Inmediatez

 

El tiempo no existe. Es una ilusión.

El río de la vida trasciende el umbral del tiempo

y se instala en la inmediatez del alma.

El acto se torna sagrado a la luz de la luna.

La santidad del instante despliega al hombre tal como es.

El regalo es la libertad en un tiempo de conciencia sin fronteras.

Sólo el presente existe y toda sombra de pasado y futuro se disipa.

Todo es uno en ese lugar comun al que accedemos rememorando lo esencial.

La llama del espíritu inmediato arde al conmemorar lo que siempre fuimos.

Lo espiritual se expresa en belleza. Lo inmediato en infinitud.

Todo está impregnado de Ser. Pregunto al silencio. Escucho su voz desde el Misterio.

Percibo el mundo como algo animado. Dotado de alma. Registro la respuesta del corazón.

Le devuelvo el pulso al mundo para poder escucharlo. Dejo de existir para que las cosas sean. Ocurran.

Esa voz me susurra al oido que la plenitud llena la eternidad y se derrama al mundo en inmediatez.

Josep Amat




El hindi y otras lenguas indias

La mayoría de las lenguas habladas en la India pertenecen a la primera rama de la familia del indoeuropeo, (con la excepción de las cuatro grandes lenguas del sur —kannada, támil, telugu y malayálam— de origen dravídico). Según el censo de 1992 se clasificaron en la India 1652 variedades de habla, entre lenguas y dialectos, de los que la Constitución sólo reconoce oficialmente como idiomas a dieciocho. Existen, pues, dieciocho lenguas oficiales y dos nacionales: el hindí y el inglés. El número de personas cuya lengua materna es el hindí se aproxima a los 400 millones, lo que constituye el 39% por ciento de la población. Pero el hindí lo conocen y lo hablan con fluidez también gentes de otras lenguas, con lo que esta cifra prácticamente se dobla.Pasemos a hablar de la formación de esta lengua. Con la llegada de las primeras tribus arias al territorio denominado Hindasthán o Hindustán, muchas de las tribus aborígenes pasaron a una situación de dependencia de las primeras y sus lenguas se fusionaron con el sánscrito, hablado por los invasores. Esto dio lugar a lo que se conoce como «prácrito» y que no es una lengua, sino varias, por ser estos prácritos versiones vulgares de la lengua sánscrita que, durante siglos, convivieron con ésta, de la misma manera que en la antigua Italia diversos dialectos provinciales convivieron con el latín. De los dialectos prácritos (el Shauraseni y el Magadhi, principalmente) surgen las modernas lenguas arias de la India. Su relación con el sánscrito es muy similar a la de las lenguas romances europeas con el latín clásico.

Estas lenguas son siete: panjâbî, sindhî, gujarâtî, marâthî, hindî, oriyâ y bangalî. De éstas, el hindí es la más antigua y data alrededor del año mil.

De estas siete lenguas indo-arias el hindí es, indudablemente, la primera en importancia. Se habla en el norte y el centro de la India, en los estados de Himachal Pradesh, Haryana, Rajasthan, Bihar, Madhya Pradesh y Uttar Pradesh, desde los Himâlaya en el norte, hasta los montes Vindhyâ y el río Narmadâ en el sur, y desde la desembocadura del Ganges en el golfo de Bengala hasta el golfo de Kachcch, en la península de Gujarat.

Desde su origen el hindí se ha visto sometido a influencias extranjeras. Las sucesivas invasiones y la dominación de gran parte del norte de la India por los mogoles, provocó el surgimiento de la lengua llamada urdú, que se formó en el siglo XI, en la época de la invasión de Mahmud al-Gaznavi. En el siglo siguiente, establecida en Delhi la dinastía Pathan, se logró, en las ciudades sometidas a los musulmanes, una combinación más completa del idioma, mezcla de prácrito y de persa.

El urdú es meramente un dialecto del hindí y se diferencia de los otros en que la mayoría de los sustantivos, adjetivos y adverbios de la lengua han sido substituidos por voces de origen árabe y persa, aunque los verbos y demás partes de la oración, así como las reglas de la gramática siguen siendo los del hindí. Su alfabeto es el árabe, al que se le han unido cierto número de letras para representar las articulaciones y los sonidos indostaníes desconocidos en el árabe.

Aparte del urdú existen otros dialectos del hindí, algunos semejantes al estándar y otros tan diferentes que muchos lingüistas proponen que se les considere como lenguas separadas. Los principales son marwari, mewari, jaipuri, haroti, garhwali, kumaoni, naipali, braj, kanauji, avadhi, riwai, bhojpuri, maghadi y maithili.

De la fusión del hindí puro con esta variedad dialectal denominada urdú, y con algunos vocablos del inglés, surge el hindí actual, conocido como hindustânî, y que es una lengua muy dinámica que se enriquece fácilmente y se transforma con velocidad.

El hindí se escribe en el alfabeto del sánscrito, llamado devanagarî. Se escribe de izquierda a derecha, sin diferenciación de minúsculas y mayúsculas. Aparecen primero las vocales, en número de once, seguidas de cuarenta y siete consonantes y otras tantas medias consonantes. Es de destacar el hecho de que el hindí es una lengua cien por cien fonética, sin ninguna irregularidad en la pronunciación, lo que compensa en parte la obvia dificultad producida por su gran cantidad de sonidos.

La gramática del hindí surge como una simplificación de la del sánscrito. Suprime en parte las complicadas declinaciones de la lengua de la que deriva y se convierte en un idioma articulado con partículas, pero va enriqueciéndose paulatinamente y acaba por transformarse en una lengua muy compleja, pero lógica y altamente flexible. Cuenta con dos géneros, dos números y seis casos para los sustantivos, los adjetivos y los pronombres. Existe una única conjugación para los verbos, que son en su mayoría regulares y que permiten todos los tiempos y casos del castellano e incluso algunos más. Como ejemplo puede citarse el imperativo, del que existen cinco formas, cuando en castellano sólo tenemos dos. Se emplea abundantemente el subjuntivo y los verbos compuestos admiten varias raíces, con lo que se enriquece la expresión y se puede conseguir una gran variedad de matices. Estos aspectos de la lengua son regulados en la actualidad por el Hindi Kendriya Sansthan o Dirección Central de Hindí, que hace las veces de Academia de la Lengua.

El vocabulario del hindí es muy extenso. En él se incluyen las palabras tomadas directamente del sánscrito, llamadas tatsama y las que han derivado de él, llamadas tatbhava. Esto es, de una palabra sánscrita el hindí hace un doble uso, en la versión pura, por así llamarla, y en una más coloquial. A esto hay que añadir el contingente de vocablos que se introducen en la lengua a través del urdú. Si se considera que existen palabras tanto árabes como persas para cualquier concepto y que dentro de esas lenguas hay asimismo variedades de nivel para la lengua hablada y la lengua escrita, nos encontramos con que el hindí hereda de sus fuentes un número muy alto de sinónimos. Lo que en un principio son sinónimos perfectos, se convierten con el uso en formas de matiz ligeramente diferente, con la riqueza lingüística que esto conlleva. Además, desde el momento en el que el hindí se constituye en lengua nacional, comienza a aceptar también vocablos de otras lenguas hermanas, como el panjâbî, o el marâthî, para conceptos específicos. Todo ello por no hablar del influjo cada vez más creciente del inglés, que se translitera de manera peculiar y se pronuncia según las posibilidades de los sonidos sánscritos, pero que pasa a formar parte de las hablas profesionales y técnicas.

El hindí es una lengua muy ornamental. El empleo de figuras retóricas y procedimientos de embellecimiento está muy extendido, así como el uso de citas, proverbios, apotegmas, frases hechas, refranes y alusiones de todo género. La mentalidad india es en extremo preciosista y esto se refleja en la lengua, por lo que hallamos en el habla habitual de la calle, continuas referencias a temas eruditos, alusiones mitológicas, menciones de los clásicos y citas cultas, incluso entre gente de nula o escasa preparación. De hecho se da gran importancia social a la literatura y a la oratoria. Es mucha la gente que escribe y los certámenes poéticos (kavi sammelana), por poner un ejemplo, en los que los poetas recitan en público sus composiciones, son en extremo abundantes.

Pese a todo lo expuesto, el hindí se enfrenta en la actualidad con una grave amenaza: la lengua inglesa. Al ser ésta la hablada por los dominadores durante la época colonial, el inglés ha adquirido en la India una connotación de lengua superior y esto va en detrimento del hindí como lengua culta. Un erudito hindí puede verse en ocasiones menospreciado si no domina el inglés. De hecho, algunas regiones del sur cuyas lenguas vernáculas no derivan del sánscrito, han preferido rechazar por esta razón la lengua hindí y prefieren emplear el inglés como lingua franca. Esto llevó en el momento de la independencia de la India en 1947 a la implantación del inglés como lengua nacional. Y desde entonces el inglés desplaza paulatinamente al hindí en la administración y en las relaciones exteriores de la India, con lo que la lengua no consigue salir, por así decirlo, de las fronteras del país. Este hecho posee también una implicación política pues, partiendo del concepto que se tiene en ocasiones en la India de que «inglés» significa automáticamente «Occidente» y «progreso», cualquier intento de reivindicar la importancia del hindí es tenida en algunos sectores de la India como una medida política reaccionaria o, como mínimo, tradicionalista. Esto perjudica a la difusión de la lengua y también a la de la literatura en lengua hindí, aunque el gobierno haga esfuerzos por que sea aceptada de manera generalizada.

Enrique Gallud Jardiel

• Enrique Gallud Jardiel es Doctor en Filología Hispánica y profesor en la Universidad Alfonso X, El Sabio, de Madrid

• El Instituto de Indología —fundado en 1995— es una asociación sin ánimo de lucro integrada por profesionales de distintos ámbitos a los que nos une el amor a la India y el deseo de darla a conocer.




Centro simbólico: Petra Bárcena




Brahmacarya

El alma del yoga: yama y niyama aquí y ahora

Cuarto Yama: BRAHMACARYA

Brahmacaryapratisthâyâm vîryalâbhah

(Yoga Sûtra, II. 38)

Definición de brahmacarya: Al contrario que el resto de los yamas, cuya definición es idéntica o muy similar a su traducción literal, la definición de brahmacarya requiere una explicación previa. Literalmente, brahmacarya significa caminar hacia, ocuparse de, practicar (CAR, raíz de “carya”) lo sagrado, la verdad, las manifestaciones del Ser supremo (brahma). Sin embargo, se traduce como “castidad” y, análogamente, como “moderación en todos nuestros actos” . La explicación la encontramos en la historia. Tradicionalmente, los jóvenes brahmanes empleaban los primeros años de su juventud en el estudio de los vedas bajo la dirección de un gurú. En esos años, considerados como el primer estado de la vida permanecían solteros. Concentrarse en el estudio de lo sagrado en esa situación requería, dada la edad del estudiante, cultivar la castidad hasta el momento en que el joven brahmán estaba en situación de casarse y fundar una familia, comenzando el segundo estado de la vida. Por eso, brahmacarya ha quedado asociado con la castidad primero y luego con la moderación encaminada a una mayor disponibilidad para el estudio o la práctica del yoga. Maréchal distingue entre una persona soltera o casada: “Para un monje o un ermitaño, se trata de un voto de continencia, abstención de cualquier placer carnal tanto en la acción como en la imaginación (…) En la vida de pareja, la castidad es una actitud positiva que consiste en respetar honrar y satisfacer las aspiraciones y deseos del cónyuge.” Y en “El corazón del Yoga”, Desikachar aclara: “Más específicamente, brahmacarya sugiere que debemos formar relaciones que fomenten nuestro entendimiento de verdades más elevadas. Si los placeres sensuales son parte de estas relaciones, debemos tener cuidado de conservar nuestra dirección para no perdernos. En el camino de una búsqueda constante de la verdad, existen varias maneras para controlar los sentidos de percepción y deseos sexuales. Sin embargo, este control no se identifica con la total abstinencia.” Vemos pues que brahmacarya es un yama que admite matices que dependerán de las circunstancias del practicante. Pero en todo caso, nos habla de una responsabilidad, de una consciencia y una atención exquisitas en la relación con nuestros sentidos e instintos.

Brahmacarya en la tradición cristiana: La tradicionalmente atormentada relación entre cristianismo y castidad también requiere una mirada a la Historia. La fuerte represión en todo lo referente a la sexualidad que va asociada al cristianismo, tiene su origen en el judaísmo, una religión que, por razones de supervivencia, se formó en torno a un decálogo tan riguroso como lo requería la precaria situación de una nación errante y fugitiva. Esa visión culpabilizadora de la sexualidad se transmitió al cristianismo, que nació en la sociedad judía y, como no podía ser menos, originó una doble moral que se ha mantenido hasta nuestros días. Sin embargo, nada de esto puede ser atribuido a Jesús de Nazareth, que impide la lapidación legal de una mujer sorprendida en adulterio y no desdeña los regalos y atenciones de otra, reconocidamente pecadora, cuando todos los demás la rechazan; en ninguno de estos casos Jesús trivializa el adulterio ni aprueba la vida licenciosa sino que, simplemente, “no condena” en el primer caso y perdona en el segundo en vista del amor que la mujer le demuestra.

En el decálogo judío, el mandamiento “no cometerás adulterio”, ha pasado a los catecismos católicos en el sexto lugar como “no cometerás actos impuros”, causando la perplejidad de sucesivas generaciones de niños de seis años. A este se le añadió posteriormente otro mandamiento referente a la sexualidad, el noveno, que dice: “no consentirás pensamientos ni deseos impuros”, un mandamiento que, en origen, no aparece en el decálogo judío. De la misma manera que el evangelio es categórico en cuanto al adulterio, no define exactamente dónde está la línea, qué es lo que hace puro o impuro a un acto además, claro está, de los ojos que lo miran. A lo largo del tiempo y de la geografía esa apreciación ha variado bastante, pero cuando el intérprete de la palabra de Dios ha tendido al comportamiento de Jesús: “No te condeno. Vete y no peques más”, su influencia ha resultado ser más benéfica y más eficaz que cuando se ha investido de esa severidad inflexible que suele ocultar más frustración que rectitud y más confusión que luz.

Brahmacarya tal y como se contempla en la tradición brahmánica es una condición que también se exige a los sacerdotes católicos, precisamente para que puedan dedicarse a su ministerio. Pero no se tiene en cuenta que hay personas con auténtica vocación sacerdotal que sin embargo no la tienen de célibes; y para ellas, el celibato obligado perjudica más que beneficia a su ministerio, mientras que una armoniosa y fructífera relación de pareja puede potenciarlo; el resto de las Iglesias cristianas así lo han entendido, con mejores resultados y vidas más felices. En cuanto a la interpretación de “moderación en todos nuestros actos”, la Iglesia considera la gula y la lujuria como pecados capitales, es decir, como obstáculos básicos para el progreso espiritual, junto con la soberbia, la envidia, la ira, la pereza y la avaricia, en lo que coincide totalmente con la doctrina del Eneagrama. Pero mientras en el Eneagrama son igualmente lamentables las pasiones de la ira y de la gula o de la envidia y de la lujuria, entre las personas educadas en la tradición cristiana proliferan los chistes y chascarrillos, la mayor parte de las veces bastante pueriles, sobre lujuria y gula, los dos “pecados” relacionados con el cuerpo y los sentidos, como si en lugar de estar hablando de serios impedimentos para la libertad estuviéramos hablando de picardías. La falta de naturalidad con la que la tradición cristiana trata las relaciones con el propio cuerpo y el de los demás, que ha llevado en muchas ocasiones a confundir la moderación con la abstinencia, ha dado como resultado que el pagano que hay en nosotros no haya sido convertido a una fe más madura y consciente, sino reprimido con prisa y malos modos con el único escape de una irreverencia bastante trivial. No es de extrañar que muchas de las dificultades que trataremos en el epígrafe siguiente provengan de esta situación.

Dificultades para la correcta adopción de brahmacarya: Como en el caso de ahimsâ, a los occidentales educados en el catolicismo nos cuesta separar los muchos errores observados en nuestros educadores del mensaje que, torpemente, trataban de transmitirnos. Y, al revelarnos contra los primeros, no hemos concedido al segundo su auténtica dimensión. En España la moral sexual fue monopolizada por el sector más integrista de la Iglesia católica, que ejerció un considerable poder temporal durante la mayor parte de la dictadura del general Franco, de cuya educación fueron herederos las primeras personas que, buscando ansiosamente alternativas, se interesaron por el yoga en nuestro país. Por otra parte, la llamada “revolución sexual” de los años sesenta del pasado siglo nació a la vez que occidente se interesaba por las filosofías orientales y el chamanismo, y en los cerebros de los que escapaban de una moral burguesa que les agobiaba, pero que habían interiorizado más de lo que creían, se mezclaron conceptos que no estaban hechos para ser mezclados. Si a esto añadimos las particulares odiseas de respetables maestros hindúes que vieron puestas a prueba (y derrotadas) sus ascéticas costumbres al tomar contacto con un occidente tan inmaduro como próspero, no nos extrañaremos de que brahmacarya no resulte ser el yama más popular, ni el mejor comprendido ni el más claramente explicado. Sin embargo, a la hora de la práctica es esencial. El yoga, como todo camino evolutivo y todo arte, es el paso de lo burdo a lo sutil. Y mal llegaremos a lo sutil si no sabemos qué hacer con lo burdo. La relación con el propio cuerpo y con los instintos más primarios de este va a marcar la calidad y la sinceridad de nuestra evolución espiritual. Pero además, esos instintos son un regalo inapreciable para mostrarnos cómo somos realmente, con independencia de cómo nos gustaría aparecer ante nosotros mismos y ante los demás. Una vez más el espejo, ese gran amigo. Cualquier instinto que neguemos, rechacemos o reprimamos, aparecerá en nuestro camino tanto más monstruoso e ingobernable cuanto más reprimido y rechazado. Y aparecerá, por cierto, en el momento menos oportuno, como burlándose de nuestra absurda aspiración de haberlo vencido. Por otra parte, cualquier instinto al que cedamos se hará dueño de nosotros y nos esclavizará de manera que vivamos por y para él y veamos sólo a través de su óptica. Hay muy pocas personas que tienen clara esta realidad al inicio de su vida, y menos aún las que tienen la fortuna de encontrar un maestro sabio y compasivo que les acompañe en el largo y complicadísimo camino de la amistad con nuestro ser más primario. La mayoría de nosotros, pertenecientes a una generación desencantada, vamos dando tumbos con la única arma, en el mejor de los casos, del sistema acierto-error. Está claro, en todo caso, que para una persona que viva en pareja y opte por el camino del yoga, la fidelidad es una virtud a cultivar; es importante reconocer esto en una sociedad en la que se trivializan tanto las relaciones y en la que la criminalización del adulterio ha dado paso, por reacción, a la idea de que “todo está permitido”. Tal vez sea esa la conclusión que nuestra generación podría aportar a partir de su experiencia: Que aunque todo puede hacerse, no todo debe hacerse; porque, aunque realmente necesitábamos sacudirnos los estrechos y represivos moldes en los que habíamos sido educados, hemos de reconocer que tampoco en el otro extremo nos esperaba la felicidad. Hoy por hoy, hay quien se refugia en la castidad para no enfrentar sus complejos o frustraciones; y hay quien se refugia en la promiscuidad para evadirse de esos mismos problemas. Pero tanto en un caso como en el otro continuamos dando vueltas en torno a un vórtice que nos atrae y nos da miedo porque en él reside una fuerza que, puesta de nuestro lado, nos transformaría poderosamente: la correcta comprensión de nuestros instintos, el pacto de amistad con ellos nos da una libertad extraordinaria para adentrarnos en el siguiente nivel; y además nos proporciona la ocasión de experimentar una forma particular de belleza, de exuberancia y de alegría, a la que nuestro espíritu únicamente tendrá acceso mientras habite en un cuerpo humano y pueda gozar a través de los sentidos.

Aparte de esta confusión de ideas que predomina en occidente, la principal dificultad para brahmacarya reside en el apego a ese placer que los sentidos nos proporcionan. En ese deseo reside la fuente de nuestro dolor y el inicio de una esclavitud que, sin duda alguna, va a apartarnos de una práctica cuidadosa y consciente. Patanjali habla de avirati como uno de los nueve obstáculos para la práctica del yoga. Maréchal lo traduce como “la tentación” y explica que “el mundo ofrece de forma permanente numerosas tentaciones, fuentes de dispersión y de aflicciones sin fin. No ser capaces de resistir a la atracción de algunas pasiones desordenadas -particularmente todo lo relacionado con el dinero, el sexo, la fama o el poder- representa un obstáculo importante para la evolución interior”. Arjuna Peragón, en su artículo “Los 9 obstáculos”, traduce avirati como “la distracción” y dice: “En definitiva la distracción es una debilidad por la que pasa el individuo en la que hay confusión, confusión entre lo circunstancial y lo esencial, entre el tener y el ser. Tanto el sexo como el dinero, la fama y el poder nos atan y nos esclavizan. Cuando queremos ver sólo la parte placentera de la vida y caemos en un exceso de complacencia perdemos fuerza en nuestro camino, no vemos claro. Por eso hemos de contemplar la dimensión creativa de nuestra vida que requiere de una dirección pues en la mente dispersa, distraída o torpe no se enciende ninguna luz.” Puede que la clave esté, una vez más en ese sthira-sukha, ese distinguir entre lo “circunstancial” y lo “esencial” que nos permite disfrutar de lo primero sin perder de vista lo segundo. La moderación a la hora de experimentar, de abrirse a las cosas sin miedo ni culpa, que es como decir con inocencia, y dejarlas ir sin pena para honrar de esa forma los regalos de la vida.

 

Brahmacarya y la práctica: Si tuviera que recomendar un truco para ser moderado en cualquier aspecto, diría: “Estate atento”. Pasamos la mayor parte de nuestra vida sin darnos cuenta de lo que realmente estamos haciendo, ya que mientras nuestro cuerpo ejecuta una acción determinada, nuestra mente está avanzando otra o recordando una anterior. Si estamos comiendo o bebiendo lo hacemos mecánicamente, disfrutando realmente una ínfima parte de lo que hemos consumido. Así nos pasa también cada vez que cosificamos a las personas y las hacemos formar parte de una lista de relaciones insatisfactorias, con independencia de lo extensa o reducida que esa lista pueda ser. Vivimos en el recuerdo y en la espera, algo que por sí solo bastaría para desencadenar una ansiedad crónica. Estar atentos a lo que hacemos significa, además de vivir el presente como dijimos hablando de asteya, calibrar en su exacta dimensión todo aquello con lo que nos relacionamos, disfrutarlo plenamente y ser conscientes de los beneficios o perjuicios que puede aportarnos a nosotros mismos y a los demás. La práctica de pratyâhâra, la sujeción de los sentidos, puede ser útil. Es cierto que este aspecto (uno de los más olvidados) no supone una técnica como âsana o prânâyâma, sino que se produce cuando, como consecuencia de las anteriores, la mente está preparada para ser dirigida. Y entonces nuestros sentidos colaboran con nosotros para nuestro disfrute en lugar de arrastrarnos a una saciedad que disfrace carencias más profundas que cualquier apetito físico. Un conocido mío, que sabe bien de lo que habla, tiene una frase para ilustrar la relación del yoga y las adicciones que puede ampliarse a todo tipo de excesos: “No hay que preocuparse por si uno debe o no debe tomar drogas cuando practica; al cabo de un tiempo, o dejas el yoga o dejas las drogas”. Una práctica cuidadosa nos enseñará a estar atentos a las necesidades reales de nuestro cuerpo y no confundirlas con la ansiedad mental. Tanto si vamos a relacionarnos con nuestro propio cuerpo como con otra persona, la atención plena que obtenemos en pratyâhâra nos permite liberarnos de la ilusión de los sentidos y por tanto, abordar esa relación desde el respeto a nosotros mismos y al otro.

Frutos de brahmacarya: La cita que encabeza este capítulo, el aforismo 38 de Sâdhanapâdah, dice literalmente: “Castidad firmemente establecida, de la fuerza la adquisición”. Desikachar interpreta el aforismo como: “A su más alto nivel, la moderación produce la más alta vitalidad individual. Si queremos desarrollar la moderación en toda cosa, nada se desperdicia. Demasiado de cualquier cosa engendra problemas; no poseer suficiente puede ser igualmente inadecuado.” Desikachar introduce un concepto que me parece imprescindible al hablar de moderación: lo que Buda llamó “el camino de en medio”. Porque a veces, la excesiva austeridad esconde un deseo egótico de hacerse notar, causando una distorsión de la realidad igual o mayor que la actitud contraria.

Maréchal interpreta así el aforismo: “El yogui con una castidad bien establecida está en paz. Embargado por un gozo y una fuerza espiritual excepcional, obtiene carisma y dominio del yo y de las cosas. Este poder tranquilo y este resplandor lo convierten en un guía escuchado y respetado.” Probablemente muchos de nosotros podríamos hablar de la pobre sensación que nos produjo, en algún momento de nuestra búsqueda, la ansiedad encubierta con la que algún “maestro” buscaba patéticamente fama, sexo o dinero. Establecer firmemente las bases de la moderación permite levantar desde ellas una arquitectura espiritual firme y coherente. Cuando el ego, siempre anhelante, no enturbia nuestros sentidos, la vida se nos aparece en su auténtica belleza y nuestras pulsiones puntuales se disuelven en su amplitud infinita. Pero, además, liberados del deseo que hace sufrir, dueños de nosotros mismos, podemos disfrutar de todo lo que consideremos adecuado como jamás lo podremos hacer de la otra forma. El tarot de Marsella tiene una carta que representa una mujer y un león. Ella acaricia la cabeza de la fiera, que reposa mansamente en su vientre. La carta se llama “La fuerza”. Dice el Dhammapada: “Quien conquista la pasión, no vuelve a ser derrotado.”

Brahmacarya, La Fuerza del Tarot de Marsella

Como ya explico en el capítulo, tanto la represión de nuestros instintos como la sumisión a ellos supone solamente aplazar el momento de nuestra maduración, que pasa necesariamente por integrar instinto y espiritualidad. La mujer abre sin esfuerzo la boca (antes temible) de su amigo el león. Todo está en su sitio por fin y sólo desde ahí nuestro poder merece ese nombre.

 

Luisa Cuerda

NOTAS:

Viniyoga II, págs. 25 y 82.

Yoga Sûtra, pág. 82.

Los estados de la vida (varna ashrâma) eran cuatro: bramacarya ashrâma, ya descrito, grihasta ashrâma, o vida de casado y padre de familia, que solía concluir a los cincuenta años, en los que, una vez atendidas las necesidades de los hijos y de la casa, se pasaba al tercer estado, vanaprasta ashrâma, o vida de retiro, en la que se peregrinaba a los lugares santos y se visitaba a los maestros; y, por último, el cuarto estado, sannyasa ashrâma, era el de la renuncia de todos los bienes materiales y la preparación del espíritu para la trascendencia.

Viniyoga II, pág. 21.

El corazón del yoga, pág. 99.

El libro del Éxodo, uno de los más reveladores de la psicología del “pueblo elegido” nos presenta el nacimiento de la nación de Israel a partir de la alianza de Yahvhé con unas tribus extremadamente anárquicas y con una tendencia importante a las peores costumbres, hasta el punto de que el propio Yahvéh dice: “Me estoy dando cuenta de que ese pueblo es un pueblo obcecado. Déjame, voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré” (Ex, 32 9-10). Y, aunque no llegó a tanto, los trató con mano de hierro, tradición que continuaron los hijos de Leví, la tribu de los sacerdotes, y después los rabinos.

“(…) Jesús se incorporó y le preguntó: -¿Dónde están? ¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte? Ella le contestó: -Ninguno, Señor. Entonces Jesús añadió: -Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar.” (Jn, 8 10-11)

“(…) Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para lavármelos pies, pero ella ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos (…) Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados (…) Pero Jesús dijo a la mujer: -Tu fe te ha salvado; vete en paz.” (Lc, 7 44-50).

Hay un dicho popular, muy celebrado, que es un paradigma de este modo de pensar: “Si en el sexto no hay moratoria, quién es el guapo que entra en la Gloria”.

El de tantra y promiscuidad (no, maituna no es una cita) o el de drogas y expansión de la conciencia (y no, una buena experiencia con el peyote no te convierte necesariamente en un ser iluminado) son algunos de estos conceptos, pero no todos.

Yoga Sutra, I.30.

Pág. 22 del libro que Claude Maréchal dedica a la traducción y comentario de los aforismos sobre el Yoga Sûtra de Patanjali con el nombre de “La integración. Libro I”. Cuadernos de Viniyoga, número monográfico (Barcelona, 1984), en adelante Viniyoga I.

Revista digital conciencia sin fronteras, nº 29

(http://www.concienciasinfronteras.com/PAGINAS/CONCIENCIA/9obstaculos.html).

“La sujeción de los sentidos se produce cuando la mente es capaz de permanecer en la dirección elegida y los sentidos, que se desvían de los diversos objetos del entorno, siguen fielmente la orientación de la mente” (Yoga Sûtra, II. 54)

Viniyoga II , pág. 82.

Yoga Sûtra, pág. 88.

Viniyoga II, pág. 25.

Aforismo 179.

Blog de Luisa Cuerda

 




Centro simbólico: Montse Puig

 

Centro al Dios Sol

“Todo empieza con la vida y la vida viene del sol”

El sol, es el origen de todas las cosas que existen en la tierra, ha preparado las condiciones favorables de atmósfera y de temperatura, ha dosificado su luz y el calor para que la vida aparezca. La tierra contiene los mismos elementos que el sol pero en estado sólido, condensado.

El sol marca la vida de los seres y también es el iniciador de la cultura y civilización. Gracias a su luz podemos ver los objetos, las formas, los colores, las distancias, los movimientos… y así también observar, calcular, orientarnos, comparar…..Sin su luz y calor ninguna ciencia, religión o arte seria posible. Así pues el principio de todos los descubrimientos está en el sol.

Sin la luz y el calor del sol, los hombres no habrían podido experimentar sensaciones. Motiva todo lo que es dominio del corazón, por tanto es el origen del matrimonio, de la familia, de la sociedad y de todas las formas de colectividad. El calor es lo que acerca a los seres, lo que les da la capacidad de sentir, de emocionarse, de maravillarse, de rezar….Cuando el corazón muere, la vida encarnada se acaba.

Desde los más lejanos orígenes sabidos, el sol ha sido considerado un Dios. En la vida de los hombres más primitivos, todo dependía de la presencia inmediata del gran astro, por eso, eran los hombres, que hasta que no descubrieron los cambios cíclicos pero constantes del sol, se movían constantemente hacia aquellos lugares donde el sol y el agua dulce podían asegurar su existencia.

El sol es para nosotros, la única estrella visible que emite una luz continua, su constante presencia nos da permanencia, certeza y sobre vivencia.

En astrología rige el signo de Leo, vital y creador, reconocido por el que hace girar las cosas en torno a su persona. El sol representa nuestra capacidad de exteriorizar lo que llevamos dentro. Como cuerpo celeste es el centro luminoso de conciencia alrededor del cual giran todos los aspectos de la carta natal: actividades, pensamientos, sentimientos, sueños, anhelos, emociones…el sol es la síntesis, es el punto donde se completa todo, donde se centra todo, donde se organiza los diferentes aspectos que conforman nuestra personalidad para que nos sea posible funcionar en el mundo externo.

(Agosto es el mes de Leo y los cardiólogos han declarado Agosto, el mes del corazón)

El sol ha sido siempre venerado en las mitologías de todos los pueblos del mundo: Inti, el dios de los Quechuas, Kinich Ahau, de los Mayas, Lugh, dios solar Celta, Amaterasu, Diosa Solar del Japón, El Gran Yu, de la China….

En la mitología greco romana, más de una figura se asocia al astro celeste. Por una parte Helios, el propio sol griego, con su carro de fuego tirado por cuatro caballos. También se representa en el dios Apolo, protector de las Letras, Artes y Medicina, patrono de la belleza, el equilibrio y la armonía. Es considerado el dios purificador de los cuerpos. Dios del calor y del verano, su influjo hace germinar la naturaleza.

El templo de Delfos dedicado a Apolo, tenia la inscripción “conócete a ti mismo” se supone que la influencia del Dios, ayudaba -a través de una pitonisa- a encender la luz de la conciencia interior del consultante y disipar la oscuridad. Por lo tanto, Apolo es el portador de la luz y no la luz misma.

En la mitología hindú, es el dios que alumbra, vivifica y alimenta. En los Vedas se representa al Dios Sol, todo cubierto de oro y en su alabanza se invocan hermosos himnos védicos.

Su nombre principal es Suria, auque en varias escrituras sagradas hindús, se muestra con diferentes nombres según su activad o circunstancia. El culto a Suria, todavía se practica en la india y son numerosos los templos dedicados a él.

En el Sur de la India hay varios templos dedicados a Shiva, donde Suria tiene un pequeño altar que en determinados días de año queda iluminado por los rayos del sol.

El culto a Suria tiene relación con la curación de enfermedades de la piel, la ceguera e infertilidad.

Todas las imágenes del Dios sol corresponden a civilizaciones muy antiguas y apartadas entre si, no solo geográficamente, sino además en tiempo, pero todas, tienen en común, una fuente de rayos o irradiación de luz alrededor de la cabeza representando la cualidad irradiante del sol.

En el tarot, la imagen del Arcano del sol, el número XIX, muestra un enorme sol irradiando luz y calor, y bajo él, una pareja de niños en un entorno campestre.

Parece como si las cualidades solares se traspasaran directamente a sus personitas; vitalidad, calor, alegría, creatividad, vida renovada. La capacidad de gozar del presente, de ver la vida con ojos nuevos. Como el mismo sol que no puede reprimir su irradiación, independientemente de los efectos que produzca.

La existencia del sol no requiere de fe, ni de suposiciones, ni de creencias, no admite la duda ni dobles interpretaciones, esta ahí, es directamente visible, nadie especula sobre su existencia, es innegable e irradiante. Es el origen del mundo, de donde surge toda la creación. Es el sol capaz, de renacer en cada muerte.

En un futuro, nos alumbraremos, nos calentaremos y viajaremos con energía solar…incluso nos podríamos llegar a alimentar con la luz del sol. Todo lo que el hombre necesita está contenido en la luz del sol.

 

Montse Puig

 

 




Centro simbólico: Francesc Rigol

Centro de Marzo de 2010.

Dos aspectos de mis estados anímicos me han llevado a compartir este centro con todos vosotros.

Uno, el exceso tanto de in – como de for- mación que durante años he ido persiguiendo y acumulando y picoteando, en una carrera donde el tiempo jugaba en campo contrario, por resolver mi desesperada insatisfacción con el mundo.

Todo, durante mucho tiempo, ha sido intelectualizable, mi experiencia tenía poco espacio para sentarse, la respuesta ya era pasado porque ya la conocía o había dejado de tener interés y no prestaba atención a los detalles, esa ¡¡ gran pérdida de tiempo !!,

Los libros se fueron acumulando, pero no formaban parte del festín, sino de los trofeos. Esa percepción a veces se confunde, es como la barriga del buda de la felicidad, el dan tian puede estar lleno de energía o simplemente estar llena, físicamente es sólo una gran barriga.

Lo que tengo es con lo que trabajo y mentalmente ordeno mis estanterías y poco a poco releo de nuevos los viejos libros, ellos son los mismos, yo posiblemente no, mi percepción de los mismos ha cambiado y hoy se me abren nuevos mundos en los que me permito re leer me y en ellos también te entiendo, el mundo sigue girando y los colores se reinventan.

Otro es poder hablar y escribir estas líneas en primera persona y dejar de ampararme en el plural, el nosotros por el yo.

Implicar a los demás en mi propia percepción, miedos y pequeñeces, es tan habitual en el cotidiano que se me ha incorporado sin percibirlo y ahora debe volver a su lugar.

El apego sin demasiada critica a las informaciones que conforman mundos separados, absorbiendo de forma natural la sutilidad subliminal de conseguir que el receptor se identifique con el grupo. El que viola y el que es violado el que roba y el que es robado, el que pega y el que es pegado, el que llora y el que hace llorar, el que recibe un premio y el que no es premiado.

Ello permite un confortable espacio de immaculidad en que mi seguridad no se ve alterada, pues yo no soy eso, pero, me he parado a preguntarme quien soy

Voceros de la sociedad siempre han existido paralelos a cualquier tipo de poder, eso es un hecho, yo, tan sólo me planteo cual es mi actitud, ser amplificador y continuar el vocerío aunque no alze la voz o jugar en la vida con mis pequeñas preguntas.

Cada sentimiento es la semilla de una acción, y cada acción es un acto de amor, dirigirlo en la mejor dirección sólo es cuestión de sentirlo, de vivirlo, de compartirlo y poder expresar con lo menos lo mas para no invadir tu espacio.

Os agradezco la oportunidad de compartir este centro con todos vosotros y en estos momentos os lanzo un gran grito de silencio.

 

cesc rigol




La Trimurti

El número tres es sagrado en todas las religiones. Tres son las formas del Fuego: el Sol en el Cielo, el Relámpago en el Aire y el fuego del sacrificio en la Tierra. Los maniqueos dividían el tiempo en tres momentos: el anterior, cuando el mundo no existía aún, el medio, en el que se debatían la Luz y la Tinieblas y el posterior, con la ocupación definitiva de la Luz. Los sumerios organizaron son panteón alrededor de tres dioses: An, el Cielo; Enlil, el Viento; y Nin-ur-Sag, la Montaña. Los asirios estaba regidos por una trinidad: Assur, Anu e Ishtar. Entre los fenicios se veneraba a la trinidad compuesta por El, Astarté y Baal. El Dios cristiano toma tres formas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Mahâbhârata dice: «lo trino es perfecto».

Bajo el nombre de Trimûrti se designa las tres deidades más importantes del panteón hindú, asumiendo la función de la Creación (Brahma), de la Conservación (Vishnu) y de la Destrucción (Shiva) de todo el mundo fenoménico.

Anteriormente a la aparición de la Trimûrti no es posible designar el culto de la India bajo la denominación de hindú. Hasta aquel momento, la religión india había sido primero védica y luego brahmánica, en la que su divinidad principal, el Ser Superior, era Brahma; pero a raíz de la aparición del Siddharta Gautama (siglo V a. JC.), el Buda, y de predicar una doctrina que alcanzó una gran popularidad en el siglo III a.JC., durante el reinado de Asôka, los brahmanes notaron un enfriamiento entre sus adeptos en beneficio de la nueva religión. Así, fueron ellos mismos los que crearon dos ramas heréticas de su propio culto, centrándolas en dos divinidades antiquísimas y, hasta entonces, escasamente importantes.

A Brahma le redujeron su cometido asignándole exclusivamente la labor de la Creación; Vishnu, considerado entre las tribus arias como uno de los doce Âdityas, asumió la función de la Conservación de los mundos; y Shiva, que había sido adorado bajo el nombre de Rudra como dios de la tormentas por los primitivos habitantes de la cuenca del río Indo, le reservaron la función de la Destrucción, pero bajo un matriz doble, ya que nada se destruye sino que se transforma para aparecer bajo otra forma, así Shiva es el dios destructor y a la vez fecundador.

En muchas ocasiones se invoca a la trinidad hindú en conjunto, bajo la sílaba sagrada AUM, pero cada uno de ellos conserva su culto independiente en la India.

Brahma, a pesar de ser el origen, es quizá el menos favorecido por los seguidores, tal vez porque su labor creadora es un episodio concluido, ya que las nuevas formas que pudieran aparecer en el mundo son debidas a la labor fecundadora de Shiva.

Vishnu es mucho más popular, estando su culto muy divulgado en la India y su éxito tan sólo se ve eclipsado por las personalidades de los dos héroes míticos, Râma y Krishna, que no son sino el mismo Vishnu reencarnado sobre la tierra para defenderla del Mal.

El culto a Shiva también está muy extendido en la India, pero muchas veces se adora su atributo, el lingam, el símbolo fálico, exponente de su labor fecundadora, invocado por cuantas mujeres desean ser madres.

La tradición presenta una disputa entre los dioses deliberando cual de los tres sería el mejor o el más digno de adoración, pero como no llegasen a un acuerdo, comisionaron al sabio Bhrigu para que fuera a averiguarlo. En primer lugar, Bhrigu se dirigió al monte Meru, residencia de Brahma, al que no saludó como era debido, el dios le reprendió pero no llegó a enfadarse y aceptó las excusas del sabio perdonándole después. Luego se encaminó a la morada de Vishnu, pero como la de Shiva le quedase de paso entró a verle comportándose de la misma forma que había puesto en práctica con Brahma. Shiva, indignado, estuvo a punto de reducirle a cenizas si el sabio no hubiera estado pronto a excusarse con buenas maneras y súplicas. Por fin fue a ver a Vishnu que estaba durmiendo, y como no le servía la estrategia empleada con los otros, le despertó dándole una fuerte patada en el estómago. El dios, lejos de enfadarse, se incorporó y le preguntó si se había hecho daño en el pie. Así conoció Bhrigu al más poderoso de los dioses, cuyas armas son la bondad y la generosidad.

 

Susana Ávila

 

• El Instituto de Indología —fundado en 1995— es una asociación sin ánimo de lucro integrada por profesionales de distintos ámbitos a los que nos une el amor a la India y el deseo de darla a conocer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




Haiku de Invierno

Ni una hoja.

Solo cenizas

y silencio.

* * *

La lluvia inunda el horizonte.

Vuelve el invierno.

El fuego debe ser encendido.

* * *

Intensa mañana

plateada

de viento frío.

* * *

El pino de montaña

bajo el sol de invierno

permanece sereno.

* * *

Los pómulos y el frío

son uno

este invierno.

* * *

Helado el río

se reflejan los sauces

en el agua muda.

* * *

Una nubecilla es

la cigüeña en el cielo.

¡Largo viaje!

* * *

Va la grulla

por el silencio del cielo

sin alas.

* * *

La grulla

y su reflejo en el lago

han desaparecido.

* * *

Suavemente

la hoja caída rompe

el espejo del lago.

* * *

Vuela la gaviota

el cielo violáceo y límpido

leves gemidos.

* * *

En el fondo del valle

apenas un murmullo:

el riachuelo.

* * *

El estruendo de los montes

ahoga

el susurro del valle.

* * *

Ajeno

a esta inmensidad

el arroyuelo.

* * *

Estrella de crepúsculo

suspendida en la brisa helada

que atraviesa mi cuerpo.

* * *

Ya viene herida

la luna menguante

y roja.

* * *

Sobre los cristales empañados

mis recuerdos son sombras chinescas

esta larga noche de invierno.

* * *

Campanadas nocturnas

bajo la pálida luna

duermen las conciencias.

* * *

En la noche azul

pájaros de fuego

cortan el viento helado.

* * *

Exhalada por la luna

brota blanca

la flor del silencio.

* * *

Olvidado por el mundo

desde este rincón del invierno

te echo de menos.

Texto y fotografía de Dokushô Villalba

Página de Dokushô Villalba

• Otros enlaces:

Comunidad budista Soto Zen

Templo Luz Serena

Zendo Digital

Shanga Digital

Programa de Estudios Budistas

Produciones Allalba

Tierra Zen

Album de Instantes

• Breve reseña del autor:

Dokushô Villalba es maestro de meditación Zen.

Fundador de la Comunidad Budista Soto Zen española

y del templo Luz Serena (telf. 96.230.10.55),

escritor, traductor, conferenciante.




Zapatos para todos

A “India por una sonrisa”

 

Me consta que hay otras miradas que cubren la India, con más acento en su abigarrado colorido callejero, en su humilde exotismo, en su espiritualidad ancestral… En nuestro propio grupo viajero las había. Nada más lejos de mi intención que negar tanta belleza que salió a nuestro paso de las formas más diferentes: en los niños que se nos acercaron felices con su corderito negro en los brazos, en los mercados colmados de frutas y verduras desconocidas, en las mujeres y sus siempre elegantes sharis, en las palmeras gigantes, en las ceremonias de una majestuosidad aquí perdida…, pero la belleza que yo deseo explote en el lienzo de mi memoria, anhela también un marco de justicia y de dignidad, para así poderla apreciar en toda su entereza.

Asalta a menudo a esa memoria el recuerdo de aquellos chavales de tez oscura y pies desnudos del vegetariano que frecuentábamos en nuestro reciente salto a Mombai. Aún no habíamos acabado de comer y ya estaban quitándonos apresuradamente los platos. Era su exclusivo cometido que cumplían con celo. Vestían una especie de pijama verde. No tenían derecho a camisa y pantalón como el resto de los mortales. Los pies descalzos marcaban el estigma de su condición. Así nadie abrigará la menor duda de su identidad: los últimos de entre los últimos.

Llevaban una gran bandeja con asa y en ella recogían toda la vajilla usada. Limpiaban también las mesas. Por encima de ellos estaban los camareros que nos servían. Por encima de éstos, los que coordinaban a los camareros y, a su vez, gobernando todo, un jefe de comedor… Ni mentemos al dueño. Los quita-platos están sometidos a toda esa escala de mando. Refiero un solo ejemplo, un botón de muestra de la estratificación que domina el conjunto de la sociedad india.

Los asistentes domésticos con los que nos hemos topado en diferentes hogares apenas levantaban la cabeza. No se sentían siquiera meritorios de colocar su mirada a la misma altura que el interlocutor. Eran sombras que deambulaban silenciosas por la casa, sin pronunciar palabra, como si no fueran dignos de ruido en un mundo en el todo es barullo. Dormían también silenciosos en cualquier rincón, sin derecho tampoco al ronquido. En las despedidas no pudimos apretar con más fervor nuestra mano agradecida.

El sistema de castas es un sistema hereditario de estratificación social que ha existido en la sociedad hindú desde hace más de 2500 años. Esta tradición reza que los seres que han desarrollado correctamente su cometido en la línea de su camino, podrán reencarnarse en un estadio superior. No se puede dudar de su fe en otra existencia, pues esa afronta diaria tan dura por la sobrevivencia, no pude durar eternamente. Sin embargo, es llegada la hora en que el valor de la tradición en aspectos claramente reaccionarios debería ir mermando.

La India, el Mombai del software puntero debería progresar no sólo en ciencia y tecnología, sino también en equidad social, en universalización de derechos y posibilidades. Ya no debería ser preciso pasar por la llamada muerte para poder calzar zapatos y dignidad. A pesar de que varios reformadores sociales han tratado de abolirlo, el sistema de castas continúa en la práctica siendo una característica definitoria de la sociedad india. El budismo cuestionó también firmemente este humillante sistema y la consiguiente “intocabilidad” entre las castas. Incluso fue oficialmente abolido por la ley, sin embargo en la práctica no ha sido eliminado de las calles y los hogares.

La división entre servicio y servilismo es a veces tenue. El servilismo comienza cuando alguien hace por dinero las tareas que perfectamente puede realizar la persona servida. Cada quien ha de ser responsable de la limpieza de lo que ensucia. Ghandi iba mucho más lejos y extendía la exclusiva responsabilidad personal a ámbitos como la confección incluso de la propia vestimenta.

Las castas en su origen eran una forma de división social del trabajo, pero ha derivado en una cruel estratificación social. En la sociedad hindú, todo está jerarquizado, de forma que es difícil subir de estatus. Las posibilidades de progresar no están generalizadas. La condición humana no es igual para todos. No todas las personas tienen los mismos derechos.

 

Algo se revoluciona dentro al contemplar esos futuros negados, como si no pasara nada. Algo se revuelve ante esa sumisión que es merma de la dignidad humana y que sin embargo se acepta con toda naturalidad. Algo se inquieta dentro ante el fatalismo imperante de que eso no hay quien lo cambie. Algo rechina en mis oídos cuando me llaman “Sir”. Probablemente esa misma persona que se sitúa al lado del occidental, no tratará con la misma atención y respeto a su subordinado.

 

No observo ningún asomo de rechazo a una sociedad tan estratificada, de protesta ante tantos futuros amputados. Miro esos pies sucios y descalzos y digo que merecen una suela y un horizonte y una universidad… “Sir”, “Sir”… por todas partes. Uno se cansa del “Sir” en el hotel, en el restaurante, en el taxi…, mientras que quien nos retira los platos en cada comida no es nadie. ¿Cuándo llegará ese día en que al chaval que durante una semana ha recogido tanta vajilla nuestra, le coloquen también el debido apelativo de “Sir”?

 

La India del último software, que se permite el lujo de bomba atómica y el desatino de enseñar los dientes a Pakistán… es la misma que mantiene a millones de sus hijos en la miseria. Fascinación e indignación se reúnen al pasear sus multitudinarias calles. Hay legado inmemorial, espiritualidad genuina…, pero hay también océanos de marginación. Falta la dignidad del pobre, el coraje para emerger de su condición. Falta el cuestionamiento de este orden alienante y valedor de la explotación por parte de quien puede alterarlo, la emergente clase media.

 

Yo no sé dónde está el polo de espiritualidad del mundo. No sé si la India funge como centro de irradiación planetaria. Hay maestros y guías que dicen que mutó a los Andes desde el Himalaya, que la India se quedó sumida en su kali-yuga (tiempo de degeneración). Ojalá India irradie mañana, como dicen que irradió ayer, pero que pongan zapatos a los chavales que sirven las mesas, que pongan futuro a los millones de pobres que colman sus desvencijadas y siempre sorpresivas calles.

 

«En forma de leyendas, todas las religiones revelan en cierto modo el origen divino del hombre. Pero en un momento u otro de la historia, se deslizó en algunos la convicción de que tales razas o tales categorías de seres eran inferiores, y comenzaron a excluirlos o a oprimirlos.

Si Jesús fue tan excepcional, es porque vino a afirmar que, cualquiera que fuera su raza, su cultura, su posición social, ante Dios todos los humanos eran iguales en esencia. Las desigualdades que vemos manifestarse sólo son superficiales y pasajeras: sus cualidades físicas, intelectuales, morales, espirituales, los acontecimientos de su existencia, todo lo que hace que, en un campo u otro, unos parezcan privilegiados y otros no, sólo corresponde a un instante de la evolución. Los humanos son hermanos y hermanos por vida, la vida divina que circula en ellos y que les hace ser también hermanos y hermanos de toda la creación.»

 

Koldo Aldai

 

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.com.

Im ágenes ilustrativas de “A India por una sonrisa”: http://picasaweb.google.com/aldaikoldo