Recuerdo a los 16 años cuando empecé a hacer Yoga, mi profe muy serio, muy clásico nos decía que el Yoga era la unión del Jivatman con el Paramatman, el alma individual con el alma cósmica. Evidentemente eso me sonaba a exotismo, dimensiones desconocidas y nos inducía a esperar del yoga una cosa extraordinaria, alejada de lo cotidiano, de nuestra realidad.
Este profesor, una gran persona, también vivía en su proceso. Recuerdo una vez que de retorno de Nueva York donde conoción a Muktananda (un gurú indio que fundó sida Yoga basado en la transmisión personal de la Shakti) llegó diciendo que estaba en el último coletazo de su evolución. En realidad era, es, una persona sensitiva, con ciertos poderes. Te miraba y te decía has perdido 2 kilos, te ponía las manos encima y podía quitarte un dolor agudo, etc. No obstante, eran momentos, hace 25 años, de efusión espiritual, la desmedida, el descubrimiento de que cada uno podía realizarse a voluntad. Pero la realidad no siempre es tan halagüeña.
En cierto sentido para mí fue un encuentro (durante 6 años) impactante. En un sentido interesante porque fue un aldabonazo de arrancada, un sueño más bien del ego, de abanderarse con algo supremo, de sentirse superior a los demás, de tener un poder que uno sabe que le falta. Sin embargo, por otro lado, el alma quedó en una encerrona. En la medida que las promesas no se cumplían y lo poderes nos sobrevenían, el ego se desinflaba, la realidad perdía sabor porque de trasfondo estaba siempre ese modelo inalcanzable del yogui perfecto. Y eso creaba frustración, rebeldía, sufrimiento.
Quizás debería ser así, en cierta medida, los primeros pasos en el camino espiritual no los da el espíritu, no los anticipa el alma sino el ego. Pero es gracias a la fantasía de éste que arrancamos, y después ya es demasiado tarde para dar marcha atrás. Entonces es cuando el alma toma el relevo y lleva el testigo hasta donde ya no puede más (la noche oscura del alma) es cuando renace el espíritu.
Yo me retiraba a un terreno que tenían mis padres sin urbanizar y me tiraba días en solitario haciendo yoga (o haciendo ver que hacía yoga). Momentos de idealismo (ahora diríamos de narcisismo) que formaban parte de la adolescencia y la juventud. La dificultad con la práctica fue poniendo las cosas en su sitio.
Con el tiempo hemos aprendido a transcribir eso que ponía en los libros a nuestro propio eje personal y cultural. La antropología, que es un viaje a lo otro, a lo diferente, nos ayudó a relativizar una cultura ajena y a darle el significado preciso. El Yoga que puedo vivir, el yoga que me ayuda a dar el siguiente paso, no el yoga que habla de las cumbres lejanas. Mi verdad en el yoga y no la verdad de otros.
De todas maneras, nos lo decía François Lorin en una reciente entrevista, el yoga es universal porque bebe en sus fuentes del chamanismo, que es una cultura universal. Chamanes, sabios locos se lanzan a una aventura de lo desconocido, en el medio de una experiencia extática y conectan con algo superior a ellos.
Habríamos de clarificar un poco lo que entendemos por Yoga. Yoga viene de la raíz yug y tiene dos significados tradicionales:
– Uno significa Unión, en el sentido de unir lo que está separado.
Cuando vivimos momentos de gran dispersión, cuando hemos perdido el contacto con la vida, con lo que nos rodea, o bien, nos encontramos internamente escindidos, fragmentados se vuelve necesario el Yoga.
A veces el cuerpo no lo sentimos, somatiza muchas tensiones, lo vivimos como una carga. Hay una frontera con el cuerpo. Lo hemos cosificado, perdiendo el alma. Decimos que tenemos un cuerpo como aquel que tiene un coche y lo conduce. Nos acordamos del cuerpo cuando nos duele o cuando nos da placer pero olvidamos sus secretos, su lenguaje, sus razones, su expresión más sutil. Lo embotamos con sobrealimento, con drogas, con medicamentos, con prótesis. Lo mantenemos encapsulado y amordazado. Y en cierta medida somos en tanto que cuerpo, porque más allá de los músculos y los huesos lo que anima ese cuerpo somos nosotros, somos ese sentir que pasa a través de los sentidos.
Por otro lado están las emociones, a veces, desbocadas, locas (ansiedad, envidia, miedo, pereza, etc). Emociones que muchas veces son reacciones inconscientes para tapar un dolor, una carencia, una inseguridad. Los sentimientos son como un agua subterránea que tiñe de un color determinado nuestra vida sin darnos cuenta que ese filtro es propio y no es del mundo. Creemos que el mundo es como lo vemos sin darnos cuenta que llevamos unas gafas de un color propio. Aquí también hay otra frontera. Somos víctimas de ese mundo emocional que responde a designios tan alejados como nuestra más tierna infancia.
Y por otro están nuestra mente, los pensamientos que no paran, las exigencias de la sociedad, las nuestras propias. Esa mente que es como un mono rabioso y enjaulado. La mente también es una gran desconocida. Lo que sale por la boca cuando hablamos forma parte de un proceso que se gesta en lo inconsciente. Lo invisible de la mente es una mentalidad colectiva que hemos introyectado, un genio familiar que nos posee, pero sobre todo son un racimo de prejuicios a través de los cuales vemos el mundo y de los que tampoco somos conscientes. Nos habitan ideas locas, pseudoverdades, razones desprovistas de corazón, cosmovisiones arcaicas, rumores, etc.
En esta fragmentación es donde aparece la neurosis que es una desconexión profunda de uno mismo, de no saber reconocer los propios deseos, las propias necesidades, las propias motivaciones. Es decir de no saber en realidad quién es uno. Se trata pues de reunificar cuerpo y mente, de conectar con la verdadera emoción, con un sentimiento de estar de acuerdo con uno mismo, de bienestar en la propia piel, de sentir que uno sigue por el camino trazado, en definitiva de llevar las riendas de la propia vida.
Pero también el yoga habla de la unión de lo individual con lo cósmico de la que hablábamos antes. El místico, como el poeta, nos hablan de esa ligazón con todo lo que existe. Como arriba es abajo, y viceversa, nos dirá una máxima alquímica (tabla esmeralda). Esto es lo que intenta vivir el yogui en su conquista de la realización individual.
La unión no es meramente un concepto filosófico, es sobre todo una vivencia, es intensidad de vida, es un fluir con todo.
-El otro significado es el de samadhi, considerado como el último eslabón del yoga. No es solamente dejar la dispersión y la fragmentación, es orientar todas nuestras fuerzas hacia un fin elevado, hacia un sentimiento de trascendencia e iluminación. Es decir, yoga es unión pero con una dirección trascendente. Hay un sentido profundo en la vida que se manifiesta en la evolución cuando se mejora a sí misma, y hay un sentido trascendente en el ser humano cuando busca la claridad de la consciencia. Yo lo digo con una imagen, somos flores humanas que hemos de germinar. En ese florecimiento hay colorido, perfume, belleza de lo que es la humanidad.
Pero hemos de recordar que yoga no es sólo el objetivo final, es también el recorrido, el camino, las etapas por donde pasamos. Si pongo medios para conseguir mañana lo que hoy es imposible estoy haciendo yoga.
Si está claro que el último peldaño (si realmente hay un último) es esa disolución de lo individual en un mar de consciencia universal (las palabras no pueden describirlo, suponemos) pero hemos de empezar por el primer peldaño, y ese primer peldaño también es yoga. Ir a clase de yoga dos veces por semana es ya un proceso de conversión hacia algo, llámese salud, bienestar, relajación, etc.
Me oriento hacia un fin.
En el nivel más sencillo, unificar movimiento y respiración es yoga, mantener el equilibrio sin caerse, estar inmóviles un ratito, escuchar la reacción de una postura al deshacerla forman parte de un proceso de convergencia energético, de sensibilidad, de atención. Esto es Yoga. De entrada no hace falta ir más lejos.
Otra imagen. La carreta está unida, las ruedas con el eje, con los caballos, el auriga encima con las riendas (proceso de unión). Pero el cochero tiene que saber adonde se dirige con toda su capacidad. Y hay que andar el camino, etapa a etapa. Es todo un proceso.
• Otro significado alternativo del concepto Yoga es el de ver ( un ver con mayúsculas, no fisiológico). En la tradición esotérica el que ve es el sabio, el que meramente mira es la persona común. El Yoga es uno de los 6 pensamientos indios, de los 6 darshanas (Yoga, Shamkya, Vedanta, Nyaya, Mimansa, Vaisheshika). Cada darshana es una forma de ver, digamos que es una visión determinada. Así el yoga actúa como aquello que me posibilita ver, es decir, darme cuenta, tomar conciencia. Diríamos que es como un espejo que me devuelve una imagen más real de mí y de la vida.
Cuando hago Yoga qué es lo que veo. Veo por supuesto el esfuerzo de convergencia, veo que me pongo sobre la esterilla, que sigo las consignas. Pero veo también mis límites, mis dificultades, mi realidad, el trecho que media entre mi imagen y el resultado de lo que hago.
Cuando hago yoga observo que respiro, pero también noto que me falta el aire, que mi respiración se acelera. Noto lo que me cuesta estar quieto, de cómo mi pensamiento viaja a mil por hora, de cómo pierdo la presencia, de cómo aparece la duda, de cómo evito el dolor. Y yoga es exactamente esto, el reconocimiento de que el sufrimiento existe (lo tapemos o no) pero de que este sufrimiento lejos de ser inmovilizador es un acicate para encontrar una salida al dolor. Y la pista la tenemos pues el dolor es fruto de la ignorancia.
• El Yoga actúa como un elemento descondicionador de los automatismos y de las inercias que ofuscan nuestras vidas. Se trataría de volver a recuperar el ritmo natural de vida, más espontáneo, no el ritmo forzado de la maquinaria social. En este sentido el yoga aporta libertad porque te hace menos esclavo de ti mismo, de tus hábitos. Y no se trata de sustituir unos hábitos por otros, sino de quedar libres, descondicionados.
El sabio es imprevisible porque no vive desde el automatismo de los hábitos. La libertad es capacidad de elección. Y normalmente creemos que elegimos cuando demasiadas veces somos elegidos. ¿Eligen los votantes a sus políticos con libertad? ¿elegimos lo que queremos comer? Lógicamente depende del grado de consciencia.
El asno (como símbolo, pues todos tenemos algo de asno) se mueve, es cierto, pero sus motores son el palo y la zanahoria, el miedo y la ilusión, el sentimiento de desamparo que busca compulsivamente la normalidad, y la grandeza de sus esperanzas. Pero realmente hay poca elección, el margen es muy pequeño. (Por poner un ejemplo 12 millones de españoles viendo el final de operación triunfo, o el final de copa de fútbol. Más de un millón de ejemplares de revistas del corazón se editan cada semana, etc, etc.
• El Yoga nos ha de servir para actuar en la vida con mayor consciencia. Aterrizar en el momento, en el aquí y ahora. La acción que está anclada en el presente es enormemente más eficaz y no deja rastro, no crea ataduras.
El Yoga no es precisamente elucubración, éxtasis meditativo, ociosidad religiosa. El Yoga implica acción con consciencia. Ya que no es posible dejar de hacer pues uno vive en un mundo y tiene que lograr sus sustento, es posible intentar que esa acción sea sioporte para una mayor presencia y desde una actitud meditativa ir más allá del ego. El ego a través de la acción se enreda en intereses, en estrategias, en manipulaciones varias. El ego hace si hay beneficio de algún tipo, si esa acción sirve para agrandar su poder, su fama o riqueza. El sabio, el yogui anticipa ese encadenamiento a los frutos de la acción y se desprende de ello. La ley karmática es muy poderosa. Uno recoge lo que siembra. Pues bien, yoga es la conciencia de la siembra como siembra en ella misma. Porque es lo que tengo que hacer, porque hay algo en mí que quiere sembrar aunque, por añadidura haya un resultado, se de una cosecha.
• Por último, podríamos entender el yoga como una forma de sacralizar la vida. Cuando la vida se ha vuelto un sin sentido entonces nosotros estamos perdidos, vamos dando coletazos por donde nos lleva el destino. Pero si sentimos que nuestra vida tiene un sentido y que formamos parte de un todo mayor, entonces se vuelve sagrada la vida, tiene un porqué aunque lo desconozcamos. La sacralidad no es necesariamente tener que hacer meditación o ir a misa. Sagrado es aquello que está cargado de ser, que nos permite conectar con algo relevante en nosotros. Es cuando el más pequeño gesto refleja el plan divino. Por eso yoga también es “ser uno con el Señor”. En otras palabras, estar imbuidos de una chispa divina, o nadando en un océano de luz y amor.