Imagen_04: Ramakrishna




Imagen_03: Nisargadatta




Imagen_02: Ramana Maharishi




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Vida y enseñanzas de T. Krishnamacharya

 

Krishnamacharya marcaría un antes y un después en la enseñanza del Yoga al aceptar a una mujer, y además extranjera, como discípula. Fue además maestro de los grandes maestros: B.K.S Iyengar, Pattabhis Jois, Indra Devi y Desikachar. Escribe Juan C. Ramchandani.

El Yoga tiene unos 6.000 años de antigüedad. Nace en la cultura védica de la India como método holístico de equilibrar cuerpo, mente y alma. En Occidente el Yoga no llegó a conocerse hasta principios del siglo XX, y no sería hasta los años 60 cuando finalmente comenzó a alcanzar popularidad. Afortunadamente hoy en día la palabra Yoga (unión) forma parte de nuestro vocabulario y es practicado por millones de personas en todo el mundo.

En la antigüedad el Yoga era una disciplina practicada por ascetas y vetada a las mujeres. Su profundo cambio y apertura hacia todos sin distinción de sexo, raza y credo se debe en gran parte a uno de los más grandes maestros de Yoga de la historia: Tirumalai Krishnamacharya. A través de estas líneas quiero hacer un humilde homenaje a la persona que revivió la práctica del Yoga y la elevó a ser reconocida como terapia física, emocional y espiritual.

 

Krishnamacharya, el yogui

El 18 de noviembre de 1888, cerca de Mysore, en la India, nació Krishnamacharya, hijo de un gran erudito de la época, Srinivasa, y su esposa Ranganayaki. Krishnamacharya fue educado por su padre en el sistema tradicional de gurukula, en el cual el discípulo vivía junto al maestro. Con 10 años de edad Krishnamacharya perdió a su padre y fue enviado a Mysore para aprender sánscrito y filosofía vaishnava. A la edad de 16 años viajó a la ciudad santa de Varanasi (Benares), donde completo sus estudios de Vedanta y se graduó como profesor de sánscrito.

En 1915 se propone viajar al Tíbet cruzando la India y Nepal a través de los Himalayas, En Simla conoce al virrey de la India. Lord Chelmsford padece una grave diabetes y le han recomendado que practique Yoga. Así que le pregunta a Krishnamacharya en tono desafiante: “¿Cuánto sabes de Yoga?”. Y él responde: “Quizás no sé todo lo que la India necesita, pero sí lo suficiente para enseñar a un extranjero”.

Convencido con la respuesta del joven Krishnamacharya, el virrey comienza a practicar Yoga y en seis meses recupera los niveles normales de diabetes. Como gesto de agradecimiento le facilita el viaje hacia el Tíbet haciéndose cargo de todos los gastos y asignándole dos personas para que le ayudaran durante el arduo periplo. Después de 22 días, Krishnamacharya llegó a Manasarovar en el Tíbet donde encontró a su maestro Rama Mohan Brahmachari.

Krishnamacharya pasó siete años y medio en el Tíbet, donde aprendió de su maestro diferentes técnicas de asanas, pranayama y Ayurveda, y memorizó textos yóguicos como los Yoga-sutras. Después de estar todos estos años viviendo con su maestro, finalmente éste le dijo: “Estoy muy contento con tu progreso, ahora regresa a la sociedad y difunde el mensaje del Yoga”.

En 1922 regresó a la India trayendo consigo un par de sandalias de madera, regalo de su maestro, y un libro con dibujos de asanas.

Pronto la fama de Krishnamacharya como maestro de yoga se extendió por la India y fue llamado para enseñar a diferentes príncipes y maharajás de la época.

En 1925 el maharajá de Mysore le contrató para que dirigiera la yoga-shala (escuela de yoga) de su palacio. Allí comenzó a enseñar a niños y niñas por separado, adultos y clases especiales para aquellos con determinadas enfermedades. Dos de esos niños, hoy en día son por méritos propios grandes maestros: B.K.S. Iyengar y Pattabhi Jois.

Desde Mysore, Krishnamacharya comenzó a viajar por toda la India dando clases de Yoga acompañado por alguno de sus discípulos. Sus conferencias y demostraciones llamaron la atención de científicos y médicos occidentales.

El 23 de enero de 1936, ante el Dr. Brosse, llegado de París, y el profesor Wenger de California, Krishnamacharya mediante técnicas yóguicas consiguió parar el pulso de su corazón durante dos minutos ante el asombro de los allí presentes.

En 1937 Krishnamacharya marcaría un antes y un después en la enseñanza del yoga al aceptar a una mujer, y además extranjera, como alumna en la escuela de Yoga. Antes sólo había enseñado a su esposa y a sus dos hijas, pero ahora se enfrentaba al reto de una mujer que no era familia y venía de Occidente. Esta mujer era de origen ruso y más tarde seria conocida como Indra Devi, quien difundiría el Yoga en los Estados Unidos, México y Argentina.

En 1950, después de 25 años de enseñanza en Mysore, el gobierno de la recién independiente India cerró la escuela de Yoga. Krishnamacharya tenía casi 62 años y era padre de cinco hijos. Se trasladó a Madras, donde comenzó a dar clases particulares de en su propia casa y a entrenar a sus hijos en la disciplina yóguica.

Krishnamacharya empezó a recibir más estudiantes en su casa provenientes de toda la India y también de Occidente. Publicó varios libros y siguió con la enseñanza de Yoga hasta 1984. A la edad de 96 años se retiró de la vida activa y se dedicó más a la meditación y el estudio de las escrituras sagradas. En 1988 Krishnamacharya cumplió cien años y se realizó una gran celebración, a la cual asistieron discípulos y estudiantes de Yoga de todo el mundo.

El 28 de febrero de 1989, con casi 101 años, Krishnamacharya falleció, abandonando físicamente este mundo material pero dejando detrás de sí un gran legado que perdurara por muchas generaciones de practicantes de Yoga.

 

Su legado

Además de sus escritos y enseñanzas directas de cómo enseñar Yoga, Krishnamacharya fue el maestro de cuatro de los más renombrados maestros de Yoga del siglo XX: B.K.S Iyengar, Pattabhis Jois, Indra Devi (que superó en edad a su maestro, al fallecer con 102 años) y su propio hijo, Desikachar. Cada uno ha desarrollado un estilo de propio, pero todos están basados en las enseñanzas de Krishnamacharya. Aunque personalmente nunca salió de la India, sus enseñanzas han viajado por todo el mundo.

 

Quién es

Juan Carlos Ramchandani (Krishna Kripa) es sacerdote hindú (purohit), yoga-acharya (maestro de yoga), autor de diez libros y numerosos artículos sobre yoga y filosofía hindú.

 

http://jcramchandani.blogspot.com.es

Publicado en: http://www.yogaenred.com/2013/01/17/vida-y-ensenanzas-de-t-krishnamacharya/




Pedagogía: Dificultades del alumno

 

Nosotros los profesores y profesoras de Yoga tenemos una función de enseñar el Yoga a nuestros alumnos y de acompañarlos en su proceso de aprendizaje. Aunque el proceso es único en cada persona hay algunos obstáculos que son comunes en la gran mayoría. La técnica que enseñamos es un vehículo de algo mayor, podríamos decir que ponemos en juego nuestra salud, nuestra capacidad de comprensión y también nuestra serenidad interior. Después de tantos años de dar clases puedo asegurar que el proceso de aprendizaje es delicado y pasa por muchas fases. Conocer someramente algunos de los obstáculos por los que pasan nuestros alumnos nos permitirá anticipar una posible frustración y facilitar medios para salir del laberinto.

 

INSEGURIDAD

Cuando uno empieza una actividad nueva es muy probable que la persona entre con una gran dosis de inseguridad. ¿qué ropa tengo que llevar?, ¿cómo debe ser mi relación con los enseñantes?, ¿qué debo hacer?, ¿puedo preguntar si tengo dudas?, etc. En parte esto se soluciona si hay una entrevista previa donde se le explica el tipo de yoga que vamos a hacer y en qué consiste la práctica. Es muy importante hacerle ver que el yoga es para todos y que lo único que no es necesario hacer es un sobre esfuerzo. La inestabilidad de la postura, la respiración acortada y la falta de atención serán los síntomas que nos indiquen que lo mejor es deshacer o ir hacia una variante más sencilla.

 

FALTA DE ESCUCHA

Escucharse es todo un mundo y requiere de un cultivo que a menudo nuestra educación no ha facilitado. Darnos cuenta de dónde están nuestras tensiones o cuáles son nuestras limitaciones nos indica que hemos de ser prudentes a la hora de abordar ciertas posturas un poco más complicadas que no se consiguen con facilidad al inicio de la práctica. Los enseñantes hemos de dar constantemente pautas de escucha para que todo el mundo preste atención a sus límites y se paren para sentirlos y aflojar las tensiones que hayan.

 

COMPETITIVIDAD

Vivimos en una sociedad competitiva y hemos aprendido que hay que luchar para estar “arriba”, para sentirse bien y ser reconocidos. Todo el mundo sabe que el Yoga no es un deporte pero, aún así, hay actitudes que se cuelan en nuestra práctica. No queremos ser «menos», mostrar nuestra debilidad, nuestra dificultad y haremos el «puente» si es necesario para hacer lo que hacen todos, para responder a la pauta que se nos pide. Aquí la función del enseñante será la de desmitificar un yoga excesivamente físico, complicado o acrobático. Importante también no colocarse como modelo, recordando que el Yoga es una actitud de presencia, de centramiento y de aceptación de lo que somos.

 

IMPACIENCIA

El camino es largo, las tensiones acumuladas durante décadas no se esfuman por hacer una docena de posturas cada semana. Cierto que al principio se percibe, en el contraste, una gran mejoría, un cuerpo más relajado y una mente más clara, pero las tensiones persisten, nuestros hábitos nocivos se sobreponen, nuestros problemas vitales siguen acosándonos. Es posible que tras un breve periodo de práctica el alumno pierda ilusión y deje la práctica de Yoga. Aquí es importante no prometer el oro y el moro y no entrar en el yoga curalotodo tan frecuente en el mercadillo espiritual. El sentido común nos llevará de la mano, nos dirá que uno recoge lo que siembra y que los resultados dependen de nuestra motivación y de la intensidad de la práctica, entre otros factores. Cualquier campesino sabe que entre el sembrar y el cosechar hace falta trabajo arduo y paciencia.

 

MALESTAR FÍSICO

El Yoga es una purificación en cuerpo y alma, lo que hacemos todo el tiempo es remover los obstáculos, aflojar las tensiones, equilibrar el cuerpo, cultivar la atención. Todo ello va a producir, menos mal, un movimiento interno, corporal, energético, emocional y mental, y lógicamente aflorarán viejas tensiones que quieren liberarse. El alumno que inicia puede confundir ese proceso de purificación que puede ser desagradable en algún momento con la idea superficial que “el yoga no me va bien”. Y puede ser que el malestar tenga que ver con una forma inadecuada de realizar los ejercicios pero, a menudo, lo que ocurre es que se despiertan antiguos dolores y añejas resistencias. No estaría mal aconsejar al alumno en esta situación una complementación con la medicina natural y osteopatía para facilitar ese proceso de purificación, así como seguir una alimentación natural y energética.

 

ABURRIMIENTO

Puede ocurrir que tras un breve periodo de práctica el alumno pierda interés. Estamos acostumbrados en nuestra sociedad al cambio, a la sucesión de las modas, a la renovación por encima de todo y no somos capaces de persistir en una sola cosa por un tiempo. La tradición nos dice que si uno cava un hoyo aquí y otro allá cuando ha encontrado tierra dura nunca podrá llegar a la veta de agua. La moda del Yoga, como todo, ha sido cíclica y la persona además está expuesta a un centenar de métodos y prácticas a cuál más atractiva. Como enseñantes hemos de estar ecuánimes antes los vaivenes de nuestros alumnos, no hay otra verdad que la práctica estable y duradera para conseguir resultados deseables.

 

FALTA DE PRÁCTICA

Es cierto, la persona que viene a clase viene muchas veces abrumada por una vida dura, estresada y compleja y no quiere oír hablar de filosofías de cambio. Quiere relajarse y estirarse en una clase de yoga y tener unos momentos de paz. Esto es, a todas luces, respetable, pero no está de más, reformular nuestra profesión. Somos profesionales de una ciencia milenaria y ayudamos a los demás pero estamos en la tesitura de enseñar Yoga. Si no se aprende el Yoga no habrá verdaderos cambios. La parte terapéutica del Yoga es importante y hasta necesaria en los primeros momentos, pero no es el corazón del Yoga. Hay que invitar sin ningún agobio a nuestros alumnos a realizar una práctica, pequeña, modesta, si se quiere, en casa. Proponiendo ejercicios simples, series adaptables, técnicas llevaderas con la vida cotidiana.

 

INESTABILIDAD

Buscamos hacer Yoga porque nuestra vida está zozobrando en un mar de estrés pero, curiosamente, ese mismo estrés y la complejidad que lo rodea impide a menudo que podamos asistir con regularidad a las clases. Hoy porque la reunión se ha hecho demasiado larga, mañana porque tengo que ir al colegio de mis hijos, pasado mañana porque me olvidé la ropa para hacer yoga en casa. No nos damos cuenta que este espacio de Yoga es para nosotros y debemos ponerlo en una muy alta jerarquía para que las circunstancias no lo apisonen, sino, el intento habrá sido en vano. Los profesores debemos invitar a la constancia y procurar desarrollar en nuestros alumnos un espíritu de curiosidad que los mantenga apasionados.

 

DIFICULTADES CON LOS LÍMITES

Ya sabemos que el Yoga es el equilibrio entre el cuerpo y la mente, entre el esfuerzo y el abandono. Los alumnos más novatos suelen pecar de cobardía delante de la práctica. Miedo a hacerse daño, miedo a caerse hacia atrás cuando hacemos una posición invertida, miedo a intensificar porque el estiramiento es demasiado intenso. Por el contrario, los alumnos más avanzados a veces pecan de temerarios. Ganas de hacer la postura invertida aunque todavía no esté dominada, buscar la intensidad sin escucharse previamente. Cada una de estas actitudes nos llevará, en un caso a una falta de progresión, y en la otra a grandes posibilidades de lesión.

Hay que decir que más allá del hecho de si un estudiante es novato o avanzado, cuenta su carácter. Hay personas intensas que buscan ir casi siempre más allá del límite, y otras que son excesivamente prudentes y que se atemorizan ante la intensidad de una práctica. Los profesores deberemos recordar a cada uno lo esencial, a veces hay que suavizar, otras intensificar.

Julián Peragón

 




Miniserie: Parsva Konâsana




Fragmento_38. El dinero y el valor

 

El dinero puede comprar una casa pero no un hogar.

El dinero puede comprar un reloj pero no puede comprar el tiempo.

El dinero puede comprar una cama pero no el sueño.

El dinero puede comprar un libro pero no el conocimiento.

El dinero puede pagar un médico pero no la salud.

El dinero puede pagar una posición pero no el respeto.

El dinero puede comprar la sangre pero no la vida.

El dinero puede comprar el sexo pero no el amor.




Mantra: Gayatri

Om Bhur Bhuvah Svahah-

Tat Savitur Varenyam

Bhargo Devasya Dhimahi

Dhiyo Yo Nah Prachodayat

 

Se considera este mantra “La madre de los Vedas”, y suele recitarse durante el amanecer y el crepúsculo, como reverencia a Savitri, Dios Sol, símbolo de la consciencia elevada y la iluminación.

 

Es conocido popularmente como Gayatri mantra, que significa “Canto que concede la liberación”. En la actualidad millones de hindúes siguen recitando este antiquísimo y célebre verso proveniente de los clásicos textos védicos: TAT SAVITUR VARENYAM, BHARGO DEVASYA DHIMAHI: -Permítenos contemplar el magnífico esplendor del Dios Savitri (Dios Sol) para que pueda inspirar nuestras visiones-. En su forma posvédica, este mantra generalmente se encabeza con OM BHUR BHUVAH SVAHAH, que se refiere, respectivamente, a la divinidad, la tierra, la región media (o plano astral) y el cielo.




Âsana: Caturanga Dandâsana práctica