Recetas de amor: Aprendiendo a Amar

«Lo que sigue a continuación no son más normas ni más recetas, acaso una invitación lúdica a descubrir otras propuestas. Instrumentos de cocina amorosos para salir de lo crudo y saborear lo cocinado. Imágenes, tal vez, de que las artes amatorias tradicionales no tienen por qué ser herméticas o de que lo espiritual no siempre huele alcanforado. A veces basta con ponerse a jugar para que el mismo juego te lleve por caminos insospechados a donde tú mismo no te atrevías. Y quizá el leerle o enviarle al otro una de estas estrategias es la mejor estrategia para cambiar el rumbo de un barco a la deriva o que está parado en la calma chicha.»

Crudité
Sobre porcelana fina distribuya las siguientes crudités con buen gusto y esmero: Los recovecos del oído más uno o dos lóbulos ya mordisqueados, una tira de cuello tierno de la parte que se retuerce fácilmente hacia atrás, el interior del codo, cada una de las yemas de los dedos, la aureola rosada del pezón, un pezón pellizcado suavemente, las interioridades del ombligo, justo el surco donde se desliza frecuentemente el sacro, el labio inferior de la boca esponjoso, el espacio que dista del índice al pulgar del pie, la puntita de la lengua, la línea progresiva que une la rodilla con la entrepierna, el olor fresco de la áxila, la rugosidad acariciada del vello púbico, la turgencia rodeada de sabrosos pliegues. De guinda, colóquese ese hueco que no tiene un único nombre.
Todo ello sazonado con saliva y aliento, a gusto del comensal. Se recomienda ir muy, pero que muy despacio.

Ikebana
Hay flores extrañas que ejercen su atracción imparable a kilómetros de distancia aún guarecidas de la luz del sol. Son flores delicadas que requieren un arte especial en su arreglo.
Separar con delicadeza los pétalos internos con los dedos tíbios, acariciar el vello de terciopelo que los corona, extender las humedades hasta que toda la flor quede empapada y envolver con sumo cuidado el pistilo vivaracho hasta que sea el momento de libar la miel que se derrama irremediablemente.

Sed libres
Escondan la agenda, paren los relojes, bajen las persianas, descuelguen el teléfono y den dos vueltas a la cerradura. Desnúdense y olviden el tiempo.

Un sólo rostro
Encuentren una postura cómoda frente a frente. Si la ropa no se los impide miren simultáneamente al sexo del otro. No se entretengan sólo en las diferencias sino en los efluvios y magnetismos que irradian. Al poco, suban la mirada al vientre donde las emociones se entremezclan con las entrañas. Continúen viaje al pecho donde la hiedra de los sentimientos busca sensibilidad y afecto. Al tiempo suban ambos la mirada a los labios hasta que el cielo y la tierra de cada labio forme una sonrisa más ancha que el horizonte. Por último aterricen en las miradas y calen más allá de la retina donde el alma encuentra guarida.
Y así no se extrañen si en el fondo de la mirada no encuentren dos sino un sólo rostro.

M.O.R.S.E.
El corazón que es la centralita de informaciones sensibles capta la poesía que hacen en la máxima fusión los amantes. Cuando agoten la inercia del vaivén los cuerpos utilicen el lenguaje secreto. Cada contracción del glande un punto, cada presión vaginal una raya, punto y raya, raya y punto. Seguro que el corazón quedará satisfecho.

Huellas
Sabrás exactamente a la hora que ella casi durmiendo baja las escaleras cualquier día laborable, las calles que cruza sonámbula, los boulevares que atraviesa todavía con el humor congelado, la última esquina que dobla antes de sentarse en su escritorio frío de la mañana. Comprarás 5 ó 6 docenas de claveles rojos que dejarás uno a uno en su puerta, en el ascensor, a cada 50 metros calle arriba, entre las plazas donde ella pisará sorprendida un poco después, en lugares insólitos que ella nunca se fijó, en la solapa del recepcionista, en la mesa de su despacho un poco alborotado hasta que su rostro se ilumine del mismo color que el sol amaneciendo.

Deshojar
Cuando la primera herida narcisista haga temblar a los enamorados, sitúense frente a frente con el corazón en la mano izquierda. Deshójenlo sin premura, ahora un despecho, ora una esperanza. Sigan con un si me hubieras dicho, con un no te lo perdonaría, con un yo no soy tú, con un tú que te creías. Tras rencores y heridas descubran el corazón del corazón siempre hecho del mismo e inquebrantable amor.

Piropo
Si es uno de esos días solaces en los que los problemas están también de asueto y resulta que ha quedado atónito por una belleza andante, espere, no sea atolondrado. Observe y sea amante de la belleza. Deje que se impregne en su retina su movimiento, su sonrisa, esa mirada bella pero indiferente. Entonces deje su mente en blanco y en los pies sentirá un ritmo incontenible, en el sexo una quemazón tierna, en el vientre un volcán que el pecho tendrá que resolverlo con un requiebro, en cada dedo una lisonja, en los ojos dos ingenios, y la voz dulce que llevará el viento.

Azahar
Vuelen a Sevilla en primavera. Salgan del hotel al amanecer. En el centro del barrio de Santa Cruz tiren el mapa de la ciudad y désen la espalda. Cada uno en una dirección revoloteen el barrio antiguo, en silencio aprecien cada esquina, cada azulejo, cada balcón. Déjense llevar por la fragancia de los naranjos, reposen en cada placita. Ajenos al río de turistas discurran sobre cuál angostillo del laberinto de callejuelas les trairá el esperado reencuentro.

Contigo en la distancia
Sobre una alfombra turca, rodeada de flores, telas y espejos, con luz ténue y música suave, colóquese desnuda, brazos y piernas abiertos. Sitúe a la persona querida a 5 ó 6 metros de usted, en posición de arranque. No diga nada, sólo conserve dos palabras de gran poder «alto» y «adelante». Diga ésta última y deje que la inercia del deseo actúe, por la gravitación de las esferas, o en la seducción de las formas. Cuando el amado adelante, no dude, diga «alto». Observe la reacción de él, la propia. Otra vez «adelante», y una vez más «alto». Mírele a los ojos, a los labios, «adelante», sienta la fuerza imparable , la atracción. «Alto», no se precipite, diga «alto». Observe el cuerpo del deseo, «adelante» el correr de la adrenalina, «alto», el jadeo, «adelante», el aliento, la intensidad, la presencia. «alto», «alto», algo que quiere estallar, o ¿será un sufrimiento exquisito?. Diga «adelante» o no diga ya nada, ¡qué decir cuando ya no hay distancia salvable!.

Julián Peragón