Cuento_06. El verdadero miedo

Un sultán decidió hacer un viaje en barco con algunos de sus mejores cortesanos. Se embarcaron en el puerto de Dubai y zarparon en dirección al mar abierto.

Entretanto, en cuanto el navío se alejó de tierra, uno de los súbditos, que jamás había visto el mar y había pasado la mayor parte de su vida en las montañas, comenzó a tener un ataque de pánico.

Sentado en la bodega de la nave, lloraba, gritaba y se negaba a comer o a dormir. Todos procuraban calmarlo, diciéndole que el viaje no era tan peligroso, pero aunque las palabras llegasen a sus oídos no llegaban a su corazón. El sultán no sabía qué hacer, y el hermoso viaje por aguas tranquilas y cielo azul se transformó en un tormento para los pasajeros y la tripulación.

Pasaron dos días sin que nadie pudiese dormir con los gritos del hombre. El sultán ya estaba a punto de mandar volver al puerto cuando uno de sus ministros, conocido por su sabiduría, se le aproximó:

–Si su alteza me da permiso, yo conseguiré calmarlo.

Sin dudar un instante, el sultán le respondió que no sólo se lo permitía, sino que sería recompensado si conseguía solucionar el problema.

El sabio entonces pidió que tirasen al hombre al mar. En el momento, contentos de que esa pesadilla fuera a terminar, un grupo de tripulantes agarró al hombre que se debatía en la bodega y lo tiraron al agua.

El cortesano comenzó a debatirse, se hundió, tragó agua salada, volvió a la superficie, gritó más fuerte aún, se volvió a hundir y de nuevo consiguió reflotar. En ese momento, el ministro pidió que lo alzasen nuevamente hasta la cubierta del barco.

A partir de aquel episodio, nadie volvió a escuchar jamás cualquier queja del hombre, que pasó el resto del viaje en silencio, llegando incluso a comentar con uno de los pasajeros que nunca había visto nada tan bello como el cielo y el mar unidos en el horizonte. El viaje, que antes era un tormento para todos los que se encontraban en el barco, se transformó en una experiencia de armonía y tranquilidad.

Poco antes de regresar al puerto, el sultán fue a buscar al ministro:

–¿Cómo podías adivinar que arrojando a aquel pobre hombre al mar se calmaría?

–Por causa de mi matrimonio –respondió el ministro–. Yo vivía aterrorizado con la idea de perder a mi mujer, y mis celos eran tan grandes que no paraba de llorar y gritar como este hombre. Un día ella no aguantó más y me abandonó, y yo pude sentir lo terrible que sería la vida sin ella. Sólo regresó después de prometerle que jamás volvería a atormentarla con mis miedos.

De la misma manera, este hombre jamás había probado el agua salada y jamás se había dado cuenta de la agonía de un hombre a punto de ahogarse. Tras conocer eso, entendió perfectamente lo maravilloso que es sentir las tablas del barco bajo sus pies.

–Sabia actitud– comentó el sultán.

–Está escrito en un libro sagrado de los cristianos, la Biblia: «Todo aquello que yo más temía, terminó sucediendo». Ciertas personas sólo consiguen valorar lo que tienen cuando experimentan la sensación de su pérdida.

 

Paulo Coelho

 




Cuento_05. El temido enemigo

La idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique Mariscal. Me permití, partir de allí prolongar el cuento transformarlo en otra historia con otro mensaje y otro sentido. Así como está ahora se lo regalé una tarde a mí amigo Norbi.

Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo admiraran por ser poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era.

Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él, era el más poderoso del reino.

Invariablemente todos le decían lo mismo:

-Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él conoce el futuro.

( En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”).

El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí.

No decían lo mismo del rey.

Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.

Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan:

Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro de que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción. Se acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes…

Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó…

…Después de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de todos le preguntó:

– ¿Es cierto que puedes leer el futuro?

– Un poco – dijo el mago.

– ¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?

– Un poco – dijo el mago.

– Entonces quiero que me des una prueba – dijo el rey –

¿Qué día morirás?. ¿ Cuál es la fecha de tu muerte?

El mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.

– ¿Qué pasa mago? – dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?… ¿no es cierto que puedes ver el futuro?

– No es eso – dijo el mago – pero lo que sé, no me animo a decírtelo.

– ¿Cómo que no te animas?- dijo el rey-… Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino, saber cuando perdemos a sus personajes más eminentes… Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?

Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:

– No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey…

Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.

El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.

Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio…

Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Se dio cuenta de que se había equivocado.

Su odio había sido el peor consejero.

– Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.

– Me siento mal – contestó el monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.

Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones…

El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.

¿Habría leído su mente?

La predicción no podía ser cierta. Pero… ¿Y si lo fuera?…

Estaba aturdido

Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.

El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:

– Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.

– ¡ Majestad!. Será un gran honor… – dijo el invitado con una reverencia.

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y para que custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara…

Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora.

Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado.

Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta… necesitaba una excusa.

Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.

El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto… (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara).

El mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó…

Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.

No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones.

Pasaron los meses y luego los años.

Y como siempre… estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.

Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.

Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.

Empezó a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa.

Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.

El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos.

Un día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.

Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más odiado enemigo

Y sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.

El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo:

– Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho

– Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón.

– Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban… Estoy tan avergonzado…

– Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.

Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia.

Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.

El mago lo miró y le dijo:

– Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, – el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí… Te confieso hoy que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender, quizás la más importante cosa que yo te haya enseñado nunca.

Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles… y sin embargo, si nos damos tiempo, terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.

Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.

El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentí en esta relación que habían sabido construir juntos…

Cuenta la leyenda… que misteriosamente… esa misma noche… el mago… murió durante el sueño.

El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente… y se sintió desolado.

No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su permanencia en el mundo.

Estaba triste, simplemente por la muerte de su amigo.

¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo la noche anterior a su muerte?.

Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después.

Un último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos…

Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.

Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres queridos.

Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.

Cuenta la leyenda… que esa misma noche… veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía… quizás de casualidad… quizás de dolor… quizás para confirmar la última enseñanza del maestro.

 

Jorge Bucay. De “Cuentos para pensar”




Cuento_04. Las dos vasijas

Un aguador de la India tenía sólo dos grandes vasijas que colgaba en los extremos de un palo y que llevaba sobre los hombros. Una tenía varias grietas por las que se escapaba el agua, de modo que al final de camino sólo conservaba la mitad, mientras que la otra era perfecta y mantenía intacto su contenido. Esto sucedía diariamente. La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus logros pues se sabía idónea para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y de no poder cumplir correctamente su cometido.

Así que al cabo de dos años le dijo al aguador:
-Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir por tu trabajo.

El aguador le contestó:
-Cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.

Así lo hizo la tinaja y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo de la vereda; pero siguió sintiéndose apenada porque al final sólo guardaba dentro de sí la mitad del agua del principio.

El aguador le dijo entonces:
-¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Quise sacar el lado positivo de tus grietas y sembré semillas de flores. Todos los días las has regado y durante dos años yo he podido recogerlas. Si no fueras exactamente como eres, con tu capacidad y tus limitaciones, no hubiera sido posible crear esa belleza. Todos somos vasijas agrietadas por alguna parte, pero siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener buenos resultados.




Cuento_03. Dayoub, el criado del rico mercader

Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.

Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.

‘Amo’, le dijo, ‘déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán’.

‘Pero, ¿por qué quieres huir?’.

‘Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza’.

El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.

Por la tarde, el propio mercader fue al mercado y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.

‘Muerte’, le dijo, ‘¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?’.

‘¿Un gesto de amenaza?’, contestó la Muerte, ‘no, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán, porque esta noche debo llevarme en Ispahán a tu criado’».

 

Un cuento: “Dayoub, el criado del rico mercader”

En su libro Obabakoak (Ediciones B, 1997), el escritor vasco Bernardo Atxaga inserta (pp. 209-211) un relato breve titulado con el encabezamiento de este post, y recogido de una vieja tradición.

El desarrollo argumental del texto, de oscuro origen, es muy conocido en los ámbitos del dominio de lengua española desde que Borges lo popularizara en castellano bajo el título de “El gesto de la muerte”, traduciéndolo de un escrito de Jean Cocteau.

Ya en el siglo XIII, el poeta sufí (el sufismo era una doctrina religiosa, especie de panteísmo místico, de algunos mahometanos de Persia) Yalal Al-Din Rumi escribió un poema, “Salomón y Azrael”, con similar trama. También el poeta holandés Pieter van Eyck (1887-1954) utilizó el mismo asunto en su “El jardinero y la muerte”.

Finalmente, Atxaga lo transformó, adaptándolo a sus intereses narrativos, en el cuento “Dayoub, el criado del rico mercader”.




Cuento_02. Cuando las cosas no son perfectas

Mi hija se acercó a mí y me planteó una pregunta interesante:

-Papá, ¿cómo es que las cosas se lían con tanta facilidad?

-¿Qué quieres decir con eso de «liar», cariño?

-Ya sabes, papá, cuando las cosas no son perfectas. Mira como está mi mesa ahora, llena de cosas. Está desordenada. Y, sin embargo, anoche, trabajé duro para que estuviera perfecta. Pero las cosas no permanecen así por mucho tiempo. ¡Se lían con tanta facilidad!

-Muéstrame cómo son las cosas cuando son perfectas- le pedí a mi hija.

Ella respondió moviendo todo lo que había sobre su estantería, colocándolo en posiciones individualmente asignadas. Una vez que hubo terminado, dijo:

-Ahí lo tienes, papá; ahora está todo perfecto. Pero no permanecerá de ese modo.

-¿Y si muevo quince centímetros tu caja de pinturas hacia este lado? –le pregunté- ¿Qué sucede en este caso?

-No papá, ahora ya está liado- contestó ella. De todos modos, la caja tendría que estar recta, y no inclinada como tú la has puesto.

-¿Y si muevo el lápiz desde el lugar donde lo has dejado hasta el siguiente?

-Ahora vuelve a estar desordenado -dijo ella.

-¿Y si el libro estuviera parcialmente abierto? Seguí preguntando.

-¡Eso también estaría desordenado!

-Cariño- dije regresando junto a mi hija-, no es que las cosas se desordenan con facilidad. Lo que sucede es que tú tienes muchas formas de que las cosas se líen, y solamente una para que sean perfectas.

 

Gregory Bateson

 




Cuento_01. La suerte del granjero

Un granjero vivía en una pequeña y pobre aldea. Sus paisanos lo consideraban afortunado porque tenía un caballo que utilizaba para labrar y transportar la cosecha. Pero un día el caballo se escapó. La noticia corrió pronto por el pueblo, de manera que al llegar la noche los vecinos fueron a consolarle por aquella grave pérdida.

Todos le decían: “¡Qué mala suerte has tenido!”.

La respuesta del granjero fue un sencillo: “ Puede ser ”.

Pocos días después el caballo regresó trayendo consigo dos yeguas salvajes que había encontrado en las montañas. Enterados los aldeanos, acudieron de nuevo, esta vez a darle la enhorabuena y comentarle su buena suerte, a lo que él volvió a contestar: “ Puede ser “.

Al día siguiente, el hijo del granjero trató de domar a una de las yeguas, pero ésta lo arrojó al suelo y el joven se rompió una pierna. Los vecinos visitaron al herido y lamentaron su mala suerte. Pero el padre respondió otra vez: “ Puede ser “.

Una semana más tarde aparecieron en el pueblo los soldados de reclutamiento para llevarse a los jóvenes al ejército. El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Al atardecer, los aldeanos que habían despedido a sus hijos se reunieron en la taberna y comentaron la buena estrella del granjero, mas éste, como podemos imaginar, contestó nuevamente: “ Puede ser “.

 

Cuento taoísta




Cuento_08: Melic ante la joya

 

Melic como cada mañana se despertaba hecho un ovillo, enroscado sobre sí mismo y envuelto en una maraña de sueños persecutorios y grandilocuentes, alucinaciones de la tierna infancia que la vida no supo despejar en su momento. Se despertaba sobresaltado, con la cara descompuesta por las batallas feroces que suelen mantener los hidalgos quijotescos con sus respectivos gigantes de viento. Enseguida se desperezaba haciendo crujir todo el espinazo, proferiendo gruñidos selváticos en cada bostezo y golpeándose al pronunciar incansablemente un yo, yo, yo como primer saludo mágico ante el mundo.

Melic, como cualquier ombligo, tenía un rictus de autosuficiencia y un cierto aire de engreído que parecía mirarte siempre por encima del hombro, –y así era efectivamente. Cuando acechaba la sospecha, se levantaba sobre su pedestal de mármol y con el ceño fruncido, oteaba todos sus dominios. Al norte, las colinas siamesas, donde la estrella Polar marca el buen sentido de las cosas; al sur, el valle oscuro y frondoso, donde los téntaculos del placer vuelven grávidos los deseos de los hombres; al este, el lugar donde se disuelven las tinieblas de la noche, donde el Sol y la Luna aparecen enormes pues la mañana tiene ese caríz ingenuo donde todo, hasta las sombras, tienen una pretensión sin límites, esperanzas todavía sin mácula. Momentos donde cualquier humano con ombligo se fantasea a sí mismo henchido de poder y vanagloria. Muy al contrario que al oeste, donde el horizonte tiene la vocación de engullir la luz y anunciar la larga noche. Lugar donde cada ser sólo puede desplegar su ocaso como un tapíz de ocres, amarillentos y rojizos, y dejar en el aire la estela de su arte y su sabiduría.

Melic envuelto en ínfulas reflexionaba acerca del amplio horizonte pero su mirada fisgoneaba como un inspector de hacienda, como un señorito de cortijo y manzanilla, como cualquier dictador de mostacho engominado. Y se congratulaba del orden perfecto de su orbe. Era evidente que todo –el mismo Universo– giraba a su alrededor en una órbita esférica y concéntrica. Tan centrípeto era su universo que parecía un laberinto sin salida alguna, un mundo de ecos y reverberaciones de su propia imagen. Por eso cuando Melic gritaba con voz engolada Yo, se oía, incluso días después, un yo-mi-me-conmigo entremezclado, una cacofonía egótica e insufrible. De la misma manera, cuando se engalardonaba con alguna máscara los días que estaba ocioso al jugar al escondite consigo mismo, era boicoteado por un juego de reflejos donde se veía al derecho y al revés multiplicado at infinitum. ¡Un desastre!.

En realidad, Melic era un gran ojo que todo lo husmea, un cerebro volcánico que computa y computa, una serpiente de hielo que congela a todos con su contacto. Profundamente convencido de su propia naturaleza pues su experiencia de ombligo le decía que cualquier brizna de polvo, gota de lluvia o tesoro perdido que deambulara por su territorio, tarde o temprano terminaba en el fondo de su espiral, en las cuevas secretas donde todo se acumula aunque el tiempo y la inmovilidad –ya se sabe–, corrompe el agua vírgen, pone amarillo los pergaminos y rancios los manjares.

Su filosofía cartesiana era simple, pienso y pienso luego existo, y soy lo que soy porque yo me hago a mí mismo. Con eso bastaba aunque no llegaba a la evidencia de que el ojo que todo lo ve no se ve a sí mismo, y así no se percataba de su propia sombra excéntrica. Ésta se manifestaba como un fantasma, cuestionador, usurpador y traicionero. Y la mayor parte del día, cuando no controlaba o jugaba al escondite, se dedicaba a perseguirla con tanta afición y gusto que se olvidaba de cuestiones importantes. Cuando no, tenía accesos de pánico y persecución, la mayoría de las veces irreales. En su soliloquio blasfemaba acerca de ella o bien le proyectaba todos sus demonios obsesivamente, dardos envenenados que los hombres –siempre con ombligo– solemos lanzar sobre el otro cuando la verdad sobre nosotros mismos puede quedar al desnudo.

Melic señalaba aquí y allá compulsivamente donde apareciese la visión fantasmática pues –tú eres la culpable, –le decía–. Tú usurpas mis sueños de poder, haces que tiemble mi mano y caiga el cetro que sostiene. Tú haces que mi pedestal se vuelva de barro que toda lluvia con el tiempo disuelve.

Y la sombra reía y reía, pues reina del acecho y señora de la simulación en verdad era ella quien jugaba al escondite. Y se ocultaba en el fondo del mismo ombligo, allí donde nadie en su sano juicio hubiera mirado.

La sombra de los mil rostros, esa sombra temible habita en las entrañas y es la matriz de la vida, la tierra fecunda donde todos hundimos nuestras raíces.En esa sombra inconsciente que se mantiene bajo la línea de flotación se gestan las más brillantes ideas que después salen a flote en un genial eureka; en ella se citan las almas secretamente, encuentros que después razonablemente llamamos casualidad; y en ella reside también la fuerza que a muchos hace llegar a la cumbre y a otros ganar las batallas más difíciles. Sombra en forma de ángel o de diosa, de diablillo o de espejismo tentador. Sombra que se cuela en un lapsus con voz cavernosa o que aparece en un sueño clarividente.

¿Y Melic?. alienado de sí mismo, prepotente y rígido, se obstinaba en vivir en un mundo sin sombras, sin ruido, sin diferencias y sin errores. Con la distancia de las estrellas calculadas, con los imprevistos informatizados y las superficies bien pulidas, un espejismo puro, fiel a sí mismo. Loco desatino como el insensato que quiere ordenar las hojas caídas del bosque, o el niño que quiere vaciar el océano de agua.

Sin saber descifrar el lenguaje secreto de las sombras, los sonidos del silencio, las formas inefables de las nubes y las olas, Melic había perdido el olfato para poder encontrar las claves del camino y es perdonable que se atrincherara en su guarida, en los recovecos tiernos y húmedos de melocotón de su ombligo. Sólo que a veces, un día tonto y aburrido, ocurre. Que uno encuentre rosas en el desierto y el arco iris te haga ir más allá de tu propio horizonte hasta comprender la insignificancia de uno mismo ante el Universo. Y no es raro descubrir –dicen–, oráculos en las piedras o escarabajos dorados de la buena suerte que incitan a seguir adelante y desgarrar velos de ignorancias y tirar abajo torres de Babel. Porque cuando la Sombra se pone guapa y uno deja de jugar al escondite se produce un encuentro. Un encuentro esperado desde todos los tiempos cuando los ombligos y las montañas siamesas y los valles frondosos nadaban fusionados en un líquido indiferenciado de ecos dulces y luz tenue. Encuentro donde la sombra pudiera demostrar que no era una bestia ni una esfinge monstruosa mal ensamblada sino una sombra profundamente enamorada de la luz mágica. Y en su angustia la Sombra buscaba un Melic, héroe o heroína, que la rescatara, que supiera abrazar lo misterioso y cabalgar por encima de la muerte, atravesar todos los meleficios y conseguir la joya.

Melic como en cualquier cuento consiguió la joya –por supuesto–, y la Sombra se vistió de gala, pero lo importante no es eso. No sólo dejar de ser un títere con pretensiones de poder y metamorfosearse en un volcán con el canal abierto, sino descubrir el secreto de la Sombra y el lugar de la joya, símbolos inequívocos de lo que es el Amor, o la posibilidad de todo cambio, que en el fondo son lo mismo.

Julián Peragón

 

 




Cuento_28: Juego de dioses

 

En el principio de los principios cuando el Verbo aún no era carne y la palabra sagrada Om no había sido pronunciada existían, no uno, sino dos dioses, dos omnipresentes y omnipotentes dioses. Dos dioses tan iguales que parecían ser uno sólo, hechos de la la misma materia, ( ¡perdón!, del mismo espíritu), partícipes de la misma consciencia, sabedores de lo mismo, llenando la totalidad por igual, con idéntica grandeza como dos aires pretendiendo abarcar un mismo espacio.

Si se miraban a los ojos en realidad se estaban viendo a sí mismos, si, por contra, se daban la espalda, la paradoja de la infinitud los ponía nuevamente frente a frente. Cuando uno le hablaba al otro, a éste le resonaba dentro, tan dentro que no sabía quién había sido el orador. Así flotaban en una eternidad sin límites gozando de un espíritu perfectamente fiel a sí mismo y, como consecuencia, al otro. No había por entonces nada. Y es posible que estuvieran aburridos de tanta Nada, o que estuvieran cansados de la otredad que en el fondo era mismedad, o que su coeficiente de entropía llegara a un límite peligroso. No lo sabemos. Lo cierto es que inventaron un juego, un juego de dioses el cual todavía se está jugando.

Uno de los dos empezó caprichosamente el juego y dijo Tiempo, al tiempo que saboreaba la nueva dimensión. Y además quiso fraccionarlo para que el juego creativo tuviera fases y procesos, desarrollo y evolución. Eso, Evolución para mitigar la redonda eternidad inefable, y quedó medianamente satisfecho. El otro dios separó las manos y produjo el Espacio, espacio limitado para alejarse de la esterilidad de la infinitud, espacio donde puedan suceder las cosas, los eventos, las futuras realidades. Y el dios se sintió sublime en su primer pase creativo.

Orgullosos de su invento, los dos dioses dividieron el espacio que era infinito en derecha e izquierda y se reconfortaron con sus dos mitades que todavía seguían siendo idénticas e infinitas. También señalaron arriba y abajo, delante, detrás, los puntos cardinales y mil abstracciones más. Apenas había empezado el juego.

Como el tiempo creado era eterno, el primer dios dijo Pasado y el otro, en una hábil jugada para desmarcarse, dijo Futuro, dándose cuenta enseguida que ambos eran igualmente eternos con el inconveniente de que lo pasado en la gran rueda eterna retornaba (aunque camuflado) insistentemente, y lo futuro se convertía imparablemente en pasado. Y es que el juego tenía sus laberintos, y sus controversias que ni ellos mismos podían adivinar. Fue el primer momento en el que ambos cayeron en la trampa del Presente donde Pasado y Futuro se funden en el Instante, y cada momento se vuelve centro de la eternidad.

Tras una gran pausa de desorientación, el dios diestro que tenía la potestad del Arriba cambió el juego y dijo Cielo, y como el otro permaneció inalterado, lo quiso adornar de truenos, nubes blancas y pájaros. El otro dios entendió la estrategia de la jugada y entonces susurró Tierra, y para no ser menos, dijo montañas, ríos y árboles. Pero enseguida se dieron cuenta que las nubes formaban ríos, y los pájaros anidaban en los árboles. Árboles nacidos como oraciones que hace la Tierra al Cielo.

Ya enzarzados en el sorprendente juego, el primer dios quiso deslumbrar a su homólogo y dijo Día. Desparramó luz solar que se filtraba a través de las nubes y hacía cantar a los pájaros. Por contra, el dios siniestro pensó en la Noche y abrió un terciopelo negro de estrellas y lunas. Uno dijo Alba, y el otro Crepúsculo. Aquel Lluvia y Arcoiris y éste Rocio y Frescor de la Mañana sin darse cuenta que éstos eran fenómenos una misma agua.

Como quiera que viera el dios infinito que la lluvia era fecundante de la tierra que la hacía germinar, se enfadó con su alteridad y dijo solemnemente Muerte. Y los ríos se secaron, y los árboles se pudrieron, y el sol se eclipsó, pero con el tiempo la madera se hizo tierra y las nieves se deshicieron, la luz volvió a renacer. El otro dios no tuvo más remedio que reconocer la Vida, y dijo también Tallo, Hoja, Capullo, Flor y Semilla. Entonces vino el Invierno y los fríos pero el otro dios jugó con la Primavera y los calores.

El juego estaba muy empatado.Uno se jactaba de la omnipotencia del espíritu, el otro de la fecundidad de la materia.

Fue entonces cuando un brazo del laberinto del juego los llevó a los dos al mismo Ser, Y lo miraron desde arriba y desde abajo, desde fuera y desde dentro, y mientras uno vio un Cuerpo amasado de carne, sangre y vísceras, el otro vio un Alma habitada de esencias y aliento. Uno sintió al Ser en su necesaria gravedad cuando el otro vio su inherente levedad.

La nueva situación le llevó a uno a decir Hombre, o tal vez fue el otro que sumido en el misterio dijo primeramente Mujer. En el fragor del juego se intercambiaron la Fuerza y la Sensibilidad, la Acción y la Escucha, la Destreza y la Ternura salpicando a ambas criaturas con desigualdades virtudes. Uno quiso obsesivamente toda la Razón para sí, mientras el otro pretendía cándidamente todo el Sentimiento.

Los dos dioses idénticos no se ponían de acuerdo. Quisieron dar a sus criaturas los máximos poderes para que la balanza del juego se decantara a su favor, y a uno se le otorgó la habilidad en las técnicas de caza y su juego fue de conquista, cuando no de muerte. La otra supo instintivamente el arte de la siembra, de la cosecha, y concibió en su interior germen, latido. Esperanza de vida.

Pero la arrogancia de los dioses quiso que los enfrentaran al Hombre y a la Mujer como reflejos de sus sueños, como piezas de su lucha eterna, como anzuelos de su anhelo de diferenciación.

Y los mostraron frente a frente, desnudos, vulnerables. Uno de los dioses dijo intrascendentemente Pene, señalando la pequeña diferencia que colgaba entre las piernas y hubo sorprendentemente erección. El otro señaló los pliegues que se metían dentro del cuerpo y dijo Vagina y se produjeron humedades y sofocos. Desconcertados los dioses ante esas reacciones desconocidas frenaron el temible contacto con Distancia e Indiferencia pero éstas se convirtieron en Curiosidad e Intriga. Cuanto más control ponían más Fuego interno y más Deseo. Se vivieron el halago y la seducción, la galantería y la conquista. Cayeron en la Tentación.

Aquel cuerpo y éste aliento, esa piel y aquella alma. A los dos se les escapó el Beso. Cuatro esponjosidades lamiendose. El beso fusionó el Tiempo, el abrazo conjugó el Espacio, el coito disolvió Dentro y Fuera. Sus cuerpos giraron Arriba y Abajo.

Los ríos se volvieron silenciosos, los bosques durmieron a los pájaros, la aurora se vistió de gala. Hubo pasión y arrebato, promesas, y hechizos.

Simultáneamente Hombre y Mujer también jugaron y nombraron Caricia, Posesión, Éxtasis todavía arrobados por el encuentro. Uno dijo placer doloroso, el otro dolor placentero. Uno dijo Siempre, el otro Ahora. Uno Conquista, el otro Encuentro. También nombraron Risa y Llanto. Si, no, tal vez, cuándo, más, adónde, por qué…

¿No será el Amor un juego imperfecto de dioses que nunca quisieron ser idénticos?.

Julián Peragón