Meditación sobre el Agradecimiento

Hoy, aquí mismo, podemos mirar por la ventana y ver un paisaje maravilloso de montañas y valles. Podemos escuchar el sonido de los pájaros, oler la tierra húmeda, acariciar a nuestras mascotas. Y lo podemos hacer porque nuestros sentidos están abiertos y pueden captar una infinidad de sensaciones. Aunque natural no deja de ser extraordinario, así lo captan personas que desafortunadamente han perdido la vista o la audición, el olfato, el tacto o el gusto.

Podemos pasear por el bosque con nuestras piernas y podemos cobijarnos del frío y la lluvia en casa. Somos enormemente privilegiados, seguros y confiados en nuestro hogar podemos darnos una ducha o un baño caliente que cientos, sino miles, de millones de personas no pueden disfrutar en nuestro planeta azul que curiosamente está repleto de mares y lagos.
Podemos viajar a lugares lejanos y tener toda la información y servicios con un solo clic; hacer llamadas a amigos que viven en otros continentes. Tenemos tiempo para estar con amigos y familiares y recursos para hacer cursos de crecimiento personal. Tenemos todo lo inimaginable pero no somos del todo felices.
Tenemos salud y, cuando la perdemos, podemos acudir a médicos, terapeutas, masajistas, osteópatas, acupuntores, entre otros que nos cuidan.
Hay personas que nos ayudan a limpiar nuestras casas, que traen paquetes y comida a domicilio en un santiamén. Cerca de casa hay supermercados repletos de miles de productos alimenticios y de consumo. Compramos mucha comida que después gestionamos pésimamente pues un tanto elevado de la comida que compramos va a la basura.
Nos sobra la ropa, se amontonan los libros, se abandonan los juguetes y desechamos electrodomésticos que todavía funcionan. Vivimos en la abundancia pero todavía hay algo que nos falta. Drogadicción y depresiones dan cuenta de ello.
La Tierra nos da de todo pero somos desagradecidos. Ella da signos de agotamiento pero seguimos sin cuidarla.
Nunca hemos pasado hambre de verdad, ni hemos soportado las bombas de la guerra, no hemos sido explotados en un trabajo esclavo ni hemos saltado vallas altas para pedir refugio en otro país arriesgando nuestras vidas. Afortunadamente ha sido así porque todo el mundo se merece una vida digna y segura.
La vida nos sonríe y, a menudo, no le devolvemos la sonrisa. Tenemos inmensos recursos para aprender y no los aprovechamos. Malgastamos el tiempo en un ocio de evasión y, al final, nos quedamos sin tiempo ni energía para abordar cuestiones importantes de nuestra sociedad y supervivencia.
Vivimos sin dar gracias a la vida por tantos dones. Somos indiferentes a los ancianos que tanto han trabajado por nuestro bienestar y tanto sacrificio han dejado por el camino. Tampoco tenemos tiempo para educar convenientemente a nuestros hijos. Sin embargo, vivimos exigiendo y quejándonos de las cosas que no están como deberían pero miramos a otro lado cuando hemos de colaborar.
Nos quejamos de soledad pero no tenemos tiempo para los demás. Estamos tan llenos de nosotros mismos que no vemos lo que tenemos delante. Este cielo tintado de ocre, esa hierba ondulada por el viento, ese silencio al romper el día… No nos fijamos en el insecto, en el arbusto ni en la neblina.
La vida se vuelve extraña, ya no sabemos cómo orar ni cómo bendecir, no sabemos cultivar ni construir, hemos olvidado cómo ayudar en la sanación y cómo acompañar a los que se mueren a nuestro lado. En la super especialización estamos perdiendo la dimensión integral de la vida.
Al final lo compramos todo hecho. Sabemos el precio de todo pero el valor de nada. Hemos olvidado el regalo del agradecimiento. No hay profundidad sin dar gracias a la vida.

Julián Peragón

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