Cuento_17. El cielo y el infierno

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Al maestro zen Hakuin fue a verle un guerrero, un samurai, un gran soldado, y le preguntó: « ¿Existe el cielo, existe el infierno? Y si hay cielo e infierno, ¿dónde están las puertas? ¿Desde dónde se entra? ¿Cómo puedo evitar el infierno y elegir el cielo?»

Era un guerrero simple. Un guerrero siempre es simple; de otro modo no sería guerrero. Un guerrero sólo conoce dos cosas: la vida y la muerte; su vida siempre está en juego, siempre está jugando; es un hombre simple. No había venido a aprender ninguna doctrina. Quería saber dónde estaban las puertas para evitar el infierno y entrar en el cielo. Y Hakuin le contestó de la única forma que un guerrero podía entender.

¿Qué hizo Hakuin? Le dijo: — ¿Quién eres tú?

—Soy un samurai —replicó el guerrero.

En Japón ser un samurai es algo de lo que sentirse orgulloso. Significa ser un guerrero perfecto, un hombre que no dudará ni un segundo en entregar su vida. Para él, la vida y la muerte sólo son un juego. Y dijo: —Soy samurai, soy un jefe de samuráis. Incluso el emperador me presenta sus respetos.

— ¿Tú un samurai? —dijo Hakuin riéndose—. Más bien pareces un mendigo.

El orgullo del samurai estaba herido, su ego machacado. Olvidó a qué había venido. Sacó la espada y estaba a punto de matar a Hakuin. Olvidó que había venido a ver al maestro para aprender dónde están las puertas del cielo y del infierno.

Hakuin se rió y dijo: —Ésta es la puerta del infierno. Con esta espada, esta ira, este ego, así se abre la puerta. Esto es algo que un guerrero puede entender. Y el samurai comprendió de inmediato: ésta es la puerta. Volvió a envainar la espada.

Y Hakuin dijo: —Ahora has abierto las puertas del cielo.

 

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