Tarot: XV El Diablo

Las fuerzas instintivas condenas en el hombre

civilizado son mucho más destructivas

y por lo tanto más peligrosas que los instintos

del hombre primitivo, quien en modesto grado vive

constantemente los instintos negativos.

En consecuencia, ninguna guerra del pasado histórico

puede competir con una guerra de las naciones

civilizadas en su colosal escalada de horrores.

Jung.

» olvidamos siempre que nuestra consciencia

es tan sólo una superficie, nuestra conmsciencia

es el anteproyecto de nuestra existencia psicológica.

Nuestra cabeza es solamente el final, detrás de

nuestra consciencia hay una larga «cola» de dudas,

debilidades y complejos, prejuicios y herencias y,

nosotros consideramos siempre nuestras decisiones

sin contar con ellas».

Jung.

 

· Con la Templanza uno ha conectado con si mismo, ha conectado con esas corrientes subterráneas que nos nutren. Uno es más amplio que el ego pues conoce su propia psicología.

· Pero sólo se ha tomado contacto, todavía no se ha enfrentado todo ese interior. El Diablo es la prueba de que todo el sistema anterior está sólido.

· El Diablo, mitad hombre, mitad bestia, es otro ángel pero hace de aduanero. Es el que está a la entrada del tercer movimiento. Como la Justicia hacía de puerta al segundo movimiento, el Diablo nos pregunta ¿Cuánto equipaje llevas?. Ambos nos miran de frente. Ambos llevan una espada, una a la derecha cuestionando la lógica del ego, otro a la izquierda cuestionando nuestras dependencias más profundas.

· A partir del Diablo, de este tercer movimiento las figuras van desnudas, porque en este plano espiritual las máscaras van cayendo, uno se encuentra con su desnudez.

· Si el Diablo está a la entrada de lo espiritual es, tal vez, porque Dios y el Diablo se dan de la mano. No olvidemos que no hay luz sin sombra. Los cuernos de oro del Diablo son símbolos del fuego divino, de su relación con Dios. Los cuernos son siempre símbolo de nueva vida y de regeneración espiritual.

· El Diablo representa nuestra sombra, aquello de lo que no somos conscientes. Diríamos que es el punto ciego de nuestra psicología. Simbólicamente el Diablo se representa con una estrella de 5 puntas al revés del símbolo del Hombre cuya punta está hacia arriba. Es un ángel caído.

· Fue el Diablo quien nos hizo probar el fruto del árbol del bien y del mal. Quien nos hizo salir del Paraíso del orden natural. Esta inducción al conocimiento es una puerta a la libertad. Sin conocer el Mal no sabríamos qué elegir, seguiríamos en la inocencia del niño, en la beatitud del paraíso. Mientras estemos plegados al código moral no somos libres. A través del Diablo podemos hacer este cuestionamiento y coger nuestra responsabilidad.

· Es precisamente cuando no queremos ver nuestra sombra, cuando no queremos darnos la vuelta y ver nuestras proyecciones cuando actúa de veras el Diablo. Esa bestialidad propia de Satanás proviene del desconocimiento de nuestras motivaciones más inconscientes. El Diablo se alimenta de nuestra ignorancia y de nuestra inconsciencia.

· El Diablo es esa fuerza terrible que intenta permanecer escondida, que teme ser descubierta. Esa pareja que está atada al yunque del Diablo tienen caras de buenas personas, caras de ser civilizados, de pagar sus impuestos, de hacer actos nobles. Pero no se han dado cuenta que detrás de ellos, en su espalda hay una cola de diablillo y tienen orejas de asnos y cuernos diabólicos. Es la máscara de la hipocresía.

· Cuando uno teme su interioridad vive reprimiendo sus instintos y acusando a sus congéneres. Si uno teme su propia homosexualidad entonces se vuelve homófobo.

· Pero el Diablo no es terrible lo terrible es nuestra relación con él. De hecho Lucifer significa el portador de la luz. Lo que lo vuelve monstruoso es nuestro miedo a ese interior que es amoral. Es ese miedo a ser completo lo que nos recuerda el Diablo.

· El mal nos sirve para llegar a ser responsables de nuestros actos. Se trata de no actuar por el castigo divino sino por la claridad de nuestra responsabilidad.

· El Diablo representa lo amoral porque muestra la parte informe, ambigua de ese interior. Está más cercano al caos (aunque este caos pueda ser creativo), a la noche. Y de hecho es un ser andrógino mitad hombre, mitad mujer como nos representa el arcano. Porque, tal vez, la polarización hacia ese ser hombre, o ese ser mujer son roles sociales que temen la ambigüedad. Dentro de nosotros está lo femenino y lo masculino. Se trata de ir más allá de lo establecido, de lo cultural, de los patrones aprendidos, de los modelos introyectados, y ser.

· Esos diablillos están atados al yunque como símbolo de sus dependencias no reconocidas. Pero el lazo es suficientemente ancho como para deshacer lo el mero gesto de la voluntad y de la consciencia. Somos nosotros los que mantenemos nuestras dependencias, no es el Diablo.

· No es posible ninguna trascendencia si no enfrentamos lo que hay detrás de nuestra fachada. La sombra, el Diablo, nos invade, nos vampiriza cuando nuestros actos son compulsivos. Estar poseído es precisamente esa dificultad de actuar desde nuestra consciencia. Estamos poseídos por nuestra necesidad e poder, o reconocimiento, o placer. Cuando las pasiones no son reconocidas nos tienen a nosotros. Y aquí, desde esta sombra aparece la manipulación. Hacemos una cosa pero queremos lograr otra, Mostramos nuestra cara bonita poruqe queremos conseguir algo, mentimos por temor a ser rechazados.

· Al final en la gran sombra que proyectamos está nuestro deseo de perfección. No aceptadom nuestros límites, nuestros defectos, nuestra vulnerabilidad, nuestra inseguridad. Todo eso lo ocultamos en la sombra y desde allí se proyecta fuera queriendo matar al dragón, a lo informe, evitando el caos compulsivamente. Entonces estamos alimentando al Diablo.

· El apetito de perfección es inconsciencia. El Diablo nos recuerda nuestros apegos, nuestra posesividad, nuestras dependencias, nuestras manipulaciones.

· Mitológicamente el Diablo nos recuerda al dios Pan, hombre cabra que representa la lascivia y el deseo. Pero es realmente la líbido pura sin control.

También nos recuerda a Dionisio en cuanto a la ebriedad.

El camino espiritual tiene que mostrar esa bestialidad como algunas imágenes de las divinidades tibetanas, hinduistas, aztecas, etc. Se nos dice que hay que temer a Dios porque Dios es temible.

· Por eso este arcano nos habla de un momento de confusión, cuando aparece la locura y simultáneamente la genialidad. Uno puede vivir periodos atormentados cuando se enfrenta a sus dependencias ya establecidas. Puede haber una fascinación por la sombra, por lo oculto, por esa intensidad de energía y líbido que bien puede atraparnos poderosamente.

· Todo lo que no hemos revisado permanece y actua desde la sombra. Por eso a veces los pecados están revestidos de virtudes. Detrás de la vanidad aparece una persona efectiva y complaciente. Detrás del orgullo alguien que se muestra util, detrás de la cobardía alguien quien vigila por el bien de todos y que encuentra primero los problemas y los peligros, etc.

· El Diablo actúa desde la tentación. Es la manzana de Eva.

· El Diablo nos recuerda a través de esos personajillos que la mejor manera de permanecer inconsciente es descargar los problemas y las responsabilidades en los otros.

· El Diablo es una prueba de responsabilidad. La puerta de la trascendencia donde se nos da la oportunidad de volvernos conscientes no sólo de la luz sino también de la sombra.

· Está relacionado con Saturno como guardian de todos los umbrales. Saturno es el maestro, aquel que nos enseña sobre nuestros límites.

 

Julián Peragón

 




Tarot: IV El Emperador

· De la Emperatriz al Emperador

La madre pertenece a la naturaleza, pero el padre a lo cultural. Damos un salto de lo natural a lo artificial, a lo construido por los hombres.

La Emperatriz nos muestra la misericordia, todo tiene derecho a la vida. El Emperador habla de rigor.

· Los límites

Nos encontramos con el primer límite, con el primer No. No todo es válido, son necesarias unas normas para funcionar en conjunto, en una sociadas. Aparecen las leyes de los hombres.

· Autoridad

Con las normas y los límites se nos enseñan a temer. Debe haber un respeto por la individualidad del otro.

· Logos

A través del Eros borramos las diferencias, las distancias, con el Logos marcamos las diferencias. Es preciso distinguir claramente. Entramos en el principio de objetividad. La razón es un principio más universal que nos permite organizarnos. No solo el amor también las razones son necesarias. En el arcano 3 experimentamos las cosas, cómo nos afectan, subjetivamente, en el 4 entiendo lo que va más allá de mí, acepto las cosas a través de la objetividad.

· Inteligencia

Desarrollar el Emperador es desarrollar la inteligencia, la astucia, la claridad, el orden

· El cuadrado

El 4 es el númereo de la estabilidad. Las piernas forman una cruz, otra vez el 4. Los cuatro puntos cardinales que nos sirven para movernos en el espacio.

· Punto de acuerdo

El principio de objetividad posibilita un punto de encuentro.

· Abrazo

Razón y sentimiento se han de abrazar para que el sentimiento alimente la razón porque la razón, los sueños de la razón, producen monstruos cuando no hay una sensibilidad detrás.

· Dos arquetipos

El héroe que tiene infinitos recursos, valor, audacia, Y el sabio, mago, maestro que tiene las respuestas internas. Uno que me proteja de la realidad exterior y otro de la inseguridad interior.

· Fuente de autoridad

Es necesaria la figura del padre como fuente de autoridad, el que mantiene el rigor para que la ley se cumpla, para que todo funcione. Con él podemos llevar las riendas de nuestra vida, al tener fuerza y coraje.

· Posición

De pie, en contacto con la realidad, con un casco que indica que sus asuntos son de orden cotidiano, no espirituales. Con el cetro en la derecha como símbolo de la fuerza de la razón. Las águilas se miran, los cetros están cercanos, uno en vertical, firme y el otro inclinado, propio del sentimiento. Diferencias notables en mano derecha e izquierda.

 

Julián Peragón

 




Tarot: XII El Colgado

Jesús entre los 12 apóstoles, el Sol entre los doce signos, 

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. (Cristo en la cruz)

 

· La columna quinta de los septenarios (el Papa, El Colgado y el Sol) es donde se da una máxima tensión de la conciencia. Una búsqueda de sentido. Hay un replanteo de mayor profundidad.

· Simbólicamente la cruz de las piernas sobre el triángulo de la cabeza y los brazos simboliza el descenso de la luz en la oscuridad. La redención de las tinieblas mediante el sacrificio. El número 12 también es un número de redención. Ilustra la historia de la pasión de Cristo que muere en la cruz para la salvación de la humanidad.

· En el Colgado sus pies, sus raíces, aquello que le sustenta no está en el suelo sino arriba, no está en lo natural sino en lo sobrenatural.

· Osiris también estuvo tres días colgado de un árbol esperando a madurar para ser descuartizado.

También Cristo estuvo crucificado en la cruz. Herido por una lanza en el costado derecho donde reside el hígado. Y el hígado es el único órgano que se regenera. Podemos inferir de aquí un elemento de regeneración que hace el Colgado al invertirse.

Lo del hígado lo sabe bien Prometeo que en el castigo que le inflinge Zeus de atarlo a una roca donde una rapaz de devora el hígado, cuando éste se regenera vuelve a empeza eternamente el castigo.

· Hay un cambio de plano. Lo que antes estaba arriba, ahora está abajo. Tal vez la sabiduría comporta esta inversión de la mirada. El sentido común no es tal a los ojos de un sabio. Hay una inversión radiacal de los valores.

Por eso a veces en Tarot antiguos esta figura estaba relacionada con el traidor, traidor a la comunidad.

· Cuando hablamos de lo sobrenatural no es algo que viene a continuación de lo natural, al contrario, es aquello que está previo a lo natural y que lo envuelve. Nos referimos al espíritu que está antes, durante y después de la vida.

· El Colgado está atado de manos y pies. Tiene limitada su movilidad. No está libre. Pero su cara es resplandeciente, tiene un semblante consciente. Por tanto esa limitación no es tanto impuesta como autoimpuesta.

Pero perece bailar con los pies, es como si limitando su voluntad dejara fluir su inconsciente.

· Su cabeza está por debajo del suelo, más allá de las raíces de los árboles, en contacto con las aguas subterráneas. Es así que la idea de bautismo está implícita. El agua que baña la cabeza. Idea de que hau una nueva vida que emerge. Con la cabeza abajo la sangre oxigena la cabeza, revitaliza el espíritu.

· Esa falta de libertad es aparente porque la libertad no es, en su última expresión hacer lo que a uno le venga en gana. La libertad es hacer lo que uno tiene que hacer, Es la comprensión y la aceptación de que uno tiene una misión que cumplir. Hay un compromiso interno. Cabeza abajo necesariamente se vuelve humilde.

· Hay una imagen astrológica interesante. La carta natal no es más que una fotografía de un cielo que nunca más sucederá. Es el símbolo de que cada persona es única e irrepetible. Por eso cada nacimiento inagura de nuevo la humanidad con sus potencialidades nuevas. Uno reactualiza esa humanidad que será diferente en cada uno de nosotros.

· Esa tensión se manifiesta entre lo que quiero hacer y lo que debo hacer. Hay que distinguir entre los compromisos sociales y los compromisos internos. Se trataría de cuestionar la conducta y atender al corazón.

· La INICIACIÓN. Es en estos momentos que uno está involucrando toda la existencia. Va más allá de la mirada estrecha del ego.

Representa el adepto que tiene que pasar unas pruebas para renacer por segunda vez, nacer al espíritu. La soledad es una de las pruebas que tiene que pasar todo iniciado.

Uno tiene que demostrarse que su compromiso es fuerte, que no cae en la primera tentación.

· SACRIFICIO significa volver sagrado algo que previamente pertenecía al ámbito natural, profano.

· Pero también hay una imagen de DESPRENDIMIENTO. Los bolsillos abiertos indican que no retiene nada. En algunos Tarots se le ve con algunas monedas que caen de los bolsillos. Pobreza buscada.

· No será la neurosis, en última instancia, la resistencia a la aceptación de la propia responsabilidad. Eludiendo un encuentro con nuestro interior. Temiendo el sufrimiento. Esa falta de responsabilidad es una constante traición a uno mismo.

· Pero ese sufrimiento es inevitable. Sufrir o sufrir. Pues hay un sufrimiento degenerativo donde uno carga con sus frustraciones, uno sufre sin comprensión. Y otro sufrimiento que es generativo que te invita a crecer.

· Encontramos un paralelismo entre el Enamorado que está entre dos mujeres inmovil y su solución viene de la altura de Eros. El Colgado inmovilizado entre dos árboles, su solución viene de la profundidad, de la tierra, de su inconsciente.

· Pendiente del Destino, no le queda otra que comprender el significado que le depara cada movimiento de la vida. Aquí no soporta el destino sino que lo escoge, este es la diferencia, elegir voluntariamente lo que hay que vivire, lo que se debe afrontar.

· Cuando no hay resistencia, uno es llevado. Es una carta de abandono y de renunciamiento. De la misma manera que cuando te abandonas flotas en el mar y cuando luchas te ahogas.

· En esa renuncia se da el florecimiento de lo que anteriormente estaba sometido.

· En el fondo somos flores humanas. Esa flor que seremos es nuestra vocación, nuestro sino. Pero es cierto que al principio todos somos como tallos muy parecidos, indiferenciados. Es en la maduración de la planta donde descubrimos nuestra esencia desarrollada.

· Nuestra misión en la vida es ese don que nos ha dado la misma vida y al cual estamos en deuda.

· Hay una necesidad de limitarse para salvar eso que es esencial en uno.

 

Julián Peragón




Tarot: VII El Carro

Una vida sin pruebas no merece ser vivida.

• El personaje que representa el arcano anda con su propio vehículo, con su carro. Tiene plena movilidad. Puede ir a los confines del mundo. No está atado a nada ni a nadie, ha conseguido su libertad. No es dependiente.

• Se ha convertido en un individuo con la responsabilidad de sustentarse por si mismo, de asentarse en el mundo, en la realidad.


• Refleja este triunfo el número 7 que es la culminación de un ciclo. También la corona del auriga, del cochero indica triunfo. Ahora es dueño de si mismo y responsable de sus actos en el mundo.

• El carro que puede indicar el cuerpo, la vestidura del espíritu es en principio un espacio propio acotado que uno ha logrado conquistar. Pero también es un carro de dos ruedas y sin riendas que nos indica que para conducirlo uno ha de ser bastante hábil, requiere de todo el equilibrio. Este equilibrio del auriga proviene de la experiencia. El que se ha probado en el mundo, sabe como manejarse en él. Aquí es donde ha perdido el miedo. Y sin miedo puede ir hasta el fin del mundo. El mundo es un reto, un desafío.

• El carro es tirado por dos caballos de diferente color. Son las dos energías del universo opuestas y complementarias. Son también las fuerzas pasionales e instintivas que tirando en direcciones opuestas consiguen con la guía del conductor que el carro vaya hacia delante. De la misma manera que el carácter, la personalidad sujetan a las fuerzas divergentes para que haya una dirección y una orientación claras.

• La libertad es la salida del paraíso, de la infancia, la pérdida de la inocencia, estar delante del mundo, a la intemperie.

• Uno es capaz de marcar su propia ley. Dueño de si mismo, satisfecho. Sólo cree en sí mismo. Por eso siente que es una unidad completa con todas sus funciones (el carro refleja el número 4, los 4 elementos, las 4 funciones, los 4 pilares del carro).

• Pero el mayor riesgo es quedarse en esa autosuficiencia. Ya lo dijo Don Juan a Castaneda, que uno de los enemigos del hombre era la claridad, pensar que ya había superado el miedo y que ya tenía las respuestas necesarias.

• El auriga es S.M. su majestad, es el rey bajo el toldo. Imagen que alude al ego ya formado, al carácter establecido del individuo que tiene una manera hábil y efectiva de actuar. Imagen de brillo, poder, éxito.

• Pero este rey, este héroe, está aislado del cielo abierto, símbolo de lo trascendente, del espíritu. También está separado de los animales, símbolo de la vitalidad, del instinto.

El peligro es creer que lo único que vale es ese yo, ese ego que controla y decide. Con el tiempo, si no hay cambio, si no hay trascendencia aparece la muerte interior, la falta de pasión, curiosidad. Uno está cómodo en su pedestal, con sus respuestas prefabricadas. Se habrá perdido la conexión, se habrá quedado uno en soledad estéril, como una burbuja independiente.

• Pero también cabe otra interpretación. El carro tiene poderes mágicos (Elias, Ezequiel), con él se puede conectar con los poderes divinos. La conexión del Papa con el Carro reside en que aquél es el centro como quinto elemento entre las columnas y los monjes, pero de escala arquetípica. El auriga es también un quinto elemento entre las columnas. Pero ahora tiene una dimensión humana. eses principio orientador proyectado al maestro, al Papa ahora puede introyectarse hacia dentro. Hay capacidad de orientación en la vida. La corona del auriga es símbolo de iluminación. Rey joven con nuevas ideas y nuevas energías. El trono del Papa es fijo, el trono del auriga es móvil, flexible y adaptativo.

• El ego adolescente que aparecía influido por el dios eros, ahora es un ego regido desde su propio interior. Es un ego mediador entre el si mismo y el mundo, entre su psique y lo divino.

• No nos olvidemos que en el Carro el auriga coronado está inflamado de si mismo, lleva su poder con orgullo y se olvida que es un ser frágil delante del universo. Hay una noción exagerada de poder, de ego. El Carro representa para los antiguos la noción de «hybris», ebriedad, es cuando el individuo se ha identificado con su rol arquetípico más allá de los límites humanos. Desde luego que el riesgo de esta hybris es la locura. El carro no muestra esta humildad necesaria en el camino espiritual.

• El significado del carro es que nos permite ir bien lejos para descubrir que con el mismo carro podemos volver a casa, a nuestro interior perdido. Un largo viaje externo siempre es símbolo de un viaje interno.

De hecho aprendemos de nosotros mismos cuando nos ponemos a prueba, cuando superamos obstáculos, cuando hacemos compromisos.

• Pero ¿quién conduce el Carro?, El auriga coronado piensa que es él, uno cree que es el ego quien manda en el sistema pero el destino le dará la lección necesaria para confiar en algo más profundo.

• Con el mago y el inicio del ciclo uno decía yo deseo, ahora al final de este primer ciclo, uno dice yo puedo.

• A nivel mítico, el carro alude a Helios-Apolo que montado sobre una carroza reparte la luz. Pero aún más, representa a Faetón, el hijo de Apolo quien arrebató las riendas del poder prematuramente y fue derribado por el rayo de Zeus, el espíritu. También alude a Osiris, divinidad solar.

• Faetón, hijo de Apolo rogó que se le dejara conducir el carro solar de su padre a través de los cielos un día. Su padre intentó disuadirle pero insistió tanto que consiguió las riedas. En la carrera, los caballos se dieron cuenta de que eran conducidos por manos inespertas así que aceleraron y salieron de su circuito acostumbrado. Subieron muy alto produciendo humo del cielo y tan bajo que derritieron las cumbres nevadas, secaron los ríos y quemaron los bosques. Tan peligroso eran que Zeus intervino lanzando un rayo al carro. Faetón cayó envuelto en llamas a la tierra. Apolo apesadumbrado ocultó su cara por un día mientras en la tierra no hubo sol.

• En el plano adivinatorio el Carro significa éxito, energía, poder y dominio. También alude a la construcción de la persona o la máscara. En el plano espiritual la necesidad de una disciplina venciendo el dragón de la inercia.

 

Julián Peragón




El Enamorado

Cuando uno crece y se hace adulto debe tomar decisiones. La vida implica una toma de posición. Conseguir una dirección determinada que le dé fuerza a nuestro impulso es el resultado de una criba vital. A menudo inconscientemente nos subimos a un tren con un destino determinado, y esto implica que otros trenes con otros destinos queden fuera de nuestro alcance.

Pero ahora, teniendo en cuenta el arcano número seis del Tarot de Marsella, nos encontramos en una encrucijada nada fácil de sortear. El muchacho joven, símbolo de la incipiente conciencia, que representa tanto a hombres como a mujeres, está en un conflicto, duda por dónde debe caminar.

El camino de la derecha donde se encuentra una mujer mayor, supuestamente la madre, representa lo conocido, tan conocido como lo es el entorno familiar. A “eso” que es conocido se le llama a menudo creencia, tradición, sentido común o la acción conveniente, pero en realidad es el viejo impulso a la seguridad.

Por contra, el camino de la izquierda, representado por la joven, aparentemente la amada, representa lo desconocido, lo nuevo, lo ignoto que está más allá de nuestro horizonte vital. Es el amor que inflama nuestras pasiones, es, sin lugar a dudas, lo potencial.

Y qué curiosos que esa contradicción, esa indecisión se plasme tan claramente en el enamorado. La cabeza mira hacia la derecha mientras el cuerpo se inclina hacia la izquierda. La mano de la madre es muy clara, se apoya en el hombro, allí donde las responsabilidades hacen mella. “No seas alocado, hijo” pareciera decir, piensa, razona, medita antes de actuar. Sin embargo, la mano de la amada le toca el corazón y parece decirle “haz lo que tu corazón dicte”, sigue tu impulso, tu corazonada.

Está claro que el dilema está entre cabeza y corazón, o lo que es lo mismo, entre razón y sentimiento, entre seguridad y descubrimiento. No obstante, aparece un elemento nuevo, otra mano, no sabemos bien si de él o de la amada señala su vientre. Y en el vientre, claro está, el deseo empuja, se abre camino. En la discordia también está el animal interno que reclama su dosis de placer.

Pero no nos olvidemos que desde las alturas, Cupido, siempre tan informal, dispara flechas de amor que atraviesan corazones. Si bien el muchacho en la oposición cabeza-corazón estaba paralizado, cuando se siente atravesado por esa fuerza divina que se llama enamoramiento se atreve, por fin, a dar un paso adelante hacia lo desconocido. Bajo el señuelo del amor, con el motor del deseo, en la embriaguez del enamoramiento intuye su chispa divina.

Probablemente el muchacho en esa borrachera del amor no ve la realidad que tiene delante. La amada real será sólo el soporte de esa idealidad que busca realizarse, la proyección de sus propias carencias, el objeto de un deseo profundo o la sensación de incompletitud camuflada en el ideal romántico de la media naranja.

Quién sabe si es la misma vida la que trampea nuestra visión, un mecanismo inteligente de la mente profunda que nos hace percibir fuera lo que es puro espejismo de la misma manera que el sediento ve un oasis en pleno desierto cuando en realidad no hay más que pura arena. En todo caso Eros nos recuerda que a veces somos tocados por la gracia divina. El enamoramiento nos dice que también somos hijos de los dioses; que más allá del tú a tú hay un dios y una diosa que dialogan en otro lenguaje.

Tan desastroso resulta olvidar nuestra naturaleza divina como olvidar la terrenal. La decepción sobreviene cuando disipado el brebaje del enamoramiento, descubierto el juego de sombras del embeleso nos encontramos delante de un hombre o mujer con su desnudo real, en su hacer errático y en su crisis existencial.

Nos habíamos olvidado que nadie se enamora desde la fuerza de su razón sino desde el anhelo de infinitud del alma. Es cierto que no podemos encerrar en jaulas de oro a los amorcillos que disparan flechas porque lo divino no puede ser cosificado. Cuando se desvanece la pasión, cuando somos incapaces de sublimar nuestras necesidad quedamos delante del otro y se abre sorprendentemente la posibilidad de amarlo. El enamoramiento nos había acercado al otro más allá de lo establecido por costumbre y ahora, una vez despiertos, tenemos al alcance una intimidad y un lenguaje, tenemos caricias y ritos, tenemos, es cierto, un desconocido delante nuestro pero con la huella indeleble de nuestro mundo afectuoso.

En el enamoramiento nos enamoramos de nuestros sueños, en el amor propiamente del otro. En el enamoramiento sólo hay un eco donde se resalta nuestra propia voz interna, en el amor aparece el reconocimiento de lo otro, de lo diferente y extraño. Acoger eso extraño es hacer un hueco en el propio corazón. Reconocer lo ajeno es la grandeza de lo humano porque en esa acogida nos hacemos más grandes ahí donde nuestro horizonte vital se amplia. En el enamoramiento uno sólo se ve a sí mismo, idealmente completo, en cambio, en el amor aprendemos a amar lo estrictamente humano. Aparece la comprensión, el diálogo, la escucha y la compasión, la solidaridad y el reconocimiento.

Sabiamente la vida nos había empujado unos pasos más allá enseñándonos la zanahoria del amor erótico o tal vez platónico. Aprovechar ese movimiento del alma para salir de las propias estrecheces del carácter es propio de la madurez. Convertir al otro en enemigo porque ya no es soporte de ninguna idealidad o porque no resiste nuestras proyecciones nos habla de inmadurez.

Cierto que Don Juan buscaba a la mujer con mayúsculas aunque confundiera a menudo amor por placer, pero esa mujer ideal que buscaba a través de las innumerables mujeres le cegó precisamente para descubrir las infinitas formas que adopta la mujer en su terrenalidad. Buscando al arquetipo no vio que lo invisible se encarna en la mujer visible, y tal vez no quiso aceptar (no el Don Juan Tenorio, personaje literario, sino los muchos donjuanes que lo encarnan) que el buscador también era de carne y hueso, en la aceptación relajada que los hombres y mujeres morimos pero no los arquetipos.

Tomar el camino de la derecha en el símbolo del Tarot puede resultar mortífero pues lo seguro sólo es una imagen temerosa ante lo real, y lo real habla en lenguaje de impermanencia. Apostar por lo conocido es otra forma de muerte al no reconocer que todo lo que nos rodea por dentro y por fuera es misterio.

Ahora bien, tomar el camino de la izquierda puede llevarnos a perder nuestro eje vital y abocarnos a un mundo de pasiones que nos vampiricen. Y es que el laberinto del enamoramiento puede ser fascinante pero no es tan seguro que sepamos recomponer más adelante el puzzle deshecho. Porque no se trata de elegir por elegir sino de entender desde dónde elegimos, qué criterio utilizamos, cuál es nuestro impulso de crecimiento.

Si no nos escuchamos profundamente, la decisión puede ser errada independientemente que giremos a la derecha o a la izquierda. La pregunta reside en considerar qué camino a elegir en el que no me sienta traicionado. Claro que ese camino tiene que tener corazón pero tal vez no es el corazón que nosotros habíamos fantaseado. Cierto que la vida siempre que encuentre algún rescoldo de ilusión y de anhelo nos empujará hacia lo nuevo pero si ese paso lo damos sin consciencia saldremos de la cárcel de lo seguro para meternos en el barrizal de la improvisación.

Ni el camino fácil donde obviemos un esfuerzo necesario pero tampoco el difícil que nos llevaría a un vivir al filo de la existencia, en la embestida de la temeridad o en el sobreesfuerzo rígido. No obstante tenemos la posibilidad de elegir en la confluencia entre la razón y el sentimiento sin olvidar nuestras sensaciones e intuiciones. ¿Cómo se hace? haciendo alquimia, la ascesis de hacerse a sí mismo aprovechando las encrucijadas en las que nos pone la vida.

Julián Peragón




Los tres niveles del Yo

Una de las preguntas básicas que abren las puertas al crecimiento personal o al camino espiritual es acerca del Yo y de lo que uno es. Habitualmente uno no se pregunta ¿quién soy yo? pero en momentos de crisis o de cambio, en momentos de mayor sensibilidad o ante los reveses del destino aparece una seria duda sobre lo que somos o sobre lo que hacemos en este mundo. Al abordar esta pregunta conscientemente tendríamos que matizar pues de lo que se trata es de ver qué hay de uno en lo que uno cree que es, pues no siempre coincide la percepción de uno mismo con lo que realmente somos. Y es que hay una evidencia para todos, la separación entre el sentimiento profundo de lo que uno es y la representación de ese sentimiento.

Pero, vayamos por partes.

A veces el término Yo se utiliza desde diferentes ámbitos de forma muy diferente, y la palabra ego utilizada desde el psicoanálisis o la psicología también tiene diferentes interpretaciones. Casi es mejor utilizar, para el caso que nos ocupa, el término de carácter, o ser muy precavidos al hablar de yo, de ego.

Entonces, ¿es nuestro carácter lo que realmente somos?. El vocablo griego charaxo significa lo que está grabado, condicionado (lo que permanece constante en una persona). Y lo que está grabado es lo que ha grabado el mundo, nuestros padres, nuestras identificaciones. Si en realidad venimos a este mundo con una esencia, con una impronta tal vez sospechemos que no debe de estar propiamente en el carácter.

El concepto de personalidad es mucho más claro. Personalidad viene de persona, vocablo latino que quiere decir máscara. Y ya sabemos que toda máscara esconde un rostro original. En el teatro griego las máscaras eran muy apreciadas porque hacían dos funciones principales. Una, la de amplificar la voz pues la máscara era una caja de resonancia. Otra, la de dar forma definida a la expresión para que los espectadores lejanos pudieran captar esa expresión. Por supuesto que cuando se acababa la función las máscaras se dejaban en el baúl hasta la próxima función.

Esta imagen es muy útil para entender la diferencia entre la personalidad y la esencia. La personalidad, y por extensión el ego, es la que da forma a la expresión del ser, que amplifica su expresión, que la ajusta al mundo. Pero está claro que esa forma no es propiamente lo que somos, aunque habríamos de decir también que la forma es un reflejo, o recuerda a la esencia.

Esto lo podemos entender con una imagen astrológica y astronómica. En el ascendente el sol y la luna aparecen más grandes. No es que estén más cerca pero el ojo recrea un efecto visual pues la referencia del horizonte hace que en la mente se vea más grande que en el cenit. En todo caso es un imagen ilusoria. Cuando el sol o la luna cruzan el horizonte parecen que estuvieran diciendo ¡Ey! Que estoy aquí, miradme! Esta imagen ilusoria, esta llamada de atención es la personalidad, y el impulso es el Ser, el ser que somos se entiende. El problema está en la confusión entre esos dos planos que deben estar interrelacionados.

Para ser uno necesita agarrarse a una forma de la misma manera que la música necesita el soporte de un instrumento pero la música no es el instrumento, sólo su medio.

Cuando un niño es pequeño se muestra de forma instintiva y natural, es polimorfo, potencialmente puede ser muchas cosas pues no tiene todavía una estructura definida. Entre los 4 y los 6 años bajo la influencia del medio, de los padres y la sociedad, el niño comienza a estructurar una personalidad que le permite sobrevivir.

Si esa forma que estructura es frágil o inadecuada sufrirá porque le aplastará el mundo, pero si hay demasiada estructura, demasiada defensa conquistará el mundo pero aplastará lo sutil y el alma se secará. No habrá oídos para el mundo interno sólo para los reclamos externos. En ese equilibrio nos movemos todavía de adultos.

Si bien ese carácter fue una defensa en su momento ante la carencia, la falta de reconocimiento y de amor, más tarde se vuelve en contra nuestro.

En realidad todo esto es mucho más complejo pues no hay un sólo Yo, sino muchos. Distintas personalidades en un solo cuerpo. Muchos complejos que son personalidades parciales, que parecen tener su propia vida (de golpe sale el intolerante como el apaciguador).

El Yo que conocemos no es más que otra personalidad, pero la que tiene más continuidad, la que se muestra más estable, pero también la personalidad más tirana. Así, detrás de un ego inflado en realidad existe una carencia, detrás de una prepotencia intuimos que hay una larvada impotencia.

Tendríamos que percibir el carácter como un sedimento con múltiples capas de vivencia, carencias, fijaciones, deseos, compensanciones, etc. Por eso decimos que la autoidentidad es una síntesis de muchas cosas. Lo que uno cree que es, es la suma tanto de la visión que uno tiene de sí mismo como de la visión de los otros sobre nosotros.

Pero vayamos a ver cuál es la función que nos tiene reservada la vida para este ego, carácter o personalidad. Y aprovechemos el rico lenguaje simbólico que la tradición ha reflejado a través de los arcanos del Tarot.

Primer nivel del Yo: El Ego, el Mundo

La función del ego se muestra simbólicamente en el Carro. S.M. Su Majestad, coronado y ataviado por ínfulas de poder (como se sueña todo ego) maneja un carro de dos ruedas sin riendas. Esta destreza del ego para llevar el carro al confín del mundo es propia de esta función egoica que debe manejar y manejarse en el mundo.

El mundo requiere control para no caer en peligros, habilidad para moverse entre intereses, poder para imponer nuestros deseos, estrategias para llevarlos a cabo. Pero el control no es más que una ilusión. Por eso ser un buen conductor es conveniente para sobrevivir en un mundo social.

Lo que nos dice la carta es que hay que aprender a domeñar las fuerzas instintivas para poder convivir en sociedad (el Carro controla a los dos caballos). Sin embargo estas fuerzas están constreñidas bajo un barniz de civilización, en algún momento pueden desbocarse y tumbar el carro. Es diferente a la imagen de la Fuerza cuya relación con el león, con la parte instintiva, es de intimidad y de sublimación pero no de represión.

Ahora bien, el ego es adecuado para las conquistas externas pero ciego para el viaje interno. El problema del Carro es creer que uno es sólo la ola y que no tiene nada que ver con el océano del cual surge.

La misma carta nos habla de los peligros del ego. Separación del mundo instintivo (en cuanto hay un carro que divide), desconexión del cielo abierto, cielo espiritual (a través de un toldo que separa). Esta división, escisión o separación está en todo ego que no se hace permeable a su propio interior.

En realidad las conquistas del ego son conquistas vacías que no dejan satisfacción. Y después de la siguiente conquista ¿qué?, pues otra conquista, y así indefinidamente hasta que aparece un cansancio, un desánimo, hasta que uno pierde la ilusión y mira hacia dentro, hacia otro llamado más profundo.

La imagen más real del ego nos la da la carta de la Rueda de la Fortuna. Ahí se observan tres personajes monstruosos que son como personas simiescas, mitad humanos, mitad animales. Es cierto que a veces la tradición ha simbolizado a la mente como un mono inquieto enjaulado que no para de dar vueltas. En realidad el ego aparece ante el mundo como humano pero no es todavía humano pues no tiene alma, es simiesco. El Ego es una función de la mente un complejo positivo de nuestra estructura mental de funcionamiento pero realmente no es humano.

A la vez la carta nos lo muestra atado a la Rueda, rueda de vida, de acontecimientos que no paran. Rueda que da vueltas y vueltas sin parar y que desde el estar encadenado a su movimiento parece que la rueda gira trayendo novedades aunque en realidad la rueda gira y gira volviendo a traer siempre lo mismo. Creemos que vamos a ganar, por fin somos triunfadores, pero como la rueda sigue girando uno va para abajo. El quiero reino y tengo reino se transforma en un pierdo reino.

Todos los puntos están a la misma distancia del centro, todas las situaciones buenas o malas apuntan a un significado, a una comprensión. Para ello la Rueda nos hace una invitación: en el centro de la rueda no hay movimiento aparente, uno está en su centro.

En todo caso hay que dar un salto de nivel, este Ego, este primer Yo busca desesperadamente seguridad, escapar a la muerte, a los cambios, rechazando lo diferente, expiando las culpas, proyectando fuera los propios demonios. La espiral es una espiral de codicia, odio, ilusión (los tres venenos que nos recuerda el budismo). Un deseo extremo, un rechazo extremo y una inconsciencia extrema por desconexión.

 

Segundo nivel del Yo: La Psique, el Alma

Este cambio de nivel el tarot lo representa con el arcano XIII, el arcano de la Muerte. La guadaña corta cabezas, manos y pies, corta lo visible, lo que está en contacto con el mundo, es decir, la imagen. Se deshace del ego y se queda con lo esencial, con el esqueleto, con lo más inmortal que hay en nosotros. Este cambio brusco es una profunda transformación, una orientación radicalmente diferente.

Quizás también nos avisa que hemos de hacer un enfrentamiento con la muerte pues sin la aceptación de ella no es posible vivir plenamente. Expoliando a la muerte uno, el ego, se debate entre el peso del pasado y la esperanza del futuro, quedando atrapado entre la maraña de lo que fuimos y la especulación de lo que queremos ser sin vivir lo real que es el momento presente. Hay que aceptar la muerte y tenerla como aliada, como elemento de transformación. La idea de que somos algo fijo es propio de la ilusión del ego.

Por eso la carta siguiente la Templanza nos dice que nanai, que no somos nada fijo, si acaso somos un flujo que va de un jarro a otro, que va de lo consciente a lo inconsciente, de lo femenino a lo masculino, de lo interno a lo externo, pero un flujo (un fluido sin color, reflejando la esencia).

El agua se adapta por naturaleza a todo lo que hay, esto significa que en verdad ese Uno Mismo es como un agua que abraza todo lo que le rodea, que lo sumerge, que lo empapa, es decir que no está separado de la cosa, del otro. Que no siente tan claramente las fronteras entre un tú y un yo.

Hemos ido a un centro más profundo y hemos conectado con un ángel. Ese ángel siempre había estado ahí pero no conocíamos su lenguaje, no lo veíamos. Ese ángel es la parte benéfica de nuestro inconsciente. Inconsciente importantísmo donde reside la energía vital, donde están nuestros sueños, donde duerme nuestra alma.

Y es que, por poner una imagen, para que la luz del faro pueda iluminar es necesario el edificio del faro, el farero, el montículo donde se inserta, aunque para la luz de ese faro todo quede en las sombras. Es importante comprender que nuestro inconsciente contiene toda la sabiduría de la evolución y eso nos sostiene, nos alimenta, nos protege.

Por fin nos podemos dejar flotar, confiar en la vida. El ángel parece decirnos, ten paciencia, hay fuerzas inconscientes que actúan dentro de ti. Nos dice que tenemos alas para sobrevolar por encima de las cosas. Es la comprensión de que el Ego no tiene fuerzas de elevación, por eso en esta carta el Ego (el personaje) ha desaparecido (de momento).

En esto comprendemos que ser uno mismo no es ser como los otros ni lo contrario de los otros, sino tú mismo.

La imagen más clara del reencuentro con el alma, nos lo muestra el Tarot en la Estrella. ¿Cómo es esta alma? Una mujer desnuda como símbolo de que el alma es desnuda y no tiene doblez. Arrodillada porque el alma participa humildemente de lo que le rodea, en señal de fe como apertura al presente. Y es que el alma no hace más que regar, fecundar todo lo que le rodea, de nutrir lo que previamente se ha sembrado.

En esa etapa sentimos que se amplia nuestra sensibilidad. Ya no hay necesidad de resistirse. El alma es ese pájaro que trina celebrando la creación a punto de iniciar el vuelo.

El alma es la mediadora, ni el Yo ni el inconsciente sino lo que posibilita el diálogo (la isla y la península aparentemente están separadas pero en el subsuelo están unidas).

El alma sabe lo que necesitamos. El alma no es el inconsciente pero se manifiesta a través de él. El alma es la personificación de ese inconsciente, es un símbolo, es lo opuesto al Yo.

La verdad es que no puedes hacer lo que quieras con tu vida tienes que aceptar lo que necesita el alma. Y el alma se expresa a través de imágenes, de símbolos.

 

Tercer nivel del Yo: El Espíritu, el Alma del mundo.

Pues bien ese personaje que primeramente aparecía ataviado con símbolos de poder, y que después desaparecía en brazos de un ángel mostrando sólo el fluir, ahora renace. En el Juicio este personaje que es el Yo ya no está de frente sino de espaldas (es anónimo), ya no está sobredimensionado sino tiene medida humana (hay que perder la importancia personal), no está vestido sino desnudo y no está sólo sino en compañía. No sólo hace un diálogo con lo que le rodea por dentro y por fuera sino que mira, por primera vez, hacia lo alto, respondiendo a un llamado.

Es el momento donde se da la comprensión de que la existencia es el despliegue de un mensaje, de una música a la que hay que estar atentos.

Y llegamos al tercer centro. No sólo teníamos que ir de fuera hacia dentro como decía San Agustín, sino también teníamos que ir hacia arriba. El Mundo, el Alma encuentran su refugio en el Espíritu. Es como si después de descubrir que hay un corazón en la relación con el mundo, con los demás (el alma) tuviéramos que aceptar que existe todavía el corazón del corazón, y eso es el Espíritu.

Y esta última carta que es el Mundo nos encontramos con el Alma del Mundo que representa el ser que somos, un ser andrógino que ha dominado y trascendido los opuestos. Y este ser andrógino danza. Danza con todos los elementos, integrando las polaridades y haciéndolas creativas. Pues el Espíritu siempre está en movimiento como lo indica el velo vaporoso y sutil que le envuelve.

Lo importante de este mensaje es que al final del recorrido, en el último estamento de lo que somos no nos encontramos con un paraíso sino nos encontramos con el mundo, con la realidad tal y cual es cuando de veras hemos despertado. En realidad no había que ir más lejos ni subir más cumbres, ni despertar más poderes sino ser lo que siempre hemos sido.

Jung diría que estamos integrados en un inconsciente colectivo cuyo centro es el sí mismo. También diría que nada cura que no sea la verdad de uno mismo.

Julián Peragón

 

 




La iluminación de los símbolos

 

Podríamos empezar nuestro discurso por dibujar un punto, un simple punto sin espacio ni dimensiones, y convertirlo en un símbolo que represente la Unidad. Si a continuación dibujamos una línea horizontal seguramente nos recordará el horizonte, la tierra sobre la cual vivimos. Un trazo vertical nos llevará a una elevación sobre aquel horizonte conectándonos con el cielo, esto es, con lo divino.

Ahora hagamos un círculo y notaremos con nuestra capacidad de simbolizar que no tiene principio ni fin como la eternidad, como el universo infinito; veremos que todos sus puntos están equidistantes del centro como un gran ojo divino, perfecto en su totalidad. Pongamos ahora aquel primer punto en el centro del círculo y sentiremos, tal vez, el ojo vigilante de Dios, el centro del universo.

Juguemos un poco más. Retomemos los trazos horizontal y vertical y hagamos una cruz para combinar la tierra con el cielo, la energía con la consciencia, el ser humano con lo divino. Démos un movimiento a esta cruz en sentido retrógrado o de avance y tendremos la esvástica con sus aspas representando la fuerza dinámica de la vida, los cuatros puntos cardinales. Podría representar también las diferentes etapas de la vida, o la rueda solar con sus rayos, o bien el dios supremo.

Este mismo símbolo de la esvástica lo utilizaban en Harappa, valle del Indo, 2000 años antes de nuestra era. Lo utilizaron los hititas, se encuentra en mosaicos hispanorromanos, en catacumbas cristianas, entre los etruscos, celtas y germanos, en la América precolombina, y un largo etcétera, y como todos sabemos también lo utilizó Hitler. Esto nos muestra la ambigüedad del símbolo y su pluralidad de significados.

 

¿Simbolizan los símbolos?

Digamos que los símbolos no simbolizan nada, aunque esto tendría que matizarlo pues creo que hay un trasfondo universal en ellos. Hemos visto que un mismo símbolo puede representar cosas muy diferentes y aún contrapuestas para diferentes culturas y personas. Por tanto la interpretación de un símbolo varía dependiendo de su contexto.

Los amantes de los museos etnográficos o religiosos se darán cuenta enseguida de que los tótems, las máscaras, los objetos de culto ordenados y etiquetados han perdido su «fuerza», aparecen como carcasas vacías desplazadas en su tiempo y cultura sin la vida simbólica que en su momento tuvieron. Por eso de nada nos sirve tener delante un objeto simbólico si no sabemos a qué representación conceptual, a qué visión del mundo pertenece.

En el simbolismo podríamos aplicar aquello de que no es lo mismo el dedo que señala la luna que la luna misma. No podemos caer en esa confusión. Y es que un símbolo no tiene valor por sí mismo sino por lo que ilumina, por el tránsito que permite de un nivel de la realidad a otro. Es más bien nuestra necesidad de simbolizar la que crea un mundo lleno de significados que se ligan a estos o aquellos objetos convirtiéndolos en símbolos.

 

Cara y cruz del símbolo

Ahora bien, cada objeto simbólico tiene una cara y también una cruz. Hagamos un viaje en el tiempo a la prehistoria, delante de un monolito en forma de pene erecto de 3 ó 4 metros de altura, por ejemplo, como los que se encuentran en Córcega. ¿Qué representaba para aquellos nativos?, ¿el poder masculino que fecunda la tierra?, ¿adoración a la sexualidad?. No lo sabemos bien, pero todo símbolo ilumina algo necesario para el grupo o la persona, dejando tras de sí una «sombra» que es la propia ideología o cosmovisión que sostiene aquel o aquellos soportes simbólicos. Los símbolos que utilizamos encajan bien dentro del dispositivo simbólico que utilizamos.

La economía del símbolo

Aclarado esto tendríamos que preguntarnos acerca de este dispositivo simbólico. ¿Por qué y para qué nos empeñamos en simbolizar el mundo?. Sabemos que la mente profunda funciona simbólicamente y que esta función forma parte de nuestra estructura de aprendizaje. No podría ser de otro modo, el símbolo es el resultado final de un proceso de conocimiento. Tiene que ver con la economía que necesita nuestra mente para recordar las informaciones que le son necesarias.

Es en esta economía donde entra de lleno el símbolo pues funciona como un segundo modo de acceso a la memoria cuando la parte consciente y volitiva no llega. El símbolo forma parte de un lenguaje inconsciente virtual pues su contenido está, por así decir, plegado como si no ocupara espacio. LLega a los rincones de la memoria por su capacidad evocativa, como lo haría un perfume que, sin darnos cuenta, nos hace regresar a la infancia o a una situación determinada ya «olvidada».

Hemos de decir, de paso, que la memoria no es un saco sin fondo donde todo lo vivido está colocado en estanterias cronológicas y sedimentadas. Es un elemento activo de nuestra mente que implica un proceso complicado de selección de la información recibida y su tratamiento para volverla significativa. Con nuestra mente simbólica somos capaces de organizar nuestras representaciones mentales y sobre todo, asociar aquellos elementos que están dispersos. Y es que el símbolo no es como el concepto que dice esto es esto y aquello aquello. El símbolo hace un continuum, como el ejemplo explicado, entre el pene, el monolito, la sensación de energía vital, la transmisión entre la tierra donde está clavado y el cielo al cual apunta y la idea de que todo en el universo es un coito entre fuerzas complementarias. El concepto y la palabra tienden a la concreción, a la discriminación, mientras el símbolo evoca la globalidad, tiende puentes invisibles entre esto y aquello, entre una realidad y otra, tal vez para que el mundo sea vivible además de comprensible.

Identidad secreta

También nos dicen los sueños que nuestra forma profunda de pensar se realiza en imágenes; imágenes que guardan entre sí una identidad secreta que más tarde podemos desvelar. Los sueños, los símbolos, en última instancia todo expresa algo, algo que puede ser significativo para nosotros. Pero muchas veces no sabemos exactamente qué nos traen aquel sueño o este símbolo. Y de eso trata el simbolismo, de navegar con una luz por esos entramados de significados.

Aunque no nos importe el simbolismo no por ello vamos a dejar de simbolizar. Los publicistas que lo saben hacen sus spots publicitarios no en base a la enumeración de las ventajas de tal o cual producto, sino a la asociación de éstos con elementos simbólicos que sugieren triunfo, libertad, placer, etc, etc. Por tanto creemos que un conocimiento acerca de cómo funciona nuestra mente y sus prototipos simbólicos nos haría, tal vez, más libres, menos manipulados. Pero esto es otra historia.

Camino de conocimiento

Teniendo en cuenta la gran fuerza simbólica de nuestra mente inconsciente, ¿podríamos utilizarla como fuente de conocimiento, como herramienta de crecimiento personal?. Los antiguos sabios nos han legado un sinfín de herramientas simbólicas como las astrologías, el tarot, el árbol de la vida, etc, que si bien, la divulgación las ha llevado a veces a un descrédito, en su estudio profundo encontramos claves muy poderosas de conocimiento.

Tarot

Desde algunas lecturas de este libro de imágenes, el ser humano ha venido a este mundo a volverse consciente de sí mismo, tiene su alma exiliada y debe finalmente enfrentarse con el destino que él mismo creó en su desatino ante la vida. En sus 22 arcanos mayores están representadas las etapas de nuestro camino de realización. Se trata de un libro de sabiduría donde cada imagen tiene un mensaje cifrado que comunicarnos. Tal vez la ambigüedad de los arcanos sea inteligente pues se dirige no tanto a la conciencia ordinaria de ideas diáfanas como a un despertar más profundo, con senderos laberínticos donde será preciso meditar y reflexionar largo y tendido sobre las motivaciones inconscientes que nos habitan.

Astrologías

Si el Tarot nos habla de las etapas del camino, las astrologías, orientales u occidentales, nos muestran nuestras potencialidades. Cada nacimiento es un momento único en el tiempo, cada mapa natal representa el instante irrepetible del cielo que nos vio nacer. Con cada uno de nosotros se inagura de nuevo la humanidad, cada uno con su luz y su sombra. Pero las astrologías desde una dimensión más profunda no encorsetan a la persona en lo que es, sino que abren los horizontes a lo que podemos llegar a ser, escudriñando los caminos posibles.

Mitologías

En otro plano, la mitología y sus relatos son un buen marco proyectivo para encontrar cuáles son nuestras batallas internas, esas batallas arquetípicas donde sentimos cómo se relacionan nuestra mente y nuestro corazón, para ver en qué trampas del amor caemos.

 

Resolución de problemas

En general, muchos esquemas simbólicos lo que se proponen es poner orden a un mundo interno caótico o fragmentado. A la vez nos hacen de espejo para ver con menos fantasías nuestras realidades. También son portadores de conocimiento, un conocimiento que parte de un darse cuenta y que nos lleva a una mayor consciencia.

Al final terminan por ser un marco de resolución de problemas pues éstos, cuando se insertan en un contexto más amplio de interpretación, encuentran una salida, si no fácil, sí esperanzadora.

Como el mundo, el alma también está llena de senderos y bifurcaciones. Entonces agradecemos un mapa, algunas señales. Tantas veces el espíritu se nos muestra en su especial lenguaje, con sus citas inesperadas, sus coincidencias paradójicas, sus reveses del destino. Y tantas veces nos quedamos perplejos, como analfabetos ante una profunda poesía, en la nada.

Julián Peragón