Cuento_17. El cielo y el infierno

Al maestro zen Hakuin fue a verle un guerrero, un samurai, un gran soldado, y le preguntó: « ¿Existe el cielo, existe el infierno? Y si hay cielo e infierno, ¿dónde están las puertas? ¿Desde dónde se entra? ¿Cómo puedo evitar el infierno y elegir el cielo?»

Era un guerrero simple. Un guerrero siempre es simple; de otro modo no sería guerrero. Un guerrero sólo conoce dos cosas: la vida y la muerte; su vida siempre está en juego, siempre está jugando; es un hombre simple. No había venido a aprender ninguna doctrina. Quería saber dónde estaban las puertas para evitar el infierno y entrar en el cielo. Y Hakuin le contestó de la única forma que un guerrero podía entender.

¿Qué hizo Hakuin? Le dijo: — ¿Quién eres tú?

—Soy un samurai —replicó el guerrero.

En Japón ser un samurai es algo de lo que sentirse orgulloso. Significa ser un guerrero perfecto, un hombre que no dudará ni un segundo en entregar su vida. Para él, la vida y la muerte sólo son un juego. Y dijo: —Soy samurai, soy un jefe de samuráis. Incluso el emperador me presenta sus respetos.

— ¿Tú un samurai? —dijo Hakuin riéndose—. Más bien pareces un mendigo.

El orgullo del samurai estaba herido, su ego machacado. Olvidó a qué había venido. Sacó la espada y estaba a punto de matar a Hakuin. Olvidó que había venido a ver al maestro para aprender dónde están las puertas del cielo y del infierno.

Hakuin se rió y dijo: —Ésta es la puerta del infierno. Con esta espada, esta ira, este ego, así se abre la puerta. Esto es algo que un guerrero puede entender. Y el samurai comprendió de inmediato: ésta es la puerta. Volvió a envainar la espada.

Y Hakuin dijo: —Ahora has abierto las puertas del cielo.

 




Cuento_16. La cerradura

El rey que quería escoger al más sabio de sus súbditos para primer ministro. Cuando el escrutinio llegó a los tres últimos, les puso la última prueba. Los colocó en una habitación de palacio en cuya puerta había instalado un cierre complicado. El primero que consiguiese abrir la puerta, sería el elegido.

Uno dibujó cantidad de esquemas de las más ingeniosas cerraduras para ir probando una tras otra. Otro se dedicó a fórmulas matemáticas para averiguar la combinación del candado. El tercero esperó un rato sentado en una silla mientras los otros dos trabajan, luego se levantó, se dirigió a la puerta, le dio a la manilla, y la puerta se abrió. No había estado nunca cerrada.

¿Cuál es la moraleja del cuento?

Nos creemos que vivimos en una cárcel y nos dedicamos a redecorar las paredes constantemente. Pero no es una cárcel. No está cerrada. No necesitamos salir de la celda y luchar por cambiarnos a nosotros mismos y conseguir a la desesperada la libertad, sencillamente porque ya somos libres.”

 

Charlotte Joko Beck, en “Everyday Zen”

 




Cuento_15. El buscador

Esta es la historia de un hombre que yo definiría como un buscador.

Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien, que necesariamente, sabe qué es lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día el buscador sintió que debía ir a la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, de modo que dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó a lo lejos la ciudad de Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención.

Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores bellas. La rodeaba por completo una especie de valla de madera lustrada. Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.

De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y caminó lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor.

Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió sobre una de las piedras, aquella inscripción: Aquí yace Abdul Tareg, vivió ocho años, seis meses, dos semanas y tres días.

Se sobrecogió un poco al darse cuenta que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estuviera enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta que la piedra de al lado tenía también una inscripción . Se acercó a leerla; decía: Aquí yace Yamin Kalib, vivió cinco años, ocho meses y tres semanas.

El buscador se sintió terriblemente abatido. Ese hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una leyó las lápidas; todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que más le conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años.

Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí, se acercó; lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. «No, ningún familiar», dijo el buscador.

«¿Qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cual es la horrible maldición que pesa sobre este gente que los ha obligado a construir un cementerio de niños?».

El anciano respondió: «Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que sucede es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como ésta que tengo aquí colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado….a la derecha, cuanto tiempo duró el gozo. Conoció a su novia, y se enamoró de ella. ¿Cuanto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿una semana? ¿dos? ¿tres semanas y media? Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso de la primera noche, ¿cuanto duró? ¿el minuto y medio del beso….? ¿dos días…? ¿una semana…? Y el casamiento de sus amigos..? ¿Y el viaje más deseado…? ¿Y el encuentro con quien vuelve de un país lejano…? ¿Cuanto tiempo duró el disfrutar de esas sensaciones…? ¿Horas…? ¿Días…? Así… vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos.»

Cuando alguien muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque es, amigo caminante, el único y verdadero tiempo vivido.

 

Jorge Bucay

 




Cuento_14. El anciano, el niño y el burro

Había un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo. Llegaron a una aldea caminando junto al asno y, al pasar por la misma, un grupo de mozalbetes se rió de ellos, gritando:

-¡Mirad qué par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podía subirse al burro.

Entonces el anciano se subió al jumento y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo y, al pasar por el mismo, algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al anciano sobre el burro y al niño caminando al lado. Dijeron:

-¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez! El viejo sentado en el burro y el pobre niño caminando.

Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos. Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea. Cuando las gentes los vieron, exclamaron escandalizadas:

-¡Esto es verdadermante intolerable! ¿Habéis visto alguna vez algo semejante? El muchacho montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado. ¡Qué vergüenza!

Puestas así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo de ambos sobre sus lomos. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y estos comenzaron a vociferar:

-¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!

El anciano y el niño optaron por cargar el pollino sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre las carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando:

-Nunca hemos visto gente tan boba. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas. ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!

De repente el burro se revolvió, se precipitó en un barranco y murió.

 




Cuento_13. El cuento de las arenas

Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después pasar a través de toda clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el, río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaban a éstas.

Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto, y sin embargo, no había manera.

Entonces una recóndita voz, que venía desde el desierto mismo, le susurró: «el Viento cruza el desierto, y así puede hacerlo el río.»

El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas, y solamente conseguía ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto.

«Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo, no lograrás cruzarlo. Desaparecerás, o te convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento te lleve hacia tu destino.»

¿Pero cómo podría esto suceder? «Consintiendo en ser absorbido por el viento.»

Esta idea no era aceptable para el río. Después de todo, él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su individualidad. «¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla alguna vez?»

«El viento», dijeron las arenas, «cumple esta función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río.»

«¿Cómo puedo saber que esto es verdad?»

«Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano, y aún eso tomaría muchos, pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río.»

«¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy?»

«Tú no puedes en ningún caso permanecer así», continuó la voz. «Tu parte esencial es transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial.»

Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un estado en el cual él, o una parte de él, ¿cuál sería?, había sido transportado en los brazos de viento. También recordó –¿o le pareció? que eso era lo que realmente debía hacer, aun cuando no fuera lo más obvio.

Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a los lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la experiencia. Reflexionó: «Sí, ahora conozco mí verdadera identidad.»

El río estaba aprendiendo, pero las arenas susurraron: «Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y porque nosotras, las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río hasta la montaña.»

Y es por eso que se dice que el camino en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía, está escrito en las Arenas.

 

Awad Afif

 




Cuento_12. El barrendero del monasterio

Un hombre, muy sencillo y analfabeto, llamó a las puertas de un monasterio. Tenía deseos verdaderos de purificarse y hallar un sentido a la existencia. Pidió que le aceptasen como novicio, pero los monjes pensaron que el hombre era tan simple e iletrado que no podría ni entender las más básicas escrituras ni efectuar los más elementales estudios. Como le vieron muy interesado por permanecer en el monasterio, le proporcionaron una escoba y le dijeron que se ocupara diariamente de barrer el jardín. Así, durante años, el hombre barrió muy minuciosamente el jardín sin faltar ni un solo día a su deber. Paulatinamente, todos los monjes empezaron a ver cambios en la actitud del hombre. ¡Se le veía tan tranquilo, gozoso, equilibrado! Emanaba de todo él una atmósfera de paz sublime. Y tanto llamaba la atención su inspiradora presencia, que los monjes, al hablar con él, se dieron cuenta de que había obtenido un considerable grado de evolución espiritual y una excepcional pureza de corazón. Extrañados, le preguntaron si había seguido alguna práctica o método especiales, pero el hombre, muy sencillamente, repuso:

–No, no he hecho nada, creedme.

Me he dedicado diariamente, con amor, a limpiar el jardín, y, cada vez que barría la basura, pensaba que estaba también barriendo mi corazón y limpiándome de todo veneno.

 

 




Cuento_11. El Rey y sus cuatro esposas

Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. El amaba a su cuarta esposa más que a las demás y la adornaba de ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas. Sólo le daba lo mejor. También amaba mucho a su tercera esposa y siempre la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo, temía que algún día ella se fuera con otro. También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa, considerada y paciente con él. Cada vez que el rey tenía un problema, confiaba en ella para ayudarle a salir de los tiempos difíciles.

La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho grandes contribuciones para mantener tanto la riqueza como el reino del monarca. Sin embargo, el no amaba a su primera esposa y aunque ella le amaba profundamente, él apenas se fijaba en ella.

Un día el rey se enfermó y se dio cuenta que le quedaba poco tiempo. Pensó acerca de su vida de lujo y caviló; Ahora tengo cuatro esposas conmigo pero, cuando muera estaré solo.

Así que le preguntó a su cuarta esposa:

Te he amado mas que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía? ¡Ni pensarlo!, Contestó la cuarta esposa y se alejó sin decir más palabras. Su respuesta penetró en su corazón como un cuchillo filoso.

El entristecido monarca le preguntó a su tercera esposa:

Te he amado toda mi vida. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?

¡NO! Contestó su tercera esposa. ¡La vida es demasiado buena! ¡Cuando mueras, pienso volver a casarme !. Su corazón experimento una fuerte sacudida y se puso frío.

Entonces preguntó a su segunda esposa:

Siempre he venido a ti por ayuda y siempre has estado allí para mí. Cuando muera. ¿Estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía? ¡Lo siento, no puedo ayudarte esta vez! Contestó la segunda esposa. Lo que puedo hacer por ti es enterrarte. Su respuesta vino como un relámpago que devastó al rey.

Entonces escucho una voz: Me iré contigo y te seguiré dondequiera que vayas. El rey dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Se veía tan delgaducha, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca dijo: ¡Debí haberte atendido mejor cuando tuve la oportunidad de hacerlo!.

En realidad todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas.

Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo. No importa cuanto tiempo y esfuerzo invirtamos en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando muramos. Nuestra tercera esposa son nuestras posesiones, condición social y riqueza. Cuando muramos, irán a parar a otros. Nuestra segunda esposa es nuestra familia y amigos. No importa cuanto nos hayan sido de apoyo a nosotros aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos hasta el sepulcro. Y nuestra primera esposa es el alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda. Sin embargo, nuestra alma es la única que nos acompañará dondequiera que vayamos.




Cuento_10. Los tres sabios

Tres sabios decidieron emprender un viaje, porque, a pesar de ser tenidos por sabios en su país, eran lo bastante humildes para pensar que un viaje les serviría para ensanchar sus mentes.

Apenas habían pasado al país vecino cuando divisaron un rascacielos a cierta distancia.

– ¿Qué podrá ser ese enorme objeto? -se preguntaron.

La respuesta más obvia habría sido: «Id allá y averiguadlo». Pero no: eso podía ser demasiado peligroso, porque ¿y si aquella cosa explotaba cuando uno se acercaba a ella? Era muchísimo más prudente decidir lo que era, antes de averiguarlo. Se expusieron y se examinaron diversas teorías; pero, basándose en sus respectivas experiencias pasadas, las rechazaron todas. Por fin, y basándose en las mismas experiencias -que eran muy abundantes, por cierto-, decidieron que el objeto en cuestión, fuera lo que fuera, sólo podía haber sido puesto allí por gigantes.

Aquello les llevó a la conclusión de que sería más seguro evitar absolutamente aquel país. De manera que regresaron a su casa, tras haber añadido una más a su cúmulo de experiencias.




Cuento_09. Asamblea en la carpintería

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.

El martillo ejerció la presidencia. Pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa?…¡hacía demasiado ruido! Y además se pasaba el tiempo golpeando.

El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsada la garlopa. ¿Por qué? Hacía todo su trabajo en la superficie. No tenía nunca profundidad en nada.

La garlopa aceptó a su vez, pero le pidió la expulsión del tornillo. Adujo que había que darles muchas vueltas para que al fin sirviera para algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también. Pero a su vez pidió la expulsión del papel de lija. Hizo ver que era muy áspero en su trato y que siempre tenía fricciones con los demás.

Y el papel de lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se pasaba midiendo a los demás con su medida, como se fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal y se fue al banco para iniciar su trabajo. Utilizó el martillo, la garlopa, el papel de lija el metro y el tornillo.Finalmente la tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble. 


Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:
«Señores, ha quedado demostrado que tenemos muchos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos». 


La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, contundente, y la garlopa suave, eficaz. Se dieron cuenta de que el tornillo tenía habilidad para unir y dar fuerza; y el papel de lija era especial para afinar situaciones y limar asperezas. Y observaron que el metro era preciso y exacto. 


Se sintieron entonces un equipo capaz de ayudar a producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas, y de poder trabajar juntos. 


¿Ocurre lo mismo en los seres humanos? Observe a su alrededor y lo comprobará. Cuando en una asociación, sus miembros gastan su tiempo buscando defectos en los demás, la situación se vuelve densa y negativa. Y amenaza a la larga con su disolución. 


En cambio, cuando las energías son enfocadas positivamente a encontrar sus mejores valores individuales, cuando tratamos con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es ahí donde florecen los mejores logros humanos. 


Y es que en verdad, nuestro aporte a cualquier grupo será en relación a nuestras cualidades. Y sus logros colectivos serán a pesar de nuestros defectos individuales.




Cuento_07. La granada

Una vez, mientras vivía yo en el corazón de una granada, oí que una semilla decía:

-Algún día me convertiré en un árbol, y cantará el viento en mis ramas, y el sol danzará en mis hojas, y seré fuerte y hermoso en todas las estaciones.

Luego, otra semilla habló, y dijo: -Cuando yo era joven, como tú ahora, yo también pensaba así; pero ahora que puedo ponderar mejor todas las cosas, veo que mis esperanzas eran vanas.

Y una tercera semilla se expresó así: -No veo en nosotras nada que prometa tan brillante futuro.

Y una cuarta semilla dijo: – ¡Pero que ridícula sería nuestra vida, sin la promesa de un futuro mejor!

La quinta semilla opinó: -¿Para qué disputar acerca de lo que seremos, si ni siquiera sabemos lo que somos?

Pero la sexta semilla replicó: -Seamos lo que seamos, lo seremos siempre.

Y la séptima semilla comentó: -Tengo una idea muy clara acerca de cómo serán las cosas en lo futuro, pero no la puedo expresar con palabras.

Y luego habló una octava semilla, y una novena, y luego una décima, y luego muchas, hasta que todas hablaban a un tiempo y no pude distinguir nada de lo que decían todas esas voces.

Así pues, aquel mismo día me mudé al corazón de un membrillo, donde las semillas son escasas y casi mudas.

 

Khalil Gibran