Centro: Libro Yoga Gigante

 

Centro simbólico, escuela. Junio 2017. La Plana




Centro simbólico: Martí Vilardebó

 

TODO ES

Cada objeto de este centro, igual que muchas cosas, parece no tener relación con el resto. Igual que mis actos pueden no tener relación con los tuyos o mis pensamientos, se pueda pensar, con mis acciones. De hecho esta es, desde mi punto de vista actual, una visión un poco ingenua porque todo esta interrelacionado. Esto es en definitiva lo que quiere simbolizar este centro, la relación entre todo en el universo, dónde mis pequeñas o grandes acciones, las tuyas, mis pensamientos y decisiones afectan a mi y a todo.

El sentido de la conciencia, de la responsabilidad, del compromiso son virtudes que hacen a uno más libre. Porque cuando entiendes el funcionamiento de las cosas, de cómo el universo es abundancia, de cómo siempre hay una lectura positiva en cada problema y cosa, de cómo en el silencio de nuestras moléculas está nuestra igualdad con el todo, de cómo es absurdo sufrir si no es para valorar, remontar, para darse cuenta de que incluso eso está para algo… de cómo TODO está, ha estado y estará allí para ayudarte, aunque no tengamos tiempo o suficiente conocimiento para conectar con ello… con nuestros difuntos, con nuestra alma, con nuestra energía, con nuestra esencia… De hecho, nada es nuestro, solo ES. Lo cuidas.

Escuchar el rio, los arboles, ver cómo todo es perfecto, los colores, los sonidos y su organización llamada música… Podemos sentirnos perdidos sólo si estamos ciegos. Una vez abres los ojos del corazón te das cuenta de que las respuestas te esperan delante de ti, cada momento, sólo hay que saber preguntar y escuchar… En un fósil, en una hoja, en un pájaro, en un comentario, en una casualidad, en una carta. Todo te guía.

Desde que he emprendido este camino de crecimiento personal, de yogui, después de haberme alejado de la vida estéril, de haberme quitado algunas capas y sayos, ahora, empiezo a aceptar que no hay dónde llegar, que nunca lo hubo. Ahora empiezo a entender. Nunca fui y siempre he sido, SOY. Mi naturaleza. Eso es: soy fuerza madre, perfección, una energía vital que conduce una mente y viste un corazón marchitable. Soy luz, paz, amor y vacuidad. Todo está relacionado, conectado y eso es eternidad, eso es YOGA. Claro!

Gracias Arjuna por hacerme mas visible el camino. Gracias a todos por estar visibles en él.

Om Shanti.

Martí Vilardebò

 

Simbolismo del centro (valores aprendidos):

No juicio:

Imagen preconcebida, nombre enfermedades, eres un numero

Confianza

El buda: regalo, roto, siempre ofreciendo, impasible, fuerte, valiente, concentrado, estado meditativo

No tiempo: permanencia, eternidad, 3 años de formación pasan muchas cosas

Aceptación, Cambio:

La vela: lo bueno dura poco, el sol, Las lunas, ls estaciones

El fuego: fuente que llega al rio, se consume, todo se transforma

Conexión i Responsabilidad:

El  rio: Movimiento: vida, transformación, la pureza, la naturaleza que no sabemos escuchar, ni apreciar, lleva cosas buena y cosas malas para alimentar nuestra alma, fertilidad, fuente de vida, salud i crecimiento. Todas las respuestas están allí. Regalo boda. Da frutos buenos y malos: los chakras = energía

El Sri Yantra = todo está interconnectado, Olong (cada nivel integra el anterior y lo trasciende (una molécula no se entiende desde un átomo).

Ciclo: emocional-pensamiento, físico (acción).

Sufrimiento:

Piedras: marcas, fósiles, huellas, karma, responsable de tu vida, conciencia Si hay que sufrir que sea conscientemente. Aprender a sufrir. Gracias a ello entre en Yoga

Libertad:

Talismán (feng shui): No está fuera. Proyecta

Todos  elegimos, decisiones, efecto mariposa

Cartas que te enseñan, mensaje

 




Centro: Ritual de primavera 2017

 

Ritual de primavera 2017, La Plana




Centro: Sonia Jiménez

Por Sonia Jiménez, abril 2017. La Plana




Centro: Francesc Gali

 

 

Por Francesc Gali, La Plana, marzo 2017

Voleu que vos la cante?

En aquest món tothom plora,
tothom plora dia i nit,
si no les penes passades,
les penes que han de venir.
També he plorades les mies,
mes ara ja canto i ric:
canto les glòries que espero
per los treballs que passí,
en lo camp de les espines
les flors que espero collir.
Companys meus de captiveri
no voleu cantar amb mi?
Los que plorau entre els pobres,
los que frisau entre els rics,
los que els dies del desterro
contau per los del neguit,
los passos per les caigudes,
los instants per los sospirs,
los que estau amb lo front núvol,
los que teniu lo cor trist,
voleu que jo vos la cante
la cançó del Paradís?

 

Poema del poeta i sacerdot catòlic Jacint Verdaguer del llibre Flors del Calvari. Llibre de consols (1896).

Musicat i cantat per en  Roger Mas a l’àlbum Cançons Tel·lúriques (2008)




Centro: Clara Arnedo

 

 

EN CASA, centro simbólico

Un refugio interior de aguas tranquilas y transparentes. Un lugar donde posarse, donde mirar el fondo y verlo con claridad, entender su esencia y desde ella poder crecer. Los caminos del mundo que he seguido con ese afán viajero, las montañas que hasta hoy he trepado para ver vistas lejanas, los mares que he nadando en búsqueda de profundidades abisales, han sido y son aprendizajes inolvidables. Los lugares vienen conmigo, en la mochila, sin duda pesada, en ocasiones. Aprendo a soltarla, a dejar ir apegos y nostalgias, a atar esa inquietud de trotamundos empedernida sedienta de aventuras y experiencias. Porque, al fin del sendero está mi hogar, simple y diáfano, cálido y acogedor en el que me gusta regresar, más y más, en el ceremonial silencio de sus aguas de paz. El reposo es luz, y la luz un despertar de la conciencia que genera el más profundo de los aprendizajes, para llegar al cual no es necesario cruzar océanos ni escalar montañas, porque está aquí, en casa.

El camino del Yoga ha sido, y es, un constante volver a casa, un reencuentro conmigo en el fondo del mar, un homenaje al silencio que permite redescubrirme en el ser que soy, despojado de capas superficiales y deberes cotidianos. El recorrido es tan basto como fascinante, de una complejidad que se torna reto sin fin. Y por encima brilla la luz de la trascendencia que a veces se me antoja fácil de alcanzar con la mano, aunque solo si, de nuevo, regreso a casa.

Cierro los ojos para meditar de nuevo. Siento el corazón y lo siento rebosante de agradecimiento por estos años de formación, por todo lo que he aprendido y, sobre todo, por todo lo que se que me queda por aprender en ese camino hacia mi misma que representa el yoga. Lo mejor es que el trayecto lo hago acompañada, compartiendo esa luz que en mi y en todos vosotros mitiga poco a poco las sombras que también vienen con nosotras. Gracias a todos. Om Shanti.

Por Clara Arnedo, LP febrero 2017




Centro: Elementos

Centro_Elementos

Yoga Síntesis. Noviembre 2016




Centro: Manuel Borrego

Yoga Síntesis. Manuel Borrego. Diciembre 2016




Centro simbólico: Om

 

Enero 2017




Centro simbólico: Miquel Mata

 

Perplejidad: ¿DÓNDE ESTOY, DE DÓNDE VENGO, A DÓNDE VOY?. ¿QUIEN SOY YO?.

 

EL LABERINTO DE LA DUALIDAD

Comprender, lograr la mínima expresión de lo máximo compartido

Perseverar cuando la incertidumbre aprieta

 

YOGA

Miquel Mata. Barcelona para La Bartra. 21.7.2016

 La idea de presentar el laberinto como centro simbólico la tuve al final de mi formación en YOGASÍNTESIS. Estos tres años han puesto al descubierto lo laberíntico de mi vida y también me han permitido descubrir el hilo mágico que permite recorrerlo con relativa facilidad.

De dónde vengo, a dónde voy, quién soy yo, son las preguntas clave a las que la formación me ha permitido enfrentarme, desde la cadena de errores de mi vida y desde el sufrimiento que sentí.

  1. ACERCA DEL SENTIDO DE LA VIDA

La indivisa divinidad que opera en nosotros ha soñado un Mundo resistente en el espacio y firme en el tiempo que, en su arquitectura, dejó rendijas de sinrazón que indican que este mundo es falso.

¿Existe el Mundo? y ¿todo lo demás?. Lo percibimos en forma de una realidad poblada de objetos y hechos, y también existe otro Mundo, diferente a cómo existen una mesa o uno mismo, así una bandera o un personaje literario son producto de la imaginación, de forma que existe todo, incluso lo que no existe.

El humano, confuso y atónito, nada comprende y va dando tumbos, desde el dolor al placer, de la aversión al deseo. Busca información, respuestas, soluciones o tapaderas, crea sistemas de empatía … y sigue sin comprender.

La totalidad del conocimiento con el que aprehender el Mundo, una “Biblioteca de Babel”[1] virtual e infinita, universal y encriptada, que lleva a la perdición, a la demencia, que vaticina un Mundo posthumano y la perdurabilidad de la propia biblioteca (iluminada, solitaria, inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta), los ordenadores hablarán entre ellos, preguntándose por los dioses que los crearon y debatiendo sobre su existencia en facebook.

Quizá la clave no está en comprender lo exterior, sino en comprenderse a uno mismo, en ser compasivo o, lo que es lo mismo, comprender al otro.

Vamos, sin anclajes, a la deriva. Estamos en uno, todos y en ningún lugar a la vez. Nos diluimos en la desesperanza. ¿Cómo contrarrestar el desaliento?. Abocados a vivir dentro de una cambiante red de filtros donde se diseca, descentra y fragmenta el YO. El hombre no está articulado en la realidad de manera plena sino que se halla en una perpetua búsqueda del centro de su situación en el Universo.

Se vive con una ilusión de permanencia, se lucha por grados de realización presuntamente valederos, se explora una posibilidad de comunicación y por último, de acuerdo con tales metas, comprobamos que la existencia es para nada.

Si acaso hubiera una clave que justificara el paso de cada cual por este Mundo estaría más allá de nuestro dominio porque su presencia solo puede ser admitida como artículo de fe o mera conjetura. Las palabras de San Pablo resuenan a través de lo siglos: en la vida temporal estamos condenados a ver “por espejo, en oscuridad”.

Toda afirmación, todo esfuerzo por comunicar o imponer certidumbre en los demás apenas es un intento de superar la incertidumbre propia, de ignorar o escamotear la angustia que uno mismo siente, la cual ha crecido constantemente a lo largo de la Historia en tanto se afianzaba la conciencia de secularidad y se sentía la desgarradora nostalgia por un posible vínculo entre nuestra fugacidad actual y la intuición de una permanencia.

De esta experiencia de dualidad, de alienación humana, profunda y radical, surgen cuestiones como las de cómo esclarecer si la experiencia vital se trata de un rasgo de la condición humana fruto de los instrumentos que emplea para conectarse con la realidad, o si se trata de un fenómeno específico de las condiciones en las que nos hallamos sumidos ahora. Hay opiniones para los dos gustos:

  • Unos creen que la alienación es, de siempre, inevitable, porque emana de una toma de conciencia del desajuste entre las herramientas cognitivas de las que disponemos y los hechos concretos que debemos afrontar con ellas. Para ellos, el misterioso poder que crea el Mundo acaso sepa que la realidad se sustenta en una concepción unitaria del mismo, pero cada uno de nosotros, que sólo tiene acceso a un caos de datos dispersos, está condenado a una a visión contradictoria y fragmentada de la realidad.
  • Otros, que ven al Universo ininteligible, múltiple y desordenado, sin embargo le encuentran armonías y bellezas que es necesario suponer concebidas por una divinidad, para la que el hombre no es más que un producto de un demiurgo, de una deidad corrompida que ha perdido el don de transmitir a sus criaturas la fuerza integradora, o del azar.

Así, el hombre kafkiano o la Alicia de Lewis Carrol acaban por rendirse a la alienación y aceptan resignadamente la imposibilidad de conocer las causas y motivos que les impiden integrarse en mundos distintos de aquellos de los que proceden y, sin embargo, el hombre borgiano si bien es consciente de que tal camino está cerrado siempre encuentra atajos con los prodigios de que es capaz la mente, las taumaturgias del pensamiento, tan ilusorias como fascinantes.

Así lo vemos, también, en los dos árboles más emblemáticos que tenemos los humanos guardados en nuestra memoria colectiva: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal: dos famosísimos troncos, dos posibilidades desde las que poder crear nuestra realidad y expandir nuestra conciencia. Cada uno invita a comer sus frutos y a seguir la senda que pasa por su lado.

El árbol de la ciencia del bien y del mal, el árbol de la confusa y desorientadora dualidad, cuyo fruto germinó nuestra artificiosa y vanidosa civilización, que todavía irradia parte de su mítico esplendor mientras agoniza enfermo rodeado de miseria y con sus frutos ya putrefactos, está en peligro de extinción.

El árbol de la vida, con su esbeltez y su sencillez natural, contiene la fuerza vital que sostiene a todo lo creado, curando las dolencias del cuerpo y del espíritu. Bajo su cobijo se abre la conciencia para conectarnos con el conocimiento más elevado y sagrado, haciendo el presente real. Ante su presencia los poros de la piel y los pulmones se abren para sentir su fuerza vital. Con sólo invocarlo se puede obtener respuesta, siendo solución ante cualquier duda, porque en su entorno se manifiestan las infinitas posibilidades de la creatividad. Bajo él te sientes generosamente acogido y protegido por el padre cielo y por la madre tierra, integrando el concepto de unidad existente entre creador y creación, abriendo la conciencia individual a los cielos infinitos de los supraconsciente. Su vigorosa sabia está movida por la misma energía que hace soplar los vientos o que mece las aguas de los océanos, que hace saltar la alarma de los cráteres o que brillen, sobre el firmamento nocturno, las incontables estrellas. El mismo árbol bajo cuyas ramas el noble Buda pudo alcanzar la iluminación, para enseñar el camino de la liberación de la conciencia, el árbol bajo el que se reunieron durante siglos los druidas y los chamanes, guardianes de los secretos que conectan el sueño de la Tierra con la danza de las estrellas. El árbol desde donde se abren las puertas interdimensionales, para navegar libres por el espacio y por el tiempo; el mismo bajo el que Pitágoras y los suyos escuchaban hace ya tiempo la música de las esferas; el árbol que prefirió Beethoven y que tocó con la gracia la inspiración a tantos poetas y artistas de todas las épocas. El mismo árbol que nos alimenta con sus frutos y que purifica el aire y en el que anida toda clase de pájaros.

 

Es mágico sí, el árbol de la vida, meditando a su amparo se nos abre la conciencia para entender cómo se relacionan lo visible y lo invisible, el espíritu y la materia. Y cuando cae la noche, se diría que de sus ramas venden estrellas y también sueña largo fundiéndose con la ilusión creadora y materializad hora de la conciencia. Sueña desde la oscuridad y el silencio en el que hunde sus raíces, se funde con la creatividad divina y se vuelve viento y fluye con los ríos y con las mareas, y se convierte en pájaro o en Luna, o se vuelve mujer y madre tierra, para girar y girar, en la danza cósmica, que mueve y a su vez es movida, por los engranajes de todos los posibles tiempos infinitos, con el resto de los planetas, con todo el Universo. Se sueña asimismo el árbol de la vida, y te sueña y se ensueña en tí, y en todo lo creado, en todo lo que la luz del alba desvela al nuevo día para que tus ojos miren, y sobre todo vean, aun mucho más allá de la apariencia.

 

Cuando cuidamos el crecimiento de un árbol, llegado el momento da flores, produciendo luego su culminación natural, el fruto. De igual modo, la práctica del yoga ha de culminar con la fragancia espiritual de la libertad, equilibrio, paz y beatitud. Así B.K.S. Iyengar nos lo enseña[2]

 

La simbología ayuda a encontrar el hilo que nos puede guiar por el laberinto que la dualidad ha construido en nuestras vidas. Así el hilo de Ariadna que, como los fenómenos que acontecen en la contemporaneidad, se encuentra a la vez fijo y en tránsito, lo que se refleja en la mixtura y estabilidad física de la red social, representado por el siempre inacabado tapiz de Penélope.

 

Al laberinto se llega por la senda de la dualidad, a través del conflicto entre el bien y el mal, con el sufrimiento. La mente más primaria es instintiva, en ella no se han depurado las emociones, se pierde en ese juego de proyecciones y de reflejos, de espejos y de espejismos con los que se gesta, y se acaba materializando, la confusión, la desorientación, el dédalo como patrón de conducta.

 

La senda de la dualidad está trazada sobre una proyección de tiempo lineal, al contrario que la senda del árbol de la vida que aporta su pleno sentido, estando sencillamente conscientes en el presente por ser éste, gracias y a pesar de todas sus infinitas relatividades, el único y auténtico tiempo real que rige el Universo, el que nos conecta verdaderamente con lo supraconsciente, donde la dualidad de la mente queda completamente anulada y trascendida.

 

El laberinto permite enfrentarnos, de una vez por todas, con el saboteador de nuestra propia felicidad, con el infame monstruo que mantiene sometida y atemorizada a la gran ciudad de la civilización, al entrenador del miedo.

 

En cualquier caso, para ambos gustos, el Mundo se presenta como un laberinto, del que sospechan un propósito subyacente, pero cuyo sentido, su dirección, se les escapa, si bien con humildad aceptan y comprenden que la vida, la realidad, no gira a nuestro alrededor como nos muestra el laberinto al zarandearnos en su travesía, que no hay ninguna certeza de que en cualquier vuelco del camino espere la muerte.

Tan complejo, ininteligible y desincriptable es el laberinto como el Mundo en el que nos movemos, tan enrevesado es el Mundo como la mente que lo recrea. Atravesar el laberinto es transcurrir los vericuetos de la mente, los circunloquios de nuestro propio discurso, las estrategias de nuestro carácter.

 

La construcción del laberinto es fruto de la ilusión, de la mente, a diferencia de la verdad que es el fruto de un corazón que se abre y fluye.

 

 

 

 

  1. ARIADNA, TESEO, EL MINOTAURO, DIONISOS Y PENÉLOPE.

 

El trabajo que presento ha partido de la mitología, como parte de las raíces con las que la humanidad aprehendió el Mundo y con el que, todavía hoy, indaga acerca del sentido de la vida.

 

La mitología es uno de los referentes simbólicos más importantes de las edades de la humanidad, porque el mito al encerrar una cosmovisión y sintetizar nuestros modos de percibir el mundo, siempre nos dice algo profundo y enigmático sobre nosotros mismos. Por ello nos fascina tanto. En él confluyen lo evidente y lo oculto, y en su núcleo alternan lo racional, lo bello y lo monstruoso, la comedia y la tragedia, el bien y el mal, … en una síntesis que nos resulta fascinante y repulsiva y, todo esto, no deja de seducirnos. El mito encierra un enigma, es un fragmento de realidad velada, contiene retazos de verdad que pueden intuirse pero que nunca acaban de aprehenderse por completo. El relato mítico traduce sueños, fantasmas, deseos y miedos ancestrales que forman parte de nuestra esencia humana, ahí reside la clave de su sentido y su valor.

 

Ariadna vive en Creta, junto al laberinto del minotauro Asterión, mitad hombre mitad toro, fruto de la cópula entre su madre Pasífae y un toro blanco enviado por Poseidón (Dédalo construye la vaca de madera en la que se esconde Pasífae para poder copular con el toro). El minotauro es encerrado en un laberinto especialmente diseñado por Dédalo[3]. El minotauro es el gran incomprendido, castigado por una falta de la que es inocente, a la vez sagrado y maldito. Su mayor delito es haber nacido.

 

En la Creta mítica conviven el espacio ordenado según la ley del rey Minos (padre de Ariadna) y el espacio desordenado representado por el laberinto, al margen de la norma.

 

La mitología relata como Androgeo, hermano de Ariadna, acudió a competir en los juegos panatenaicos y venció a todos los atenienses que, enfurecidos por la victoria del extranjero, lo asesinan. Para vengar la muerte de su hijo, Minos declaró la guerra a Atenas y la ganó, imponiendo como tributo que cada año los perdedores enviaran a Creta catorce jóvenes atenienses (siete hombres y siete mujeres) que serían entregados en sacrificio al minotauro. Durante muchos años, hombres y mujeres eran reclutados a la fuerza e introducidos en el laberinto cretense como alimento del monstruo

 

Al tiempo al príncipe Teseo, hijo del rey ateniense Egeo, fue a Creta con el propósito de matar a Asterión y acabar con el sacrificio impuesto a su pueblo.

 

En cuanto ve a Teseo Ariadna se enamora y decide ayudarle a matar al minotauro. Dédalo explicó a Ariadna cómo entrar y salir del laberinto y le había entregado un ovillo mágico que permitía transitar por su interior sin perderse. Como prueba de su amor por Teseo, Ariadna le entrega tan valiosísimo regalo, pues el famoso ovillo se acompaña de la transmisión de un saber sobre los recodos del laberinto. Ariadna comparte su conocimiento con Teseo y permite que el héroe obtenga la gloria y venza al minotauro sirviéndose de los saberes y estrategias de los que ella es depositaria.

 

El hilo de Ariadna deviene así cordón umbilical e hilo de la vida que conduce hacia el monstruo, y que se arriesga sin cesar a ser cortado por Ariadna en el momento del reencuentro. Ella maneja el hilo y conoce todos sus secretos, pero todavía no se atreve a utilizar ese conocimiento para su propio beneficio y le cede su ovillo mágico a Teseo, que queda así vinculado a la princesa a través del hilo que los conecta a ambos.

 

Teseo había prometido a Ariadna que, si lograabrir vencer al monstruo, la llevaría a Atenas y se casaría con ella. Ilusionada ante esta perspectiva, la princesa entrega a Teseo un extremo del ovillo mágico y ella se queda a la entrada del laberinto sujetando el otro extremo; él se interna en el laberinto, mata al minotauro y sale para reencontrarse con la joven.

 

El minotauro reaparece con un nuevo sentido que ya no está ligado a la maldad ni la monstruosidad, sino que surge como un ámbito de posibilidad de explorar los límites de la humanidad y la animalidad. El minotauro funciona como una metáfora de las profundidades de la psique, la parte sombría de sí con la que cada individuo debe reconciliarse, y en ese sentido llegar hasta el centro del laberinto y enfrentarse al minotauro representa el esfuerzo que cada individuo debe hacer para encarar sus propias contradicciones, para aceptar todo lo «no bello» que cada cual encierra dentro de sí.

 

Desde el punto de vista masculino una de las razones por las que gusta el cuento de Teseo y el minotauro es porque Teseo escapa del peligro matando a la bestia y escapando del laberinto, con la ayuda, por supuesto, de una hermosa princesa. Ariadna no es sujeto de su propia historia sino que funciona como recompensa, es el premio que espera al héroe al final del camino, una vez que este haya vencido al monstruo. Sin embargo ese premio tiene su reverso, y acaba por convertirse en una carga excesivamente pesada que Teseo quiere dejar atrás, por lo que abandona a Ariadna en su huida a Naxos.

 

Pero la huida de Teseo es susceptible de una lectura alternativa en clave positiva, ya que introduce un punto de inflexión en la historia de Ariadna y abre para ella un camino de empoderamiento en el que, liberada del orden patriarcal representado por Minos y Teseo, toma conciencia de sus capacidades y conocimientos y empieza a utilizar los recursos a su alcance para desarrollar su propio proyecto. Sin Teseo, Ariadna se atreve por primera vez a usar el hilo para recorrer ella misma el laberinto y enfrentarse a todos sus monstruos, y esa audacia de Ariadna es la que apoya una lectura de esta figura mitológica como un referente de empoderamiento femenino.

 

Después de su abandono por Teseo, hay varias versiones sobre lo que le sucedió a Ariadna. Una de las interpretaciones cuenta que Dionisos, enamorado de Ariadna, acude a su encuentro y se casa con ella, pero Artemisa, celosa de la joven cretense, la mata, y en recuerdo de ella Zeus pone su corona en el cielo.

 

Lo dionisíaco se asocia a que las profundidades de la realidad se han abierto, las formas elementales de todo lo que es creativo, de todo lo que es destructivo, han aflorado, pues esta deidad ambivalente conecta lo elevado y lo subterráneo, lo visible y lo invisible, lo expresado y lo silenciado. Se borran las fronteras entre lo divino y lo humano y Dionisos arrastra al ser humano al universo del devenir, de lo sensible, de la multiplicidad, para hacerle traspasar sus propias fronteras y entrar en la esfera de lo inefable, lo permanente, lo uno, el eterno retorno. Este dios es el que reúne y conecta, lleva a cabo la síntesis de lo heterogéneo. Es alteridad, en él se dan lo uno y lo múltiple porque para este dios todo son máscaras, la identidad no es unívoca sino laberíntica, y en el espejo iniciático que Dionisos porta nuestro reflejo se perfila como una figura extraña, una máscara que, frente a nosotros, nos mira. Dionisos nos empuja a tomar conciencia de la multiplicidad que nos constituye y a jugar con todas nuestras máscaras, lo que equivale también a recorrer todos los caminos de nuestro laberinto. La conexión simbólica entre Ariadna y Dionisos se hace así evidente, ya que el espejo y el laberinto aluden a nuestra realidad más profunda, a nuestra existencia que se manifiesta como una síntesis de elementos diversos: todos los reflejos que el espejo nos devuelve, o todas las rutas que podemos hacer por el laberinto.

 

La temporalidad de Dionisos está ligada al destino preestablecido y al transitar infinitas veces por el laberinto de lo incierto, lo monstruoso, lo desconocido, lo inconsciente y lo aterrador… Dionisos y Ariadna nos instan a adentrarnos en el caos de lo que somos, a recorrer nuestro propio laberinto siguiendo itinerarios no prefijados. Y el hilo de Ariadna, profunda conocedora de ese espacio y hermanastra del monstruo que lo habita, nos guiará para que siempre podamos entrar y salir de él.

 

Ariadna comienza a tomar conciencia de la multiplicidad que la constituye a partir de su encuentro con Dionisos, y esto le permite iniciar un camino de exploración y autoconocimiento que puede interpretarse como una forma de empoderamiento. Ariadna asume que el ovillo mágico le pertenece y lleva a cabo una reapropiación del hilo que le va a permitir tejer su propia existencia.

 

Es fundamental saber qué se sabe, y Ariadna comienza a ejercer su poder cuando descubre el verdadero valor de su conocimiento del laberinto y lo usa en su propio provecho, poniendo en práctica una actitud audaz que la lleva a entrar hasta el fondo del mismo en lugar de conformarse con esperar a Teseo junto a la entrada. En este segundo momento del mito, Ariadna logra sustraerse al poder patriarcal –cuando Ariadna está sola en una isla, Naxos, lejos de su familia y fuera del influjo de la ley del padre– y se aventura a enfrentarse con lo desconocido, a gestionar la alteridad representada por el minotauro, mitad hombre y mitad animal, hermanastro de la princesa, y que por tanto está estrechamente emparentado con ella… que forma parte del núcleo de su ser. Ariadna empodera cuando se enfrenta a la alteridad que el laberinto y su monstruo representan, aun sabiendo que es probable que no le guste lo que va a encontrar en el centro del laberinto. Se atreve a saber, porque intuye que el conocimiento de las profundidades del laberinto le dará poder sobre sí misma.

 

El laberinto es el espacio de lo desconocido, de lo oculto, de la alteridad más radical que permanece latente en el interior de cada individuo. Y, sin embargo, la exploración asidua de los territorios fronterizos significa la posibilidad de una inscripción. Ariadna nos enseña que lo monstruoso está dentro de cada individuo independientemente de su sexo, y que en lugar de negar esa dimensión constitutiva resulta más adecuado recorrer el camino que conduce hacia el centro del laberinto donde todos los senderos se entrecruzan y enmarañan, y donde las distinciones entre masculino y femenino, ser humano y animal, naturaleza y cultura, no son tan tajantes como el canon dominante ha querido hacernos creer. Ariadna despliega así un modelo de subjetividad nómada basado en el trazado de múltiples itinerarios a través de los planos de devenir que intersectan en cada existencia concreta, y que están simbolizados por la idea del laberinto.

 

Dionisos no teme a las ataduras que la relación con Ariadna implica, se compromete con ella precisamente porque se siente atraído por su hilo y porque desea conocer, de la mano de Ariadna, el laberinto y sus secretos. En relación con lo femenino, Dionisos es el amante de mujeres que tienen el centro en sí mismas, que no están definidas por sus relaciones con hombres concretos sino que transitan por sus propios laberintos en busca de su identidad. El amor de Dionisos da a Ariadna el papel de mujer consciente: le ofrece vino y la invita a explorar sus propios límites, a salir fuera de sí. Desde esta lectura Ariadna incardina la duplicidad del eros conyugal de la mujer consciente, es amante y consorte de Dionisos y se sitúa en un plano de igualdad y reciprocidad con respecto a él. En esa unión hay un intercambio mutuo, él toma el hilo que ella le tiende y llega hasta el centro del laberinto y ella, que creía conocer el laberinto, se interna otra vez en él con una nueva mirada, propiciada por la conexión entre distintos mundos que Dionisos le muestra y comparte con ella. A partir de su relación con el dios Ariadna asume un poder y una trascendencia completamente nuevos, supera el dolor provocado por la traición de Teseo y pasa a ser la mujer que ama y es amada en igual medida, que es aceptada por el esposo en toda su complejidad porque Dionisos está dispuesto a asumir y acoger todos los laberintos que ella encierra. En este sentido, la unión de Ariadna y Dionisos simboliza la madurez del compromiso y la reciprocidad de la relación de pareja.

 

Ni Dionisos teme al laberinto, ni Ariadna siente miedo ante la ruptura del orden establecido representado por el dios, pues sabe que adentrándose en la senda que él le indica podrá llegar a conocer aspectos insólitos del laberinto. Ariadna nos recuerda que el conocimiento profundo de las cosas siempre implica una cierta audacia, pues requiere ir más allá de lo establecido. Acontece así que, junto a Dionisos, Ariadna ya no es el ánima que aguarda fuera del laberinto mientras otro entra. Ella significa alma en el sentido de lo que se encuentra en el centro del laberinto.

 

El laberinto simboliza a la propia Ariadna y es a ella a quien encontramos en su núcleo, porque el centro del laberinto es el punto de llegada del recorrido que Ariadna –y que cada mujer– ha de emprender para llegar a conocerse a sí misma y para construir y desplegar su identidad. Ese punto de llegada se convierte a su vez en punto de partida, porque los recorridos posibles por un laberinto son infinitos y porque en el centro del laberinto llegamos al punto donde uno vuelve al comienzo.

 

Desde esta perspectiva, el acto de enroscar y desenroscar el ovillo de Ariadna emula el proceso acumulativo y dinámico del autoconocimiento, que surge a partir de los distintos itinerarios que vamos trazando en el interior de nuestro laberinto, descubriendo cosas nuevas y ensartando cada aprendizaje en el hilo de la vida. El poder de Ariadna reside en su hilo mágico, que se constituye en asidero y punto de anclaje móvil que le permite transitar por todos los mundos, entrar en todos los laberintos y vencer a todos los monstruos, metáfora de todos los miedos. Ariadna comienza a empoderarse a partir del momento en que comprende el verdadero alcance de las propiedades mágicas de su ovillo y las utiliza para sí, para internarse en su laberinto, descifrarlo y darle sentido, deconstruyéndose y reconstruyéndose una y otra vez.

 

El hilo de Ariadna nos indica el camino hacia nuestro interior y nos alienta a buscar en él la fortaleza necesaria para superar las adversidades que la existencia nos plantea. Ariadna nos recuerda que el autoconocimiento y la confianza en las propias capacidades son dos elementos fundamentales para el empoderamiento.

 

Condenados a vagar toda la vida, el hilo de Ariadna, el yoga, ofrece la posibilidad de entrar y salir del laberinto, y a enfrentarse con el Minotauro, a discreción.

 

 

  1. LA EXPERIENCIA DEL LABERINTO

 

El ritual de recorrer con los ojos cerrados y los pies descalzos un laberinto (tan antiguo e impredecible como el hombre mismo) está lleno de simbolismo, de significado, es toda una experiencia. Con el toque místico de un tambor y otros instrumentos musicales, para poner una intención en el camino, una semilla en su tránsito, el laberinto se revela como una metáfora de la realidad, de la vida, que nos permite sentirla, sentir su energía al meditar acerca de lo que cargamos y de lo que quisiéramos depositar en el inframundo que es el centro, para así salir renovados.

 

Al ego la tarea le parece fácil y divertida, sin imaginar los posibles trompazos que se dará. Aquietamos la mente y creamos nuestra intención para iniciar el recorrido.

 

El laberinto es un «mándala cosmológico», un circuito con más o menos vueltas y un solo camino. Una forma hermosa, complicada e ingeniosamente diseñada, que se basa en la geometría sagrada y cuyo recorrido proporciona equilibrio y serenidad. Cuando los antiguos construían laberintos, ilustraban una representación de la tierra, a través del cuadrado engarzado en un círculo, símbolo del cielo, para recorrerlos. Tierra y cielo, cuerpo y alma, materia y espíritu conforman la totalidad a transitar en la vida. Así, al iniciado se le facilitaba rememorar, en su deambular, la totalidad perdida.

 

El laberinto clásico de un solo trazo marca claramente un camino de entrada y otro de salida, alrededor de un centro. El camino marca un límite para guiarse y nos conduce siempre al centro, un lugar para meditar, soltar lo que no deseamos y recibir las bendiciones del silencio del Universo.

 

Sin otra guía que las sensaciones, especialmente en los pies, iniciamos el recorrido. Nos acompañan el aroma del incienso y el sonido de los instrumentos que resuenan en el vientre y conmueven el alma.

 

La experiencia de recorrer un laberinto es preciosa salvo por la sensación de estar completamente perdido. Al poco tiempo sientes ansiedad, te dominas y continúas con pasos firmes, como ordena ortodoxia del ritual. Después de un buen rato en que la mente se convence de ir por buen camino, el maestro te detiene del brazo y te dice al oído: «abre los ojos». El impacto de comprobar que estabas a punto de caer por una escalinata de piedra de casi treinta peldaños, te deja sin aire. Con el corazón acelerado intentas retomar el camino, fiel a la instrucción de mantener los “ojos abiertos”. Al rato escuchas de nuevo la voz del maestro: «vas al revés». Empiezas a desesperarte. El sentido de la orientación no es el más desarrollado, menos aún cuando se trata de un laberinto diseñado para engañar al ego.

 

Y basta intentar saltarte un tramo o desesperarse para caer prisionero. Perdido en el laberinto, hasta que el maestro se compadece, te toma del brazo y te conduce al centro.

 

La frustración y la sensación de fracaso noquea al ego. Una lección difícil de asimilar.

 

El laberinto se convierte en un espejo que refleja algo que necesitamos ver y trabajar para el crecimiento personal. Asombra como el regreso con los ojos abiertos parece más largo y complicado. Reintentar el recorrido del laberinto a solas permite reflexionar sobre las lecciones que uno tiene que aprender: paciencia y humildad.

 

Al entrar al laberinto, el camino parece fácil. Uno de sus primeros brazos parece acercarnos al centro esperado, y ¡zas! de golpe nos encarcela o nos expulsa a la periferia. Igual en la meditación, en la que nos encontramos con las primeras experiencias extraordinarias, de calma profunda, sintiendo que esa iluminación deseada está ahí mismo, a la vuelta de la esquina. Sin embargo, el laberinto es tan complejo como el mundo, y nuestra Mente tan enrevesada como cualquiera de las obras de Dédalo. Y la entrada al centro está custodiada por el monstruo que percibe erróneamente la realidad, causa de las aflicciones humanas.

 

Cuando logramos entrar en un laberinto pisamos una imagen de la totalidad. Cada día vemos como el sol se alza en los cielos tocando las cuatro esquinas de la tierra. Al pisar el laberinto con nuestros pies descalzos y nuestra cabeza descubierta estamos completando esa totalidad, el ser humano es el mediador entre el cielo y la tierra, entre el espíritu y el cuerpo.

 

Será por tanto nuestro empeño y nuestra lucidez, al recorrerlo, la que reintegre de nuevo la ilusoria separación. Creíamos que todo giraba alrededor de nosotros, desde esa realidad inmadura que nos hacía creernos muy importantes. El laberinto (en forma simbólica) y la meditación (en forma de experiencia) nos demuestran más tarde cuán equivocados estábamos. El laberinto nos zarandea de un lado a otro, y la meditación nos cuestiona: ¿cómo es posible que tenga tan poco control sobre mis emociones y sobre mis pensamientos?. Al recorrer el laberinto estamos deshaciendo nuestro propio embrollo interno, estamos formulando una pregunta esencial, que sabemos que tendrá su significado en el mismo centro. La resolución del laberinto se encuentra en el centro, allí donde el monstruo dormita, tras perder su ferocidad, su ira. Cuando hemos sido capaces de mirar frente a frente al Minotauro nos damos cuenta de que el engendro es nuestra sombra, nuestra parte negada, la carencia de amor inconfesada, defendida por la espada y presta a la guerra cruenta. Abrazar al monstruo es reconocer que somos luz pero también sombra, incorporar la sombra es la única manera de profundizar en lo que somos. Siguiendo el mito dedo Ariadna, si queremos deshacer lo laberíntico de los pasadizos que nos remiten a la mentira, a nuestro propio autoengaño, tendremos que matar al Minotauro, a nuestra boca que alimenta la avidez de la bestia a través de la mentira, aniquilarla con la verdad. No olvidemos que es el amor de Ariadna lo que permite (entregándole un hilo mágico) al héroe atravesar la mentira sin perderse.

 

En la meditación también atravesamos el laberinto de nuestra ilusión. Podemos seguir alimentando al monstruo con excusas, medias verdades o justificaciones, o bien sacar la espada de la discriminación y, aunque duela, cortar con una vida inventada. En el laberinto uno se pierde para luego encontrarse. Los brazos del laberinto nos acercan al hipotético centro haciéndonos creer que el camino es fácil, para enseguida encarcelar nos o despedirnos a la periferia donde reconocemos nuestro límite y con él nuestra humildad. Las galerías del laberinto gótico nos hablan de imperfección, pues entramos en el laberinto imperfectos. Es el orgullo del ego el que avanza en los pasillos del laberinto donde está encerrado su constructor, Dédalo, que simboliza la imaginación perversa. La rutina de los pasillos del laberinto nos invita a una seria reflexión acerca de la pregunta fundamental. Cuando ya hemos perdido la ansiedad de la meta, inesperadamente aparece el centro. La respuesta se desvela por sí sola, dando vueltas sobre el propio eje se resuelve el enigma. En el centro, la serenidad da pie al reconocimiento del alma. El camino de entrada es un camino de muerte, aparece el miedo, la incertidumbre, el desasosiego. En sus múltiples meandros uno teme ser devorado por la ilógica del camino, por la complejidad del vientre del Dédalo.

 

Para no quedar apresado en sus garras nuestro corazón tiene que dejar la doblez y nuestra ética tiene que fortalecerse. Tendrá que ser Teseo quien combata al monstruo con su espada y su coraje. El camino de entrada es un camino heroico, de confrontar la mentira desde nuestra nobleza, vencer la traición con nuestra sinceridad.

 

Atrapados en el laberinto no es posible ir hacia atrás, el ego tiene que dejar la piel de la compulsión, tiene que abandonar su codicia y su aversión, tiene que cambiar la piel de la ignorancia. El laberinto es una espiral que nos lleva de lo superficial a lo esencial, de lo literal a lo profundo en una concentración progresiva. Dejaremos caer las armaduras y los ropajes, las defensas y las culpabilizaciones, hasta quedarnos desnudos.

 

Si el camino de entrada es un camino de muerte, el camino de salida es un camino de vida, de renovación. Muere el ego y renace el espíritu. Se disuelve el pecado y aparece la virtud. Para entrar habíamos necesitado la espada de la valentía, para salir necesitamos el ovillo de Ariadna, un verdadero gesto de amor. Faltaba el amor para disolver la mentira. Los dos caminos son necesarios, la construcción de una firme voluntad tiene que dejar paso a la disolución, el abandono y la gracia.

 

Hay que desandar el laberinto, volver sobre lo vivido para encontrar el hilo que le da sentido a las circunstancias. Recapitular sobre la experiencia para sacarle un jugo de sabiduría.

 

El tan complejo, ininteligible, indiscriptable es el laberinto como el mundo en el que nos movemos, tan enrevesado es el mundo como la mente que lo recrea. Atravesar el laberinto es atravesar los vericuetos de la mente, los circunloquios de nuestro discurso, las estrategias de nuestro carácter. La construcción del laberinto es fruto de la mentira, de la ilusión, a diferencia de la verdad que es un camino recto. Tal vez por eso en los vericuetos del laberinto suenan los rumores, las opiniones no contrastadas, las supersticiones, las difamaciones. Podemos con la palabra alimentar al monstruo del engaño o volverlo loco con la verdad.

 

El laberinto nos enseña que llegar al centro requiere un esfuerzo de la misma manera que encarnar nuestros sueños o darle consistencia a nuestros proyectos es difícil. Nos recuerda en el serpenteo impredecible de su intestino en el que todo cambia, que la vida es impermanencia. Y señala, en esa totalidad que representa, que somos apenas un pequeño eslabón dentro de una cadena infinita.

Ni la alegría, el dolor o el perdón existen fuera de nuestros propios corazones.

 

Decidir entrar en las profundidades del ser interior es ir a buscar la llave que abre las puertas del alma al ser.

 

No es necesario resolver todo cuanto tenemos pendiente, puesto que es inviable. Pero quien conoce o intuye la fuerza que emerge de la verdad interior (el contacto con el yo profundo o inconsciente) es capaz de decidir resolver aquello que mas necesita a cada momento, buscando los soportes necesarios.

 

Nuestro cuerpo busca la vida, tanto como nuestra alma busca el camino para expresar el Ser.

 

Fantástica y maravillosa existencia, misteriosa e inabarcable, terrenal y etérica, plena de consciencia e inconsciencia, conocimiento e ignorancias, certezas e incertidumbres, luz y oscuridad.

 

Y así, si el hilo de Ariadna no puede proveer guía alguna dentro de tan complejo laberinto su magia si puede enlazarnos a la red de redes para orientarnos en una superficie reglada, facilitando su mirada y, en la encrucijada, la elección de un camino entre diversas posibilidades.

 

El telar de Penélope simboliza la ubicación de las fibras en el complejo tapiz, porque entrelaza hebras, proveyendo de perspectivas, combinando vecindades. Un sistema de coordenadas para precisar la topografía de los tejidos que en él se bordan. Urdir, relacionar y sintetizar re orienta en lo desconexo, sin universales, propenso a una admirativa contemplación de lo particular.

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Ariadna, etimológicamente «la de gran pureza», alude al alma que se va purificando a medida que desenrosca el hilo dorado que sirve de guía por el interior del laberinto, en el camino hacia el conocimiento, con el despliegue de una actitud audaz que hace posible la entrada en un nuevo ámbito cuyos caminos no están prefijados sino que se van eligiendo sobre la marcha, en una búsqueda constante de la ruta para llegar al centro del laberinto, que es también el centro de sí misma. De la misma manera que el yoga.

 

 

 

  1. EL YOGA COMO HILO MÁGICO DEL LABERINTO DE LA DUALIDAD.

Lo que en la Grecia clásica fue un mito, en la India de centenares de años antes era ya una realidad, porque el hilo mágico lo supieron identificar con el Yoga, porque al detener los pensamientos de la mente agitada del humano aporta bienestar al cuerpo, mente y alma, diluyendo el laberinto.

 

Sólo alcanzando el centro del laberinto podemos alcanzar la sede infinita del alma, la fuente de donde surgen cuerpo, mente, inteligencia y consciencia, vivir con una mente fresca y sin los perjuicios que nos hacen sufrir.

 

Las vías hasta el alma, hacia la verdadera fuente de su existencia: el atman o alma, esencia de nuestro ser, constituyen el genuino laberinto, van mostrando los medios de experimentar la esencia oculta de nuestro ser y de dirigir la mente (atrapada en la redes de los placeres del mundo).

 

El yoga se erige como un hilo mágico hacia el descanso en el alma por medio del cultivo del cuerpo y los sentidos, el refinamiento de la mente, la civilización de la inteligencia.

 

El cuerpo es perezoso, la mente vibrante y el alma luminosa. El yoga desarrolla el cuerpo hasta el nivel vibrante de la mente para que así cuerpo y mente se vean atraídos hacia la luz del alma.

 

Filósofos, santos y sabios nos indican las varias sendas por las que podemos alcanzar el objetivo último, la visión del alma. Comprendidas en el yoga son: la ciencia de la mente, raja yoga, la de la inteligencia, Jñana yoga, la del deber, karma yoga, y la de la voluntad, hahta yoga.

 

Practicar yoga, desovillar su hilo mágico, uniendo cuerpo y mente, mente e inteligencia, cuerpo, mente e inteligencia nos lleva al centro del laberinto, y nos devuelve a lo profundo de la vida.

 

Los 8 grandes pasos de Ashtanga forman una red al igual que el hilo de Ariadna en el tapiz de Penélope.

 

Ariadna no se conforma con esperar a Teseo junto a la entrada del laberinto sino que lo penetra hasta su centro y se atreve a enfrentarse al monstruo. Una Ariadna empoderada cuyo deseo de conocer lo que está oculto la lleva a superar el miedo a lo desconocido y a abrir caminos sin explorar, como desarrollo y libre despliegue de sus capacidades, habilidades y proyectos vitales, estrechamente relacionado con el aumento de la fortaleza espiritual, política, social o económica. Ariadna no es un memorial de agravios (el tópico de la joven engañada y abandonada por Teseo, castigada por una celosa Artemisa, sometida a los caprichos de Dionisos… es decir, un personaje a merced de las circunstancias que le vienen impuestas desde fuera).

 

El hilo de Ariadna, el yoga, conduce, reflexivamente, por un recorrido en el que hilar y tejer son metáforas del devenir del tiempo, de sus efectos en el cuerpo, mente y espíritu, del desarrollo de acontecimientos, del entorno social, cultural, familiar, …. El largo ovillo mágico, el yoga, permite encontrar el camino para entrar y salir del laberinto, y la corona de Ariadna, la meditación, da luz a todos sus posibles recorridos.

 

 

  1. MI CENTRO SIMBÓLICO

 

El centro simbólico que presento es el resultado de la colaboración de personas importantes, amarres, en mi vida. A ellos les pedí prepararan una pieza para, una vez terminadas, unirlas todas, en un móvil. A pesar de que la idea principal con la que tenían que trabajar, la del laberinto, sugiere conceptos filosóficos y vitales, lo cierto es que el denominador común de cada una de las piezas que podéis ver ha sido su formato, pues su sentido no ha sido más que el cariño que me profesan dado el esfuerzo que les ha supuesto.

 

Sus formas, claramente observables, me lleva a determinadas teorías sobre la forma que indican que, a partir del hecho de que estamos rodeados por una gran profusión de formas (pues todos los objetos que existen tienen una forma, de hecho ese es precisamente uno de los parámetros que los definen como tales), es fácil comprobar que algunas de esas formas son más frecuentes que otras. Estas formas son las que con más facilidad podemos encontrarnos y no es casualidad, porque todas ellas están relacionadas con funciones muy concretas, tanto cuando aparecen en objetos vivos, como en objetos inertes o incluso en los diseñados por el hombre. Las formas geométricas que más abundan y que están relacionadas con otras tantas funciones también bien diferenciadas, son ocho (como los ocho pasos de ashtanga): esfera –la más frecuente en la naturaleza-, hexágono, espiral, hélice, ángulo, onda, parábola y fractal, sirven para proteger, pavimentar, empaquetar, agarrar, penetrar, desplazar, concentrar e intimar, respectivamente.

 

¿Qué tienen en común un planeta, un huevo de pez y la punta de un bolígrafo?. Pues que resulta que a nuestro alrededor, un número enorme de objetos parece compartir un reducidísimo número de formas: aunque no tenía por qué ser así, lo cierto es que la naturaleza exhibe ritmo y armonía. Además, aunque tampoco tenía por qué ser así, la naturaleza parece inteligible. ¿Por qué ciertas formas son especialmente frecuentes? ¿Por qué justamente éstas y no otras? ¿Cómo emergen? ¿Cómo perseveran? La respuesta se encuentra al enfrentar la complejidad con la incertidumbre. A partir de ahí se desgranan, bien trabados, el resto de los conceptos: anticipación, movilidad, tecnología, independencia y, sobre todo, las tres grandes selecciones (fundamental, natural y cultural).

 

Lo inerte resiste la incertidumbre de su entorno para estar, para permanecer, en su realidad y que en esta capacidad de resistir reside la estabilidad adquirida por selección fundamental. De ahí que la resistencia sea la primera forma de rebelión contra la incertidumbre, o dicho de otra manera, la estrategia más fundamental para seguir estando, si es que cabe atribuir estrategia alguna a lo que hemos dado en denominar lo inerte. Pero frente a lo inerte se encuentra lo vivo y lo vivo, además de resistir la incertidumbre, la modifica. Propiedad ésta que adquiere por selección natural y que hace posible la adaptabilidad y la capacidad para evolucionar, que viene a ser la segunda forma de rebelión contra la incertidumbre, es decir, la estrategia más natural para seguir viviendo. Lo inerte y lo vivo, como estrategia de supervivencia, se fusionan en la meditación.

 

Claro que a las dos primeras clases de selección, la fundamental y la natural, debe añadirse la cultural como tercer pilar del esquema conceptual de comprensión de la forma.

 

La matemática, como toda abstracción, fabrica inteligibilidad. Aceptemos que se comprende una forma cuando se consigue una descripción matemática razonable pero que lo razonable tiene un límite bien reconocible, el del absurdo, que resulta cuando es mucho más simple y compacta la propia forma del objeto real cuya descripción se pretende que su inteligibilidad matemática propuesta para describirla.

 

En definitiva la comprensión no puede pesar más que lo comprendido. Queda claro que la selección fundamental resiste la incertidumbre, la selección natural la modifica y la selección cultural la anticipa.

 

En cualquier caso, llegados a este punto, me interesa destacar que lo que vemos, los parámetros de lo que vemos, condicionan claramente nuestra percepción del entorno, y la forma de los objetos que pueblan el entorno nos llevan, por intuición, a la asociación automática, inconsciente, de ideas.. Sucede que, a veces no observamos, no prestamos atención, y no vemos nada, y otras veces sucede que lo que observamos lo hacemos distraídos y lo que vemos no existe tal como lo interpretamos. En cualquiera de estos dos casos, el entorno se nos aparece distorsionado, nos desorientamos y nos perdemos. Sólo cuando estamos atentos, presentes, plenamente conscientes, podemos observar lo que vemos, interpretarlo correctamente y darle utilidad al entorno.

 

LAS OCHO CARAS DEL CÍRCULO.

 

Alex, profesor, que siempre me sorprende, así también por su interés en el laberinto: me explica, me sugiere, me dibuja y me cuenta sus cuitas con él. Yo, siguiéndolo, he ejecutado la pieza de las ocho caras de un círculo laberíntico y la he acompañado de la bola terráquea, el mapa de mis rutas y viajes en mi cabeza.

 

Las ocho caras del círculo son los ocho pasos del Ashtanga. La bola, el círculo, la esfera, hemos dicho, protege. No más palabras.

 

LOS ÁNGULOS QUE PENETRAN

 

Manuel acepta mi propuesta de icosaedro laberíntico, el poliedro de las veinte caras repletas de ángulos, el sólido platónico, como el dado laberíntico de Abel y los ángulos de la pirámide laberíntica de Lola.

 

Lola, se inspira, me explica, en el NO vacío cuyos elementos son puntos.

 

Su trabajo lo ha presenta con una figura geométrica tridimensional que, según ella, mide el espacio con un recorrido localizado en sus varias caras o partes; la palabra, la luz y la vibración. Está convencida de que estos tres mundos surgen del amor; de que recorrer el camino laberíntico y encontrar la salida es la solución del enigma de un sueño cuyo desvelo es falso, y de que la clave del éxito, esta en la perseverancia, contemplación, observación, y paciencia, entre el pasar a la acción y estar en contemplación, pasivo/activo, para focalizarse al interior, porque el misterio de la vida es como un laberinto, tiene como propósito el propio despertar consciente.

 

Es un sueño lleno de sorpresas, te encuentras dentro de un camino en el que a su vez hay subcaminos… paseas por ellos, los observas y los vives, pero siempre con la intención de buscar la respuesta consciente para no perderte.

 

A estos senderos se les llama evolución o crecimiento, cada paso que das es una experiencia, una lección, cada obstáculo un aprendizaje.

 

A veces nos perdemos , pero si estamos atentos retomamos la marcha y el enigma de la meta es alcanzada.

 

El reto es conseguido hacia una sola conciencia el TODO.

 

Desde la teoría de la forma, apunto yo, el ángulo (clave en el triángulo propio de la pirámide) tiene por función penetrar. No digo más.

 

Román y su dodecaedro laberíntico azul, símbolo de un gran esfuerzo por pavimentar y tender caminos. La hélice o espiral laberíntica de Quelot que tiende a mpaquetar sus sueños y a agarrarse a sus amarres, sus anclajes.

 

Miquel y el árbol laberíntico con el que intimar. Un árbol tiene una estructura fractal, es una forma denominada autosemejante. Partiendo del tronco encontramos varias ramas, pero cada una de ellas se bifurcará en otras y así sucesivamente hasta repetirse ocho y nueve veces en escalas progresivamente pequeñas. Podemos decir que un pedazo de un objeto de estructura fractal se parece al objeto entero –como sucede con un árbol, una coliflor o un relámpago. Aparecen estas estructuras cuándo se trata de colonizar otro espacio sin interrupciones. La forma arborescente, fractal, es la ideal cuando el propósito es intimar estrechamente con otro medio.

 

El árbol pretende relacionarse lo más íntimamente posible con el aire y la luz solar y resuelve ese empeño con la forma fractal. Nuestro sistema circulatorio de venas y arterias tiene como misión llevar la sangre a las células más recónditas del organismo. Resulta que la estructura fractal también es en este caso la ideal.

 

En escultura el móvil (del inglés mobile) es un modelo abstracto que tiene piezas móviles, impulsadas por motores o por la fuerza natural de las corrientes de aire.

 

La presentación de las piezas que componen el centro simbólico la realizo en un móvil porque sus propiedad giratoria crea una experiencia visual de dimensiones y formas en constante cambio que enfatizan el símbolo del laberinto.

 

  1. CONCLUSION.

 

Más allá de las formas, más allá del entorno que se nos aparece a diario, el mito del Minotauro nos enseña que todo laberinto se desvanece cuando, con consciencia y presencia, conectamos con nuestro centro, con nuestro ser esencial, la energía del amor, con su fuerza creativa, la fuente de la vida, capaz de diluir el más intrincado y sofisticado de los laberintos. Y antes que el mito, ya se conocía el auténtico y genuino hilo de Ariadna, el yoga, la disciplina que me ha enseñado a aceptar y a dejar de luchar contra la preservación a ultranza de mi yo egoico, el cancerbero de todos mis laberintos en una experiencia humana que continúa anclándose en un vaivén de emociones que, en nada afecta a nuestro ser esencial, eterno, totalmente despreocupado de esa experiencia, y de contínuo alerta y disponible a nuestra invocación.

[1] En “Avatares de la tortuga” de “Otras Inquisiciones” de Jorge Luis Borges.

[2] En su “El árbol del Yoga”nos dice que el árbol del si-mismo necesita cuidados, al descubrir la semilla del alma en el yoga, analizaron dicha semilla y observaron en ella ocho segmentos que a medida que crece y toma forma de árbol se convierten en los ocho miembros del yoga, los ocho pasos del ashtanga de Patanjali.

[3] Dédalo, en griego, «artífice ingenioso», considerado como el primero en adaptar la realidad de la experiencia al ritual del arte, construyó el laberinto del minotauro en Creta. Era hijo de Metion (“Hombre de saber”) y descendía del dios de los artesanos, Hefesto (Vulcano en Roma). Sócrates, en broma o en serio, pretendía descender de Dédalo. Fue, al parecer, una especie de santo patrono de los artesanos (el propio Sócrates era escultor, y su padre también lo había sido).