Corazón y circulación

CAPÍTULO 10

 

Presión baja = presión alta

(Hipotensión = hipertensión)

La sangre simboliza la vida. La sangre es el sustentador material de la vida y expresión de la individualidad. La sangre es «un jugo muy especial», es el jugo de la vida. Cada gota de sangre contiene a todo el individuo, de ahí la gran importancia de la sangre en la magia. Por eso los Pendler utilizan una gota de sangre como Mumia. Por eso basta una gota de sangre para hacer un diagnóstico completo.

La presión sanguínea es expresión de la dinámica del ser humano. Se deriva de la interacción del fluido sanguíneo y las paredes de los vasos que lo contienen. Al considerar la presión sanguínea, no debemos perder de vista estos dos componentes antagónicos: por un lado, el líquido que corre y, por el otro, las paredes de los vasos que los contienen. Si la sangre refleja el ser, las paredes de los vasos representan las fronteras a las que se orienta el desarrollo de la personalidad, y la resistencia que se opone al desarrollo.

Una persona con la presión sanguínea baja (hipotenso) no desafía en absoluto estas fronteras. No trata de cruzarlas sino que rehuye toda resistencia: nunca va hasta el límite. Si tropieza con un conflicto, se retira rápidamente, y así se retira también la sangre, hasta que la persona se desmaya.«Por lo tanto, este individuo renuncia a todo poder (¡aparentemente!); él y su sangre se retiran y dimiten de su responsabilidad. Por el desmayo, el individuo pierde el conocimiento, se retira hacia lo desconocido y se desentiende de los problemas: se ausenta. La clásica escena de opereta: una señora es sorprendida por su esposo en una situación comprometida, ella se desmaya y todos los presentes se afanan por hacerle recobrar el conocimiento, salpicándola de agua, dándole aire y haciéndole oler sales, porque, ¿qué objeto puede tener el más bello de los conflictos si el protagonista se retira a otro plano renunciando bruscamente a cualquier responsabilidad?

El hipotenso, literalmente, se evade, por falta de ánimo y de valor. Se desentiende de todo desafío, y los que están a su alrededor le sostienen las piernas en alto, para que la sangre afluya a la cabeza, centro de poder, y él recupere el conocimiento y pueda asumir su responsabilidad. La sexualidad es uno de los temas que el hipotenso rehuye, pues la sexualidad depende en gran medida de la presión sanguínea.

En el hipotenso solemos encontrar también el cuadro de la anemia cuya forma más frecuente consiste en falta de hierro en la sangre. Ello perturba la transformación de la energía cósmica (prana) que absorbemos con cada aspiración en energía corporal (sangre). La anemia indica la negativa a absorber la parte de energía vital que a uno le corresponde y convertirla en poder de acción. También en este caso se utiliza la enfermedad como pretexto por la propia pasividad. Falta la presión necesaria.

Todas las medidas terapéuticas indicadas para el aumento de la presión están relacionadas con el desarrollo de energía, lo cual es en sí bastante revelador, y sólo actúan mientras son aplicadas: fricciones, hidromasaje, movimiento, gimnasia y curas de Kneipp. Aumentan la presión sanguínea porque uno hace algo y con ello transforma energía en fuerza. Su utilidad acaba en el momento en que uno interrumpe los ejercicios. El éxito permanente sólo puede conseguirse mediante la modificación de la actitud interior.

El polo opuesto es la presión muy alta (hipertensión). Por experimentos realizados, se sabe que la aceleración del pulso y el aumento de la presión sanguínea no se producen únicamente como resultado de un incremento del esfuerzo corporal sino ya con la sola idea. La presión sanguínea de una persona también aumenta cuando, por ejemplo, en una conversación se plantea un conflicto que le afecta, pero vuelve a bajar cuando la persona habla del problema, es decir, lo traslada al terreno verbal. Este conocimiento, obtenido experimentalmente, es una buena base para comprender los resortes de la hipertensión. Cuando, por la constante imaginación de una acción, la circulación se acelera sin que esta acción llegue a transformarse en actividad, es decir, se descargue, se produce una «presión permanente». En este caso, el individuo es sometido por la imaginación a una excitación constante, y el sistema circulatorio mantiene esta excitación, con la esperanza de poder transformarla en acción. Si esto no se produce, el individuo permanece sometido a presión. Pero, y para nosotros esto es aún más importante, lo mismo ocurre en el plano de la acción en sí. Puesto que sabemos que el solo tema del conflicto produce un aumento de la presión y que, cuando hemos hablado de él, la presión vuelve a bajar, es evidente que el hipertenso se mantiene constantemente al borde del conflicto, pero sin aportar una solución. Tiene un conflicto, pero no lo afronta. El aumento de la presión sanguínea es una reacción fisiológica justificada: el organismo suministra más energía, a fin de que podamos acometer con vigor las tareas necesarias para resolver conflictos inminentes. Si esto se realiza, el exceso de energía es consumido y la presión vuelve a situarse al nivel normal. Pero el hipertenso no resuelve sus conflictos, por lo que no consume la sobrepresión. Por el contrario, se refugia en la actuación externa y, con un derroche de actividad en el mundo exterior, trata de distraerse a sí mismo y a los demás de la invitación a afrontar el conflicto.

Hemos visto que tanto el que tiene la tensión muy baja como el que la tiene muy alta rehuyen los conflictos, aunque con tácticas diferentes: mientras el primero se retira al inconsciente, el segundo se aturde a sí mismo y al entorno con un derroche de actividad y dinamismo. Por consiguiente, lo normal es que la tensión baja se dé con más frecuencia en las mujeres y la tensión alta en los hombres. Además, la hipertensión es indicio de agresividad reprimida. La hostilidad permanece encallada en la idea, y la energía aportada no es descargada mediante la acción. El individuo llama a esta actitud autodominio. El impulso agresivo provoca un aumento de presión y de autodominio, la contracción de los vasos. Así el individuo puede mantener la presión controlada. La presión de la sangre y la contrapresión de las paredes de los vasos provocan la sobrepresión. Después veremos cómo esta actitud de agresividad reprimida conduce directamente al infarto.

Existe también la hipertensión de la vejez, provocada por la calcificación de los vasos. El sistema vascular tiene por objeto la conducción y la comunicación. Con la edad, se pierde flexibilidad y elasticidad, la comunicación se entorpece y la presión aumenta.

 

El corazón

El palpitar del corazón es un proceso relativamente autónomo que, sin una técnica determinada (por ejemplo, biofeedback), se sustrae a la voluntad. Este ritmo sinusal es expresión de una rigurosa norma del cuerpo. El ritmo cardíaco imita el ritmo respiratorio, el cual sí es susceptible de alteración voluntaria. El palpitar del corazón lleva un ritmo rigurosamente ordenado y armónico. Cuando, por las llamadas arritmias, el corazón se encalla momentáneamente o se desboca, ello manifiesta una perturbación del orden y el desfase respecto al esquema normal.

Si repasamos algunas de las muchas frases hechas en las que se habla del corazón, veremos que siempre se refieren a situaciones emotivas. Una emoción es algo que el individuo saca de sí, un movimiento de dentro afuera (latín emovere = mover hacia fuera). Decimos: El corazón me salta de alegría = del susto, me ha dado un vuelco el corazón = se me sale del pecho = lo noto en la garganta = se me oprime el corazón. Si una persona carece de esta parte emotiva, independiente del entendimiento, nos parece que no tiene corazón. Si dos personas están bien compenetradas decimos que sus corazones laten al unísono. En todas estas imágenes, el corazón es símbolo de un centro del individuo que no está regido ni por el intelecto ni por la voluntad.

Pero el corazón no es sólo un centro, sino el centro del cuerpo; está aproximadamente en el centro, ligeramente ladeado hacia la izquierda, el lado de los sentimientos (correspondiente al hemisferio cerebral derecho). Está exactamente en el lugar que uno toca cuando se señala a sí mismo. El sentimiento y, más aún, el amor están íntimamente unidos al corazón, como nos indican ya las frases hechas. El que lleva a los niños en el corazón es que los quiere. Cuando se encierra a una persona en el corazón es que uno se abre a ella. Tiene gran corazón la persona que es abierta y expansiva, todo lo contrario del individuo de corazón mezquino, que no conoce sentimientos cordiales, que tiene el corazón duro. Ése nunca dejaría que nadie le robara el corazón y por eso en nada pone el corazón. El blando de corazón, por el contrario, se arriesga a amar con todo el corazón, infinitamente. Estos sentimientos apuntan a la superación de la polaridad que para todo necesita unos límites y un fin.

Ambas posibilidades las encontramos simbolizadas en el corazón. Nuestro corazón anatómico está dividido interiormente, y el «latido» es bitonal. Con el nacimiento del individuo y su entrada en la polaridad, consumada con la primera inspiración de aire, se cierra la divisoria del corazón con un movimiento reflejo y lo que era una gran cámara y un sistema circulatorio se convierte súbitamente en dos, lo cual el recién nacido suele acusar con llanto. Por otra parte, la representación esquemática del símbolo del corazón —tal como lo pintaría espontáneamente un niño— se compone de dos cámaras redondas que terminan en un vértice. De la dualidad surge la unidad. A esto nos referimos al decir que la madre lleva al niño debajo del corazón. Anatómicamente, la expresión no tiene sentido: aquí el corazón se considera símbolo del amor, y no importa que la anatomía lo sitúe en la parte superior del cuerpo cuando el niño se está formando más abajo.

También podría decirse que el ser humano tiene dos centros, uno arriba y otro abajo: cabeza y corazón, entendimiento y sentimiento. De una persona completa esperamos que disponga de ambas funciones y que las tenga en armónico equilibrio. El individuo puramente cerebral resulta incompleto y frío. El que sólo se rige por un sentimiento resulta con frecuencia imprevisible y atolondrado. Sólo cuando ambas funciones se complementan y enriquecen mutuamente, el individuo se nos aparece redondo.

Las múltiples expresiones en las que se invoca el corazón indican que lo que hace perder al corazón su ritmo habitual y mesurado es siempre una emoción, que tanto puede ser el miedo que dispara el corazón o lo paraliza, como alegría o amor, las cuales aceleran de tal modo los latidos que uno los siente en la garganta. Lo mismo ocurre con las perturbaciones patológicas del ritmo cardíaco. Sólo que aquí la emoción que las provoca no se advierte. Y éste es el problema: las perturbaciones afectan a las personas que no se dejan desviar de su camino por «simples emociones». Y el corazón se altera porque el ser humano no se atreve a dejarse alterar por las emociones. El individuo se aferra a la razón y a la norma y no está dispuesto a dejarse gobernar por los sentimientos. No quiere romper la rutina de la vida por las acometidas de la emoción. Pues bien, en estos casos la emoción pasa al terreno somático y uno empieza a padecer trastornos cardíacos y tiene que auscultar su corazón literalmente.

Normalmente, no percibimos los latidos del corazón: sólo una emoción o una enfermedad nos hacen sentirlos. No percibimos los latidos del corazón más que cuando algo nos excita o cuando algo se altera. Aquí tenemos la clave para la comprensión de todos los síntomas cardíacos: son síntomas que obligan al individuo a escuchar su corazón. Los enfermos cardíacos son personas que sólo quieren escuchar a la cabeza y dejan en su vida muy poco espacio al corazón. Esto se aprecia especialmente en el cardiófobo. Se llama cardiofobia (o neurosis cardíaca) a una angustia, sin fundamento físico, por el funcionamiento del propio corazón, que induce a una observación enfermiza del corazón. El miedo al ataque al corazón es tan fuerte en el cardioneurótico que éste no tiene inconveniente en cambiar totalmente de vida.

Si buscamos el simbolismo de este comportamiento, apreciaremos una vez más la sabiduría y la ironía con las que actúa la enfermedad: el que sólo quería regirse por el cerebro, es obligado a vigilar constantemente su corazón y supeditar su vida a las necesidades del corazón. Tiene tanto miedo de que su corazón un día se pare —miedo, por otra parte, totalmente justificado— que vive pendiente de él y lo sitúa en el centro de su mente. ¿No tiene gracia?

Lo que en el neurocardíaco se opera en el plano mental, en la angina de pecho ya ha pasado al cuerpo. Los vasos que llevan la sangre al corazón se han endurecido y estrechado y el corazón no recibe suficiente alimento. Aquí no hay mucho que explicar, pues todo el mundo sabe lo que significa un corazón duro o un corazón de piedra. Angina equivale a angostura, y angina de pecho, por lo tanto, es estrechez de corazón. Mientras que el cardioneurótico experimenta esta estrechez en forma de ansiedad, en el enfermo de angina pectoris esta estrechez se ha concretado. La terapia aplicada por la medicina académica en estos casos tiene un simbolismo original. Se administra al enfermo cápsulas de nitroglicerina (por ejemplo, «Cafinitrina»), es decir, material explosivo. De este modo se dilatan las estrecheces, a fin de volver a hacer sitio para el corazón en la vida del enfermo. Los enfermos cardíacos temen por su corazón, ¡y con razón!

Pero muchos no entienden la invitación. Cuando el miedo al sentimiento crece de tal modo que uno sólo se fía de la norma absoluta, la solución es hacerse colocar un marcapasos. Y así el ritmo vivo se sustituye por un marcador de compás (¡el compás es al ritmo lo que lo muerto es a lo vivo!). Lo que antes hacía el sentimiento lo hace ahora un aparato. Pero, si bien uno pierde la flexibilidad y capacidad de adaptación del ritmo cardíaco, ya no ha de temer los brincos de un corazón vivo. El que tiene un corazón «estrecho» es víctima de las fuerzas del Yo y de sus ansias de poder.

Todo el mundo sabe que la hipertensión favorece el infarto de miocardio. Ya hemos visto que el hipertenso es un individuo que tiene agresividad pero la reprime por medio del autodominio. Esta acumulación de energía se descarga por el infarto de miocardio: le rompe el corazón. El ataque al corazón es la suma de todos los ataques no lanzados. En el infarto, el individuo comprueba la verdad de que la sobrevaloración de las fuerzas del Yo y el dominio de la voluntad nos aísla de la corriente de la vida. ¡ Sólo un corazón duro puede quebrarse!

 

ENFERMEDADES CARDÍACAS

En los trastornos y afecciones cardíacas debería buscarse la respuesta a las siguientes preguntas:

1. ¿ Tengo la cabeza y el corazón, el entendimiento y el sentimiento en un equilibrio armónico?

2. ¿Dejo a mis sentimientos espacio suficiente y me atrevo a exteriorizarlos?

3. ¿ Vivo y amo con todo el corazón o sólo con la mitad?

4. ¿Mi vida es animada por un ritmo vivo o trato de forzarle un compás rígido?

5. ¿Hay aún en mi vida combustible y explosivo?

6. ¿Ausculto mi corazón?

Debilidad de los tejidos conjuntivos = Varices = Trombosis

El tejido conjuntivo (mesénquima) une todas las células específicas, las sostiene y une los diferentes órganos y unidades funcionales para formar un todo mayor que nosotros conocemos como figura. Un tejido conjuntivo débil indica falta de firmeza, tendencia a ceder y falta de elasticidad interna. Por regla general, se trata de personas muy susceptibles y rencorosas. Esta característica se manifiesta en el cuerpo por los hematomas que producen en estas personas los más leves golpes.

La debilidad del tejido conjuntivo favorece la formación de las varices. Éstas se deben a la acumulación, en las venas superiores de las piernas, de la sangre, que no retorna debidamente al corazón. Ello da preponderancia a la circulación en el polo inferior del ser humano y muestra la estrecha vinculación de una persona a la tierra. También denota cierta apatía y pesadez. A estas personas les falta elasticidad. En general, todo lo que hemos dicho en relación con la anemia y la hipotensión puede aplicarse a este síntoma.

Se llama trombosis a la obstrucción de una vena por un coágulo. El peligro de la trombosis consiste en que el coágulo se suelte, pase al pulmón y allí produzca una embolia. El problema que hay detrás de este síntoma es fácil de reconocer. La sangre, que debería ser fluida, se espesa, se coagula y no circula bien.

La fluidez exige siempre capacidad de transformación. En la misma medida en que deja de transformarse una persona, se manifiestan en su cuerpo síntomas de estrangulamiento o bloqueo de la circulación. La movilidad externa exige movilidad interna. Si el individuo se hace premioso en el orden mental, si sus opiniones se hacen lema y sentencia inflexible, también en lo corporal se condensará y solidificará lo que debe ser fluido. Es sabido que la inmovilización en la cama hace aumentar el peligro de trombosis. La inmovilización indica claramente que ya no se vive el polo del movimiento. «Todo fluye», dijo Heráclito. En una forma de existencia polar, la vida se manifiesta como movimiento y cambio. Todo intento de aferrarse a un único polo conduce a la parálisis y la muerte. Lo inmutable, lo eterno, no lo encontraremos sino más allá de la polaridad. Para llegar allí, tenemos que someternos al cambio, porque sólo él nos llevará hasta lo inmutable.

 

LA ENFERMEDAD COMO CAMINO.
THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE. Editorial Plaza y JanésTítulo original: Krankheit als Weg

 




Salud activa

Esa sedimentación del yoga a través de los siglos de sus sabios, anacoretas, sanyasines, con sus experiencias y sus vislumbres es lo que conocemos por Tradición. Una Tradición que por momentos ha sido estructurada, se le ha puesto cauces y definiciones, pero ha pasado fundamentalmente de boca a boca, de maestro a discípulo. Desde entonces el Yoga ha sido unión del ser humano con el cosmos, la vía del éxtasis, o si se lo prefiere, la comprensión de que el misterio más lejano habita en nosotros, que una diminuta chispa de lo divino alimenta nuestro corazón. Imágenes más poéticas que filosóficas para señalar que el yoga se ha desarrollado ante todo como una disciplina espiritual.

Pero en occidente ha cuajado, tal vez por necesidad, una idea del yoga más asociada a la salud. Hacer yoga para sentirse mejor, para soportar el peso de las responsabilidades, para curar esta o aquella dolencia. Y si bien el yoga no se ciñe en sus objetivos básicos al enfoque de terapia, bien podemos comprender que su hacer es claramente terapéutico.

Planteamos nuestro yoga para abrir un espacio activo de salud, y esto puede sonar revolucionario cuando el paciente, dentro de la medicina, es eso, un paciente que recibe toda la terapéutica de una forma pasiva, pastillas o agujas, hierbas o inyecciones, agentes externos que modifican nuestro estado alterado de salud pero raramente nos involucran. Hacer yoga semanalmente, de forma voluntaria, es gestar una actitud responsable, activa que pone cimientos a nuestra salud. Todo esto si consideramos que la mejor medicina es la preventiva.

En este punto tenemos que distanciarnos del deporte, que si bien en principio es saludable, no lo es tanto el deporte de competición que fuerza la «máquina» en pos de un nuevo record, de un nuevo triunfo. Yoga no es competición ni siquiera contorsionismo ni posturas a cual más complicada, reminiscencias de una imagen del yoga exótico, ya lejos de nuestra realidad. El yoga intenta partir de la realidad de cada uno y avanzar paso a paso. Puede ser la realidad del anciano, de la embarazada, de la persona estresada, de alguien con grandes acortamientos musculares. Da igual. El profesor tiene la capacidad de escuchar, más bien, de leer su problemática y ayudar en su proceso.

No es fácil la consigna de no forzar, respirar ampliamente, no hacer esfuerzo, porque de pequeños hemos aprendido una gimnasia de silbato y firmes, porque nadie nos enseñó qué eran esas sutiles sensaciones propioceptivas que formaban nuestra imagen corporal interna. Quisimos modelos para imitarlos olvidándonos de lo esencial, nuestro propio modelo.

Por eso en yoga lo primero es volver a tomar confianza en nuestra peculiar estructura. Cerrar los ojos y empezar a recoger sensaciones, alinear el cuerpo, ensanchar el vientre en cada respiración. Como si fuéramos niños hemos de aprender un nuevo lenguaje corporal: enraizamiento, basculación, proyección, coordinación, relajamiento Son las palabras que conformarán después el discurso de nuestra salud.

En nuestra concepción del cuerpo y la mente no hay enfermedades sino procesos, no nos interesa tanto el síntoma como la raíz de la perturbación, no focalizamos la zona afectada sino la persona. Es una idea unitaria del ser, donde ninguna parte está separada del todo. Nos lo recuerda la medicina china cuando dice: el hígado alimenta los músculos, éstos refuerzan el corazón, el corazón alimenta la sangre, ésta refuerza el bazo que alimenta a su vez la carne, la carne refuerza los pulmones que también alimentan la piel y el cabello. Éstos refuerzan los riñones; los riñones alimentan los huesos y las médulas que a su vez refuerzan el hígado. Muestra de la sincronía y cooperación que se establece en todo el cuerpo.

Toda curación pasa por hacerse uno responsable de su malestar, por saber con certeza lo que le pasa y por tener al alcance medios que utilizar cotidianamente. Veamos cómo puede ayudar la práctica del yoga a este proceso curativo.

El racimo de âsanas o posturas que hacemos tiende a reencontrar el máximo de amplitud de movimientos que tiene el cuerpo. Cualquier articulación del cuerpo si no está encorsetada por ligamentos y músculos contraídos se desplega en un movimiento armonioso. Sin embargo, la vida cotidiana en las ciudades y los trabajos que hacemos extremadamente especializados limitan este movimiento natural amplio. La artrosis se ceba en esas articulaciones semiinmovilizadas. El yoga descomprime la columna, la flexiona hacia delante, la extiende hacia atrás; las rotaciones abren espacio, así como las flexiones laterales que flexibilizan la musculatura auxiliar respiratoria.

Intentar aliviar la hiperlordosis lumbar para que la zona pélvica y los órganos genitourinarios no sufran excesiva presión. Corregir la cifosis dorsal para que el enrollamiento de las costillas no impida una buena respiración. Incidir sobre las cervialgias para que la irrigación sanguínea llegue al cerebro, evitando migrañas, vértigos, hormigueos en los brazos. Sin olvidarnos de la escoliosis que deforma la caja torácica y que presiona excesivamente toda la estructura cardíaca. Aunque evidentemente sólo podemos incidir en las curvaturas leves pues cuando se vuelven crónicas es conveniente derivar hacia las terapias corporales y quiropraxias.

Si habláramos de la circulación sanguínea veríamos que las posturas de yoga actúan en diferentes planos y gravedades favoreciendo el retorno venoso, bombeando la sangre en todas direcciones. Aunque no todos los ejercicios se pueden hacer con una hipertensión arterial, lo cierto es que la relajación baja el tono global del organismo, estimulando el sistema parasimpaticotónico que pone el freno a nuestra aceleración.

Uno de los males de nuestro tiempo es el haber roto el ritmo natural del cuerpo. Hemos acelerado el ritmo para adaptarnos a un mundo hipercomplejo. El yoga con la respiración, potenciando la espiración y la escucha, vuelve a establecer ese ritmo calmado. No en vano el yoga es el camino de la serenidad.

Pero la respiración no es solamente una mejor oxigenación pues viene también de la mano de un aumento de la vitalidad. Respirar es energetizarse y sobre todo calmar el mental. Por eso pranayama, palabra que designa los ejercicios respiratorios en el yoga, significa etimológicamente actitud ante la energía, también lo podemos entender como la estrategia para alargar el aliento. Aliento largo y profundo que sujeta la mente, que la interioriza.

Si vemos que el niño se diferencia del adulto por su gran elasticidad y plasticidad, el yoga que se enfoca hacia la longevidad quiere retener esa flexibilidad propia de las primeras edades. Ser flexible y simultáneamente resistente. Estar relajado y a la vez atento.

El yoga es sano por todo esto pero también porque transforma su ser en una ecología. Empieza por la alimentación y come lo más fresco y natural. Sobrio y considerado con la vida intenta comer lo más armónico que puede. Intenta también llevar su higiene en profundidad y no lavarse sólo la piel debajo de la ducha como solemos hacer. También limpia su nariz con agua y sal, su intestino con lavados internos. Frota sus encías, limpia la lengua, fricciona su cuerpo después de una ducha fría que vigoriza su cuerpo. Se pone ropas de algodón, telas naturales que no le aprietan el cuerpo, que no sujetan su cintura impidiéndole la respiración. Ventila su casa, duerme sobre un lecho ligeramente duro, está en contacto con el sol y el aire, con la naturaleza.

La vida simple también deja tiempo que se invierte en tranquilidad que por fin sosiega el cuerpo, lo reconforta. Ese espacio de meditación diario es un buen stop para recuperarse de lo vivido, para no olvidar lo que uno es, para reconocer lo esencial y no perderse en la superficie de las cosas. Meditar para agradecer lo que la vida le da a uno, para sentirse solidario con todo lo que vive que tiene derecho a existir. ¿No forma parte esta actitud de la higiene mental, de la salud bien entendida?.

Meditar para religarse con lo más alto, allí donde reside la mayor esperanza de curación. Tantas veces hemos visto que la falta de un proyecto de vida, de un sentido vital sume al individuo en un caos interno y una anomia, depresión, neurosis que se retroalimenta desde el exterior.

Pero la idea final de salud no es una salud acorazada y prepotente. La salud entendida no como la ausencia de enfermedad sino como la verdadera potenciación de los recursos propios del cuerpo para adaptarse a las nuevas condiciones de vida. La enfermedad, no la que se ha vuelto crónica, la vemos como un esfuerzo de adaptación del cuerpo, una crisis depurativa que pretende encontrar un mejor estado que el anterior aunque entonces no hubiera manifestación patológica. Nos ponemos enfermos porque estamos vivos, porque somos sensibles, vulnerables, porque ahí reside la fuerza de la vida, la evolución que se abre camino. La salud también es un orden interno, una comprensión de la vida, una actitud de respeto por uno mismo.

Pero no olvidemos que la persona neófita hace el yoga en grupo, grupo que le sirve de apoyo, que resuelve muchas necesidades de comunicación que el mismo medio saturado y las prisas no ofrecen. Pararse, verbalizar cómo ha ido la sesión, encontrar, a veces, un tema que a todos nos interesa y expresarnos.

En definitiva compartir un objetivo común que está en nuestras manos, mejorarnos.

Julián Peragón




Serie para las varices de las extremidades inferiores

Las varices o venas varicosas son dilataciones permanentes de las venas. Las válvulas internas de las venas están alteradas y no realizan bien la función de retorno sanguineo, no frenan el efecto de la gravedad. La sangre se encharca especialmente en las extremidades inferiores cursando con hinchazón y pesadez. También se produce dolor en la zona y a veces calambre nocturno. Si se produce prurito es mejor evitar rascarse ya que puede agravar la situación.

Estas varices pueden provocar inflamaciones (flebitis) con el riesgo también de que se creen coágulos de sangre en el interior de las venas (flebotrombosis). Circunstancias como el embarazo o estar demasiadas horas de pie al día pueden agravar esta dolencia. Hay que evitar también estar sendado con las piernas cruzadas mucho rato, llevar prendas muy ajustadas, calcetines, medias, zapatos que impidan una buena función de retorno. Tampoco hay que exponer el cuerpo a calores excesivos. En este sentido cualquier ejercicio suave como andar o nadar puede beneficiar.

 

El Yoga facilita con posturas invertidas el retorno venoso en dirección al motor del sistema circulatorio que es nuestro corazón. La ejecución de ejercicios dinámicos puede fortalecer la musculatura que hará, especialmente la de las piernas, de masaje local sobre las zonas hinchadas favoreciendo un efecto de bombeo sanguíneo.

 

Por Julián Peragón

 




Enfermedad y síntomas

CAPÍTULO 1

 

El entendimiento humano
no puede aprehender la verdadera enseñanza.
Pero cuando dudéis
y no entendáis
gustosamente
dialogaré con vosotros.

YOKA DAISI SHODOKA

 

 

Vivimos en una época en la que la medicina continuamente ofrece al asombrado profano nuevas soluciones, fruto de unas posibilidades que rayan en lo milagroso. Pero, al mismo tiempo, se hacen más audibles las voces de desconfianza hacia esta casi omnipotente medicina moderna. Es cada día mayor el número de los que confían más en los métodos, antiguos o modernos, de la medicina naturista o de la medicina homeopática, que en la archicientífica medicina académica. No faltan los motivos de crítica —efectos secundarios, mutación de los síntomas, falta de humanidad, costes exorbitantes y otros muchos— pero más interesante que los motivos de crítica es la existencia de la crítica en sí, ya que, antes de concretarse racionalmente, la crítica responde a un sentimiento difuso de que algo falla y que el camino emprendido, a pesar de que la acción se desarrolla de forma consecuente, o precisamente a causa de ello, no conduce al objetivo deseado. Esta inquietud es común a muchas personas, entre ellas no pocos médicos jóvenes. De todos modos, la unanimidad se rompe cuando de proponer alternativas se trata. Para unos la solución está en la socialización de la medicina, para otros, en la sustitución de la quimioterapia por remedios naturales y vegetales. Mientras unos ven la solución de todos los problemas en la investigación de las radiaciones telúricas, otros propugnan la homeopatía. Los acupuntores y los investigadores de los focos abogan por desplazar la atención del plano morfológico al plano energético de la fisiología. Si contemplamos en su conjunto todos los esfuerzos y métodos extraacadémicos, observamos, además de una gran receptividad para toda la diversidad de métodos, el afán de considerar al ser humano en su totalidad como ente físico–psíquico. Ya para nadie es un secreto que la medicina académica ha perdido de vista al ser humano. La superespecialización y el análisis son los conceptos fundamentales en los que se basa la investigación, pero estos métodos, al tiempo que proporcionan un conocimiento del detalle más minucioso y preciso, hacen que el todo se diluya.

Si prestamos atención al animado debate que se mantiene en el mundo de la medicina, observamos que, generalmente, se discute de los métodos y de su funcionamiento y que, hasta ahora, se ha hablado muy poco de la teoría o filosofía de la medicina. Si bien es cierto que la medicina se sirve en gran medida de operaciones concretas y prácticas, en cada una de ellas se expresa —deliberada o inconscientemente— la filosofía determinante. La medicina moderna no falla por falta de posibilidades de actuación sino por el concepto sobre el que —a menudo implícita e irreflexivamente— basa su actuación. La medicina falla por su filosofía o, más exactamente, por su falta de filosofía. Hasta ahora, la actuación de la medicina responde sólo a criterios de funcionalidad y eficacia; la falta de un fondo le ha valido el calificativo de «inhumana». Si bien esta inhumanidad se manifiesta en muchas situaciones concretas y externas, no es un defecto que pueda remediarse con simples modificaciones funcionales. Muchos síntomas indican que la medicina está enferma. Y tampoco esta «paciente» puede curarse a base de tratar los síntomas. Sin embargo, la mayoría de críticos de la medicina académica y propagandistas de formas de curación alternativas asumen automáticamente el criterio de la medicina académica y concentran todas sus energías en la modificación de las formas (métodos).

En este libro, nos proponemos ocuparnos del problema de la enfermedad y la curación. Pero nosotros no nos atenemos a los valores consabidos y que todos consideran indispensables. Desde luego, ello hace nuestro propósito difícil y peligroso, ya que comporta indagar sin escrúpulos en terreno considerado vedado por la colectividad. Somos conscientes de que el paso que damos no será el que vaya a dar la medicina en su desarrollo. Nosotros, con nuestro planteamiento, nos saltamos muchos de los pasos que ahora aguardan a la medicina, la perfecta comprensión de los cuales ha de dar la perspectiva necesaria para asumir el concepto que se presenta en este libro. Por ello, con esta exposición no pretendemos contribuir al desarrollo de la medicina en general sino que nos dirigimos a esos individuos cuya visión personal se anticipa un poco al (un tanto premioso) ritmo general.

Los procesos funcionales nunca tienen significado en sí. El significado de un hecho se nos revela por la interpretación que le atribuimos. Por ejemplo, la subida de una columna de mercurio en un tubo de cristal carece de significado hasta que interpretamos este hecho como manifestación de un cambio de temperatura. Cuando las personas dejan de interpretar los hechos que ocurren en el mundo y el curso de su propio destino, su existencia se disipa en la incoherencia y el absurdo. Para interpretar una cosa hace falta un marco de referencia que se encuentre fuera del plano en el que se manifiesta lo que se ha de interpretar. Por lo tanto, los procesos de este mundo material de las formas no pueden ser interpretados sin recurrir a un marco de referencia metafísico. Hasta que el mundo visible de las formas «se convierte en alegoría» (Goethe) no adquiere sentido y significado para el ser humano. Del mismo modo que la letra y el número son exponentes de una idea subyacente, todo lo visible, todo lo concreto y funcional es únicamente expresión de una idea y, por lo tanto, intermediario hacia lo invisible. En síntesis podemos llamar a estos dos campos forma y contenido. En la forma se manifiesta el contenido que es el que da significado a la forma. Los signos de escritura que no transmiten ideas ni significado resultan tontos y vacíos. Y esto no lo cambiará el análisis de los signos, por minucioso que sea. Otro tanto ocurre en el arte. El valor de una pintura no reside en la calidad de la tela y los colores; los componentes materiales del cuadro son portadores y transmisores de una idea, una imagen interior del artista. El lienzo y el color permiten la visualización de lo invisible y son, por lo tanto, expresión física de un contenido metafísico.

Con estos sencillos ejemplos hemos intentado explicar el método que se sigue en este libro para la interpretación de los temas de enfermedad y curación. Nosotros abandonamos explícita y deliberadamente el terreno de la «medicina científica». Nosotros no tenemos pretensiones de «científicos», ya que nuestro punto de partida es muy distinto. La argumentación o la crítica científica no serán, pues, objeto de nuestra consideración. Nos apartamos deliberadamente del marco científico porque éste se limita precisamente al plano funcional y, por ello impide que se manifieste el significado. Esta exposición no se dirige a racionalistas y materialistas declarados, sino a aquellas personas que estén dispuestas a seguir los senderos tortuosos y no siempre lógicos de la mente humana. Serán buenos compañeros para este viaje por el alma humana un pensamiento ágil, imaginación, ironía y buen oído para los trasfondos del lenguaje. Nuestro empeño exige también tolerancia a las paradojas y la ambivalencia, y excluye la pretensión de alcanzar inmediatamente la unívoca iluminación, mediante la destrucción de una de las opciones.

Tanto en medicina como en el lenguaje popular se habla de las más diversas enfermedades. Esta inexactitud verbal indica claramente la universal incomprensión que sufre el concepto de enfermedad. La enfermedad es una palabra que sólo debería tener singular; decir enfermedades, en plural, es tan tonto como decir saludes. Enfermedad y salud son conceptos singulares, por cuanto que se refieren a un estado del ser humano y no a órganos o partes del cuerpo, como parece querer indicar el lenguaje habitual. El cuerpo nunca está enfermo ni sano ya que en él sólo se manifiestan las informaciones de la mente. El cuerpo no hace nada por sí mismo. Para comprobarlo, basta ver un cadáver. El cuerpo de una persona viva debe su funcionamiento precisamente a estas dos instancias inmateriales que solemos llamar conciencia (alma) y vida (espíritu). La conciencia emite la información que se manifiesta y se hace visible en el cuerpo. La conciencia es al cuerpo lo que un programa de radio al receptor. Dado que la conciencia representa una cualidad inmaterial y propia, naturalmente, no es producto del cuerpo ni depende de la existencia de éste.

Lo que ocurre en el cuerpo de un ser viviente es expresión de una información o concreción de la imagen correspondiente (imagen en griego es eidolon y se refiere también al concepto de la «idea»). Cuando el pulso y el corazón siguen un ritmo determinado, la temperatura corporal mantiene un nivel constante, las glándulas segregan hormonas y en el organismo se forman anticuerpos. Estas funciones no pueden explicarse por la materia en sí, sino que dependen de una información concreta, cuyo punto de partida es la conciencia. Cuando las distintas funciones corporales se conjugan de un modo determinado se produce un modelo que nos parece armonioso y por ello lo llamamos salud. Si una de las funciones se perturba, la armonía del conjunto se rompe y entonces hablamos de enfermedad.

Enfermedad significa, pues, la pérdida de una armonía o, también, el trastorno de un orden hasta ahora equilibrado (después veremos que, en realidad, contemplada desde otro punto de vista, la enfermedad es la instauración de un equilibrio). Ahora bien, la pérdida de armonía se produce en la conciencia, en el plano de la información, y en el cuerpo sólo se muestra. Por consiguiente, el cuerpo es vehículo de la manifestación o realización de todos los procesos y cambios que se producen en la conciencia. Así, si todo el mundo material no es sino el escenario en el que se plasma el juego de los arquetipos, con lo que se convierte en alegoría, también el cuerpo material es el escenario en el que se manifiestan las imágenes de la conciencia. Por lo tanto, si una persona sufre un desequilibrio en su conciencia, ello se manifestará en su cuerpo en forma de síntoma. Por lo tanto, es un error afirmar que el cuerpo está enfermo —enfermo sólo puede estarlo el ser humano—, por más que el estado de enfermedad se manifieste en el cuerpo como síntoma. (¡En la representación de una tragedia, lo trágico no es el escenario sino la obra!)

Síntomas hay muchos, pero todos son expresión de un único e invariable proceso que llamamos enfermedad y que se produce siempre en la conciencia de una persona. Sin la conciencia, pues, el cuerpo no puede vivir ni puede «enfermar». Aquí conviene entender que nosotros no suscribimos la habitual división de las enfermedades en somáticas, psicosomáticas, psíquicas y espirituales. Esta clasificación sirve más para impedir la comprensión de la enfermedad que para facilitarla.

Nuestro planteamiento coincide en parte con el modelo psicosomático, aunque con la diferencia de que nosotros aplicamos esta visión a todos los síntomas sin excepción. La distinción entre «somático» y «psíquico» puede referirse, a lo sumo, al plano en el que el síntoma se manifiesta, pero no sirve para ubicar la enfermedad. El antiguo concepto de las enfermedades del espíritu es totalmente equívoco, dado que el espíritu nunca puede enfermar: se trata exclusivamente de síntomas que se manifiestan en el plano psíquico, es decir, en la conciencia del individuo.

Aquí trataremos de trazar un cuadro unitario de la enfermedad que, a lo sumo, sitúe la diferenciación «somático» / «psíquico» en el plano de la manifestación del síntoma que predomine en cada caso.

Con la diferenciación entre enfermedad (plano de la conciencia) y síntoma (plano corporal) nuestro examen se desplaza del análisis habitual de los procesos corporales hacia una contemplación hoy insólita del plano psíquico. Por lo tanto, actuamos como un crítico que no trata de mejorar una mala obra teatral analizando y cambiando los decorados, el atrezzo y los actores, sino que contempla la obra en sí.

Cuando en el cuerpo de una persona se manifiesta un síntoma, éste (más o menos) llama la atención interrumpiendo, con frecuencia bruscamente, la continuidad de la vida diaria. Un síntoma es una señal que atrae atención, interés y energía y, por lo tanto, impide la vida normal. Un síntoma nos reclama atención, lo queramos o no. Esta interrupción que nos parece llegar de fuera nos produce una molestia y desde ese momento no tenemos más que un objetivo: eliminar la molestia. El ser humano no quiere ser molestado, y ello hace que empiece la lucha contra el síntoma. La lucha exige atención y dedicación: el síntoma siempre consigue que estemos pendientes de él.

Desde los tiempos de Hipócrates, la medicina académica ha tratado de convencer a los enfermos de que un síntoma es un hecho más o menos fortuito cuya causa debe buscarse en los procesos funcionales en los que tan afanosamente se investiga. La medicina académica evita cuidadosamente la interpretación del síntoma, con lo que destierra tanto al síntoma como a la enfermedad al ámbito de lo incongruente. Con ello, la señal pierde su auténtica función; los síntomas se convierten en señales incomprensibles.

Vamos a poner un ejemplo: un automóvil lleva varios indicadores luminosos que sólo se encienden cuando existe una grave anomalía en el funcionamiento del vehículo. Si, durante un viaje, se enciende uno de los indicadores, ello nos contraría. Nos sentimos obligados por la señal a interrumpir el viaje. Por más que nos moleste parar, comprendemos que sería una estupidez enfadarse con la lucecita; al fin y al cabo, nos está avisando de una perturbación que nosotros no podríamos descubrir con tanta rapidez, ya que se encuentra en una zona que nos es «inaccesible». Por lo tanto, nosotros interpretamos el aviso de la lucecita como recomendación de que llamemos a un mecánico que arregle lo que haya que arreglar para que la lucecita se apague y nosotros podamos seguir viaje. Pero nos indignaríamos, y con razón, si, para conseguir este objetivo, el mecánico se limitara a quitar la lámpara. Desde luego, el indicador ya no estaría encendido –y eso es lo que nosotros queríamos–, pero el procedimiento utilizado para conseguirlo sería muy simplista. Lo procedente es eliminar la causa de que se encienda la señal, no quitar la bombilla. Pero para ello habrá que apartar la mirada de la señal y dirigirla a zonas más profundas, a fin de averiguar qué es lo que no funciona. La señal sólo quería avisarnos y hacer que nos preguntáramos qué ocurría.

Lo que en el ejemplo era el indicador luminoso, en nuestro tema es el síntoma. Aquello que en nuestro cuerpo se manifiesta como síntoma es la expresión visible de un proceso invisible y con su señal pretende interrumpir nuestro proceder habitual, avisarnos de una anomalía y obligarnos a hacer una indagación. También en este caso, es una estupidez enfadarse con el síntoma y, absurdo, tratar de suprimirlo impidiendo su manifestación. Lo que debemos eliminar no es el síntoma, sino la causa. Por consiguiente, si queremos descubrir qué es lo que nos señala el síntoma, tenemos que apartar la mirada de él y buscar más allá.

Pero la medicina académica es incapaz de dar este paso, y en esto radica su problema: se deja fascinar por los síntomas. Por ello, equipara síntomas y enfermedad, es decir, no puede separar la forma del contenido. Por ello, no se regatean los recursos de la técnica para tratar órganos y partes del cuerpo, mientras se descuida al individuo que está enfermo. Se trata de impedir que aparezcan los síntomas, sin considerar la viabilidad ni la racionalidad de este propósito. Asombra ver lo poco que el realismo consigue frenar la frenética carrera en pos de este objetivo. A fin de cuentas, desde la llegada de la llamada moderna medicina científica, el número de enfermos no ha disminuido ni en una fracción del uno por ciento. Ahora hay tantos enfermos como hubo siempre —aunque los síntomas sean otros—. Esta cruda verdad es disfrazada con estadísticas que se refieren sólo a unos grupos de síntomas determinados. Por ejemplo, se pregona el triunfo sobre las enfermedades infecciosas, sin mencionar qué otros síntomas han aumentado en importancia y frecuencia durante el mismo período.

El estudio no será fiable hasta que, en vez de considerar los síntomas, se considere la «enfermedad en sí», y ésta ni ha disminuido ni parece que vaya a disminuir. La enfermedad arraiga en el ser tan hondo como la muerte y no se la puede eliminar con unas cuantas manipulaciones incongruentes y funcionales. Si el hombre comprendiera la grandeza y dignidad de la enfermedad y la muerte, vería lo ridículo del empeño de combatirla con sus fuerzas. Naturalmente, de semejante desengaño puede uno protegerse por el procedimiento de reducir la enfermedad y la muerte a simples funciones y así poder seguir creyendo en la propia grandeza y poder.

En suma, la enfermedad es un estado que indica que el individuo, en su conciencia, ha dejado de estar en orden o armonía. Esta pérdida del equilibrio interno se manifiesta en el cuerpo en forma de síntoma. El síntoma es, pues, señal y portador de información, ya que con su aparición interrumpe el ritmo de nuestra vida y nos obliga a estar pendientes de él. El síntoma nos señala que nosotros, como individuo, como ser dotado de alma, estamos enfermos, es decir, que hemos perdido el equilibrio de las fuerzas del alma. El síntoma nos informa de que algo falla. Denota un defecto, una falta. La conciencia ha reparado en que, para estar sanos, nos falta algo. Esta carencia se manifiesta en el cuerpo como síntoma. El síntoma es, pues, el aviso de que algo falta.

Cuando el individuo comprende la diferencia entre enfermedad y síntoma, su actitud básica y su relación con la enfermedad se modifican rápidamente. Ya no considera el síntoma como su gran enemigo cuya destrucción debe ser su mayor objetivo sino que descubre en él a un aliado que puede ayudarle a encontrar lo que le falta y así vencer la enfermedad. Porque entonces el síntoma será como el maestro que nos ayude a atender a nuestro desarrollo y conocimiento, un maestro severo que será duro con nosotros si nos negamos a aprender la lección más importante. La enfermedad no tiene más que un fin: ayudarnos a subsanar nuestras «faltas» y hacernos sanos.

El síntoma puede decirnos qué es lo que nos falta —pero para entenderlo tenemos que aprender su lenguaje—. Este libro tiene por objeto ayudar a reaprender el lenguaje de los síntomas. Decimos reaprender, ya que este lenguaje ha existido siempre, y por lo tanto, no se trata de inventarlo, sino, sencillamente, de recuperarlo. El lenguaje es psicosomático, es decir, sabe de la relación entre el cuerpo y la mente. Si conseguimos redescubrir esta ambivalencia del lenguaje, pronto podremos oír y entender lo que nos dicen los síntomas. Y nos dicen cosas más importantes que nuestros semejantes, ya que son compañeros más íntimos, nos pertenecen por entero y son los únicos que nos conocen de verdad.

Esto, desde luego, supone una sinceridad difícil de soportar. Nuestro mejor amigo nunca se atrevería a decirnos la verdad tan crudamente como nos la dicen siempre los síntomas. No es, pues, de extrañar que nosotros hayamos optado por olvidar el lenguaje de los síntomas. Y es que resulta más cómodo vivir engañado. Pero no por cerrar los ojos ni hacer oídos sordos conseguiremos que los síntomas desaparezcan. Siempre, de un modo o de otro, tenemos que andar a vueltas con ellos. Si nos atrevemos a prestarles atención y establecer comunicación, serán guías infalibles en el camino de la verdadera curación. Al decirnos lo que en realidad nos falta, al exponernos el tema que nosotros debemos asumir conscientemente, nos permiten conseguir que, por medio de procesos de aprendizaje y asimilación consciente, los síntomas en sí resulten superfluos.

Aquí está la diferencia entre combatir la enfermedad y transmutar la enfermedad. La curación se produce exclusivamente desde una enfermedad transmutada, nunca desde un síntoma derrotado, ya que la curación significa que el ser humano se hace más sano, más completo (con el aumentativo de completo, gramaticalmente incorrecto, se pretende indicar más próximo a la perfección; por cierto, tampoco sano admite aumentativo). Curación significa redención, aproximación a esa plenitud de la conciencia que también se llama iluminación. La curación se consigue incorporando lo que falta y, por lo tanto, no es posible sin una expansión de la conciencia. Enfermedad y curación son conceptos que pertenecen exclusivamente a la conciencia, por lo que no pueden aplicarse al cuerpo, pues un cuerpo no está enfermo ni sano. En él sólo se reflejan, en cada caso, estados de la conciencia.

Sólo en este contexto puede criticarse la medicina académica. La medicina académica habla de curación sin tomar en consideración este plano, el único en el que es posible la curación. No tenemos intención de criticar la actuación de la medicina en sí, siempre y cuando ésta no manifieste con ella la pretensión de curar. La medicina se limita a adoptar medidas puramente funcionales que, como tales, no son ni buenas ni malas sino intervenciones viables en el plano material. En este plano la medicina puede ser, incluso, asombrosamente buena; no se pueden condenar todos sus métodos en bloque; sí acaso, para uno mismo, nunca para otros. Aquí se plantea, pues, la disyuntiva de sí uno va a porfiar en el intento de cambiar el mundo por medidas funcionales o si ha comprendido que ello es vano empeño y, por lo que le atañe personalmente, desiste. El que ha visto la trampa del juego no tiene por qué seguir jugando (… aunque nada se lo impedirá, desde luego), pero no tiene derecho a estropear la partida a los demás, porque, a fin de cuentas, también perseguir una ilusión nos hace avanzar.

Por lo tanto, se trata menos de lo que se hace que de tener conocimiento de lo que se hace. El que haya seguido nuestro razonamiento, observará que nuestra crítica se dirige tanto a la medicina natural como a la académica, pues también aquélla trata de conseguir la «curación» con medidas funcionales y habla de impedir la enfermedad y de llevar vida sana. La filosofía es, pues, la misma; sólo los métodos son un poco menos tóxicos y más naturales. (No hacemos referencia a la homeopatía que no se alinea ni con la medicina académica ni con la natural.)

El camino del individuo va de lo insano a lo sano, de la enfermedad a la salud y a la salvación. La enfermedad no es un obstáculo que se cruza en el camino, sino que la enfermedad en sí es el camino por el que el individuo va hacia la curación. Cuanto más conscientemente contemplemos el camino, mejor podrá cumplir su cometido. Nuestro propósito no es combatir la enfermedad, sino servirnos de ella; para conseguir esto tenemos que ampliar nuestro horizonte.

 

 

LA ENFERMEDAD COMO CAMINO.
THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE .
Editorial Plaza y Janés

Título original: Krankheit als Weg

 




Arquitectura de la postura meditativa

 

 

 

ESTABILIDAD

El triángulo que forman las piernas da una base sólida de enraizamiento desde donde se asienta la vertical y que permite un gran abandono cuando se produce la experiencia de meditación profunda.

 

VERTICALIDAD

La vertical es el eje de conciencia que requiere de una actitud firme y alerta. La coronilla se proyecta como una flecha mientras la barbilla se repliega en un gesto de autocrecimiento. Los hombros caen naturalmente y en la medida que el pecho no está hundido rotan ligeramente hacia atrás. El cuello, por otro lado, está libre de tensión.

 

 

 

 

 

PIERNAS CRUZADAS

Las piernas cruzadas también tienen un efecto de elentecer la circulación sanguinea y energética para disponer de un plus extra que se revierte sobre el proceso de transmutación de la energía. Hay puntos que son presionados como el perineo o los medidianos que corren a lo largo de los muslos. No obstante, si las piernas rodillas tienen un exceso de tensión es mejor adoptar otra postura más fácil.

 

 

 

 

 

 

GRAVEDAD

El bajo vientre, punto Hara o Tan Tien inferior es nuestro centro de gravedad desde donde se puede enfocar otro tipo de atención o presencia distinta a la mental a la que estamos acostumbrados.

 

 

 

 

 

BASCULACIÓN DE LA PELVIS

La utilización del cojín de meditación es necesaria en la gran mayoría de adeptos de meditación para poder subir la pelvis e impedir que se cierre el vientre dificultando la expansión del diafragma en la respiración. Asimismo las rodillas se clavan mejor en el suelo reforzando el triángulo de sustentación. La pelvis debe de estar basculada hacia delante en anteversión a la altura de la quinta lumbar. Esto permite que la columna se enderece más facilmente pero sin anular las curvaturas naturales. También permite una respiración más fluida a nivel abdominal. Hay que evitar un exceso de tensión en la zona lumbar.

Nos sentaremos en medio del cojín y no en el borde. Ajustaremos la altura del cojín según nuestra flexibilidad de cadera (un cojín puede rellenarse más o menos para equilibrar la altura).

 

 

 

 

 

EL GESTO DE LAS MANOS

Hay un diálogo intensísimo entre las manos y el cerebro. Los mudras, los gestos de manos y dedos sellan una actitud de repliegue, concentración o serenidad. También hay un elemento simbólico como cuando mano izquierda y derecha representando lo espiritual y lo material, una sostiene a la otra. Y a la vez hay un elemento de atención cuando los pulgares enfrentados requieren una presión leve y atenta, como un termómetro que los separa cuando hay dispersión o los crispa cuando hay tensión.

Otro mudra que solemos hacer con ambas manos es el contacto entre el dedo índice y el pulgar simbolizando el reencuentro entre lo individual y lo cósmico.

 

 

 

 

 

SONRISA

La boca está cerrada sin tensión en las mandíbulas. La lengua que es una llave energética muy potente está plegada hacia el paladar superior, o bien, completamente relajada. La lengua plegada hacia el paladar hace de conexión de los circuitos energéticos, sujeta, por así decir, la mente dispersa y frena el reflejo de tragar saliva.

En otro sentido, la sonrisa interior es el reflejo de una actitud de no esfuerzo, un gesto que relaja toda la cara y el resto del cuerpo. Es también esa actitud de agradecimiento y de celebración ante el momento presente, así como de aceptación y comprensión.

 

 

 

 

MIRADA

De alguna manera con los ojos también sujetamos la mente pues los ojos son la prolongación más clara de nuestro cerebro. Tener los ojos cerrados facilita la interiorización, tenerlos abiertos, mejor dicho, semiabiertos, procura un aterrizaje en el presente. Lo importante es que la mirada siempre vaya hacia nuestro interior. Si tenemos los ojos abiertos no están fijos en nada. No se mira nada aunque intuitivamente uno está muy atento.

 

 

 

 

 

ATENCIÓN

Una vez la postura es estable, una vez el cuerpo ha quedado en la inmovilidad es necesario actuar sobre otro cuerpo, más sutil, más complejo que no se deja dominar fácilmente, la mente. Habitualmente la atención en la respiración es la vía más cercana para calmar la mente. Tradicionalmente hay dos lugares donde podemos depositar nuestra atención sin esfuerzo. Uno es el corazón pues la atención en el centro del pecho despierta nuestra parte amorosa. Otro lugar es el entrecejo, donde se asienta la mente, la mente superior e intuitiva.

 

Por Julián Peragón

 

 




El misterio de la meditación

Antes de empezar

La mayoría de las personas pueden efectuar con éxito ejercicios aeróbicos o de entrenamiento muscular sin saber nada de anatomía o sin comprender en absoluto lo que están haciendo o porqué. Desgraciadamente (o, quizás, afortunadamente), esto no es así con respecto al yoga y la meditación. Sin saber exactamente la naturaleza de estos procesos es imposible realizarlos adecuadamente y, por tanto, la meditación puede no ser correcta.

La meditación es la práctica más elevada del yoga (¡esto no quiere decir que sea difícil!). Realmente, muy pocas personas pueden meditar debido principalmente a dos razones:

-Muy pocas personas saben lo que es exactamente la meditación.

-Menos aún tienen la suficiente voluntad para practicar (falta de motivación)

No todo el que permanece quieto con los ojos cerrados esta meditando. La meditación es una ciencia delicada y no puede practicarse en completa ignorancia. Solo quienes la estudian con una seria motivación interior pueden practicarla con éxito. Hay que tener presente que la meditación,

especialmente en las primeras etapas, debe tener un objeto. Sin objeto sobre el que meditar no hay meditación. El objeto de meditación más simple es un objeto físico (un punto, un dibujo geométrico, una bola, etc.). En etapas más avanzadas los objetos de meditación se vuelven más sutiles:

– imágenes mentales creadas a voluntad,

– una afirmación,

– un problema que precisa solución,

– un sentimiento,

– un pensamiento,

– una idea,

– una energía sutil,

– un estado de conciencia, etc.

En este caso, la palabra “objeto” se refiere a cualquiera de éstos ejemplos.

Aquí hay que destacar que el sujeto debe percibir muy bien el objeto de meditación. En otras palabras, el objeto debe poseer una realidad objetiva o subjetiva clara. Una idea definida con vaguedad no puede funcionar como objeto de meditación. El sujeto (el practicante de la meditación) debe ser capaz de “apoderarse” de una de las principales características del objeto, al menos, si no de todas ellas.

 

Etapas en la meditación

La perenne sabiduría tradicional nos enseña que para entrar en el estado de meditación hay que seguir ciertos pasos definidos. Nadie puede entrar en meditación sin seguir estos pasos.

Las etapas son:

Dharana – concentración mental

Dhyana – meditación

Samadhi – identificación gozosa

 

En la Tradición Occidental estas tres etapas se denominan “consideratio” (consideración), “contemplatio” (contemplación) y “raptus” (rapto).

Cada etapa, una vez dominada, conduce de forma natural hacia la siguiente.

 

 Dharana – Concentración Mental

La mente puede escoger

La mente humana recibe información del mundo exterior continuamente, a través de las cinco “puertas” de los sentidos: olfato, gusto, vista, oído y tacto. En un momento determinado, de toda la información recibida a través de un sentido concreto, la mente puede seleccionar solo aquello que sea de su interés. Esta selección se realiza concentrando la atención sobre una información concreta e ignorando otros datos no relevantes.

Cuanto más se concentre la atención sobre un sentido concreto, más aumentará la cantidad de información recibida a través de ese sentido, y la información que venga a través de los otros sentidos se volverá “menos importante” e incluso será completamente ignorada por la mente.

Una característica especial de la mente humana es la capacidad de concentrar la atención sobre el mundo interior de sentimientos, pensamientos e ideas. Más aún, la mente humana puede concentrarse incluso sobre el sí mismo esencial —este hecho es de una importancia fundamental porque crea la posibilidad de controlar la mente.

Esta facultad de la mente humana de modificar a voluntad la orientación de la atención consciente es el mecanismo básico de la concentración mental (dharana).

 

Definiendo el concepto

“Concentrarse” significa reunir en el centro, recoger, centrar. La concentración mental (dharana) quiere decir concentrar la mente sobre un objeto único sin permitir (a la mente) que se fije en otro objeto durante un determinado periodo de tiempo. El opuesto de la concentración es la dispersión, el esparcimiento. En este caso, la mente descontrolada salta de un objeto a otro sin fijarse en nada. Por desgracia, hoy en día, esta es la condición mental de la mayoría de las personas.

 

La teoría de la percepción del yoga

Cuando se percibe un objeto externo (artha), la mente “adopta la forma” de ese objeto. Esto se denomina vritti. La mente como vritti es, por tanto, una representación interna del objeto externo. El objeto inicial se denomina “objeto grosero” y la impresión mental es el “objeto sutil”. Pero además del objeto sutil, hay otro aspecto de la mente que es “lo que percibe”.

Por tanto, la mente tiene dos aspectos: vritti (lo conocido) y el perceptor (lo que conoce).

Puesto que la mente es así “transformada” en la forma del objeto percibido, la mente que medita en una Deidad, por ejemplo, se transforma con el tiempo y a través de la concentración continuada en algo similar a esa Deidad; se vuelve tan pura y poderosa como esa Deidad. Este es el principio fundamental de la adoración.

 

La mente es movimiento

“Dharana” quiere decir “sujetar la mente”. La Sabiduría Intemporal considera que “la mente”, tal como la conocemos, es solo un flujo perpetuo de patrones mentales (vrittis), de acuerdo a ciertas leyes concretas. El tren de patrones psíquicos tiene una contracorriente de emociones, reforzada por la correspondientes respuestas fisiológicas.

Ciertamente, la mente es movimiento. La mente es como el viento: el viento es aire en movimiento; cuando este movimiento se detiene, el aire aún esta ahí, pero el viento desaparece. El producto mental que permanece cuando los patrones psíquicos (vrittis) se detienen es lo que se denomina citta. Cuando los patrones psíquicos (vrittis) se detienen, la mente desaparece: se entra en un estado de no-mente. No-mente (que significa en realidad “más allá de la mente”) es el estado más elevado de creatividad e intuición espiritual.

Patañjali define el yoga como sigue: yoga [es] citta vritti nirodha. Yoga Sutra, I.21

Es decir, yoga es la detención gradual (nirodha) de los vrittis (patrones mentales) de citta. Este sutra contiene toda la esencia del yoga y el secreto de la concentración mental.

Quizás, la ignorancia y los prejuicios pueden hacerte creer que no puedes concentrar la mente. ¡Esto no es cierto! Todo el mundo puede concentrarse, incluso profundamente, sobre un objeto que sea realmente interesante para esa persona.

La cuestión es: ¿este tipo de concentración es la concentración del yoga? Incluso aunque pueda proporcionarte valiosas pistas sobre el estado real de dharana (concentración mental), esto no es lo que en yoga se entiende por concentración.

 

Centramiento intencional

Dharana significa ser capaz de centrar la mente a voluntad y mantenerla centrada durante largos periodos de tiempo sobre un objeto, incluso si tal objeto no despierta de forma natural nuestra curiosidad.

 

¡No forzar!

Para entrenarse uno mismo en dharana, la regla más importante es: no forzarla mente a permanecer centrada. La mente es como un mono loco: cuanto más se intenta calmarlo por la fuerza y hacer que permanezca en un lugar concreto, más se resistirá a ello, haciendo exactamente lo opuesto: saltar incluso más locamente de un lugar a otro. Por tanto, hay que empezar a centrar la mente sobre el objeto escogido con mucha suavidad y cuando salte a otro objeto sencillamente hacerla regresar calmada y pacientemente, con humor y compasión por la falta de disciplina. Si surge la ira provocada por este salto mental continuo, solo aumentará la tendencia de la mente hacia la dispersión.

 

El estado ideal

La concentración mental perfecta implica enfocar completamente todo el potencial de la atención —sin utilizar fuerza mental o tensión nerviosa alguna— sobre el objeto escogido durante un periodo definido de tiempo, no permitiendo en absoluto la dispersión mental2. Este estado es análogo al enfoque de la luz solar a través de una lente: los rayos de luz se reúnen en un pequeño punto, lo cual aumenta enormemente su poder.

Aquí, el elemento del tiempo es muy importante: si la luz se concentra perfectamente pero este estado dura muy poco tiempo, nada puede acontecer. El punto de enfoque de la luz a debe mantenerse un cierto tiempo de forma continuada—solo hasta que aparezcan los efectos (por ejemplo, el encendido de un trozo de madera). De forma similar, dharana debe mantenerse un cierto periodo de tiempo: solo hasta que la concentración inicia el proceso de resonancia con la energía cósmica correspondiente y la consecuente transferencia de esa energía hacia tu ser. La energía conlleva sentimientos e información relacionada con el objeto de concentración.

 

Como empezar

Siéntate en una postura confortable con la columna y la nuca en línea recta y vertical. Cierra los ojos y sigue los siguientes pasos:

• Relájate completamente de forma rápida y profunda. Recorre mentalmente todo su cuerpo y elimina todas las tensiones.

• Respira calmada y pacíficamente.

• Vuelve la atención hacia tu interior (mirada introvertida) y desconéctate de factores externos molestos (ruidos, etc.);

• Empieza por apartar la mente de cualquier pensamiento que surja (como resultado de la actividad sensorial) mediante un breve pero determinado esfuerzo para parar el pensamiento discursivo;

• Concentra la mente (dharana) sobre el objeto de tu elección. Examinemos dharana con mayor detalle.

Vacía tu mente de todo pensamiento llevando el objeto escogido ante el ojo interno de la mente. No permitas que la mente se fije en otro objeto o pensamiento.

Si esto sucede, calmada y pacientemente enfoca de nuevo la mente en el objeto. Esto es lo único que supuestamente hay que hacer durante dharana: mantener la mente centrada en el objeto. ¡Se consciente de toda fuerza o tensión! Permanece en calma, abierto y favorablemente dispuesto hacia la concentración.

 

No hacer nada

La concentración mental es un proceso estático: durante la concentración la mente se “congela”, el pensamiento se detiene, la actividad mental se suspende (se refiere siempre a la actividad mental voluntaria). El único movimiento mental debe ser llevar con suavidad la mente hacia el objeto escogido cada vez que salta. La concentración mental puede describirse como “no hacer nada”.

Hay que comprender que no se trata de un estado perezoso, sino de “solo sentarse” con un propósito. Durante dharana, la mente es como un espejo: la única actividad es reflejar el objeto.

“Durante la concentración (dharana), la mente es como el cristal pulido que adopta el color del objeto sobre el cual se coloca” Yoga Sutra I.416

 

Aprender a percibir

Considera cuidadosamente el objeto de concentración: acércate a él con asombro y curiosidad infantil, como si no supieses nada sobre él (¿realmente conocemos algo importante sobre los objetos del mundo externo?). No te aproximes al objeto racional o intelectualmente; en su lugar capta su esencia solo con los sentidos o incluso solo con el instinto. Explora el objeto de forma no verbal, en un estado de alerta pasiva, sin propósito, sin preocupación, con curiosidad infantil, con puro asombro. Solo estas tu y el objeto; nada se espera de ti, todo se espera del objeto.

Por consiguiente, siéntate en un estado de expectación eufórica continuada, en el más elevado estado de alerta. Esto es muy importante. Déjate absorber en y por el objeto.

No intentes definirlo, juzgarlo o comprenderlo, solo considera el objeto con curiosidad, como si lo estuvieses contemplando por primera vez. Solo el

hecho de no poder definir exactamente el objeto y de no entenderlo racionalmente, te abre hacia él y crea el estado de receptividad mental en el cual la intuición (“no-mente” o “superconciencia”, como también se denomina) puede empezar a funcionar.

Haciéndolo así descubrirás enseguida que los objetos que te rodean poseen miles de significados (esto surge como destellos o flashes de intuición). Normalmente pasamos por alto estos significados.

Cada cosa esta así repleta de un fascinante y maravilloso misterio que empezarás a captar gradualmente; todo se sostiene gracias a una energía invisible que empezarás a sentir y a controlar sin esfuerzo.

La concentración mental (dharana) es una forma de iniciar el proceso de resonancia y afinamiento de las energías cósmicas sutiles de las cuales el objeto de concentración es solo una manifestación visible. No intentes acelerar este proceso: permite que se inicie por si mismo cuando sea oportuno.

En este acercamiento, el conocimiento viene del objeto, no del sujeto (del practicante). La concentración permanece residente, en contemplación hiperatenta, como un gato esperando que el ratón abandone su escondite: lo imprevisto puede suceder en cualquier momento.

 

Todo comienzo es difícil

Al principio, es probable que descubras que el ejercicio fracasa lamentablemente. Acéptalo como un hecho perfectamente normal. Ten en cuenta que en yoga no hay esfuerzos perdidos; en otras palabras, todo esfuerzo traerá su resultado en el momento oportuno.

Ninguno de tus fracasos es un trabajo perdido. Tal como dice el sabio: “El barro es tan valioso como la flor de loto que alimenta”.

Cada intento fracasado es en realidad un paso hacia el éxito porque la concentración mental, igual que la meditación, posee un efecto acumulativo que aparece no solo por hacerlo “bien”, sino también por trabajar consistentemente.

 

Domar la mente

Al principio, la mente tiene muy poca estabilidad; encontrarás el objeto y seguidamente lo perderás muy rápidamente. La mente vagabundea por todas partes.

Tras cierto periodo de práctica, surge en la mente suficiente estabilidad como para que la atención permanezca enfocada sobre el objeto de forma ininterrumpida durante cortos periodos de tiempo (diez o quince segundos, quizá mas)

Más adelante, el grado de estabilidad mental se acrecienta aún más; la mente puede permanecer constantemente centrada sobre el objeto con un razonable buen nivel de estabilidad e incluso, ocasionalmente, dejar de vagabundear.

Entonces surge un estado en el que la mente no pierde el objeto, porque se ha logrado el poder de concentración. Ahora debe efectuarse un esfuerzo sostenido para aumentar la claridad mental. Tras ello, la mente alcanzará un tremendo poder. Con solo un mínimo esfuerzo se centrará sobre el objeto y permanecerá en él sin esfuerzo tanto tiempo como se desee.

Cuando se alcanza este estado, la mente se convierte en un instrumento extremadamente sensible apto para desarrollar cualquier tipo de meditación.

Es como montar sobre un caballo salvaje. Ciertamente, en los primeros intentos te caerás al suelo. Pero si perseveras lo suficiente, eventualmente tendrás éxito y con el tiempo el caballo se convertirá en tu amigo íntimo y obedecerá tus órdenes incluso sin El misterio de la meditación necesidad de ser pronunciadas. En esta analogía, el caballo salvaje es tu mente y la concentración es la doma y entrenamiento del caballo. A este respecto, la continuidad es lo importante.

 

Dhyana – el estado de meditación

«Dhyana (meditación per se) es el flujo continuado de procesos mentales hacia el objeto (de meditación)». Yoga Sutra III.27

«Dhyana es un flujo continuado de reflexión (es decir, “como en un espejo”) con respecto a la realidad esencial del objeto (de meditación)”. Ratnatika, (texto tántrico)

 

El láser mental

Dhyana es un flujo de la mente sin esfuerzo, dirigido espontáneamente hacia el objeto. Dhyana (meditación) es un proceso dinámico: mientras sucede, los procesos mentales (pensamientos, ideas, etc.) giran alrededor del objeto de meditación, efectuando asociaciones libres relacionadas solo con ese objeto concreto. Durante la meditación la actividad de la mente logra una tremenda intensidad dinámica y, eventualmente, se convierte en algo similar a un rayo láser de pensamiento concentrado.

“Un intelecto inquebrantable, una mente impasible que no puede distraerse con nada y que se halla libre del pensamiento discursivo —esto es, el estado de dhyana. Esta adoración es idéntica a la absorción (en Shiva) que nace del ardor místico”. Texto tántrico

 

Superimposición dinámica

Dhyana (meditación) se superimpone sobre dharana (concentración mental). En otras palabras, la concentración mental permanece durante todo el período de meditación. El propósito de tal concentración es “mantener el objeto delante del ojo mental”, por así decir; se trata de un proceso estático. La meditación tiene lugar a un nivel mental elevado e implica cierta dinámica de la mente.

 

El principio básico

Hay una ley mental que dice que si un pensamiento prevalece, todos los demás pensamientos tenderán gradualmente a someterse ante el dominante. Este es el principio básico de la meditación. El pensamiento dominante esta creado por la concentración y el movimiento de la mente alrededor de ese pensamiento concreto es la meditación.

 

Uno conduce a otro

La concentración y la meditación, aunque parecen muy próximas, sin embargo son fenómenos distintos. Si logras una buena concentración, ella te conducirá de forma automática a la meditación, porque en yoga cada paso, cuando se ejecuta perfectamente, proporciona la clave para el siguiente. No fuerces, no intentes acelerar el proceso de pasar de la concentración a la meditación. Surgirá de forma natural tras un cierto periodo de práctica. Recuerda que el genio posee una paciencia infinita.

Se por tanto paciente y te convertirá en un genio a través de la práctica de la meditación. Comparativamente, la mente es como una persona en sueño profundo; la concentración es empezar a despertarla y la meditación es despertarla completamente y ponerla a funcionar.

 

Cómo empezar

1. El primer paso en dhyana (meditación) es dharana (concentración mental). Durante algún tiempo, este será el único paso que podrás dar para meditar. A través de la paciencia y de la práctica incesante, descubrirás de forma gradual por medio de la experiencia personal como iniciar y liberar el siguiente paso. Ten esto en cuenta: a un nivel profundo, nadie puede realmente ayudarte a meditar, excepto tu mismo, aplicando la información tradicional revelada sobre este asunto.

2. El siguiente paso es éste: mientras se mantiene el estado mental de dharana (concentración), sal de él y permite que tus pensamientos se muevan con libertad con objeto de hacer conexiones y asociaciones. No creas que debes hacer algo para ello: solo permanece mentalmente alerta y se consciente de la transición espontánea y sin esfuerzo de la quieta reflexión (dharana) al pensamiento dinámico (dhyana).

Descubrirás ahora que tu mente no salta ya al azar sino que, a un nivel inferior, dharana (concentración) se mantendrá casi sin esfuerzo y, a un nivel superior, los pensamientos empezarán a moverse solo alrededor del objeto. Esto es dhyana (meditación).

Al principio, probablemente no durará mucho el movimiento de la mente alrededor del objeto. Los pensamientos empezarán a moverse sobre el objeto en destellos, luego cesarán, permaneciendo solo la concentración. Tras un tiempo, se sucederán nuevos destellos de pensamiento; después cesarán, y así sucesivamente. Esto es lo normal al comienzo. Esto significa que tu mente adormilada comienza a despertar y cae de nuevo en el sueño. Tras algún tiempo de práctica, los periodos de movimiento mental se volverán más y más largos, llegando finalmente a un movimiento mental ontinuado. Entonces alcanzarás el auténtico estado de meditación (dhyana).

Es preciso aquí ser consciente de que ese “movimiento”, en este contexto, tiene un connotación especial. Generalmente, cuando pensamos sobre algo que se mueve, lo concebimos como un movimiento en el tiempo. Esto no es cierto en el caso del movimiento mental meditativo; lo que sucede en realidad es un destello de conciencia que no tiene lugar en el tiempo, porque es una manifestación de la simultaneidad intemporal de la conciencia.

Meditación es vivir AQUÍ y AHORA; es una tremenda experiencia con un poder ilimitado que puede cambiar tu vida completamente y dar un nuevo curso a tu destino. La meditación es un estado de conciencia superior y, por tanto, no puede comprenderse completamente mientras no sea experimentado.

 

El auténtico objetivo

Ten en cuenta esta importante cuestión: meditar no quiere decir relajar el cuerpo, curar enfermedades o liberarse de la fatiga o el estrés, como algunos “meditadores” pregonan. Es perfectamente cierto que la meditación puede conseguir todo esto e incluso mucho más, más allá de la imaginación más exacerbada, pero solo como un efecto secundario. El auténtico objetivo de la meditación es alcanzar conocimiento, comprensión y sabiduría. El genuino objetivo es la gnosis (en griego, “conocimiento”) que no es un simple conocimiento de las cosas, sino más bien una penetración espiritual en su naturaleza esencial.

 

Samadhi – identificación gozosa

Hemos visto que dhyana (meditación) es el flujo continuo de procesos mentales hacia el objeto de meditación. Este proceso lleva gradualmente a la identificación gozosa (interpenetración del objeto de meditación con el auténtico ser del practicante). Este es el estado mas elevado, denominado samadhi. En samadhi la mente asume la naturaleza del objeto de concentración y se vuelve una con él, de forma continua y con exclusión de otros objetos.

 

Perderse a si mismo

En samadhi solo permanece la conciencia del objeto, como si desapareciese la conciencia de individualidad8. En realidad, la individualidad del practicante no desaparece (¡sería imposible!), pero la conciencia del practicante se identifica gozosamente con el objeto de meditación. En samadhi, la mente y la conciencia del yogui se vuelven uno con el objeto.

Ya no hay más conciencia de funcionamiento mental (la mente entra aparentemente en un estado de vacío o vaciedad). No hay más conciencia de individualidad personal, en el sentido de sentirse separado del objeto. Ahora, el practicante experimenta que no hay separación entre “objeto” y “yo”. Tal dicotomía es ahora imposible.

«Así como un grano de sal se disuelve en el agua y se convierte en uno con ella, durante el estado de samadhi se produce una unión similar entre mente y atman (el sí mismo supremo)” Hatha Yoga Pradipika, IV, 59

“El estado de equilibrio, unión del si mismo esencial (atman) y el si mismo cósmico (paramatman), se denomina samadhi, del cual sólo el sí mismo es consciente, pues está mas allá de las palabras” Hatha Yoga Pradipika, IV, 7, 32 10

«[Samadhi es] esa forma de dhyana en la que no hay «aqui» ni «no aqui», en la que hay iluminación y quietud como si se tratase de un gran océano, y que es el Gran Vacío (shunya) en si mismo” Kularnava Tantra, IX, 9

 

El triángulo de la meditación

Durante dhyana existe conciencia del conocedor (el que practica la meditación), lo conocido (el objeto de meditación) y el conocimiento que surge en la mente acerca del objeto de meditación. Los tres son distintos.

 

El triángulo se absorbe en un punto

En samadhi, conocedor, conocido y conocimiento se funden, se mezclan uno con otro, se vuelven uno.

Samadhi es un conocimiento intuitivo relativo a lo que se halla presente, es la inmediatez de la experiencia repetitiva, la no intermediatividad de la percepción. Esto quiere decir que aquí la percepción se lleva a cabo sin utilizar los canales intermediarios (por ejemplo, los sentidos, la mente o el intelecto), y por eso la experiencia se concibe como una identidad.

Samadhi es un estado de identidad no diferenciada con el objeto a conocer, una inmersión desapegada en su significado. En este estado, el yogui experimenta un estado de conciencia en el que percibe la no diferenciación del substrato único de todas las cosas, seres y mundos. Se descubre la parte que es el todo; cada unidad se halla presente en todas las demás; todo es parte de la totalidad de la cual el experimentador representa una personificación.

El yogui que ha completado este proceso es capaz de reconocer la subyacente y, en esencia, visible realidad de la Consciencia Cósmica que compone el estatus más íntimo de todos los objetos aparentemente finitos.

Ahora, la tríada de conocedor, conocido y proceso de conocimiento se ha trascendido. El conocedor (el yogui en samadhi) se aparta del objeto y regresa a si mismo.

Haciendo esto, crea una situación en la cual el objeto de conocimiento es el conocedor mismo, y el proceso de conocimiento es también sencillamente el conocedor mismo. Este estado se describe a veces como “vacío” o “vaciedad” (shunya) a causa del contraste con la aparente totalidad objetiva (representada por la dualidad objeto- sujeto) que lo precede.

Es un proceso de eliminación progresiva de los atributos y características externas del objeto de meditación hasta que el yogui se queda simplemente con la pura esencia existencial del objeto.

El proceso de descubrimiento del substrato único no diferenciado de todo lo que existe es la principal característica del logro de la liberación e iluminación espiritual. Ya no se muestran los objetos finitos como estructuras limitadas y separadas; en su lugar, la Conciencia, fuera de la cual todas las cosas son compuestos, emerge y se visualiza como la auténtica Realidad de los objetos percibidos.

«Él, que posee este conocimiento (es decir, que el Universo es idéntico al Sí Mismo) considera el mundo como un juego (divino), y permaneciendo siempre en unidad (con la Conciencia Universal) es, sin lugar a dudas, un liberado en vida (jivanmukta).» Spanda Karika II, 5

Se produce una transformación radical en la percepción del mundo exterior. El contenido de la entrada consciente en samadhi es ananda —gozo inexpresable. El practicante penetra la conciencia más profunda de lo Supremo. La realidad del samadhi debe experimentarse personalmente. No es suficiente hablar sobre ella o tratar de imaginarla (¡sería imposible, en cualquier caso!). La realidad de esta afirmación sin la experimentación directa es solo una parte de la verdad.

 

Samyama – la absorción meditativa

Samyama significa efectuar al mismo tiempo dharana (concentración), dhyana (meditación) y samadhi (identificación)11.

«El dominio del samyama proporciona la luz del conocimiento trascendental» Yoga Sutra III.512

Dharana es el estacionamiento de la mente en un punto. Dhyana es la absorción continuada y gradual de la mente en el objeto. Samadhi es la inmersión completa de la mente en el objeto. Los tres se hallan inseparablemente unidos: de dharana a samadhi hay un proceso continuo, cuyo propósito es la asimilación del objeto, igual que se asimila la comida que se come. En samyama, se penetra el objeto y se es consciente de su esencia mediante un conocimiento de identidad (prajña).

En samyama tiene lugar una expansión de la conciencia sin esfuerzo. En este estado aprendemos a desplegarnos hacia fuera como en un firmamento de paz y tranquilidad, y luego, en la profundidad de ese espacio, permitimos que surja por sí mismo el conocimiento del objeto, como si fuésemos el objeto mismo.

 

Contemplar la película

Para comprender samyama fácilmente, podemos compararlo con una película en movimiento.

Supongamos que podemos detener la película en un fotograma concreto (una exposición única) que muestre a los protagonistas. De esta forma se puede estudiar la escena inmóvil tanto como se quiera . Este estado corresponde a dharana (concentración)

Luego dejamos que se inicie nuevamente el movimiento de la película. Somos ahora capaces de seguir la imagen que hemos estudiado durante

la parada, ver la conexión de esa imagen con la acción de la película e integrar dicha imagen en el flujo continuo de la acción. Este estadocorresponde a dhyana (meditación).

Siguiendo la acción de la película, participamos emocionalmente, nos identificamos con lo que sucede (nos sentimos tristes si es una tragedia, reímos si es una comedia, etc.) Esta identificación se corresponde con el inicio del samadhi.

 

Una nueva forma de conocer

En samyama, el practicante descubre que la corriente de pensamiento se carga con una emoción beatífica y armoniosa. El yogui no solo “ve” el objeto de samyama, sino que también lo “siente” con una extraña intensidad, como si ahora absorbiese el objeto o como si fuese absorbido por él. El yogui se sumerge, a un nivel sutil, en la realidad del objeto, como si la realidad del objeto se hubiese mezclado con su propia esencia. Esto es samyama, el método más completo para lograr el conocimiento intuitivo (“intuir” quiere decir “entrar, colocarse uno mismo en el interior”).

 

Unas notas sobre el estado de samyama

La inocencia conduce a la identificación desapegada con el objeto a través de la absorción.

La aspiración para alcanzar la Realidad se encuentra más allá de las limitaciones del ego; te conviertes en canal de manifestación de esa Realidad. La permites expresarse a través de ti; sin interrupción. Te vuelves “transparente” a ella. Samyama conduce a la comprensión mediante la vivencia, no mediante el razonamiento. Se establece únicamente sobre un tópico o idea (por tanto, es todo lo opuesto a “pensar sobre algo”) y el practicante se absorbe en dicha idea.

El proceso de conocimiento surge a través del objeto, no a través del sujeto. Se trata de un conocimiento no verbal, no conceptual.

En samyama, la mente es como un espejo: no agarra nada, no rechaza nada, recibe pero no mantiene, no añade nada.

No “traduzcas” a lenguaje corriente lo que experimentes durante el samyama; se trata de una nueva experiencia obtenida a través de medios inusuales.

Samyama es una nueva forma de ser en el mundo, una nueva forma de percibir y relacionarse con la Realidad, penetrando en un elevado estado de conciencia. Se trata de contemplar la Realidad tal como es, encontrarla en un estado mental sin pensamiento, en lugar de inventarla o imaginarla con ayuda del pensamiento discursivo.

Encuentra el placer de efectuar samyama cada día y olvida los resultados: piensa que no hay un objetivo real en la meditación; esta actitud te conducirá rápidamente al éxito.

 

Meditación en la vida diaria

Sentarse con los ojos cerrados es la forma más conveniente al principio para controlar el vagabundeo mental. No obstante, cuando empiezas a saber, incluso solo un poco, cómo ejercitar este control sentado inmóvil en meditación, puedes continuar haciéndolo mientras paseas, permaneces de pie o llevas a cabo cualquier actividad normal.

Esto se lleva a cabo dividiendo tu atención en dos, utilizando una parte para la meditación interior y la otra para las actividades rutinarias. Descubrirás que, contrariamente a lo que parece, tus actividades diarias se llenan mucho más de sentido y son más eficientes. La meditación que interioriza y el subsiguiente estado de tranquilidad proporcionan un soporte energético y dotan de sentido tu actividad exterior.

Si la meditación no conlleva una relación con la vida diaria, ¿qué puede tener de positiva? Una meditación que ignore la sociedad no tiene sentido y no es buena para nadie. Meditar en medio de la actividad significa traer todo el mundo a tu meditación. La auténtica práctica de meditación no tiene nada que ver con sentarse en un lugar tranquilo o no, cerrar los ojos o no, estar en soledad o no.

La meditación en medio de la actividad es incomparablemente superior al acercamiento silencioso. Este tipo de meditación realmente produce una

transformación interior significativa y conduce a la iluminación. Por supuesto, meditar en medio de distracciones es inicialmente mucho mas difícil —con pocas compensaciones a corto plazo— que sentarse en soledad y quietud. No obstante, si deseas que la elevada conciencia de la meditación sea parte de tu vida, entonces El misterio de la meditación deberás meditar en todo momento durante tu vida ordinaria; deberás permanecer internamente en meditación, sin importar lo que hagas externamente.

A menudo sentirás que no obtienes nada con la práctica de la meditación en medio de la actividad, mientras que el acercamiento en soledad proporciona rápidos e inesperados resultados. Pero ten la seguridad de que quienes practican únicamente en soledad nunca entrarán en meditación en medio de la actividad diaria, que es el auténtico sentido de la meditación.

La meditación en soledad tiende a separar nuestra vida espiritual de nuestra vida ordinaria, y esto es solo esconderse de la realidad. Un auténtico yogui o yoguini (mujer que practica el yoga) no se esconde.

 

Dino Roman es un practicante e investigador tántrico, discípulo de Gregorian Bivolaru e instructor en Natha (Dinamarca) desde 1997 hasta 2003. Actualmente enseña tantra yoga en New York y Florida.