Âsana, Prânâyâma y Dhyana

Si bien el camino se va haciendo paso a paso y uno va a lo desconocido a través de lo desconocido como diría un místico español (Juan de la Cruz), la verdad es que podemos aprovechar las claves, los métodos, las enseñanzas que nos han legado los sabios de todas las épocas. Y una de éstas, milenaria y profunda es el Yoga. (En realidad el camino es una metáfora, una paradoja pues en verdad no existe. Vamos a donde ya estamos).

En todo camino hay un punto de partida y otro de llegada. El punto de partida es nuestra realidad, habitualmente es la de sentirnos limitados. Nos asaltan los miedos, las incertidumbres, enredados en una cadena de placer, sufrimiento, deseos y necesidades. Sentimos que nos falta libertad y que la felicidad se escapa aunque consigamos satisfacer nuestros deseos. (Todo esto es una simplificación pues la realidad de cada uno es mucho más compleja. En realidad este punto de partida es un símbolo).

Podríamos decir que estamos en la etapa del reinado del ego. El ego es un complejo (positivo) de la psique que toma la función de coordinar y la de ajustar dos mundos, interno y externo, social e individual de una forma efectiva. Pero cuando el ego usurpa el poder, se corona creyendo que es el centro de la vida psíquica, entonces hablamos de la impostura del ego. Pues nosotros no somos sólo lo que creemos ser, hay toda una vida interna marginada, no reconocida.

Podríamos reconocer este reinado del ego cuando:

– Muestra su separatividad.

– Se identifica con la función dominante que le da seguridad.

– Busca compulsivamente el placer y huye del dolor.

– No acepta el cambio, la impermanencia, la muerte.

– No se da cuenta del filtro de interpretación de su mente.

– Está lleno de prejuicios y creencias no revisados.

– No escucha, se defiende, etc.

Simbólicamente estamos: ciegos, locos, dormidos, escindidos,… ¿Cómo define este estado el Yoga?

Habla de AVIDYA (ignorancia) que es un conocimiento defectuoso, no correcto de las cosas. Es como si hubiera un velo entre lo que percibimos y el como lo percibimos, un velo que deforma la realidad. ¿Y cuál es este velo?, pues nuestras ilusiones, deseos, miedos, incertidumbres, etc.

Se habla de los cuatro hijos de Avidyâ:

Asmitâ: el sentimiento desmesurado del ego.

Râga: el pozo oscuro del deseo que nunca se colma. Queriendo repetir las experiencias placenteras.

Dvesha: aversión a situaciones del pasado que nos han herido. Las corazas que todos nos ponemos para protegernos.

Abhinivesha: miedo a lo nuevo, a lo desconocido.

Todos estos hijos alimentan avidya, nuestra ignorancia.Todos intentan escapar del presente, del vacío, de la certeza de la muerte. Hay un temor a lo que somos como si en la oscuridad, en el abismo de lo que somos hubiera fantaseado un monstruo que nos va a destruir. Entonces hacemos un pacto con ese monstruo: si no me atacas me voy a limitar y » no saldré del jardín», no voy a sentir, no voy a respirar aire fresco. Es la neurosis. Aparecen los complejos, las fobias, las manías, (de alguna manera se manifiesta ese monstruo). La neurosis es la no aceptación de la responsabilidad que conlleva vivir, hacer una ficción de vida, una representación donde uno está más pendiente del exterior, de los demás que de sí mismo. En la neurosis uno toma partido por la imagen glorificada o sacrificada negando el resto.

Lo que nos dice el Yoga es que la consecuencia de Avidâ es Dukha, que la ignorancia nos lleva al sufrimiento, pues las cosas no son casi nunca como nosotros quisiéramos que fueran. No es tan un dolor como un sentimiento de limitación muy fuerte. En este estado uno pierde libertad, no puede elegir. Cuanto más quiere controlar el ego menos lo consigue.

Estamos hablando de la inconsciencia de la inconsciencia.

Hasta aquí no hay realmente camino, uno no se ha puesto en marcha. Hace falta algo que detone un proceso de búsqueda. El mismo dolor, sufrimiento , el sentimiento de limitación, la no comprensión de las cosas, al final la desilusión de las tentaciones que nos ofrece el mundo, la misma espiral vertiginosa a la que nos lleva el deseo nos hace tomar consciencia de la inconsciencia y empezar un proceso de comprensión.

Estábamos en una orilla y ahora vislumbramos que debe haber otra orilla. Quizá este proceso de búsqueda es imparable. Quien da el primer paso ya ha dado el último.

¿Y qué hay en la otra orilla?, pues el Ser, Uno mismo, el alma-espíritu,… las cualidades de este Ser son, (nos dicen los sabios):

– escucha y aceptación de lo que uno es.

– conexión (unión-yoga) con lo que nos rodea.

– fluir con los ritmos, cambios. Impermanencia.

– la muerte como aliada.

– El sufrimiento como estímulo de transformación

– El amor como moneda de cambio,

– Generosidad, humildad, etc.

El Yoga apunta hacia este Ser, apunta a la sabiduría pues el sabio es el que ve (yoga es un darsana , y darsana es un punto de vista, una forma de ver).

El Yoga nos habla de samadhi, que implica dejar la fragmentación y la dispersión. Samadhi es orientar todas nuestras fuerzas hacia un fin elevado, de trascendencia e iluminación. (Deberíamos profundizar en lo que entiende la Tradición con iluminación.)

De entrada podemos decir que no es la consecución de siddhis, poderes paranormales. La iluminación es un estado de unión que suele venir precedida de experiencias cumbres, de arrobamiento. Son experiencias de paz y serenidad extremas, pero también pueden ser experiencias terroríficas, desestructuradoras cuando uno empieza «a ver la verdadera cara de dios», (hay que temer a dios, se ha dicho).

O sea, no es un juego de niños. El místico, santo o sabio sabe que no puede afrontar esa experiencia cumbre sin una preparación previa.

Es entonces cuando el Yoga (como estado) reclama al Yoga (como camino estructurado). Son los chamanes, yoguis pioneros que empiezan a dejar marcas y claves para que los siguientes sepan por donde transitar. Patanjali recoge toda la tradición experimental del yoga y le da una estructura, le pone teoría, se acerca al Samkhya. El Yoga es un proceso de sedimentación de miles de años, y que sigue evolucionando!!!.

Estamos en la consciencia de la consciencia.

El dolor o sufrimiento es inherente al hecho de estar vivos, pero en la primera etapa (inconsciencia de la inconsciencia), el dolor es una evasión, un no querer darse cuenta, un vendarse los ojos para no sentir con lo cual el sufrimiento es una sombra que te persigue y que no tiene fin, ni principio ni final. Escapando del sufrimiento sigues sufriendo. En la segunda etapa el sufrimiento toma relieve, te vuelves consciente de tus mecanismos, de tus inconsciencia, percibes el dolor del mundo, la injusticia, te das cuenta. Aquí hay dolor pero uno empieza a comprender cuáles son sus raíces, y la comprensión libera porque ya el sufrimiento tiene un por qué. El la última etapa, la consciencia de la consciencia no es que uno no sufra sino que el sufrimiento es una parte más de la vida y no hay identificación con él.

Antes de entrar en los medios que utiliza el Yoga para llegar a esa trascendencia hay que iniciar un proceso de purificación. El yoga utiliza muchas técnicas para purificar el cuerpo. Se desea un grado de sensibilidad extremos (conectar con lo sutil requiere de esta sensibilidad). A través de la purificación uno conecta con la dimensión sagrada de la vida, aprende a sacralizar al cuerpo. Es una actitud de orden, limpieza y simplicidad pero sobre todo es una actitud de disponibilidad ante lo divino.

Pero también es necesario para el Yoga previamente hacer las paces con el mundo a través de los Yamas. El mundo no te dejará caminar si no eres hábil con lo social, si en tu trato con el mundo hay violencia, mentira, engaño, acumulación, compulsión. Además es necesario hacer las paces con uno mismo, con los mecanismos internos que nos pueden llevar a la dispersión, son los Niyamas. Es necesario ese orden interno, contentamiento, disciplina y estudio. Es necesario no apegarse a los frutos de la acción.

Es como si fueran necesarios estos dos prerrequisitos para tener éxito en el camino. Mens sana in corpore sano, salud mental y corporal. Abstinencias y observancias, lo que no se puede hacer y lo que sí se debe hacer. Muy sencillo.

Es como si estas observancias y purificaciones fueran el templo donde reina la tranquilidad y el orden y están los símbolos adecuados para hacer la vivencia del yoga, para realizar la práctica.

Ahora estamos preparados para la práctica del yoga. Esta práctica es trinitaria, si bien en cada elemento está implicito los otros dos:

Por un lado está âsana. Con asana aprendemos a tomar una posición que sea estable y duradera. Trabajamos el mapa de tensiones y aprendemos a relajarnos. Con asana establecemos el tono justo donde vivir, donde es necesario la flexibilidad y la fortaleza. Aprendemos el no esfuerzo, el aliento abandonado, la mente relajada. Aprendemos a tomar apoyo, a encontrar la vertical, a sincronizar los movimientos. Pero aprendemos sobre todo a estarnos quietos, a calmar la ansiedad.

Cuando âsana se ha cultivado, aparece prânâyâma. No sólo se trata de amasar las tensiones corporales sino de canalizar y acumular la energía. Con los ejercicios de respiración aprendemos a calmar la mente y a oxigenar el cuerpo. La energía fluye y uno la dirige a través de recorridos corporales para energetizar ciertas zonas, para despertar centros y chakras. Sabemos que alargando la respiración se sujeta la mente.

El tercer elemento es dhyana, meditación. Pero Patañjali lo desglosa en pratyahara que es la capacidad de interiorización, de desconectarse de los estímulos exteriores a través del control de los sentidos. Con Dharana (mantener apretado), es necesario cultivar la concentración mental sin esfuerzo, concentración necesaria para comprender los procesos en los que estamos viviendo. Dhyana es la conciencia meditativa. El observador se diluye en el objeto de meditación.

El campo de batalla de âsana es la postura, en prânâyâma es la respiración y en dhyana es la postura de meditación. Si bien en asana partimos del cuerpo para energetizarlo, en prânâyâma partimos de los movimientos energéticos a partir de la respiración para calmar la mente, en dhyana partimos de la concentración de la mente para trascenderla y conectar con el espíritu. Conseguir la inmovilidad (âsana), establecer la serenidad (prânâyâma) y realizar la conexión (dhyana).

En cierta manera cuerpo, mente y espíritu están presentes en la forma trinitaria del yoga. Asana prepara pranayama y éste da paso a dhyana. Al principio se practica más asanas, después respiraciones y por último la práctica se centra en concentración y meditación. Depende también de la naturaleza de cada uno.

Siendo esto común a los distintos yogas, en la tradición cada escuela ha encontrado su forma peculiar de realización del yoga:

Escuela Rishikeish, norte de la India, puso su acento en la movilización energética a través de los chakras o centros energéticos. (Sivananda, Van Lysebeth,..)

Escuela de Madrás, sur de la India, pone el acento en la presencia del cuerpo, la respiración y el pensamiento. Partes de tu realidad (viniyoga) y cada gesto implica la total atención y consciencia.

Las escuelas de origen tántrico (kundalini yoga, el yoga de la energía) se centraron en técnicas de estimulación para despertar la energía adormecida en la base de la columna, la shakti kundalini.

Occidente también está creando sus escuelas, donde se trabaja lo terapéutico en el respeto de la estructura corporal, y también lo terapéutico desde la dinámica de evolución de la persona. Un yoga síntesis que puede enriquecerlo y también una desmitificación para quitarle la parte hinduista religiosa que es propio de una cultura y de una época.

Tradicionalmente el yoga siempre fue el yoga de la energía, Hatha Yoga (aunque ahora se le considere como el yoga del cuerpo, de las asanas, un yoga inferior). Ha es sol, y tha es luna, simbolizan las partes masculina y femenina, así como la energía positiva y negativa, y el objetivo era unir los dos hemisferios derecho e izquierdo, o integrar las dos polaridades, es decir, ir más allá de los pares de opuestos, de la dualidad, es decir, la unión, Yoga.

Ahora bien, la tradición ha reconocido, en su visión trinitaria de la vida, tres caminos de trascendencia del ego. Propiamente nos son yogas sino margas, vías. No son propiamente métodos sino orientaciones de realización:

Karma marga, la vía de la acción desinteresada, la vía del vientre desarrollada a través del desapego.

Bhakti marga, la vía de la celebración de la vida, la vía del pecho desarrollada a través de la autenticidad.

Jñana marga, la vía de la comprensión del plan divino, vía de la cabeza desarrollada a través de la ecuanimidad.

Es a través de este método trinitario del Yoga junto a las vías de trascendenci donde encontramos el verdadero corazón del yoga.

Om shanti.

Julián Peragón