La luna y el zen

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“El rayo de la luna atraviesa el agua transparente de un corazón sin mancha, incluso si las olas lo quiebran continua brillando”

En los textos del budismo zen y en los kusens que imparten los maestros se habla mucho de la luna. En este poema, que cita Kodo Sawaki al comentar uno de los textos más importantes del budismo: el Shôdoka o “Canto del inmediato satori” de Yoka Daishi (siglo VIII), hace referencia a través de la luna de una de las enseñanzas más delicadas del zen que es la transmisión directa de corazón a corazón.

I shin den shin es su transcripción en sánscrito y significa de alma a alma o de corazón a corazón ya que se transmite sin cruzar las sendas del intelecto y va más allá de las palabras. Es la enseñanza que como una flecha llega al corazón tranquilo aunque la mente esté agitada como las olas del mar por los pensamientos, es la transmisión que no necesita de argumentos intelectuales porque se sitúa más allá de la teorización intelectual. Es la enseñanza a través de la práctica, a través del silencio.

El mismo Kodo Sawaki explicaba que a menudo se le preguntaba sobre qué libro era necesario leer para comprender el zen y que su respuesta era “Tengo prisa. Ven a practicar zazen todos los días”. Porque es a través de la práctica de zazen (meditación sentada) y a través de su expresión en cualquier acto de la vida cotidiana que llega la comprensión. Es a través de la práctica que el corazón tranquilo siente la verdadera naturaleza del ser, del buda que todos somos.

Pero volvemos a la luna porque ella y su reflejo le sirven también al Maestro Dogen como definición de existencia al comparar nuestra vida con “la gota de rocío suspendida del pico de una ave acuática donde se refleja la luna”.

Podemos ver el reflejo de la luna en el mar, en un río, en un charco o en una gota de rocío pero hay una sola luna. Uno es todo y todo es uno, porque la naturaleza de Buda está en todos los sitios, está en el agua del río y el mar y está también en la del lavabo. Todo es uno y uno es todo por lo que cuando respiramos el universo entero respira con nosotros.

La confusión reside cuando creemos que el reflejo de la luna en el agua es en realidad la propia luna o cuando queremos atrapar dicho reflejo ya que por agua que saquemos el reflejo seguirá allí. El reflejo de la luna en el agua puede parecer muy real pero no tiene esencia en sí mismo y esta misma confusión se produce a menudo en nuestra mente cuando creemos que los pensamientos o los fenómenos, utilizando un lenguaje más búdico, son la propia realidad. Los pensamientos, emociones, fenómenos físicos, son infinitos y enturbian nuestra visión, podríamos decir que agitan además la superficie del agua haciendo aún más difícil cualquier observación. Damos entonces por real el reflejo cuando se trata de una ilusión u otorgamos realidad a los pensamientos y seguimos sus condicionamientos cuando son también una ilusión. Sentados en el zafu practicando zazen podemos deshacer esta ilusión, levantar la venda que cubre nuestra mirada para despertar a la verdadera naturaleza de nuestro ser y sentir la libertad no condicionada por el pensamiento o la razón. Aunque si intentamos atrapar dicha ilusión sentándonos con un objetivo ésta se escapará de nuestras manos como el agua que solo las humedece cuando intentamos coger la luna reflejada en ella.

Y miramos de nuevo a la luna porque en los templos zen al conjunto de sermones pronunciados por el Buda Shakyamuni se los denomina como “El dedo de la luna”. Esta expresión tiene su raíz en la actitud del ser humano cuando pregunta donde está la luna, ya que tiende a quedarse mirando el dedo que la señala sin ir más allá, a pararse en el dedo que nos indica el lugar sin llegar a vislumbrar la propia luna. Para encontrar a Buda debemos ir a la fuente de uno mismo, ya que no está por un lado Buda y por el otro el hombre. Todo es Buda y Buda es todo. No nos paramos en el dedo que indica la Vía sino que seguimos su línea hasta llegar a la misma luna.

Quizás escribir sobre budismo zen sea una incoherencia porque la práctica de zazen, el hecho de sentarse en el zafu día tras día, no puede ser substituida por ningún texto, por ningún libro aunque contenga las poesías más bellas o la luna más resplandeciente. Pero precisamente el lenguaje poético, permite al maestro ir directo al corazón del alumno, como una flecha que va de un corazón a otro corazón, íntima y profundamente.

“El viento ha dejado de soplar,

las olas mueren en la orilla,

la barca, tras romper sus amarras,

va apaciblemente a la deriva

bajo la claridad de la luna a medianoche”

 

Shôbogenzo, del Maestro Dogen (1200-1253)

 

Silvia Palau

Licenciada en Historia del Arte, profesora de yoga por la escuela Sadhana, practicante de Budismo Zen en el Centro Zen de Barcelona:

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