Zapatos para todos

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A “India por una sonrisa”

 

Me consta que hay otras miradas que cubren la India, con más acento en su abigarrado colorido callejero, en su humilde exotismo, en su espiritualidad ancestral… En nuestro propio grupo viajero las había. Nada más lejos de mi intención que negar tanta belleza que salió a nuestro paso de las formas más diferentes: en los niños que se nos acercaron felices con su corderito negro en los brazos, en los mercados colmados de frutas y verduras desconocidas, en las mujeres y sus siempre elegantes sharis, en las palmeras gigantes, en las ceremonias de una majestuosidad aquí perdida…, pero la belleza que yo deseo explote en el lienzo de mi memoria, anhela también un marco de justicia y de dignidad, para así poderla apreciar en toda su entereza.

Asalta a menudo a esa memoria el recuerdo de aquellos chavales de tez oscura y pies desnudos del vegetariano que frecuentábamos en nuestro reciente salto a Mombai. Aún no habíamos acabado de comer y ya estaban quitándonos apresuradamente los platos. Era su exclusivo cometido que cumplían con celo. Vestían una especie de pijama verde. No tenían derecho a camisa y pantalón como el resto de los mortales. Los pies descalzos marcaban el estigma de su condición. Así nadie abrigará la menor duda de su identidad: los últimos de entre los últimos.

Llevaban una gran bandeja con asa y en ella recogían toda la vajilla usada. Limpiaban también las mesas. Por encima de ellos estaban los camareros que nos servían. Por encima de éstos, los que coordinaban a los camareros y, a su vez, gobernando todo, un jefe de comedor… Ni mentemos al dueño. Los quita-platos están sometidos a toda esa escala de mando. Refiero un solo ejemplo, un botón de muestra de la estratificación que domina el conjunto de la sociedad india.

Los asistentes domésticos con los que nos hemos topado en diferentes hogares apenas levantaban la cabeza. No se sentían siquiera meritorios de colocar su mirada a la misma altura que el interlocutor. Eran sombras que deambulaban silenciosas por la casa, sin pronunciar palabra, como si no fueran dignos de ruido en un mundo en el todo es barullo. Dormían también silenciosos en cualquier rincón, sin derecho tampoco al ronquido. En las despedidas no pudimos apretar con más fervor nuestra mano agradecida.

El sistema de castas es un sistema hereditario de estratificación social que ha existido en la sociedad hindú desde hace más de 2500 años. Esta tradición reza que los seres que han desarrollado correctamente su cometido en la línea de su camino, podrán reencarnarse en un estadio superior. No se puede dudar de su fe en otra existencia, pues esa afronta diaria tan dura por la sobrevivencia, no pude durar eternamente. Sin embargo, es llegada la hora en que el valor de la tradición en aspectos claramente reaccionarios debería ir mermando.

La India, el Mombai del software puntero debería progresar no sólo en ciencia y tecnología, sino también en equidad social, en universalización de derechos y posibilidades. Ya no debería ser preciso pasar por la llamada muerte para poder calzar zapatos y dignidad. A pesar de que varios reformadores sociales han tratado de abolirlo, el sistema de castas continúa en la práctica siendo una característica definitoria de la sociedad india. El budismo cuestionó también firmemente este humillante sistema y la consiguiente “intocabilidad” entre las castas. Incluso fue oficialmente abolido por la ley, sin embargo en la práctica no ha sido eliminado de las calles y los hogares.

La división entre servicio y servilismo es a veces tenue. El servilismo comienza cuando alguien hace por dinero las tareas que perfectamente puede realizar la persona servida. Cada quien ha de ser responsable de la limpieza de lo que ensucia. Ghandi iba mucho más lejos y extendía la exclusiva responsabilidad personal a ámbitos como la confección incluso de la propia vestimenta.

Las castas en su origen eran una forma de división social del trabajo, pero ha derivado en una cruel estratificación social. En la sociedad hindú, todo está jerarquizado, de forma que es difícil subir de estatus. Las posibilidades de progresar no están generalizadas. La condición humana no es igual para todos. No todas las personas tienen los mismos derechos.

 

Algo se revoluciona dentro al contemplar esos futuros negados, como si no pasara nada. Algo se revuelve ante esa sumisión que es merma de la dignidad humana y que sin embargo se acepta con toda naturalidad. Algo se inquieta dentro ante el fatalismo imperante de que eso no hay quien lo cambie. Algo rechina en mis oídos cuando me llaman “Sir”. Probablemente esa misma persona que se sitúa al lado del occidental, no tratará con la misma atención y respeto a su subordinado.

 

No observo ningún asomo de rechazo a una sociedad tan estratificada, de protesta ante tantos futuros amputados. Miro esos pies sucios y descalzos y digo que merecen una suela y un horizonte y una universidad… “Sir”, “Sir”… por todas partes. Uno se cansa del “Sir” en el hotel, en el restaurante, en el taxi…, mientras que quien nos retira los platos en cada comida no es nadie. ¿Cuándo llegará ese día en que al chaval que durante una semana ha recogido tanta vajilla nuestra, le coloquen también el debido apelativo de “Sir”?

 

La India del último software, que se permite el lujo de bomba atómica y el desatino de enseñar los dientes a Pakistán… es la misma que mantiene a millones de sus hijos en la miseria. Fascinación e indignación se reúnen al pasear sus multitudinarias calles. Hay legado inmemorial, espiritualidad genuina…, pero hay también océanos de marginación. Falta la dignidad del pobre, el coraje para emerger de su condición. Falta el cuestionamiento de este orden alienante y valedor de la explotación por parte de quien puede alterarlo, la emergente clase media.

 

Yo no sé dónde está el polo de espiritualidad del mundo. No sé si la India funge como centro de irradiación planetaria. Hay maestros y guías que dicen que mutó a los Andes desde el Himalaya, que la India se quedó sumida en su kali-yuga (tiempo de degeneración). Ojalá India irradie mañana, como dicen que irradió ayer, pero que pongan zapatos a los chavales que sirven las mesas, que pongan futuro a los millones de pobres que colman sus desvencijadas y siempre sorpresivas calles.

 

«En forma de leyendas, todas las religiones revelan en cierto modo el origen divino del hombre. Pero en un momento u otro de la historia, se deslizó en algunos la convicción de que tales razas o tales categorías de seres eran inferiores, y comenzaron a excluirlos o a oprimirlos.

Si Jesús fue tan excepcional, es porque vino a afirmar que, cualquiera que fuera su raza, su cultura, su posición social, ante Dios todos los humanos eran iguales en esencia. Las desigualdades que vemos manifestarse sólo son superficiales y pasajeras: sus cualidades físicas, intelectuales, morales, espirituales, los acontecimientos de su existencia, todo lo que hace que, en un campo u otro, unos parezcan privilegiados y otros no, sólo corresponde a un instante de la evolución. Los humanos son hermanos y hermanos por vida, la vida divina que circula en ellos y que les hace ser también hermanos y hermanos de toda la creación.»

 

Koldo Aldai

 

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.com.

Im ágenes ilustrativas de “A India por una sonrisa”: http://picasaweb.google.com/aldaikoldo

 

 

 

 

 

 

 

 

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