayoría de circunstancias es meramente estéril, rumores de ecos percibidos en la lejanía. Pretensiones de control o seducción que arremetiendo contra la roca dura de la realidad nos hiere.

Todos hemos nacido con medio mapa de un tesoro dibujado en la palma de la mano y pensamos que el otro medio está en la estela que dejan los gustos y regustos que encontramos en el camino cuando en realidad está grabado en el corazón. Raga o la búsqueda compulsiva del placer (y su correspondiente apego) nunca ha allanado el camino de la felicidad aunque haya calmado la ansiedad momentáneamente. Querer llenar los huecos del alma con golosinas del mundo es de insensatos.

Y al contrario, retraerse de la vida porque en su momento no nos dio lo que quisimos o nos hizo daño en el sitio más sensible provoca sequedad, tristeza y rencor. Las heridas cicatrizan y en el mejor de los casos se llevan encima como recuerdo de que caminar por los lindes de la vida comporta riesgos que hay que asumir. Dvesa, las aversiones son territorios escondidos a la luz del día que no han querido madurar y que tarde o temprano supuran un dolor que no se ha sabido cortar.

La promesa de la seguridad es un constante en nuestra sociedad porque demasiados viven a costa del miedo. Aprender a reconocer que la vida es insegura, que nos movemos en la incertidumbre y que la belleza tiene el don de la fugacidad es enraizarse en lo más profundo. Abhinivesha es ese miedo a desaparecer instigado por el ciego instinto de la supervivencia. Por eso que de tanto querer vivir le cortamos las alas a la criatura por temor a las caídas, y si el pájaro no se lanza al vacío, de seguro, que no vuela.

Es importante saber dónde estoy con respecto a esa tosca ignorancia y cuáles son los frutos de sus cuatro hijos en mí. Sin asustarse, sin reaccionar, sin poner ni quitar nada a la medición de nuestro dolor. Porque el mensaje de Patanjali es esperanzador, hay una PRÁCTICA que podemos llevar a cabo para reducir esas aflicciones. Una práctica que por otro lado debe ser como mínimo inteligente, progresiva y permanente. Una práctica que debe ir de la mano con un fuerte sentimiento de desapego porque a medida que la práctica da resultados, éstos pueden reactivar paradójicamente aquello que pretendía eliminar. Si te sientas para conseguir calma, cuando la consigues pues te pones una medalla y te sientes orgulloso de haber conseguido semejante meta. Somos así, la debilidad es nuestra naturaleza.

En este sentido Patanjali además de darnos un Yoga de los ocho miembros nos da un Yoga menor que se aplica perfectamente al Yoga de la vida, de la acción a la que estamos todos sometidos, el Kriya Yoga. Tapas, Svadhyaya, Ishvara Pranidhana tiene que ver con la voluntad, la inteligencia y el corazón, respectivamente.

La acción, lo sabemos, es un vínculo con el mundo pero de doble filo, lo mismo nos libera de lo estrictamente terrenal como nos ata y nos esclaviza. Si la acción no es realizada con determinación, con sentido y hecha de todo corazón dejará una estela de interés, error o egoísmo, que como nos dice el karma se volverá en contra nuestra para repetir la enseñanza no aprendida. En eso estamos.

Estamos en que no somos dueños de nuestros actos ni siquiera de nuestro pensamiento. Hay una mano izquierda que no controlamos y una sombra que proyectamos. Hay una inconsciencia que no queremos asumir y ese es nuestro drama, no somos completos. La idea de que hay un camino por transitar es una celebración porque nos marca una posible, entre otras muchas, salidas al plus emocional y psíquico con el que teñimos el sufrimiento. Que en ese camino habrán interrupciones debe ser realista. En mi caso, por poner el ejemplo que más a mano tengo, Avirati y Prâmada, distracción y prisa, se convierten en interrupciones de ese andar firme y sosegado, anhelo de mi práctica. Tenerlo en cuenta me ayuda enormemente. Cada uno debería tener claro sus propias interrupciones que, lógicamente, forman parte de la práctica.

Esos niños kurdos arrojados a la miseria de la guerra también están dentro nuestro. Dentro mío hay un niño mutilado y dentro tuyo hay una niña violada por la barbarie humana. Aunque tengamos manos sanas muchas veces no sabemos manejar nuestra vida, no atinamos a coger las riendas y a dirigir el carro con la sabiduría que ya nos ha dado la vida. Alegrémonos porque el sufrimiento nuestro y por ende el de los que nos rodean tiene que ver con la transformación de nuestro sentir, de nuestro pensar, de nuestro coraje en ser lo que somos. Y esto es posible. Sin duda.

Julián Peragón

 

 




Los 9 obstáculos en el camino del Yoga

 

  • Sutra 30 Libro I
    1.- La enfermedad: la expresión a nivel físico de un dolor más profundo. Nos quita fuerzas para nuestro camino.
    2.- La apatía: inercia física y mental, bloqueo de nuestra mente.
    3.- La duda: expresión de la ambigüedad de la mente y sus juicios contradicctorios.
    4.- La negligencia: la energía mal controlada provoca el olvido, el error, la precipitación. Un actuar sin pensar.
    5.- La fatiga: falta profunda de entusiasmo.
    6.- La tentación: numerosas tentaciones producen la dispersión y un exceso de complacencia.
    7.- la visión errante: la falta de escucha profunda nos lleva a un mundo de ilusiones acerca de donde nos encontramos.
    8.- El estancamiento: cuando la práctica se vuelve rutinaria nos estancamos, a menudo hay falta de perseverancia.
    9.- Regresión: Siempre es posible una regresión cuando no se ha alcanzado todavía el objetivo. No hay que perder la actitud del principiante.
  • Sutra 31 Libro I
    Estos obstáculos se acompañan de ciertos síntomas:
    1.- Sufrimiento: una incomodidad mental al sentirse bloqueado, incapaz de superar las pruebas.
    2.- Depresión: queda afectada la concentración, cambia el humor y hasta llega a la depresión. El pensamiento es negativo.
    3.- Temblores: Esta agitación alcanza al cuerpo en temblores, nerviosismo.
    4.- Alteración de la respiración: la respiración deja de ser estable de calmada y larga pasa a ser corta y caótica.

 

COMENTARIO:

Hay quien dice que el mundo es un laberinto y que nos movemos en él a imagen y semejanza de ese otro laberinto que anida en nuestra mente. Por eso la dinámica del mundo va tan veloz como el giroscopio de nuestros pensamientos. Lo que encontramos en un lado es porque milimétricamente está en el otro, el mundo es una disección cruel de nuestra alma.

En el fondo de ese laberinto está nuestra proyección aunque nadie sabe lo que hay allí hasta que llega. En el centro del laberinto está la salida, es cierto, o bien están las claves que nos permiten salir de él, lo descubriremos. Pero claro hay que llegar hasta allí enfrentando infinidad de peligros, los vericuetos de todo dédalo son los obstáculos que hay que enfrentar y en cada enfrentamiento, en cada batalla aparece una herida. Aquella primeriza imagen en el inicio del laberinto no se corresponda ya con la que se tiene hacia la mitad, y no digamos a las puertas de resolver el acertijo de vida que nos plantea el meandro de caminos. Por eso decimos que a cada herida hay una pequeña muerte pero también, por sus costados sangrientos, aparece una nueva vida insospechada.

El laberinto será un conjuro de muerte y una posibilidad de vida. Entra lo viejo para renacer lo nuevo, entra uno “inocentemente” para salir siendo otro, tal vez más sabio. Todas las fecundas tradiciones han enumerado unos pocos o muchos de esos obstáculos que de verdad se encuentran en el proceso de búsqueda. Una tradición tan profunda y antigua como el Yoga a través de su mayor compilador, el sabio Patanjali con su Yoga sutras nos habla del reconocimiento de esos obstáculos que se interponen en la práctica del Yoga. Para él la superación de esos obstáculos se concreta en una práctica inteligente, permanente y sin interrupciones, y una actitud de desapego que no busca las experiencias extraordinarias que pueden aparecer precisamente con la práctica intensa.

También, es cierto, nos lo recuerda que la presencia de personas que hayan sufrido en la vida y hayan sacado una experiencia sabia de ésta, nos ayuda a encontrar una dirección. Los maestros tienen esa habilidad para ponernos en situación de un mayor aprendizaje, en definitiva para darnos claves de superación de obstáculos, ánimos para seguir avanzando en el camino, luz sobre nuestra sombra.

Primer obstáculo

Vyâdhi

ENFERMEDAD
Está claro que la enfermedad se puede interponer en nuestro camino y práctica personal porque, de entrada, requiere de todas nuestras energías para restablecer la salud. Una cosa será, claro está, una enfermedad aguda, puntual o circunstancial, de otra crónica que se despliega o se recrudece a lo largo del tiempo.

Sin embargo, el restablecer nuestra salud no implica necesariamente el abandono de nuestra práctica. Ésta tendrá que cambiar y adaptarse a nuestra condición física y psíquica y aportar soluciones para nuestro vigor y bienestar.

Uno de los problemas en este obstáculo es la concepción previa que tengamos de la enfermedad, si ésta es un error de funcionamiento en nuestra fisiología, una somatización de nuestras tensiones psíquicas o un desequilibrio energético en relación con el medio, entre otras muchas concepciones. Ésta concepción puede ser cerrada o abierta. Por tanto, saber utilizar a nuestro favor la propia enfermedad será un gesto de sabiduría que ahondará en nuestra propia práctica.

En la medida que consideremos la enfermedad como una crisis depurativa y veamos al Yoga también como una disciplina que posibilita la purificación podremos estar en sintonía y así, un estado de enfermedad sirva para entendernos mejor, y el Yoga para curarnos con más rapidez.

Segundo obstáculo

Styâna

APATÍA
Nuestros estados mentales y sus fluctuaciones también pueden ir en contra del desarrollo de nuestra claridad mental. Ese clima interior, ese estado emocional a menudo sumergido bajo nuestra conciencia cotidiana nos influye. Podemos sentir la pereza o la pesadez en hacer algo, en continuar nuestra práctica de Yoga. Esa cualidad tamásica de la mente se concreta en un estancamiento mental. Nos da pereza conectar con nosotros mismos, con nuestra vitalidad, con nuestra capacidad de acción. Estamos inmersos en un saco de ideas fijas que nos dan seguridad, esa falsa seguridad en la que vive el ego, y perdemos de vista la amplitud del horizonte en el que trascurre la vida. Es una especie de letargo para la mente que no está dispuesta a luchar por conseguir esos objetivos deseables y nobles de los que habla el Yoga.

Si pudiéramos visualizar la torre de seguridades en la que vivimos, contemplar nítidamente los cimientos de esa guarida del ego, nos daríamos cuenta de que la vida fluye en otro sitio, que la vida es inmensamente más amplia y que en la intemperie, lejos de las falsas seguridades, se vive muy bien.

Tercer obstáculo

Samshaya

DUDA
A medida que recorremos el camino del Yoga nos encontraremos con pendientes y recodos difíciles de transitar, cosecharemos, tarde o temprano, un racimo de obstáculos, límites y errores a nuestro paso. Samsaya es la duda y la incertidumbre que aparece cuando el camino se pone difícil. Uno, tal vez, no está dispuesto a hacer más sacrificios, o piensa que se ha equivocado de camino porque no lo tiene claro. Es posible que aparezca otro camino que promete liberación con menos esfuerzo, y evidentemente así no avanzamos.
La duda es una actitud que corroe nuestra esperanza. Es por ello que tenemos que vencerla con fe y coraje.

Cuarto obstáculo

Pramâda

PRISA
Pramâda es prisa, y la prisa y la impaciencia es uno de los males de este mundo que va tan y tan rápido, aunque no se sepa adónde. Pero es que la prisa genera precipitación y negligencia, una manera alocada de hacer las cosas perseguida por una imagen trepidante del tiempo pisándonos los talones. El refrán dice que más sabe de los caminos la tortuga que la liebre.

Tenemos en nuestro inconsciente la idea, nos lo repiten hasta la saciedad en la publicidad, que todo es fácil, tener un coche, una casa, lo que sea. Se nos enmascara el otro lado de la moneda, que todo requiere un esfuerzo y que ese esfuerzo da unos frutos pero siguiendo las leyes de la vida, con sus procesos, sus ritmos, sus tiempos, y no la ley de ego que lo quiere todo ahora.

Si queremos alcanzar rápido una meta podremos conquistar, las paradojas de la vida, retrocesos. Lo tenemos en la experiencia cotidiana cuánta más prisa tenemos más nos tropezamos, más errores tenemos y más lentos en definitiva vamos.

Sólo podremos vencer esa impaciencia cuando confiemos en que, por el hecho de estar en el buen camino, con constancia y con corazón, todo será hecho.

Quinto obstáculo

Âlasya

DESÁNIMO
También se convierte en un obstáculo la falta de entusiasmo. Uno puede tener todo a su favor, medios, conocimiento, personas con experiencia pero si falta el entusiasmo todo queda en la superficie, algo aguado, sin sustancia.

Cuando uno se resigna a una realidad dada, a lo que ya se ha conseguido y se deja llevar por la inercia pierde fuerza en su camino. Es cierto que muchas veces aflora la fatiga tras un desmedido esfuerzo pues uno no ha calculado bien sus fuerzas y tira la toalla en el primer round.

El entusiasmo es un pozo inagotable de energía, es una curiosidad sana por el florecimiento que conlleva una práctica, una disciplina. De alguna manera es ponerle un cachito de corazón a eso que uno quiere hacer, a su compromiso.

Sexto obstáculo

Avirati

DISTRACCIÓN
Avirati es la distracción, y fundamentalmente esta distracción viene de la mano de los sentidos. Lo que vemos y oímos del mundo se vuelve tan poderoso que perdemos de vista nuestro rumbo. El mundo, lo sabemos, es tentación, infinidad de caminos cada uno más y más prometedor. Los sentidos son los medios de esta visión del mundo que nos vuelve dependientes.

En definitiva la distracción es una debilidad por la que pasa el individuo en la que hay confusión, confusión entre lo circunstancial y lo esencial, entre el tener y el ser. Tanto el sexo como el dinero, la fama y el poder nos atan y nos esclavizan.

Cuando queremos ver sólo la parte placentera de la vida y caemos en un exceso de complacencia perdemos fuerza en nuestro camino, no vemos claro. Por eso hemos de contemplar la dimensión creativa de nuestra vida que requiere de una dirección pues en la mente dispersa, distraída o torpe no se enciende ninguna luz.

Séptimo obstáculo

Bhrânti-darshana

AUTOPERCEPCIÓN ERRÓNEA
A menudo, en nuestro camino, tenemos una falta de criterio para ser ecuánimes en nuestro verdadero progreso espiritual. Nuestra ilusión nos hace interpretar ciertos avances como culminación de un camino, algunos poderes como consagración de nuestro desarrollo espiritual, y no es cierto. En general somos víctimas de un orgullo sutil difícil de desenmascarar. Creemos ver a Dios mismo cuando apenas hemos subido un par de peldaños. Es aquí donde se impone la humildad, una humildad que se gesta con la conciencia de la propia realidad, con la validación de las medidas de control que tiene todo linaje y con los resultados que encontramos en nuestro hacer. Ya lo decía un gran ser, por sus actos los conoceréis.

Esta arrogancia es una visión ciega sobre uno mismo y sobre el misterio de la vida por donde transitamos. Nos imaginamos en un pedestal cuando en realidad estamos atados a la noria del deseo persiguiendo una vulgar zanahoria.

Octavo obstáculo

Alabdha-bhûmikatva

ESTANCAMIENTO
Es cierto que a veces uno echa una mirada hacia atrás y ve orgullosamente todo lo que ha progresado pero también uno puede mirar hacia delante y ver todo lo que le queda por progresar, entonces aparece el desánimo. Descorazonados por todo lo que falta uno es incapaz de dar un paso más, cuesta horrores caminar en nuestro sendero marcado porque cada paso tiene el peso del tiempo, del tiempo futuro. Es precisamente el ego el que vive en ese tiempo lineal que va del pasado al futuro sin apenas detenerse en el presente, un tiempo que habla de causas y efectos. Y, sin embargo, la vida nos dice que no pensemos en nuestra rentabilidad, que cada momento es un fin en sí mismo. Pues la meta no está en un futuro sino en el eterno presente.

Eso es precisamente lo que congela los ánimos, no ver todavía tierra firme cuando ya estamos cansados de navegar. La falta de perseverancia nos bloquea cuando todo parece que no avanzamos, aunque internamente se esté cociendo un proceso fértil de crecimiento espiritual.

Noveno obstáculo

Anavasthitatva

REGRESIÓN
En este último obstáculo cabe la tentación de echar todo a perder. Cuando todo lo anterior ha ido dejando poso y la motivación ha perdido consistencia, uno puede ir marcha atrás, de golpe entrar en una regresión y perder lo conquistado. El problema no está tanto en esos momentos, que los hay, donde uno toma un respiro, se da un tiempo de asueto y logra reflexionar sobre los pasos andados. Anavasthitatvâni es la falta total de confianza que nos hunde en un pozo oscuro del cual es cada vez más difícil salir.

Sin confianza no hay apertura y sin apertura uno no ve más que su propia proyección, sus propios miedos.

Julián Peragón