Cuento_27. Tejados blancos

Durante un paseo por un paisaje nevado el discípulo pregunta al maestro: “Maestro, los tejados están blancos, ¿cuándo dejarán de estarlo?” El maestro tarda en contestar. Se concentra y al fin le dice con voz áspera: “¡Cuando los tejados están blancos, están blancos; cuando no están blancos, no están blancos!”

Una historia zen, que Alejandro Jodorowsky repite con frecuencia. La explica en el siguiente comentario que podemos leer en la sabiduría de los cuentos:

“Lo importante es aceptarse uno mismo. Si mi condición presente me produce malestar es señal de que la rechazo. Entonces, más o menos conscientemente, trato de ser distinto del que soy, en definitiva, no soy yo. Si, por el contrario, acepto plenamente mi estado de este momento, estoy en paz. No me lamento por creer que debería ser más santo, más bello, más puro de lo que soy aquí y ahora. Cuando soy blanco, soy blanco, cuando soy oscuro, soy oscuro, y punto. Ello no impide que trabaje en mí, que trate de ser un instrumento mejor; esta aceptación de uno mismo no limita las aspiraciones, sino que las sustenta. Porque sólo puedo avanzar a partir lo que soy realmente”.

 

 




Cuento_26. El martillo

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo.

Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza.

Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.

Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso:«¡Quédese usted con su martillo, estúpido!».

 

Paul Watzlawick

 




Cuento_25. El secreto

Los dioses poseían el secreto del agua y los humanos se lo robaron.

Los dioses guardaban el secreto del aire y los humanos se lo robaron.

Los dioses tenían escondido el secreto de la tierra y los humanos se lo robaron.

Los dioses mantenían oculto el secreto del fuego y los humanos se lo robaron.

Y fueron creciendo, los humanos, y se fueron acercando a los dioses y comenzaron a desafiarlos.

A los dioses sólo les quedaba un secreto, el pequeño secreto, el secreto insignificante, el secreto de lo humano.

Comenzaron los humanos a investigar, a buscar su secreto, el secreto de sus vidas. Los dioses, temiendo que pudieran robárselo, decidieron esconderlo donde los humanos no pudieran encontrarlo. Le confiaron la tarea a Kala… una diosa traviesa y astuta que gustaba de jugar con los humanos; los conocía en su corazón y en su inteligencia.

Kala pensó primero esconder el secreto en el cielo:

– Los humanos no pueden volar y allá nunca lo encontrarán.

Pero luego se dijo:

– Un día los humanos van a develar los misterios del espacio y van a llegar a los confines del universo.

Tuvo la idea de esconder el secreto en las profundidades del océano, pero de nuevo su intuición le advirtió:

– Un día los humanos van a agotar el océano y van a superar los límites de la profundidad.

Decidió esconder el secreto de la vida en el corazón de la tierra. En el momento de hacerlo, una vez más, la asaltaron las dudas:

– Los humanos son tan tercos, tan obstinados, tan perspicaces que irán hasta el centro mismo de la tierra, hasta lo más ínfimo y diminuto de la materia.

La diosa Kala pensó y dudó, dudó y pensó; y un día, siempre hay un día, encontró la solución; visitó a los humanos, los exploró y escondió el secreto allá, donde nunca podrían encontrarlo, donde nunca se atreverían a buscarlo: en el interior mismo de lo humano. Tomó el secreto, lo partió y lo escondió, repartido, pedacito a pedacito, en cada uno de los humanos…

Y los humanos seguimos buscando nuestro secreto.

 

(Inspirado en un motivo mítico de la tradición oral de la India)

 




Cuento_24. Una vida libre de vacas

La historia cuenta que un viejo maestro deseaba enseñar a uno de sus discípulos la razón por la cual muchas personas viven atadas a una vida de conformismo y mediocridad y no logran superar los obstáculos que les impiden triunfar. No obstante, para el maestro la lección más importante que podía aprender el joven discípulo era observar lo que sucede cuando finalmente nos liberamos de aquellas ataduras y comenzamos a utilizar nuestro verdadero potencial.

Para impartir su lección al joven, el maestro decidió que aquella tarde visitaran juntos algunos de los parajes más pobres de la provincia. Después de caminar un largo rato encontraron el vecindario más triste y desolador de la comarca y se dispusieron a buscar la más humilde de todas las viviendas.

Aquella casucha a medio derrumbarse, que se encontraba en la parte más alejada del caserío era, sin duda alguna, la más pobre de todas. Sus paredes se sostenían en pie de milagro aunque amenazaban con venirse abajo en cualquier momento; el improvisado techo dejaba filtrar el agua, y la basura y los desperdicios se acumulaban a su alrededor dándole un aspecto decrépito y repulsivo. Sin embargo, lo más sorprendente de todo era que en aquella casucha de apenas seis metros cuadrados vivían ocho personas. El padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos se las arreglaban para acomodarse de cualquier manera en aquel reducido espacio.

Sus ropas viejas y remendadas, y la suciedad y el mal olor que envolvía sus cuerpos, eran la mejor prueba de la profunda miseria que ahí reinaba. Sus miradas tristes y sus cabezas bajas no dejaban duda de que la pobreza y la inopia no sólo se había apoderado de sus cuerpos sino que también había encontrado albergue en su interior.

Curiosamente, en medio de este estado de penuria y pobreza total la familia contaba con una sola posesión extraordinaria bajo tales circunstancias, una vaca. Una flacuchenta vaca cuya escasa leche le proveía a la familia un poco de alimento para sobrevivir. La vaca era la única posesión material con la que contaban y lo único que los separaba de la miseria total.

Y allí, en medio de la basura y el desorden, el maestro y su discípulo pasaron la noche. Al día siguiente, muy temprano, asegurándose de no despertar a nadie, los dos viajeros se dispusieron a continuar su camino. Salieron de la morada pero, antes de emprender la marcha, el anciano maestro le dijo en voz baja a su discípulo:

-Es hora de que aprendas la lección que nos trajo a estos parajes.

Después de todo, lo único que habían visto durante su corta estadía eran los resultados de una vida de conformismo y mediocridad, pero aún no estaba del todo claro para el joven discípulo cuál era la causa que había originado tal estado de abandono. Ésta era la verdadera lección, el maestro lo sabía y había llegado el momento de enseñársela.

Ante la incrédula mirada del joven, y sin que éste pudiera hacer algo para evitarlo, súbitamente el anciano sacó una daga que llevaba en su bolsa y de un solo tajo degolló a la pobre vaca que se encontraba atada a la puerta de la vivienda.

-¿Qué has hecho maestro? –dijo el joven susurrando angustiadamente para no despertar a la familia-. ¿Qué lección es ésta que deja a una familia en la ruina total? ¿Cómo has podido matar esta pobre vaca que era su única posesión?

Sin inmutarse ante la preocupación de su joven discípulo y sin hacer caso de sus interrogantes, el anciano se dispuso a continuar su marcha. Así pues, dejando atrás aquella macabra escena, maestro y discípulo partieron. El primero, aparentemente indiferente ante la suerte que le esperaba a la pobre familia por la pérdida del animal. Durante los días siguientes al joven le asaltaba una y otra vez la nefasta idea de que, sin la vaca, la familia seguramente moriría de hambre. ¿Qué otra suerte podían correr tras haber perdido su única fuente de sustento?

La historia cuenta que, un año más tarde, los dos hombres decidieron pasar nuevamente por aquel paraje para ver qué había ocurrido con la familia. Buscaron en vano la humilde vivienda. El lugar parecía ser el mismo, pero donde un año atrás se encontraba la ruinosa casucha ahora se levantaba una casa grande que, aparentemente, había sido construida recientemente. Se detuvieron por un momento para observar a la distancia, asegurándose que se encontraran en el mismo sitio.

Lo primero que pasó por la mente del joven fue el presentimiento de que la muerte de la vaca había sido un golpe demasiado duro para aquella pobre familia. Muy probablemente, se habían visto obligados a abandonar aquel lugar y una nueva familia, con mayores posesiones, se había adueñado de éste y había construido una mejor vivienda.

¿Adónde habrían ido a parar aquel hombre y su familia? ¿Qué habría sucedido con ellos? Quizás fue la pena moral la que los doblegó. Todo esto pasaba por la mente del joven mientras se debatía entre el deseo de acercarse a la nueva vivienda para indagar por la suerte de lo antiguos moradores o continuar su viaje y así evitar la confirmación de sus peores sospechas.

Cuál no sería su sorpresa cuando, del interior de la casa, vio salir al mismo hombre que un año atrás les había dado posada. Sin embargo, su aspecto era totalmente distinto. Sus ojos brillaban, vestía ropas limpias, iba aseado y su amplia sonrisa mostraba que algo significativo había sucedido. El joven no daba crédito a lo que veía. ¿Cómo era posible? ¿Qué había acontecido durante ese año? Rápidamente se dispuso a saludarle par averiguar qué había ocasionado tal cambio en la vida de esta familia.

-Hace un año, durante nuestro breve paso por aquí –dijo el joven- fuimos testigos de inmensa pobreza en la que ustedes se encontraban. ¿Qué ocurrió durante este tiempo para que todo cambiara?

El hombre, que ignoraba que el joven y su maestro habían sido los causantes de la muerte de la vaca, les contó cómo, casualmente el mismo día de su partida, algún maleante, envidioso de su escasa fortuna, había degollado salvajemente al pobre animal.

El hombre les confesó a lo dos viajeros que su primera reacción ante la muerte de la vaca fue de desesperación y angustia. Por mucho tiempo, la leche que producía la vaca había sido su única fuente de sustento. Más aún, poseer este animal les había ganado el respeto de los vecinos menos afortunados quienes seguramente envidiaban tan preciado bien.

-Sin embargo –continuó el hombre- poco después de aquel trágico día, nos dimos cuenta que, a menos que hiciéramos algo, muy probablemente nuestra propia supervivencia se vería amenazada. Necesitábamos comer y buscar otras fuentes de alimento para nuestros hijos, así que limpiamos el patio de la parte de atrás de la casucha, conseguimos algunas semillas y sembramos hortalizas y legumbres para alimentarnos.

-Pasado algún tiempo, nos dimos cuenta que la improvisada granja producía mucho más de lo que necesitábamos para nuestro sustento, así que comenzamos a venderle algunos vegetales que nos sobraban a nuestros vecinos y con esa ganancia compramos más semillas. Poco después vimos que el sobrante de la cosecha alcanzaba para venderlo en el mercado del pueblo. Así lo hicimos y por primera vez en nuestra vida tuvimos dinero suficiente para comprar mejores vestidos y arreglar nuestra casa. De esta manera, poco a poco, este año nos ha traído una vida nueva. Es como si la trágica muerte de nuestra vaca, hubiese abierto las puertas de una nueva esperanza.

El joven, quien escuchaba atónito la increíble historia, entendió finalmente la lección que su sabio maestro quería enseñarle. Era obvio que la muerte del animal fue el principio de una vida de nuevas y mayores oportunidades.

El maestro, quien había permanecido en silencio escuchando el fascinante relato del hombre, llevó al joven a un lado y le preguntó en voz baja:

-¿Tú crees que si esta familia aún tuviese su vaca, habría logrado todo esto?

-Seguramente no –respondió el joven.

-¿Comprendes ahora? La vaca, además de ser su única posesión, era también la cadena que los mantenía atados a una vida de conformismo y mediocridad. Cuando ya no contaron más con la falsa seguridad que les daba sentirse poseedores de algo, así sólo fuera una flacucha vaca, tomaron la decisión de esforzarse por buscar algo más.

-En otras palabras, la vaca, que para sus vecinos era una bendición, les daba la sensación de no estar en la pobreza total, cuando en realidad vivían en medio de la miseria.

-¡Exactamente! –respondió el maestro-. Así sucede cuando tienes poco, porque lo poco que tienes se convierte en una cadena que no te permite buscar algo mejor. El conformismo se apodera de tu vida. Sabes que no eres feliz con lo que posees, pero tampoco eres totalmente miserable. Estás frustrado con la vida que llevas, mas no lo suficiente como para cambiarla. ¿Ves lo trágico de la situación?

-Cuando tienes un trabajo que odias, con el que no logras satisfacer tus necesidades económicas mínimas y no te trae absolutamente ninguna satisfacción, es fácil tomar la decisión de dejarlo y buscar uno mejor. No obstante, cuando tienes un trabajo que no te gusta, pero que cubre tus necesidades mínimas y te ofrece cierta comodidad aunque no la calidad de vida que verdaderamente deseas para ti y tu familia, es fácil conformarte con lo poco que tienes. Es fácil caer presa del dar gracias ya que por lo menos cuentas con algo… Después de todo, hay muchos que no tienen nada y quisieran contar con el trabajo que tú tienes.

Esta idea es similar a aquella vaca y, a menos que te deshagas de ella, no podrás experimentar un mundo distinto al que has vivido. Estás condenado a ser víctima de por vida de estas limitaciones que tú mismo te has encargado de establecer. Es como si hubieses decidido vendar tus ojos y conformarte con tu suerte.

Todos tenemos vacas en nuestras vidas. Llevamos a cuestas creencias, excusas y justificaciones que nos mantienen atados a una vida de mediocridad. Poseemos vacas que no nos dejan buscar mejores oportunidades. Cargamos con pretextos y disculpas para explicar por qué no estamos viviendo la vida que queremos. Nos damos excusas que ni nosotros mismos creemos, que nos dan un falso sentido de seguridad cuando frente a nosotros se encuentra un mundo de oportunidades que sólo podremos apreciar si matamos a nuestras vacas.

«Qué gran lección», pensó el joven discípulo a inmediatamente reflexionó acerca de sus propias vacas. Durante el resto del viaje recapacitó acerca de todas aquellas limitaciones que él mismo se había encargado de adquirir a lo largo de su vida. Prometió liberarse de todas las vacas que lo mantenían atado a una existencia de mediocridad y le impedían utilizar su verdadero potencial.

Indudablemente, aquel día marcaba el comienzo de una nueva vida, ¡una vida libre de vacas!

Camilo Cruz




Cuento_23. Las ranas y la mantequilla

Había una vez dos ranas que andaban de paseo. Atraviesan una calle, rodean un jardín y llegan a un patio donde encuentran una enorme olla de cocina. La miran, la miden y ¡hop! La Primera Rana, para mostrar sus habilidades, salta hacia el interior. La Segunda Rana: ¡hop! La sigue, por curiosidad.

Para su sorpresa, la olla estaba llena de crema de leche. Ante semejante contrariedad, sin dejarse llevar por el pánico, la Primera Rana saca su milímetro, su centímetro, su metro, su barómetro, su regla de calcular, su ábaco… y se pone a medir: la altura de la olla, la densidad y el nivel de la crema de leche, la fuerza de sus patas… y, tras un cálculo bastante complicado, en cuánto se da cuenta hasta qué punto la situación es irremediable, estoicamente se deja morir.

La Segunda Rana, por el contrario, se pone a dar patadas. Sí, ¡patadas! Las patadas más absurdas, ridículas e irracionales que se puedan ustedes imaginar y resulta que, a fuerza de dar patadas, la crema de leche, debajo de sus patas, se vuelve mantequilla y ella encuentra el punto de apoyo que necesitaba para saltar y salir.

(Basado en la tradición oral de África del Norte)

 

 




Cuento_22. Un juicio injusto

Cuenta una antigua leyenda que en la edad media un hombre justo fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad el verdadero autor era una persona muy influyente del reino y por eso desde el primer momento se procuro un chivo expiatorio para encubrir al culpable. El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas chances de escapar al terrible veredicto ….la horca!!!!!

El Juez también dentro del complot cuidó no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo por ello dijo al acusado: «Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor vamos a dejar en manos de Él tu destino. Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable e inocente. Tú escogerás y será la mano del Dios la que decida tu destino.»

Por supuesto el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda, CULPABLE, y la pobre víctima aún sin conocer los detalles se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El Juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados.

Éste respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse abrió los ojos y con una extraña sonrisa tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca lo engulló rápidamente.

Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon airadamente: «Pero qué hizo??? Y ahora??? Cómo vamos a saber el veredicto?» «Es muy sencillo respondió el hombre. Es cuestión de leer el papel que queda y sabremos lo que decía el que me tragué».

Con rezongos y bronca mal disimulada debieron liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.

Sé creativo. Cuando todo parezca perdido, usa la imaginación.

«En los momentos de crisis sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.» Albert Einstein




Cuento_21. En el infierno

Cierta vez, le pregunté a Ramesh, uno de mis maestros de la India:

¿Por qué? existen personas que salen fácilmente de los problemas más complicados, mientras que otras sufren por problemas muy pequeños, muriendo ahogadas en un vasode agua? Él simplemente sonrie y me cuenta esta historia.

Había una vez un sujeto que vivía amorosamente toda su vida. Cuando murió, todo el mundo dijo que se iría al cielo, pues solamente un hombre bondadoso como el, podía ir al Paraíso. En esa época, el cielo todavía no tenia un buen programa de recepción de almas. El ángel que lo recibió le dio una mirada rápida a las fichas que tenía sobre el mostrador, y como no vio el nombre de él en la lista, lo orientó para ir al Infierno. En el Infierno nadie exige credencial o invitación, cualquiera que llega es invitado a entrar. Así que el sujeto entróy se fue quedando.

Unos días después, Lucifer llegó furioso a las puertas del Paraíso para pedirle explicaciones a San Pedro:

¡Esto es un sabotaje! Nunca me imaginé que fueses capaz de una bajeza semejante. Esto que estás haciendo es puro terrorismo!

Sin saber el motivo de tanta furia, muy sorprendido San Pedro le preguntó a Lucifer:

– No te entiendo, ¿de qué me hablas?

Lucifer, trastornado le grito:

Tú me enviaste a ese sujeto al Infierno y ahora está haciendo un verdadero desastre allí. llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas, y ahora todo el mundo está dialogando, abrazándose, y besándose. El Infierno está insoportable, parece el Paraíso! Pedro, por favor, agarra a ese sujeto y traelo para acá!

Cuando Ramesh terminó de contar esta historia me miro cariñosamente y me dijo:

Vive con tanto amor en el corazón, que si por error fueses a parar al Infierno, el propio demonio te lleve de vuelta al Paraíso.

 

Jorge Bucay

 




Cuento_20. El elefante encadenado

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enrome bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía… Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…

Jorge Bucay

 




Cuento_19. El elefante y los ciegos

Hace más de mil años, en el Valle del Río Brahmanputra, vivían seis hombre ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era de todos el más sabio.

Para demostrar su sabiduría, los sabios explicaban las historias más fantásticas que se les ocurrían y luego decidían de entre ellos quién era el más imaginativo.

Así pues, cada tarde se reunían alrededor de una mesa y mientras el sol se ponía discretamente tras las montañas, y el olor de los espléndidos manjares que les iban a ser servidos empezaba a colarse por debajo de la puerta de la cocina, el primero de los sabios adoptaba una actitud severa y empezaba a relatar la historia que según él, había vivido aquel día. Mientras, los demás le escuchaban entre incrédulos y fascinados, intentando imaginar las escenas que éste les describía con gran detalle.

La historia trataba del modo en que, viéndose libre de ocupaciones aquella mañana, el sabio había decidido salir a dar una paseo por el bosque cercano a la casa, y deleitarse con el cantar de las aves que alegres, silbaban sus delicadas melodías. El sabio contó que, de pronto, en medio de una gran sorpresa, se le había aparecido el Dios Krishna, que sumándose al cantar de los pájaros, tocaba con maestría una bellísima melodía con su flauta. Krishna al recibir los elogios del sabio, había decidido premiarle con la sabiduría que, según él, le situaba por encima de los demás hombres.

Cuando el primero de los sabios acabó su historia, se puso en pie el segundo de los sabios, y poniéndose la mano al pecho, anunció que hablaría del día en que había presenciado él mismo la famosa Ave de Bulbul, con el plumaje rojo que cubre su pecho. Según él, esto ocurrió cuando se hallaba oculto tras un árbol espiando a un tigre que huía despavorido ante un puerco espín malhumorado. La escena era tan cómica que el pecho del pájaro, al contemplarla, estalló de tanto reír, y la sangre había teñido las plumas de su pecho de color carmín.

Para poder estar a la altura de las anteriores historias, el tercer sabio tosía y chasqueaba la lengua como si fuera un lagarto tomando el sol, pegado a la cálida pared de barro de una cabaña. Después de inspirarse de esta forma, el sabio pudo hablar horas y horas de los tiempos de buen rey Vikra Maditya, que había salvado a su hijo de un brahman y tomado como esposa a una bonita pero humilde campesina.

Al acabar, fue el turno del cuarto sabio, después del quinto y finalmente el sexto sabio se sumergió en su relato. De este modo los seis hombres ciegos pasaban las horas más entretenidas y a la vez demostraban su ingenio e inteligencia a los demás.

Sin embargo, llegó el día en que el ambiente de calma se turbó y se volvió enfrentamiento entre los hombres, que no alcanzaban un acuerdo sobre la forma exacta de un elefante. Las posturas eran opuestas y como ninguno de ellos había podido tocarlo nunca, decidieron salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y de este modo poder salir de dudas.

Tan pronto como los primeros pájaros insinuaron su canto, con el sol aún a medio levantarse, los seis ciegos tomaron al joven Dookiram como guía, y puestos en fila con las manos a los hombros de quien les precedía, emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva más profunda. No habían andado mucho cuando de pronto, al adentrarse en un claro luminoso, vieron a un gran elefante tumbado sobre su costado apaciblemente. Mientras se acercaban el elefante se incorporó, pero enseguida perdió interés y se preparó para degustar su desayuno de frutas que ya había preparado.

Los seis sabios ciegos estaban llenos de alegría, y se felicitaban unos a otros por su suerte. Finalmente podrían resolver el dilema y decidir cuál era la verdadera forma del animal.

El primero de todos, el más decidido, se abalanzó sobre el elefante preso de una gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron que su pie tropezara con una rama en el suelo y chocara de frente con el costado del animal.

-¡Oh, hermanos míos! –exclamó- yo os digo que el elefante es exactamente como una pared de barro secada al sol.

Llegó el turno del segundo de los ciegos, que avanzó con más precaución, con las manos extendidas ante él, para no asustarlo. En esta posición en seguida tocó dos objetos muy largos y puntiagudos, que se curvaban por encima de su cabeza. Eran los colmillos del elefante.

-¡Oh, hermanos míos! ¡Yo os digo que la forma de este animal es exactamente como la de una lanza…sin duda, ésta es!

El resto de los sabios no podían evitar burlarse en voz baja, ya que ninguno se acababa de creer los que los otros decían. El tercer ciego empezó a acercarse al elefante por delante, para tocarlo cuidadosamente. El animal ya algo curioso, se giró hacía él y le envolvió la cintura con su trompa. El ciego agarró la trompa del animal y la resiguió de arriba a abajo notando su forma alargada y estrecha, y cómo se movía a voluntad.

-Escuchad queridos hermanos, este elefante es más bien como…como una larga serpiente.

Los demás sabios disentían en silencio, ya que en nada se parecía a la forma que ellos habían podido tocar. Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos que le molestaban. El sabio prendió la cola y la resiguió de arriba abajo con las manos, notando cada una de las arrugas y los pelos que la cubrían. El sabio no tuvo dudas y exclamó:

-¡Ya lo tengo! – dijo el sabio lleno de alegría- Yo os diré cual es la verdadera forma del elefante. Sin duda es igual a una vieja cuerda.

El quinto de los sabios tomó el relevo y se acercó al elefante pendiente de oír cualquiera de sus movimientos. Al alzar su mano para buscarlo, sus dedos resiguieron la oreja del animal y dándose la vuelta, el quinto sabio gritó a los demás:

-Ninguno de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano – y cedió su turno al último de los sabios para que lo comprobara por sí mismo.

El sexto sabio era el más viejo de todos, y cuando se encaminó hacia el animal, lo hizo con lentitud, apoyando el peso de su cuerpo sobre un viejo bastón de madera. De tan doblado que estaba por la edad, el sexto ciego pasó por debajo de la barriga del elefante y al buscarlo, agarró con fuerza su gruesa pata.

-¡Hermanos! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera.

Ahora todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera del elefante, y creían que los demás estaban equivocados. Satisfecha así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la senda que les conducía a su casa.

Otra vez sentados bajo la palmera que les ofrecía sombra y les refrescaba con sus frutos, retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante, seguros de que lo que habían experimentado por ellos mismos era la verdadera forma del elefante.

Seguramente todos los sabios tenían parte de razón, ya que de algún modo todas las formas que habían experimentado eran ciertas, pero sin duda todos a su vez estaban equivocados respecto a la imagen real del elefante.

 

COMENTARIO

En todos los juicios que yo hago sobre ti, hay un juicio sobre mí mismo.

Y ambos son igualmente ciertos o falsos. Mientras piense que yo estoy en posesión de la verdad y tú no lo estás crearé separación, desigualdad y estableceré las bases para que el sufrimiento se instale en mi vida. Lo mismo ocurre si pienso que tú posees la verdad y yo no. La realidad es que ambos poseemos una parte de la verdad y una parte de la ilusión.

Los dos miramos el mismo elefante pero tú ves la cola y yo el tronco. Cuando se mira por separado la cola y el tronco parece que no tienen nada en común. Sólo cuando se ve la totalidad del elefante es cuando la cola y el tronco cobran sentido.

No importa cuanto me esfuerce, me es imposible ver el significado de tu parte. La cola no comprende el porqué ni la razón del tronco. La única forma en que admitiré tu experiencia es aceptarla como cierta, de la misma manera que acepto la mía como tal. Debo dar la misma credibilidad a tus percepciones que a las mías. Hasta que no establezcamos esta igualdad, la semilla del conflicto permanecerá entre nosotros.

No es necesario que diga que tú tienes razón y que yo estoy equivocado. No necesito reemplazar mi verdad por la tuya, o vivir mi vida según tus premisas, ni tampoco es preciso que diga que tú estás equivocado y que insista en que debes vivir tu vida según mis condiciones. Estas exigencias provienen de la inseguridad y de la falsa creencia de que para amarnos los unos a los otros debemos estar de acuerdo. No es cierto. Para amarte debo aceptarte tal y como eres. Es lo único que debo hacer. Pero eso es mucho.

Aceptarte a ti tal como eres, es una proposición tan profunda como aceptarme a mí mismo tal como soy. Es una tarea formidable dada mi propia experiencia en éste campo. Permitir que tú tengas tu experiencia es el principio. Aprendo a respetar lo que piensas y sientes incluso cuando no me gusta o no estoy de acuerdo con ella. Incluso aunque me disguste.

En lugar de hacerte responsable del dolor que siento en relación a ti, aprendo a enfrentarme a mi propio dolor. Mi reacción a tu experiencia positiva o negativa me proporciona información sobre mí mismo.

El compromiso conmigo mismo y contigo es trabajar con mi propio dolor, no responsabilizarte a ti de él. Sólo cuando te devuelva el don de tu propia experiencia, sin imponerte mis propios pensamientos y sentimientos sobre ella, te amaré sin condiciones.

Cuando acepte tu experiencia tal cual es sin necesidad de cambiarla, la respetaré y te trataré como un ser espiritual. Mis pensamientos y sentimientos tienen importancia en sí mismos, pero no como comentarios o acusaciones a tu experiencia. Al comunicar lo que pienso o siento sin hacerte responsable de mis pensamientos y sentimientos, acepto mi propia experiencia y permito que tú tengas la tuya. En las relaciones, al igual que en la conciencia las dos caras de la moneda deben ser aceptadas como iguales. Una persona no superará el conflicto hasta que la experiencia de ambas haya sido respetada. La cuestión no es nunca el acuerdo, aunque lo parezca.

LA CUESTIÓN ES ¿SOMOS CAPACES DE RESPETAR NUESTRAS EXPERIENCIAS MUTUAMENTE?

Cuando sentimos que la otra persona nos acepta como tal y como somos, tenemos la motivación para adaptarnos el uno al otro. Adaptarse es hacerle al otro un lugar junto a nosotros, es no imponerse ni que se nos impongan..Una vez que se llega a la adaptación, ambas partes moran juntas. El hombre y la mujer, el blanco con el negro, el rico con el pobre, los judíos con los cristianos. Aceptar nuestras diferencias es honrar la humanidad que tenemos en común, es bendecir mutua y profundamente la experiencia que compartimos.

De modo que la cola y el tronco discutirán hasta ponerse morados y ninguno de los dos ganará la discusión. Ambas experiencias son igualmente válidas. Al permitir que esto sea posible, el elefante comienza a tomar forma. Al aceptar al validez de tu experiencia sin intentar cambiarla, sin intentar que sea algo más parecida a la mía, mi propia experiencia empezará a adquirir mayor significado.. Cuando te contemplo como a un igual y no como a alguien que precisa ser educado, reformado o determinado, el significado de nuestra relación se revela por sí mismo. Cuando se le da la bienvenida a cada parte el todo comienza a tomar forma y resulta más fácil comprender y aceptar el significado de las partes. Un mundo que pretende conseguir un acuerdo, encontrará conflicto y sectarismo. Un mundo que proporciona un espacio seguro a la diversidad, encontrará la unidad esencial, para convertirse en entero. Frente a los opuestos tenemos dos opciones, resistirlos o abrazarlos.

Si los resistimos provocaremos un conflicto entre uno y el otro. Si los aceptamos, los integraremos como agentes dinámicos y originaremos una transformación alquímica en el interior del yo.

Luis Ferrini

 

 




Cuento_18. Los dos monjes y la bella

Una bonita historia budista habla de dos monjes que atraviesan un río.

Uno de ellos ayuda a una bella joven a cruzarlo llevándola sobre sus espaladas. Más tarde el otro monje no deja de repetirle que aquel acto bondadoso aparentemente inocuo, envenenará su mente con pensamientos lascivos. El primer monje le contesta riendo que él hace tiempo que ha dejado a la muchacha en la otra orilla del río, mientras que su compañero todavía la llevaba en su mente.